PRIMERA ENTREGA: Capítulos 1 y 2

SEGUNDA ENTREGA: Capítulos 3 y 4

TERCERA ENTREGA: Capítulos 5 y 6

CUARTA ENTREGA: Capítulos 7 y 8

QUINTA ENTREGA: Capítulos 9 y 10

SEXTA ENTREGA: Capítulos 11 y 12

SÉPTIMA ENTREGA: Capítulos 13 y 14

OCTAVA ENTREGA: Capítulos 15 y 16

NOVENA ENTREGA: Capítulos 17 y 18

DÉCIMA ENTREGA: Capítulos 19 y 20

CAPÍTULO 21

Desde hacía años, Marcelo Doménica hacía preguntas vinculadas a la salud pública en todos los noticieros en los que le había tocado trabajar. Era su obsesión. Se preguntaba por qué los repelentes y los protectores solares no estaban dentro de los medicamentos financiados por el Estado para evitar la propagación del dengue y del cáncer de piel. Algunas veces, cuando iba más allá, decía que lo angustiaba desconocer las razones por las que su país, que durante años había sido modelo en el mundo de asistencia gratuita en los hospitales públicos, había caído desde la década del 90 en la trampa de las prepagas, en la de aquellas empresas privadas que ofrecían servicios de salud Premium para las clases medias y altas mientras que desde el Estado se dejaba caer a la salud pública. No entendía por qué no existía un sistema de salud universal y gratuito de calidad para todos los habitantes. Sin distinción de raza o clase social. Ni más ni menos como había sido alguna vez no demasiado lejana.

Tal vez por su diatriba habitual en el noticiero, no se sorprendió cuando sonó el teléfono y el Ministro de Salud, Ginés González García, le dio la primicia:

–Tanto rompiste las pelotas con el asunto del servicio universal de salud que te vamos a dar un gustito, aunque más no sea por un tiempo –le dijo desde el otro lado de la línea.

–¿De qué se trata?

–El presidente va a firmar un decreto por el cual se declararán de interés público todos los servicios de salud. ¿Qué me decís ahora?

–Que me sorprende y me pone contento. Pero que como vos bien decís, es una medida a corto plazo. Y vos y yo sabemos que no es suficiente –retrucó Doménica.

–¿Y qué querés? ¿Qué expropiemos a las clínicas privadas?

Doménica no emitió ningún sonido. Sabía que no hacía falta. Que Ginés conocía perfectamente su pensamiento.

–Vos y yo sabemos que lo que proponés es imposible, Marcelo –dijo Ginés.

–Era imposible antes de la pandemia, pero esta es la oportunidad ideal para fortalecer al servicio de atención pública. No pido que expropien, pero por lo menos metan a directores del Estado en cada una de esas empresas y empiecen a auditar los desastres que hacen. Que por lo menos se transformen en empresas mixtas.

Ginés no respondió. Doménica aprovechó el silencio del ministro para seguir:

–Ya lo hicieron en España y en Irlanda. Frente a la crisis, se apropiaron de los recursos disponibles y los pusieron al servicio del Estado. Y no me vas a decir que Irlanda o España son países comunistas –insistió.

Ginés seguía sin hablar.

–Hay que ir a fondo. Es la oportunidad –se envalentonó el periodista.

–Vamos de a poco. Ya sabés que al presidente le gusta el consenso. No podés desmontar 30 años de construcción de medicina prepaga y de clínicas privadas en media hora.

–En una situación normal, no. Pero esta es una situación extraordinaria que amerita decisiones extraordinarias. No salimos de este quilombo con consenso, con social democracia. Acá hace falta más gestión, para no decir más peronismo.

–¿Y a vos no te parece que sacar un decreto para que todos los ciudadanos tengan las mismas posibilidades de atención no es algo extraordinario?

–Extraordinario sería sacarlo por ley, no por decreto. Que los diputados y senadores se pusieran a trabajar en un proyecto para darle forma a un dictamen que cambiara por completo la matriz de la salud pública. Y si hacés eso, enseguida podés ir por el otro de eslabón de la cadena de desigualdad que se profundizó desde hace 30 años: la educación púbica versus la educación privada.

–Hay algo a favor de lo que me decís –dijo Ginés–. La iniciativa del decreto fue tomada por legisladores, por un grupo de diputados y senadores que quieren avanzar hacia una ley.

