“¡El cuerpo humano, por dentro, es azul y rojo!”, sentencia Miguel Ángel Rodríguez, a los gritos y con un gesto de tenerla clarísima: típico código de hincha. Lo hace en un escenario ideal, en el subsuelo de un bar temático futbolero ubicado a metros del teatro Broadway, donde en un rato más hará La revista de Buenos Aires. Y como para que quede claro, cuando lo miro con cierta perplejidad por la afirmación, repite: “¡El cuerpo humano, por dentro…”, hasta que en el televisor que cuelga de una pared Messi le hace un golazo al Real Madrid y el comediante se agarra la cabeza, mira al cielo y encuentra la mejor excusa para demostrar su teoría: “qué golazo, pero que golazo. Claaaaaaaaaro, mirá los colores que tiene puestos. No te digo, yo. Para mí, Messi lleva puesta la camiseta de San Lorenzo. Qué golazo”. Cuesta que Rodríguez se olvide de Messi, regrese, se concentre en la entrevista y continúe con su extraña teoría de por qué todos los hinchas llegan a este mundo siendo de San Lorenzo: “para mí, el ser humano nace de San Lorenzo, y después tiene dos caminos, seguir siéndolo o equivocarse y hacerse de otro club”, continúa.
–No quiero contradecirte pero eso mismo dicen los hinchas de todos los clubes.
–¿Vos viste los manuales de estudio para chicos?
–¿Qué tiene que ver?
–Fijate en los dibujos del cuerpo humano de todos los manuales: tienen las venas azules y rojas. ¿Qué otra prueba querés? Vayan a los libros –y se ríe, como lo hará cada vez que la irracionalidad del hincha se apodere de su ser–. San Lorenzo es amado porque siempre fue una institución que convocó no sólo a los propios hinchas, sino a un montón de gente de otros clubes que iban para hacer cualquier deporte. Era un club muy familiar. Además, como San Lorenzo sufrió tanto, mucha gente le tomó cariño hasta que Tinelli –lo dice en broma, aclaremos– se encargó de que nos tuviesen bronca. En nuestra cancha, la Selección argentina jugó el primer partido internacional. Fue el primer estadio que tuvo luz. San Lorenzo fue el primer bicampeón del fútbol argentino en 1972, y tuvo muchas gracias, como el Manco Casa, Pena, Coudannes, Zacarías, Mirko Saric, pero, del lado opuesto, fue el primer equipo grande en irse a la B. Y nos sacaron la cancha. Todo esto hizo que sea un club sufrido y que por eso se lo quiera. ¡Cómo no vas a tenerle cariño al que sufre!
–Si ponés en una balanza lo que sufriste por San Lorenzo y las veces que fuiste feliz, ¿qué saldo te da?
–Positivo. El amor a un club es parecido al amor que les tenés a tus padres. Vos hacés un balance de todo lo que te pasó con ellos y seguro que, si dejás de lado los quilombos, las peleas y los problemas, lo que te queda es el amor. Tus viejos pueden ser jodidos, pueden estar ausentes, y vos los vas a querer igual porque son tus viejos. En cualquier amor, por más que sufras, lo que te queda es positivo.
–¿Quién te hizo de ese club?
–Nací en Saavedra, y me suelen preguntar por qué no soy de Platense, un club al que le tengo mucho afecto. Pero mi abuela, mi mamá y los hermanos de ella siempre fueron de San Lorenzo. Algunos de mis tíos jugaron en el club, y la hermana de mi vieja, mi tía Olinda (también de San Lorenzo), estaba casada con mi tío Manuel. Fue él quien terminó de convencerme de que sea hincha del Ciclón. Mi viejo era fanático de Boca de joven y de más grande perdió interés por el fútbol. A mi hermano, que sí salió de Boca, le gusta joderme con que yo era bostero; siempre le contesto lo mismo: que uno primero puede ser hijo, pero después se convierte en padre (otra vez, Rodríguez se ríe de su canchereada).
“Si alguna vez mis hijos pensaron que se podían hacer de otro club que no fuese San Lorenzo, sabían que no comían más”.
–Es raro que el fanatismo por un club venga de herencia materna y no paterna.
–Es cierto. En mi caso, pasó así porque mi viejo dejó se ser futbolero y, en cambio, mi vieja mantuvo siempre muy presente a San Lorenzo en casa, y hasta el día de hoy sigue interesada y está al tanto de los partidos.
