“Vas a contar que pusiste en el banco al gran Sanfilippo, pero también vas a tener que contar esta trompada”, le dijo el gran Sanfilippo a Aristóbulo Deambrosi, ayudante de campo de Adolfo Pedernera en Boca, antes de sentarlo de una piña en el piso de la cancha. Así era el hombre que hoy todos reconocen como un tira bombas mediático pero que supo ser uno de los más grandes goleadores de la historia del fútbol argentino.
Sanfilippo era un loco malo, más parecido a un psicópata de pelicula policial que a un simpático chiflado de comedia. Aquella anécdota sirve como ejemplo. Aunque Pedernera era el entrenador jefe, Deambrosi salía a la cancha y armaba el equipo de Boca en 1964. En un partido contra San Lorenzo por la Copa Jorge Newbery -torneo organizado por AFA del que participaron River, Boca, San Lorenzo, Racing, Vélez y Huracán-, el bueno de Aristóbulo decidió dejar en el banco al delantero estrella del equipo. En aquel momento, los cambios sólo podían realizarse en el primer tiempo, por eso la ira de José Francisco estalló al término de la etapa inicial. El tipo le pegó al DT y puteó a todos los que por allí pasaban: compañeros, cuerpo técnico, árbitros, hinchas.
“Quiero jugar y no me dejan. No hay ningún motivo para que no me incluyan. Pienso que los técnicos no tienen ningún derecho a dejarme sentado en el banco de suplentes, muriéndome de ganas por entrar y haciendo el triste papel de un payaso”, dijo el golpeador después del incidente. En definitiva, era un muchacho incomprendido con ganas de jugar.
Aquella no fue la única piña célebre de este petiso malvado. En 1973, tuvo un fugaz paso por Deportivo Español como entrenador, que terminó de manera abrupta por su reacción contra el árbitro Coradina, a quien noqueó después de que lo expulsara. “Mirá esta mano, mis nudillos, yo soy medio boxeador, pego con esto, mis nudillos te duermen, eh”, describió en una entrevista con la revista El Gráfico. Y sí, para ser un loco malo hay que tener la mano pesada.
Otra de sus “víctimas” fue el Panadero Díaz, a quien él mismo asegura haber ajusticiado en dos oportunidades. La primera fue en el descanso de un clásico contra Racing y la segunda mucho tiempo después, en una entrega de premios en el Luna Park. Lo cuenta con orgullo e inflando el pecho, pero no hay seres humanos que comprueben esos hechos. Incluso, hay quienes afirman que no son más que fantasías de un ególatra. Sea como sea, su regocijo al recordarlo sólo sirve para acentuar más su locura.
En 1966, la revista 7 días lo describió así: “Un jugador de rostro aniñado que es la rebeldía personificada. Cree en él excesiva y peligrosamente, y poco en los demás. Su talento a veces lo embriaga, y duda mucho del talento de los que lo rodean. Está convencido que es una estrella, y repite reiteradamente que una estrella surge de tanto en tanto. Desconfía de la función de un director técnico, pero cree fervientemente en la inspiración personal del jugador. Es la última vedette del fútbol argentino”.
Las nuevas generaciones sólo ven en José Francisco Sanfilippo a en un señor grande que va a los programas de televisión a gritar y a criticar a todo el mundo. No creen que haya demasiada diferencia entre él y Guillermo Nimo, por caso. Sin embargo, es indispensable aclarar que se trata de uno de los jugadores más importantes de todos los tiempos en el fútbol argentino, sin ningún tipo de exageración sanfelippesca. El Nene era un delantero que tenía todo: fuerza, potencia, cabezazo, precisión, olfato y personalidad. Es el máximo artillero de San Lorenzo, terminó como goleador en cuatro temporadas consecutivas y es el sexto máximo anotador del profesionalismo.
Su leyenda se forjó con goles, con piñas y con palabras. Con muchas palabras. “Una mezcla de Romario, Saviola y alguno otro más y a lo mejor sacás el cincuenta por ciento de lo que era yo”, dijo alguna vez. Nunca hizo falta que los demás lo elogiaran porque él se encargó siempre de recordar su talento. “Yo era un fenómeno, muy completo. Le pegaba con las dos piernas, cabeceaba, era solidario, ¿que más se necesita?”.
Nació en el Bajo Flores, a pocas cuadras de donde hoy se ubica el Nuevo Gasómetro. Aprendió a jugar en las calles recién asfaltadas y en los potreros del barrio. Según él, había “un abismo de diferencia” con el resto de los niños de su edad. Llegó a San Lorenzo, el club de toda su vida, en octava división y allí hizo todas las inferiores. Debutó en primera a los 18 años, contra Newell’s Old Boys en Rosario y en su segundo partido le marcó dos goles a Banfield. En la temporada siguiente, 1954, volvió a la reserva, pero en el 55 se afirmó en el plantel profesional porque los hinchas iban más a ver a la tercera que al equipo principal. Dos años después, debutó en la Selección nacional.
“Yo fui un fenómeno de verdad porque no dejé nada librado al azar. Si tenía dificultades con una pierna, me quedaba horas practicando y practicando contra la pared. Me faltaba cabezazo y le pedía al entrenador que después de la práctica dejara al arquero y a un compañero para que me tiraran centros. Hasta me gustaba ir al arco para ver cómo reaccionaban los delanteros”. El hombre da los secretos de su éxito y se muestra convincente.