Doménica pensó:

–Pero te piden un decreto porque no les dan los números para sacarlo por ley, ¿no?

–Exacto. Si sale el decreto y la cosa se pone en marcha, por ahí resulta más fácil avanzar con un proyecto más integral. El poder de lobby de las prepagas es muy fuerte. Tiene comprados a varios diputados por lo que hoy, sacar esa ley, sería casi imposible.

–¿Y qué va a pasar con las cuotas que cobran las prepagas? ¿Les vamos a tener que seguir pagando? ¿Van a seguir aumentando de manera escandalosa?

–Todavía no avanzamos en eso.

–Hay que suspender los pagos, Ginés. Si el Estado se va a hacer cargo de los gastos de infraestructura, no tiene sentido que sigan cobrando fortunas. Dibujales que es una medida por un tiempo y eso te va a dar espacio para negociar y hasta para ofrecerles precios razonables para que el Estado les compre los fierros que hicieron con la guita de la gente.

–No es tan fácil, Marcelo. Una cosa es ser periodista y sentarse a despotricar. Gobernar es otra cosa. Hay que tener en cuenta muchas variables…

Doménica ya había escuchado ese argumento. “La política es el arte de los posible”. Ya lo tenían podrido:

–Nada es fácil, Ginés. Pero el presidente Fernández el otro día dijo “ahora no van a ganar, muchachos”. Esta es la oportunidad que tanto tiempo vos y yo estuvimos esperando. Y no te estoy diciendo entrarle al negocio de los laboratorios y las patentes de los remedios porque entiendo el poder que tienen, pero ese sería el otro paso.

–Vos sabés que no están dadas las condiciones para ir hacia ese lugar. Ya me imagino los títulos de los diarios: “Argentina se convierte en Venezuela”.

–Y qué carajo te importan los títulos de los diarios…

–Al presidente le importan.

–Al presidente debería importarle que cinco de las cincuenta personas más ricas de la Argentina son dueñas de laboratorios medicinales. Que los diarios los utilice para envolver huevos.

Ginés bajó doce cambios en la charla. Quería tranquilizar a su amigo:

–No creo que ni vos ni yo lleguemos a estar vivos el día que eso cambie, si es que alguna vez cambia.

Doménica hizo un silencio. Por un momento estuvo a punto de hablar más de la cuenta.

–No estés tan seguro, Ginés. Están pasando cosas muy serias en este país y en el mundo. Por ahí los cambios llegan más rápido de lo que vos pensás y con menos costos de los que te imaginás.

Ginés no entendió el sentido de las palabras pero eligió no repreguntar. Ya estaba acostumbrado a escuchar a Doménica delirar con cambios estructurales que era imposible que sucedieran. Lo tomó como otro de los tantos comentarios de Marcelo que no hacían demasiado daño pero que muchas veces lo ponían incómodo porque al Ministro no le gustaba que lo corrieran por izquierda.

–Ponete contento con la primicia que te estoy dando, al menos –le repitió. 

–Y te la agradezco. Ah… ¿viste lo que dijo el Papa en la Plaza San Pedro?

–No. Estuve de un lado para otro atajando penales.

–Cuando tengas un ratito miralo o pedile a alguno de tus asesores que te cuente. Y una vez que lo veas, por ahí me das la razón.

–Me dejás intrigado –se mostró interesado Ginés.

–Sólo te tiro el título: el Papa habló a favor del aborto libre, legal, seguro y gratuito.

De otro lado de la línea sólo se escuchaba la respiración de Ginés.

–Si eso no es un cambio radical de rumbo, decime vos qué es –dijo Doménica.

–¿Es así como me lo contás?

–Así. Clarito como el agua. Tengo otro llamado, Ginés. Más tarde la seguimos. Abrazo.

–Abrazo –dijo Ginés con un hilo de voz.

Se notaba que la noticia lo había impactado.

Doménica cortó el teléfono y sonrió.

CAPÍTULO 22

 La rumana Kristalina Gueorguieva tosió disimuladamente antes de salir de su oficina. La directora de Fondo Monetario Internacional se tomó la fiebre: 36,5 marcaba el termómetro. Se tranquilizó. Los casi 39 grados de la última semana habían menguado. Ya estaba dentro de los parámetros normales y sentía cómo las fuerzas retornaban lentamente a su cuerpo.