–¿Cuáles son las palabras justas para definir ese sentimiento que te une a San Lorenzo?
–Voy a caer en los lugares comunes que no por eso son menos ciertos. Esas palabras son pasión, amor y fidelidad. Al fútbol lo inventaron los ingleses; llegó a un país conformado por gente de distintas nacionalidades que huían de la pobreza y la guerra y se convirtió en un juego que nos unió. Aunque después el fútbol se haya convertido en un negocio y pareciera que divide, yo creo que nos une en un sentimiento común: el del amor incondicional. El fútbol te pone ciego. El hincha da todo, aunque el equipo te dé más o te dé menos. Enrique Pinti decía que pasan los gobiernos, pasan los peronistas, los radicales y quedan los artistas; y San Lorenzo canta: “pasan los dirigentes, pasan los jugadores, queda la hinchada”. Eso quiere decir que permanece el sentimiento.
–¿Te acordás del día que fuiste por primera vez a la cancha?
–Fue un partido contra Ferro en la cancha de Avenida La Plata, a principios de los ‘70. Fuimos un grupo grande en la Rambler enorme de mi viejo, con él, mis tíos y mis primos varones, que somos muchos. Lo primero que me impactó fueron los colores de los carteles, de la camiseta y el verde del pasto, porque yo tenía la idea de que era todo blanco y negro por la tele. Y después, el ruido que hacía la pelota en el pie del jugador, porque no te olvidés de que en esa época las pelotas eran pesadas. Me acuerdo del ruido que hizo la pelota cuando le pegó en el pecho al arquero Irusta. También me impresionaron los gritos de los jugadores porque, claro, eran seres humanos y hablaban. Tengo lindos recuerdos de tomar el colectivo 67 de Saavedra a Puente Pacífico y de ahí, el 15 a Avenida La Plata, por la que había que caminar un poco en subida. Cuando llegabas a un punto, aparecía enorme y majestuosa la cancha. Era una sensación hermosa. O esperar en la puerta a los jugadores, como lo hice con el Sapo Villar para que me firmase un gorrito un día nublado, lluvioso… Parece un tango, y claro que lo es. ¡La Avenida La Plata, el empedrado, Boedo, un día lluvioso, la mierda si no es un tango! Pero es una linda pintura, ¿no?
–¿Qué tipo de hincha sos?
–Pasé por varios estados. Si mis dos hijos putean como lo hacen es porque me deben haber visto hacerlo a mí de la misma forma. Ahora trato de medirme un poco, más que nada por el laburo. No puedo subir al escenario a hacer dos funciones en una noche disfónico por haber gritado como loco en la cancha. No da. Ahora sólo grito el gol y tiro alguna que otra puteada al árbitro, pero más bajito. Pero antes volvía disfónico de cada partido. Era de putear mucho, mucho. Nunca fui violento, nunca tiré una piedra, porque detesto la violencia. Pero putear, en todos los idiomas que te imagines.
–¿Nunca cometiste un exabrupto del que te hayas arrepentido?
–En un partido de la Primera B contra Morón, en la cancha de Huracán, cuando no teníamos estadio y alquilábamos, se armó un quilombo de insultos y piñas. En un momento, la hinchada bajó para voltear el alambrado, y yo, en un estado de absoluta inconsciencia, me sumé a la masa, enajenado. Cuando vi la escena por televisión, me dije “¡yo estuve en ese quilombo!”, y me dio vergüenza. Fue en 1982, a nuestro equipo lo dirigía el Toto Lorenzo.
–¿Te gastan más en la calle por ser una persona pública?
–Si me cruzo con los de San Lorenzo, el saludo es doble. Con los que son hinchas de otros equipos, no pasa de un “¡vos, cuervo!”, o un “lástima que sos de San Lorenzo”, y yo por dentro pienso “en fin, cada uno se caga la vida como quiere”. Nunca me pasó nada grave. El otro día, incluso, fui a ver San Lorenzo a Lanús, le pregunté a un cana si podía pasar con el auto y como me reconoció, me dijo “sí, maestro, pase”. Hice una cuadra y quedé en medio de la hinchada de Lanús que llevaba los bombos, te imaginarás que no eran señoras de Barrio Norte… “La puta”, dije, “este cana me lo hizo a propósito”. Los tipos se me acercaron a los gritos de “qué hacé vo’ acá, cuervo”. Les contesté “¡me equivoqué, papá, no me voy a hacer hincha de Lanús!”, y listo, se cagaban de risa. No iría a la platea de Huracán, aunque me gustaría, porque tengo muchos amigos de Huracán, como el Puma Goity y Coco Sily.
