La información es clara y precisa: Nikola Kalinic rechazó la medalla plateada que le correspondía por ser parte de la selección de su país porque, tras el primer partido, fue expulsado de la delegación por el técnico Zlatko Dalic.
Kalinic, delantero del Milan, se negó a entrar a la cancha cuando quedaban pocos minutos del partido del debut entre Croacia y Nigeria por, según dijo, un dolor en la espalda. Dalic no quedó convencido por la explicación, supuso que el delantero estaba molesto por no tener más minutos en cancha y lo mandó de regreso a casa.
“Gracias por la medalla, pero yo no jugué en Rusia”, dijo Kalinic cuando sus compañeros se la ofrecieron. Para los medios croatas, la de Kalinic fue una respuesta “lógica, honesta y, sobre todo, esperada”. Lo que está claro es que nada, pero nada, suponemos, reparará la soberana estupidez que lo llevó a Kalinic a perderse un momento glorioso de su carrera como futbolista y de la historia deportiva de Croacia.
Este suceso dispara un par de reflexiones. Para Kalinic no tener esa medalla será un dolor que lo acompañará toda la vida. En cambio, para sus compañeros, significa el orgullo del deber cumplido. Kalinic la valora tanto que no se sintió merecedor. Y sus compañeros, orgullosos, la celebraron inmensamente junto al pueblo croata.
Es imposible no referirse a lo que pasó hace cuatro años, cuando los jugadores argentinos, después de recibirla, se la arrancaron del cuello como si fuera una ofensa. No tenemos dudas de que hoy por hoy, muchos de aquellos jugadores que estuvieron en Brasil y que después repitieron en Rusia hubieran dado su brazo derecho para llegar a la final e, incluso, perder con Francia.
Aquella frase de Bilardo o de Ayrton Senna (no sabemos quien la dijo primero) que decía que “el segundo es el primero de los perdedores” le hizo mucho daño al fútbol argentino.
Primero porque nos creemos mucho más de lo que somos. Parece que sólo competimos para ser primeros. Y que cualquier otro resultado es sinónimo de fracaso. Tres subcampeonatos en tres torneos ofíciales fueron definidos por muchos comunicadores como fiascos. Error. Frustrante fue lo que pasó en Rusia. Quedó claro, ¿no?
Segundo: ganar o perder es una consecuencia de muchas situaciones. Si no se hace las cosas bien, o muy bien, es muy probable que se pierda. Y aún haciéndolas bien, o muy bien, también se convive con esa posibilidad. En el deporte no existe la infalibilidad. Decenas de circunstancias, de detalles, se concatenan para llegar hasta la consumación de un resultado. Por eso lo más importante no es ganar, sino saber que se entregó todo para poder hacerlo. Rechazar una medalla plateada ofende al rival y, además, deja en muy mala posición al que la rechaza, porque sugiere que no hizo lo necesario para alcanzar la medalla dorada y la Copa. De otra manera, no se entiende semejante actitud.
Y tercero, es agotador seguir hablando de esto. Muchas veces nos queda la sensación de que estamos en una sociedad infantil. Y que debemos explicar lo que no merecería ni un segundo de nuestra atención.
La selección de Croacia y Kalinic, tal vez, nos ayuden a comprender el valor del trabajo realizado, más allá de que el resultado final no sea el esperado o el óptimo. Seguramente de esa manera seríamos un poco más felices.