Tenía que dar una conferencia de prensa con el director de la Organización Mundial de la Salud, el alemán Klaus von Strasberg. La idea era compatibilizar la emergencia sanitaria con la emergencia económica. El Fondo Monetario Internacional, que venía recibiendo desde hacía años críticas despiadadas por sus políticas benefactoras hacia gobiernos neoliberales y por asfixiar a aquellos Estados considerados “populistas”, se encontraba ante una gran encrucijada. Tal vez la más grande de su historia. Y ella, Kristalina, era la que debía pilotear el barco en el medio de la tormenta.

Klaus y Kristalina se saludaron chocando los codos, tal como aconsejaba la OMS desde que la pandemia había ganado la calle. Basta de abrazos, apretones de manos o besos. La distancia social era un concepto que había calado profundo en la sociedad.

El primero en tomar la palabra fue Klaus, quien desplegó el informe que hacía pocos minutos había recibido en su despacho y que había analizado detenidamente para constatar que no tuviera errores. Von Strasberg no había llegado a director de la OMS por ser un improvisado. Era meticuloso, y mucho más si debía exponerse ante la prensa.

–Las cifras de contagio siguen creciendo pero está bajando significativamente la tasa de mortalidad: del 4,22 por ciento de los infectados al 3,82 –arrancó sin mayores preámbulos y sin saludar a los presentes, tal cual era su costumbre–. Hoy tenemos en el mundo 62 millones de personas contagiadas y 2.368.418 muertos, según el informe que me entregaron hace apenas 15 minutos. Cualquiera podrá decir que es una tasa de mortalidad alta, pero para quitarle dramatismo a la situación, debemos decirle a la población que la letalidad del Ubik 20 se debe medir sobre millones de habitantes y no sobre personas contagiadas, más allá de que hoy es un parámetro importante saber cuánta gente muere una vez que contrae el virus. Por eso, si nos atenemos a las cuantificaciones internacionales, la tasa real de mortalidad del Ubik 20 es del 0,031 por ciento, considerando que el mundo está habitado por 7.700 millones de personas. El problema que tenemos, y lo repetimos cada vez que podemos, es el alto índice de transmisión que posee el virus y el cruce con otras patologías, lo que genera que la gente que se contagia y muere en realidad lo hace más por enfermedades preexistentes que por la letalidad propia del virus. Es duro decirlo de esta manera, pero es como si esta plaga hubiera llegado al mundo para hacer una depuración natural, casi salvaje, para establecer la supremacía de los seres más fuertes sobre los más débiles. Los que están bien físicamente, transitan la enfermedad sin mayores problemas, pero los grupos de riesgo la están padeciendo de manera dramática. Y cuando hablo de grupos de riesgo me refiero a los ancianos, hipertensos, pacientes con problemas cardíacos y respiratorios o aquellos que hoy, por ejemplo, están realizando tratamientos oncológicos y poseen las defensas bajas. A partir de estas conclusiones, de estos números, es necesario que los países comiencen a realizar testeos masivos para detectar a las personas enfermas y así poder aislarlas para evitar que se siga propagando el virus. La cuarentena, el acuartelamiento, es importante, pero es una maniobra defensiva. Y este tipo de situaciones se resuelven también con acciones proactivas, ofensivas. Por eso hay que ir a buscar al virus y dejar de esperar que los pacientes lleguen a los centros de salud contagiados porque, una vez que lo hacen, ya dejaron infectadas en el camino, al menos, a una, dos o tres personas más. Y eso es lo que hace que los sistemas de salud colapsen y que no se le pueda dar a la gente la atención apropiada. Mientras el ratio de contagio esté por encima de 1, seguiremos en riesgo. Cuando lo bajemos a 0.6 o 0.7 podremos decir con satisfacción que la pandemia está controlada.

Desde el fondo de la sala, y pese a que no se habían habilitado la ronda de preguntas, se escuchó a un periodista que gritaba:

–¿Dé qué está hablando, director? ¿Ratio de contagio? ¿Puede ser más claro?

Von Strasberg era muy formal y no estaba acostumbrado a que se rompiera el protocolo de esa manera. Sin embargo, entendió que la explicación que había dado era insuficiente y se explayó.