–Ya que Huracán es el archirrival de San Lorenzo, ¿te gustaría que se vaya a la B?
–No, y nunca me gustó. Quiero asegurarme los seis puntos en el año (Rodríguez festeja con una carcajada su maldad). A mí me gusta tenerlos, no que se vayan a la B. Quiero que el clásico se juegue y que ganemos. Yo hacía el programa Jamón del medio, por TyC Sports, y tenía tres productores hinchas enfermos de Huracán, no más o menos: enfermos: Ellos me cargaban permanentemente, andaban en changuito por el estudio y me jodían todo el tiempo. Pero el fútbol tiene esas cosas, esa gracia. A San Lorenzo y Huracán los une la ironía y el humor. Pensá que el ídolo de San Lorenzo, el Bambino Veira, es de Huracán, fue jugador y figura en Huracán, pero es nuestro ídolo.
–¿Cómo es un día tuyo cuando el equipo pierde?
–Lo hablo con el psicólogo. Estoy tratando de buscar un método para que no me afecte tanto. Todos los campeonatos me propongo tomármelos con más calma. Me digo “este campeonato no, tranquilo, si se gana bien, y si no, mala leche, veamos fútbol’, pero no la paso bien, me amargo. Antes era peor, andaba deprimido toda la semana si perdíamos, he llegado a sufrir y hasta llorar. Ahora no vale la pena llorar porque el fútbol se transformó en un negocio y se perdieron los sentimientos, que siguen estando, pero no como antes. Pero me gusta escuchar las cosas que dicen los tipos en la platea, me divierto como loco. Una vez escuché que un hincha le dijo a un juez de línea “metete la bandera en el culo y salí a remate”, una genialidad. Nosotros tenemos una hinchada con mucha imaginación. Diego, que durante unas cuantas horas fue jugador de San Lorenzo, reconoció que somos los más talentosos.
–Perdón por mi ignorancia: ¿Maradona jugó en San Lorenzo?
–Claro, antes de ir a Ñuls. Una noche, Diego se juntó con el Bambino en su casa de Avenida del Libertador, y mientras ellos charlaban en la cocina, en el living el presidente de San Lorenzo acordaba el pase con su representante, Marcos Franchi. Durante toda esa noche y varias horas del día siguiente, Maradona fue jugador de San Lorenzo.
–Pero eso no es lo mismo que haya jugado.
–En mi cabeza, sí. Cuando me enteré que se iba a Ñuls, me quería pegar un tiro en las pelotas. Pero me conformo con que Maradona haya reconocido que tenemos a la hinchada más creativa. Nosotros tenemos unas canciones hermosas, como esa de Víctor Heredia que dice “acá está la gloriosa hinchada de San Lorenzo, la que no tiene cancha y se bancó el descenso, y a pesar de los años y los momentos vividos, sigo estando a tu lado, San Lorenzo querido”. Esto, cantado por la hinchada, es algo que te pone la piel de gallina. El otro día, cuando hicimos la marcha por la recuperación del viejo Gasómetro, la gente la cantó y llorábamos por una vuelta que ojalá se dé.
–Ya que mencionás la movida por la recuperación de la cancha, hace unas semanas fuiste orador en el acto que organizaron los hinchas. ¿Preparaste el discurso?
–¡Me da mucha risa la palabra orador! Me invitaron al acto y, obvio, fui. Tenía muchas ganas. No podía creer la cantidad de gente que había. En un momento, me hicieron subir al escenario y me pidieron que dijese algo, que contase unos chistes, y yo trataba de explicarles que eso no era un show, pero no hubo caso. No sabía qué decir hasta que me pusieron un micrófono. Cuando saludé, se sintió una ovación tremenda que me puso la piel de gallina. Ahí empecé a decir una seguidilla de huevadas que ni yo puedo creer. Me dejé llevar y dije barbaridades como que los que no son de San Lorenzo son todos unos hijos de puta. Al otro día me llamó Ernesto Tenembaum para sacarme al aire, en su programa de radio, y me preguntó si ese sacado era yo. Cuando me vi en la tele no lo pude creer, parecía Raúl Castells en una marcha. ¡Qué papelón! Cuando bajé del escenario, Sanfilippo me dijo “vos sí que la tenés clara”. ¿Qué clara?, fue la emoción del momento que me embargó. Había 20.000 personas, todos llorando, mirá si no me iba a emocionar.
