En algún momento que parece reciente, el periodismo deportivo tomó un desvío lamentable en el uso de la primera persona. Aún peor: se naturalizó a tal punto el uso del “yo” para cualquier cosa (en la línea de escuela inaugurada por Martín Liberman) que ya ni siquiera se discute, y ahora el periodista empieza a tomar un papel trascendental, un protagonismo preocupante, un rol central que margina a los deportistas a un segundo plano, algo que sólo podemos creer los periodistas con nuestro ego desmedido y -según parece- los dueños de los medios. Pero que nos creemos a rajatabla.
Así que ya ni siquiera hablamos de dar opiniones cuando nadie las pide (“Yo creo que no puede jugar en la selección, deberían llamar a Wanchope”), o de poner ejemplos que normalmente encierran una segunda intención (“El otro día tuve que esperar media hora para entrar en la cancha de Ferro”) , o de hacer chistes internos en las transmisiones (“Estaba distraído… el siete de Independiente del Valle”), o de demostrar erudición a partir de una experiencia dudosa (“A mí no me vas a venir a hablar de laterales”, gritó el otro día el Pollo Vignolo, como si fuera Tarantini).
Todo eso lo dejamos de lado porque está tristemente instalado en nuestra hermosa y generosa profesión, que incluye al Ruso Ramenzoni y a Ezequiel Fernández Moores; a Rodo De Paoli y a Juan Villoro; a Hunter Thompson y a Horacio Pagani; a Norman Mailer y a Martín Voráyine Arévalo.
Hablamos, en cambio de un fenómeno más preocupante, relacionado directamente con la sensación horrible de que conocemos el estado civil y las costumbres nocturnas de todos los integrantes de la programación de TyC Sports (Tato Aguilera a la cabeza), e incluso podríamos detallar que dos conductores forjaron un romance, fueron burlados por sus compañeros recibiendo el mote de “Mónica y César” y tuvieron una hija, cosas que aprendimos al aire de un noticiero deportivo en el transcurso de los últimos años.
En los Juegos Olímpicos de Río, sin ir más lejos, un notero de Fox le hizo una pregunta a Juan Martín Del Potro que fue –más que pregunta- una observación: “En Londres 2012 –le dijo- yo estaba sin derechos y viví tu partido con Federer, de semifinales, desde afuera del estadio. Ahora estoy acá, con derechos y ganaste”. Ajá. Debe haberle interesado mucho a Del Potro, y mucho más a la gente que lo vio a través de Fox. Pueden verlo en el videito de acá arriba.
En esos mismos Juegos, la estrategia entera de un canal pasó por entregarle el centro de la escena a su periodista ancla, Gonzalo Bonadeo, al que incluso quisieron promover como abanderado en el desfile de cierre. Era un chiste, eso sí, pero grafica el espíritu general de lo que sucedía en esas transmisiones.
Bonadeo hace un trabajo elogiable y desmedido en las semanas olímpicas, y el canal tiene la idea constante de que debe convertirlo en protagonista. Mientras duraron las transmisiones, hubo un corporativismo panfletario alrededor del ex gordo, que habló por teléfono con cada deportista eliminado o ganador y agradeció los incontables elogios de sus colegas inmediatos por la persistencia en el aire, (en horas y en años: su presencia innegociable desde Atlanta ’96). Entonces lo filman cuando hay un evento con posibilidad de medalla, para que aparezca el videíto de “Así vivió Bonadeo el oro de Paula Pareto”. Hablemos de foco desplazado. Faltó el video de Bonadeo mirando el video de cómo lo vivió Bonadeo.
Él tampoco reniega de ese papel, hay que decirlo. En la primera charla con Santiago Lange después de que éste se consagrara en el yachting, Gonzalo le dijo: “Disculpá la autorreferencia, pero yo bajé 40 kilos y vos sobreviviste a un cáncer”. Ejem.
Juan Pablo Varsky, buen profesional y referente generacional, hizo otro tanto en los Juegos e incluso antes. Puede que sea más fuerte que él, pero también supimos sin más necesidad que escuchar su programa de radio, que tuvo un hijo (hincha de Newell’s, y podemos dar los detalles de por qué), que se casó y separó, subió y bajó de peso, se hizo runner y juega al fútbol en un country que consiguió un campeonato relativamente reciente.
Fíjense qué cosa, tanto Varsky como Bonadeo llevaron la antorcha olímpica antes de Londres 2012. Y no se armó tanto revuelo como con Calu Rivero.
Es difícil puntualizar cuándo pasó todo esto pero existe un estilo que se va instalando. Quizá las redes sociales tuvieran algo que ver. Muchos seguidores de la fama, la posibilidad de darse a conocer como una estrellita (un mini star-system) y mucho productor-director-gerente de televisión y página de Internet al que le interesa esa misma cuestión: tráelo, a ése lo conocen (muchachos, un secreto: para que la gente los mire, compren derechos y pasen eventos en vivo. Son mucho más convocantes que cualquier video viral y que cualquier charla, por más interesante que sea, entre Souto y Rodríguez).
Entonces nos encontramos en ESPN, otrora una cadena deportiva, con un programa de entrevistas vespertino y otro en el que pasan tuits y bloopers, más los videítos de NatiJota –besando a un juvenil de Los Pumas, boludeando con Troglio- para la risa del hijo de Pablo Granados. Y hasta vemos al cocinero Donato en la final de la Champions, porque es italiano. Viva.
Después se sorprenden porque un pibe que trabajó con Niembro se enoja porque las minas que se quiere levantar no lo conocen ni de nombre. Es lógica pura: sale en la radio, sale en la tele. Y se cree famoso porque trae a los hogares de la gente a los famosos.
Es una pena: la capacidad de meterse en el mundillo y hablar desde adentro, demostrando presencia, resulta una forma valiosa para acercar eso que a la mayoría le queda lejos. La intimidad, por ejemplo. Los detalles de un evento remoto que los grandes medios no registran más que en un par de líneas (o un par de segundos en radio o televisión), o de un lugar específico que no suscita mayor interés, o bien de un personaje del pasado o del presente que hay que rastrear para conocer de manera más completa. Es decir: la primera persona puede ser muy atractiva cuando desnuda el entretelón del trabajo periodístico (por ejemplo los libros Corbatta, el wing de Alejandro Wall o El Partido de Andrés Burgo), porque puede entregar datos relevantes e interesantes para el lector/usuario/consumidor del medio.
Porque, habría que dejarlo claro, el problema nunca es la subjetividad. Un texto objetivo no existe cuando lo escribe un sujeto. Puede llegar a ser imparcial, sí. Pero nunca objetivo. Cada palabra elegida, la extensión del texto y los hechos que se recortan para relatar dan cuenta de una persona que está detrás de su creación. Un texto imparcial, por otra parte, suele ser bastante aburrido: una noticia, la base para la elaboración posterior.
Pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Y esto que anda pasando en los canales periodísticos de deportes no se parece mucho al periodismo deportivo. Presa de la espectacularización, parece más bien un teatro para desfilar personalidades a partir del humor, la buena onda, la alegría y el ritmo tropical.
Puede que sea una cosa. Debe ser una cosa. Seguro que es una cosa. Pero es otra cosa.