–El ratio de contagio, o factor RT o R0 según el país, es la forma que tenemos para medir la propagación del virus. Tomemos el ejemplo de Brasil: al principio de la pandemia tenía un RT de 3.8. O sea, diez personas infectadas generaban 38 nuevos pacientes. Hoy Brasil está en 1.7. Esto quiere decir que por cada diez personas que contraen el virus, tenemos 17 contagios. Bien. El objetivo es bajar ese número mundial por debajo de 1. Cuando estemos en 0.7 o 0.6, como dije antes, la pandemia estará controlada. O sea cuando diez personas sólo contagien a seis o a siete. ¿Por qué decimos esto? Porque los sistemas de salud del mundo, incluso los más precarios, están en condiciones de atender a esa cantidad de enfermos. Mientras estemos por encima de 1, los sistemas de salud seguirán colapsando y no habrá unidades de terapia intensiva o respiradores para todas aquellas personas que los necesiten. Quiero decir también que varias naciones del mundo, como Suecia, Alemania, Japón, Corea y Nueva Zelanda, ya tienen un RT por debajo de 1, lo que nos hace ver el futuro con optimismo –cerró su exposición Von Strasberg  

Kristalina acomodó el micrófono. Sabía que había llegado su turno. Klaus la miró para darle el pase:

–Desde el Fondo Monetario Internacional estamos tomando todas las medidas necesarias para hacer menos profunda la crisis económica que está asolando a la humanidad como consecuencia de la parálisis de las industrias, del comercio exterior e incluso de los trabajos informales que cada país tiene de acuerdo con su idiosincrasia. Por eso vamos a dar una respuesta internacional coordinada para frenar el impacto que la pandemia tuvo en la economía mundial. La última vez que lo hicimos fue en 2008, cuando estalló la burbuja inmobiliaria y trastabilló el sistema financiero mundial. Pero en aquel momento, el Fondo salió a auxiliar a la banca internacional pero se olvidó de las personas de carne y hueso, que quedaron a la intemperie. En este caso la respuesta será diferente. Como primera medida, vamos a condonar las deudas que los países mantienen con el Fondo Monetario Internacional, lo que para muchos es una medida injusta ya que tenemos países que deben fortunas, tal es el caso de Argentina, con 51 mil millones de dólares, y otros cuyas deudas no superan los mil millones. Pero más allá de que pueda sonar injusto, sentimos que es hora de barajar y dar de nuevo. Para ejemplificar las nuevas políticas, es interesante tomar el caso de Argentina. Porque es el mayor deudor, será el país más beneficiado a corto plazo pero de aquí en adelante tampoco será beneficiado con asistencia financiera durante décadas, porque al condonarle semejante deuda ya le estaremos haciendo un aporte importante a las arcas del Estado liberándolas del pago de las cuotas prefijadas y de los intereses. Lo que haga Argentina con ese dinero dependerá de las decisiones de su Gobierno, más allá de que alentaremos que sean utilizadas para paliar las dificultades de su pueblo. Sí habrá asistencia del Fondo para aquellos países que se encuentren en mayores dificultades, como Venezuela, que desde hace meses está sufriendo una crisis humanitaria y esta pandemia llegó como el detonante final para potenciar una situación de extrema gravedad. Ya he instruido a los técnicos del Fondo para que se pongan en contacto con el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, para liberar una primera partida de 5 mil millones de dólares, los que deberán ser utilizados exclusivamente para la compra de insumos medicinales, equipamiento y alimentos para la población –dijo Gueorguieva y se escuchó un murmullo entre los periodistas presentes.

Gueorguieva sabía que había lanzado una bomba y que las preguntas que le harían los presentes, cuando se abriera la ronda de consultas, apuntarían casi seguro a la legitimidad del gobierno de Maduro, quien era considerado por gran parte del establishment internacional como un dictador.

Kristalina no le dio importancia al murmullo y siguió adelante:

–Hay otros casos para mencionar, pero serán tratados oportunamente. Hablo de Argentina y de Venezuela porque creemos que están en los extremos de la situación: Argentina es un país muy endeudado y el respirador artificial que le enviamos es la condonación de la deuda, mientras que Venezuela no nos debe un solo peso y por lo tanto califica por sus condiciones sociales para que salgamos velozmente a respaldarlo.