–¿Le perdonás todo a tu equipo?
–A veces no, a veces puteo mucho. Entiendo que el hincha mira el partido desde arriba, que no juega, y andá a correr en la cancha de San Lorenzo, andá a jugar un partido entero en la cancha de San Lorenzo… Pero, por otro lado, me digo “hijo de puta, vos entrenás todo el día para jugar bien, no la podés mandarla a la tribuna”. Yo me subo al escenario del teatro y la letra la sé. No creo que vaya a ser presidente del club, pero desde hace tiempo tengo esta idea: haría un contrato por guita con cada jugador, pero también afinaría los números, le contabilizaría cuántas veces dio mal la pelota o cuántas veces la pateó afuera, y le descontaría un porcentaje. Si se la atajó el arquero, no le descuento nada, pero si la mandó a las nubes, son cinco lucas menos. ¡Mínimo, pegale bien! Si les tocás el bolsillito, vas
a ver cómo juegan mejor.
–¿Cuál es tu prototipo de jugador preferido?
–Me gustan los arqueros. Aunque la mayoría piense que es un puesto para boludos, no es así. Pero me gustan más los que juegan para el equipo, como Francescoli. Yo soy fanático del Gringo Scotta, siempre lo admiré y tengo una foto de él en mi agenda, porque hizo 60 goles en un campeonato. Era una bestia peluda que tiraba las pelotas al cartel de Gancia, pero terminó sin fallar ninguna. A él, se la servía el Negro Ortiz, un genio del fútbol. Ortiz y Telch eran tipos que distribuían, que hacían un trabajo que no se notaba pero se notaba. Eran los que pensaban, y esos son los que más me gustan.
–¿Jugás al fútbol?
–Ya no, estoy en un momento de guardarme. Imaginate que el otro día, de sólo saltar en la manifestación, casi me rompo la rodilla… Tuve que ir al médico como un boludo. Desde chiquito y hasta VideoMatch, jugué mucho.
–¿Cómo te desempeñabas?
–Todo lo contrario a lo que son mis prototipos (se ríe de nuevo): no pensaba mucho porque soy medio rústico, como me ves. Me gustaba jugar arriba y hacer goles, también fui 2 y atajé, que me encanta. Estuve en varios puestos, pero lo importante era jugar a la pelota.
–¿Recordás algún buen momento como jugador?
–Recuerdo un partido que jugué en el patio del colegio Santa María de los Ángeles, en el barrio de Saavedra. Era un colegio de dos pisos, y en la parte de arriba funcionaba de palco. Era una final, el patio estaba lleno de papelitos y nos cambiamos en el baño, que ese día funcionó como vestuario. Jugué muy bien de 2, pero en un momento me llegó la pelota, levanté la cabeza y, a pesar de que el patio era enorme, se la serví justo en la cabeza a Felipe Urto, mi compañerito, y fue gol. No me olvido jamás de ese pase. Otra que me acuerdo fue un partido en el parque del Club de Amigos, durante un campeonato interradial. Jugué adelante e hice un gol de zurda al ángulo, y eso que yo soy derecho… Pero no me preguntes cómo lo hice porque no lo sé.
–¿Te comportás en la cancha como sos afuera como amigo, padre, compañero de trabajo?
–Creo que sí. Siempre, dentro de la cancha jugué para divertirme y aportando al partido una cuota de humor, y así soy afuera, me río mucho. Era de responderle a algún rival, cuando me decía “la concha de tu hermana”, “elegí con cual, porque tengo tres”. O jodía a los árbitros que suelen decir “usted es vivo”: les respondía “sí, soy vivo”, y me comía la tarjeta. Ese humor que tengo en la vida, en general lo apliqué en la cancha, porque en definitiva siempre fui un boludo importante.
–Tenés dos hijos. ¿Te esforzaste para que sean de San Lorenzo?
–Compré todas las sábanas, calzoncillos, remeras, pijamas, almohadones, cuadros, fotos, todo… Mis hijos abrían los ojos y lo único que veían eran los colores de San Lorenzo. Y si alguna vez pensaron que se podían hacer de otro club, sabían que no comían más.