Desde que llegó a la presidencia de Boca, Alberto J. Armando tenía un sueño: contratar al mejor atacante del fútbol argentino. Luchó hasta que lo logró en 1963. Como en el equipo todavía estaba el ídolo brasileño Paulo Valentím, la nueva estrella no podía jugar de nueve- Entonces lo hizo de mediapunta, casi como un mediocampista de creación. Durante el primer año se calló la boca y jugó donde le dijeron, pero su tranquilidad duró poco y en el 64 ya estaba desesperado por volver a su posición natural. En ese contexto se produjo la pelea con Deambrosi. Después de la piña, el club decidió rescindirle el contrato y el Nene se fue a jugar a Nacional de Montevideo.
Antes, besó la camiseta de Boca delante de la hinchada de San Lorenzo. Todo empezó cuando, en la previa de un clásico, el defensor Mariotti dijo: “Dejen, que a Sanfilippo lo marco yo, le voy a pegar una patada de entrada en la rodilla y no juega más”. Por supuesto, el hombre en cuestión entró a la cancha sacado y fue expulsado. En el camino hacia el vestuario se trenzó con su “amigo” Coco Rossi y la gente comenzó a insultarlo. Entonces, tomó la azul y oro y la besó con despecho.
Su año en Uruguay fue tan intenso como el resto de su carrera. Antes de un clásico contra Peñarol, Ladislao Mazurkiewicz dijo que si Sanfilippo le convertía un gol, él se hacía cura. Por supuesto, el Nene hizo su gracia apenas comenzado el partido y lo mandó a comprar una sotana. El encuentro se terminó con una batalla campal, en la que el delantero argentino se retiró del campo de juego tirando piñas al entrenador rival Roque Máspoli, a policías y a todo aquel que se le pusiera enfrente.
Yo era un fenómeno, muy completo. Le pegaba con las dos piernas, cabeceaba, era solidario, ¿que más se necesita?
Su aventura del otro lado del charco casi termina en tragedia. Según sus propias palabras, el director técnico brasileño Zezé Moreira lo “mandó a quebrar por celos”. Es que Nacional venía de salir campeón con un estilo defensivo y la presencia de un jugador como Sanfilippo atentaba contra las ideas que pregonaba el DT. Entonces, en un amistoso contra Vasco da Gama “mandó” a su compatriota Fontana a lesionarlo. Estuvo un año sin jugar y casi pierde la pierna por culpa de un enfermero de Peñarol que infectó su herida.
En 1966 volvió a Argentina para jugar en Banfield. El presidente del club del sur, Valentín Suárez, lo contrató con esta idea: “Él representa una promoción para el equipo. Trae mucho público; además, nuestro equipo está defensivamente dotado, careciendo de valores ofensivos”. Es decir que Sanfilippo llegaba a Banfield para convertirse en el símbolo del equipo, en una especie de golpe publicitario. Ya era conocido su carácter y por eso no muchos dirigentes se arriesgaban a contratarlo. Jugó un año con relativo éxito y luego volvió al exterior.
Viajó a Brasil y dejó un gratísimo recuerdo en Sport Bahía, pero antes se peleó con todos en Bangu, club en el que ni siquiera llegó a debutar. En Bahía lideró una especie de “acción rebelde” contra Pelé. Edson Arantes tenía 999 goles y su Santos debía jugar contra el cuadro bahiano. Entonces, el presidente del club y algunos jugadores paulistas entraron al vestuario y les pidieron a sus rivales que fueran “respetuosos” con O Rei y que festejaran con él cuando llegue el momento del gol histórico. Sanfilippo fue uno de los primeros en negarse a tal sacrílega actitud. Bahía jugó como corresponde y el partido terminó 1-1. “El Negro se quedó con las ganas y al final le metió el gol 1000 al Vasco da Gama del Gato Andrada, una semana más tarde”, se vanaglorió tiempo después.
Como Perón, regresó en 1972. La comparación no es una metáfora. Literalmente, Sanfilippo viajó con el General en el avión que lo trajo al país en noviembre de aquel año. Lorenzo Miguel y José Ignacio Rucci, reconocidos hinchas de San Lorenzo, lo invitaron y el Nene, peronista confeso, aceptó gustoso. En la entrevista con El Gráfico contó las sensaciones de aquel histórico viaje: “Cuando el comandante dijo que estábamos sobrevolando territorio argentino, hubo una gran ovación y nos pusimos a cantar la marcha peronista. Después, estuvimos como dos horas dando vueltas por Ezeiza. En ese momento me agarró un cagazo importante, porque Lanusse había dicho que a Perón no le daba el cuero para volver y se me cruzó por la cabeza que por ahí esos locos nos mandaban una avioneta a chocarnos y éramos todos boleta”. Aquel hecho fue clave para el abrupto final de su carrera de entrenador, ya que con la dictadura comenzada, su cercanía al partido del pueblo hizo que ningún dirigente lo contratara.
En su retorno a San Lorenzo, jugó ocho partidos y convirtió ocho goles, como para dejar bien en claro su vigencia goleadora. Su campaña en la Selección Argentina no fue extraordinaria pero sí importante. Jugó dos Copas del Mundo (1958 y 1962) e integró el histórico equipo de los Carasucias de Lima en 1957. Él califica a aquel Seleccionado como “el mejor de la historia”. Por supuesto, si él lo integraba.
Todo lo que vino después fue algo así como una caricatura de sus días de crack. Podía pelearse con todos, comportarse como un psicópata, poner cara de malo sin razón aparente y hacer gala de una irreverencia insoportable, pero también era capaz de mandársela a guardar a cualquiera en cualquier momento. En definitiva, un loco malo que vivió y sobrevivió gracias al gol.