Una voz en off invitó a los periodistas a realizar preguntas.

La primera, obviamente, fue para Kristalina:

–Venezuela es una dictadura populista. Este cambio de rumbo político-económico del Fondo, ¿a qué se debe? –preguntó Albert Repstein, del New York Times.

–La idea es dejar de ayudar a los mercados financieros, como lo hicimos en el caso de Argentina durante el Gobierno de Mauricio Macri o durante la crisis global de 2008, y empezar a trabajar organizar un mundo más equitativo. Queremos ayudar a las pequeñas y medianas empresas y a los sectores más vulnerables. No es tan difícil de entender, ¿no? –preguntó de manera retórica.

–Pero ese es un cambio profundo de paradigma –interrumpió Repstein, cuando sabía perfectamente que los protocolos de las conferencias indicaban que los funcionarios no podían ser cortados durante sus respuestas y que tampoco estaba permitido repreguntar. Repstein se apuró a hacerlo porque ya tenía a pocos pasos al encargado de distribuir el micrófono por lo que le quedaban pocos segundos para dar su parecer.

Gueorguieva se sorprendió por la interrupción, pero la consintió. No esquivó el bulto.

–Así es, Albert –personalizó la respuesta mientras veía como le sacaban el micrófono de la mano al estadounidense–. Es un cambio de paradigma para el Fondo. Pero yo le pregunto a usted, sin esperar respuesta porque veo que ya no tiene micrófono, ¿no era eso acaso lo que nos pedían desde diferentes sectores de la prensa? ¿No nos decían que el Fondo debía recuperar el espíritu por el que fue concebido después de la Segunda Guerra Mundial? ¿No estamos en el mundo para ser garantes de la vida y para paliar las situaciones en donde haya crisis humanitarias? Próxima pregunta… –dijo Kristalina mientras levantaba la cabeza para identificar al siguiente interlocutor.

–Usted habla de respuesta internacional coordinada. Estados Unidos, el principal accionista del Fondo, ¿está de acuerdo con la estrategia de prestarle plata a la dictadura de Maduro? –intervino Josephine Bakcher, de The Financial Times.

–Estados Unidos, como usted bien dice, es el principal accionista del Fondo. Pero Estados Unidos, más allá de lo que se comenta puertas afuera de nuestras oficinas, no decide las políticas del Fondo. Es un participante más que tiene opinión, como también la tienen los otros 183 países miembros. Y esto ya fue discutido y aprobado por mayoría. Una mayoría ajustada, debo decirlo, pero lo suficientemente representativa como para darle curso al pedido de Venezuela, que no es lo mismo que decir que vayamos a respaldar la gestión de Maduro. Nosotros salimos a respaldar a un pueblo y no a un gobierno. Pero como ya dije: la salud de la gente está por encima de todas las otras cuestiones.

–Más allá de las situaciones de Argentina y Venezuela, ¿puede decirnos con precisión cuáles son las nuevas premisas que maneja el Fondo Monetario Internacional para prestarles plata a los países y cuáles serán las condiciones de esos préstamos? –preguntó Francis Tolmann, del Bild de Alemania.

Kristalina sabía que esa era una de las preguntas que le iban a hacer y tenía perfectamente ensayada la respuesta. Había puesto mucho énfasis en la elección de las palabras porque sabía que lo que iba a decir sería noticia de primera plana en todos los diarios del mundo.

Tomó el papel en el que había delineado algunas ideas:

–La premisa del Fondo será la de ponerle plata en el bolsillo a la ciudadanía porque esta crisis global no se soluciona dándole dinero a los bancos o a las corporaciones sino a la gente. Y también vamos a cambiar el formato de las condiciones. No serán préstamos con tasas de interés. El Fondo Monetario dejará de funcionar como un banco. Los préstamos serán a tasa cero y las condiciones de devolución serán negociadas individualmente de acuerdo con las posibilidades de cada país. Nuestra función en el mundo no es la de ganar dinero sino la de solucionar problemas.

Si la declaración de prestarle plata a Venezuela había generado un murmullo entre los presentes, en el preciso comento que Kristalina dejó de hablar se levantaron diez manos al unísono para formular preguntas. El director de la Organización Mundial de la Salud miraba con admiración a Gueorguieva y esbozaba una amplia sonrisa.

Última pregunta, dijo el moderador. El micrófono lo tomó Alexis Ristov, del Komsomlskaya Pravda de Moscú.

–Lo que acaba de decir cambia de plano las normativas del Fondo Monetario Internacional –dijo sin preguntar–. ¿Esta es una decisión exclusivamente suya o del directorio?

–Yo no puedo tomar decisiones de esta índole en soledad. No tengo el poder de hacerlo. Es una decisión del directorio… Y quiero agregar que antes de venir a esta reunión tuve una videoconferencia con el presidente de los Estados Unidos, quien suscribió cada una de las palabras que acabo de decir.

Alexis hizo lo mismo que su colega estadounidense que había preguntado en primer término: interrumpió a Gueorguieva.

–¿Podemos tener un detalle de quiénes votaron a favor de este cambio de rumbo y quienes estuvieron en contra?

–No. No puede. Es una información que queda reservada para las autoridades del Fondo. Igual, quédese tranquilo, Alexis. Con el paso de los días se irá enterando de cómo fue la votación. Así como no puedo tomar esta decisión sola tampoco tengo la capacidad de impedir que se filtre el resultado. Había más de doscientas personas en el recinto. Con que solo hable una… –dijo Kristalina con una sonrisa.

Klaus von Strasberg tomó el micrófono y se dispuso a cerrar la conferencia de prensa.

–Acabo de escuchar con sumo agrado lo expresado por la señora directora del Fondo Monetario Internacional. El hecho de que el Fondo cambie su visión para otorgar préstamos blandos es algo que veníamos conversando desde hace tiempo pero esta pandemia ha desencadenado las cosas. Todos sabemos que el Fondo nació para ayudar a los países emergentes. Pero en lugar de hacerlo, durante los últimos 50 años, se ha ocupado mucho más de imponer condiciones de ajuste en las economías en que intervenía; y esas políticas fueron justamente las que ayudaron a desfinanciar a los sistemas de salud internacionales, por no profundizar en otras desigualdades. Este cambio de rumbo nos permite pensar en un mundo diferente. No. Perdón. Me quiero corregir: en un mundo mejor.

Klaus y Kristalina se levantaron y dieron por terminada la conferencia. Ambos salieron caminando por la derecha y cuando quedaron en bambalinas, se estrecharon en un abrazo. Mientras seguían abrazados, Kristalina le dijo en el oído al Klaus:

–Te enfermaste, ¿no?

Klaus miró hacia ambos lados. No había persona en el mundo que supiera que él, el director de la Organización Mundial de la Salud, había sido víctima de la pandemia. Miró a los ojos a Kristalina e hizo un leve movimiento afirmativo con la cabeza.

CAPÍTULO 23

Marissa Sosa se sentó frente a la computadora y habilitó el Skype. Del otro lado de la línea estaban Pablo Contreras y Marcelo Doménica, quienes aguardaban ansiosos los resultados de su trabajo.

La conexión no era buena, ya que la wifi de la Organización Mundial de la Salud estaba sobresaturada. Las caras de Contreras y Doménica aparecían borrosas y la comunicación se ralentizaba. Era imposible entablar una conversación normal por el delay. Luego de un par de intentos, Marissa desistió. Antes de cortar, les dijo:

–Me voy a casa. Acá es imposible. Allí tengo mejor conexión y, además, va a ser una charla más segura.

Contreras preguntó:

–¿En cuánto tiempo llegás?

–En 15 ó 20 minutos, depende del tránsito –respondió Marissa antes de cortar.

Contreras y Doménica estaban solos en la casa de Contreras. Por la tarde, Pablo había recibido un mail de Marissa en el que le anunciaba que sus investigaciones habían terminado y que quería hablar con ellos para contarles de sus hallazgos.

–¿Tenemos novedades de Sierra Chica? –preguntó Contreras a Doménica luego de unos minutos de silencio. La ansiedad los ponía inquietos.

–Toda la población carcelaria y el 70 por ciento de los guardias se contagiaron. El Gobierno los puso en cuarentena pero tienen la información bloqueada. No quieren que se sepa lo que pasa allí porque temen motines en otras unidades carcelarias. Necesitan a todas las fuerzas de seguridad para ocuparse de la sociedad y no pueden darse el lujo de una revuelta generalizada en todos los penales del país.

–Es lógico –admitió Contreras–. ¿Muertos?

–Por ahora 52. La mayoría presos. Hay 8 guardias entre las víctimas.

–Ahora hay que esperar… –reflexionó Pablo.

–Sí. En quince días deberían comenzar los cambios en el comportamiento.

–Me sigo preguntando si hicimos bien.

–No es tiempo para hacerse preguntas, Pablo. Tomamos una decisión de hacer una prueba piloto y ahora ya no nos podemos arrepentir. Lo hecho, hecho está.

Doménica se sirvió un whisky y le ofreció uno a Pablo. Pablo negó con la cabeza:

–Quiero estar lúcido para la charla con Marissa.

–Como si un whisky te fuera a quitar lucidez… –rió Marcelo mientras se bajaba de un trago todo el contenido del vaso.

–Ahora me siento bastante mejor –concluyó.

En ese preciso instante, como coronando sus palabras, sonó la llamada de Marissa en el Skype. Se conectaron. Ahora sí la veían con nitidez. Y la propia Marissa les confirmó que a ella le pasaba lo mismo.

–Podemos hablar –dijo la alemana en un castellano complicado pero entendible.

–¿Avanzaste en tus investigaciones? ¿Pudiste desagregar el virus que mata gente del que se instala en el cerebro y la convierte en mejores personas?

–Sí. Pude –respondió Marisa.

Contreras y Doménica sonrieron. Marissa le estaba dando la noticia que tanto tiempo habían esperado. Iban a ser capaces de inocular el Ubik 20 a toda la población mundial sin necesidad de cargar sobre sus espaldas con la muerte de innumerable cantidad de inocentes.

–Es una gran noticia, Marissa. ¿Tenés idea de que tu trabajo puede cambiar el destino de la humanidad?

Marissa no estaba tan entusiasmada como sus interlocutores. Doménica lo advirtió:

–¿Qué pasa, Marissa? ¿Hay algo que no está bien?

–También tengo malas noticias –anunció la científica ante la desazón de los dos amigos.

–¿Pero qué? –se puso anhelante Pablo.

–Nada grave, pero sí importante –dijo Marissa.

–Decinos de una vez, por favor. Nos estás matando con la intriga –rogó Contreras.

–El Ubik 20 es un virus que muta. Al aislarlo, conseguí lo que tanto estábamos buscando. Que no muriera gente por problemas respiratorios y que sólo quedara lo que de ahora en adelante voy a llamar el Ubik B, es decir el virus de la bondad.

–¿Y cuál es la mala noticia? –dijo Doménica.

–Una vez que lo desagregué, lo probé como siempre en ratones. Como era el virus puro, enseguida hubo resultados. Después de inyectarles el Ubik B, los ratones comenzaron a comportarse de otra manera. No puedo precisarlo pero era como si en ellos hubiera gestos de sociabilidad. Respetaban los turnos para comer, no se golpeaban entre unos y otros, cuidaban los espacios comunes… Insisto, el efecto fue inmediato.

–Todo lo que decís suena genial. No entiendo cuál es el problema –intervino Marcelo, que ya estaba perdiendo la paciencia.

–La dosis que les suministré fue mínima. Porque quería sacarme una de las dudas que me asaltaron apenas comencé a trabajar.

–¿Qué duda, Marissa? –preguntó Pablo.

–Que es un virus. Y que, como todos los virus, después de un tiempo, los efectos desparecen. La sangre crea anticuerpos y los descarta. El cuerpo humano, o en este caso el de los ratones, está preparado para eliminar patógenos extraños.

Doménica y Contreras dudaron un instante. Un poco porque no querían creer lo que estaban escuchando y otro poco porque el castillo que habían construido dentro de sus cabezas se estaba desmoronando como si fuera de naipes.

–O sea… Vos querés decir que… –dudó Marcelo.

–Lo que acaban de escuchar. Así como se generan anticuerpos para combatir el Ubik 20, también existen los que eliminan al Ubik B.

–¿O sea que los cambios son temporales? –quiso confirmar Doménica lo que ya le había quedado más que claro.

–Exacto.

–¿Y en cuánto tiempo estimás que se generan esos anticuerpos?

–Estimo que entre dos y tres meses. Transcurrido ese tiempo, el virus desaparece y la gente vuelve a su estado original.

Doménica se tiró hacia atrás en la silla y se agarró la cabeza.

Contreras dejó caer desolado los brazos al costado de la silla.

Doménica atinó a hacer una pregunta más:

–¿No hay margen de error?

–Ninguno. Tengo el cien por ciento de certeza –afirmó Marissa sin titubear.

Marcelo y Pablo se miraron desconcertados. El que tomó la palabra fue Doménica, ya que Contreras había perdido la capacidad de reacción.

–Gracias, Marissa. Dejanos procesar esta información. Mañana hablamos. Queremos ver cómo seguimos… –dijo.

–Hablemos mañana –repitió Marissa y cortó la comunicación.

Doménica se paró y fue hasta donde estaba la botella de whisky. Se sirvió uno doble. Volvió a ofrecerle uno a Contreras, quien esta vez hizo un gesto afirmativo. También le sirvió una abundante medida.

–¿Hielo? –preguntó Marcelo.

–Uno chiquito –respondió Pablo.

Doménica trajo los whiskies y los dejó al lado de la computadora. Se sentó. Levantó el vaso y le ofreció un brindis a Contreras. Éste aceptó.

–Por el hombre nuevo –dijo Contreras.

Chocaron los vasos y ambos tomaron un trago.

–Por el hombre nuevo que habitará el mundo por sólo dos o tres meses –agregó Marcelo.

–No hay salida, ¿no? –preguntó Pablo. –El mundo va a seguir siendo la misma mierda de siempre.

–Intuyo que sí –admitió Marcelo.

–Salvo que aquellos que se enfermen descubran que es mejor ser buenas personas que seguir siendo las basuras que eran –se ilusionó Pablo.

–Le podemos poner todo el voluntarismo que quieras, Pablo, pero vos y yo sabemos que las cosas no funcionan así.

–¿Por qué no funcionan así? –insistió Contreras.

–Porque estamos atrapados en las preguntas eternas: ¿Qué es la bondad? ¿Qué es la justicia? ¿Quién tiene la razón? El mundo que proponemos nosotros, ¿es mejor que el que proponen los otros? ¿O sólo creemos que es mejor porque es nuestro, el que elegimos? Es el dilema eterno. No existe la maldad o la bondad. Sólo existe la valoración que los humanos hacemos de ella. Y esa valoración es subjetiva. Yo quiero vivir en otro mundo. En un mundo en donde el Ubik B envíe a la gente hacia los valores que defiendo. Pero no tengo certeza de que la razón esté de mi lado.

–Te hacés demasiadas preguntas. Yo sé perfectamente que, si el mundo va hacia el lugar que proponemos, va a ser un lugar mejor para vivir –dijo Pablo convencido.

–Yo creo igual que vos, Pablo. No te equivoques. Para acá tenemos la confirmación de que una cosa es una utopía y otra muy diferente una distopía. Yo pensé que nosotros podíamos modelar nuestra propia utopía para terminar con la distopía. Pero al final nos topamos con la realidad y el mundo va a seguir siendo la misma mierda de siempre, aunque con dos o tres meses de interrupción. No podemos decir que es la concreción de la utopía que tantas veces soñamos, pero al menos podemos disfrutarla por un tiempo.

Se miraron y terminaron el contenido de los vasos de un trago, como si fueran parte de una coreografía ensayada.

Doménica se levantó y fue hasta la mesada de la cocina a buscar la botella. La trajo hasta el escritorio de la computadora y sirvió dos whiskies más.

–Me parece que hoy es el día ideal para emborracharse –dijo.

Contreras sonrió con la tristeza dibujada en el rostro:

–Nada mejor que un buen pedo para recibir al hombre nuevo y despedirlo dentro de un rato.

 

 

PARA MIS AMIGOS:

Agradezco con el alma el aporte invalorable que realizaron Fabián Mauri con con sus ilustraciones y la edición precisa y rigurosa del mejor escritor y editor de textos que existe en el país: Alejandro Caravario. Por supuesto, mi agradecimiento también es para el resto de los compañeros de Un Caño (Pablo Cheb, Christian Colonna, Mariano Mancuso y Damián Didonato) quienes me permitieron publicar este delirio en la revista.