“Cocaína. Yo ya había bebido una 100.000 pintas de cerveza y había gastado millones de libras en los corredores de apuestas, pero eso no era nada. No iba a matarme. La coca se quedó con mi vida por unos diez meses y casi me remató. Fácilmente podría haber sufrido un ataque al corazón en pleno partido, dado la enorme cantidad de basura que me llegué a meter. Una vez que empecé a tomar, nada fue suficiente y nada me iba a evitar conseguir una línea más.
Mi mal hábito se hizo tan fuerte que llegaba del entrenamiento, corría las cortinas y me sentaba en la oscuridad con un par de pilas de polvo blanco enfrente de mí. Leía la página de las carreras de perros y mi teléfono ya tenía en su memoria el número del corredor de apuestas.
Hacer una apuesta, aspirar una línea.
Apostar, aspirar una línea.
Apostar, aspirar.
Apostaraspirarapostaraspirarapostaraspirarapostaraspirar.
Si el hombre del gas llegaba a tocar a la puerta para leer el medidor o si un amigo se metía en la casa de forma inesperada, me hubiese cagado encima. Es que estaba tan mal de la cabeza que el más mínimo ruido me generaba un miedo muy grande.
No tengo idea cuánto gasté en cocaína, estaba tan sacado cuando compraba que ni sabía lo que estaba haciendo. Lo que sí recuerdo es que una vez le debía 400 libras a un dealer por una noche de fiesta. Si lo hacía tres o cuatro veces por semana, dependiendo de cuándo jugaba Arsenal, no hace falta ser el profesor Stephen Hawking para darse cuenta de que no sólo estaba gastando fortunas, sino de que me estaba acercando al agujero negro de mi vida.”
“Cómo no ser un futbolista profesional” es el extraordinario título de la autobiografía de Paul Merson. En ese libro, el ex jugador inglés hizo pública su adicción a la cocaína, al alcohol y a las apuestas. Además de destacarse como un verdadero ídolo de Arsenal, fue uno de los grandes futbolistas británicos que no pudieron escaparle a los excesos y terminaron pagando demasiado caro sus propias debilidades.
Merson era un crack. Cuando estaba lúcido, sobrio y con ganas de jugar, era irremplazable en cualquier equipo. Podía jugar como enganche, mediapunta o delantero. Tenía habilidad, buena pegada y gran visión de juego. Hincha fanático de Chelsea, hizo todas las inferiores en Arsenal y allí debutó. Jugó en Highbury Park durante diez años, entre los ochenta y noventa. Se fue justo cuando llegó Arsene Wenger, como una especie de símbolo del cambio de identidad del club más popular de Londres.
“Era el punto más bajo de mi vida como apostador. La noche antes de un partido de visitante contra Aston Villa, me senté en el borde de mi cama en una habitación de hotel Bolton y pensé en romper mis propios dedos. Es que estaba muy desesperado por levantar el teléfono y hacer una apuesta. Hasta ese momento de mi vida, me había gastado unos siete millones de libras en el juego y me moría de ganas de dejarlo. Pero simplemente no podía.
Agarrar mis propios dedos con una puerta o romperlos uno a uno con un martillo eran las únicas formas que encontraba para poner fin al ciclo. Era una locura realmente. Estaba arrojando todo mi dinero en apuestas: 3000 libras aquí, 5000 allí; siete u ocho mil dólares en los caballos. En esos días, no pensaba dos veces si tenía que apostar 10.000 libras en un partido de la NFL. Cuanto más dinero ganaba, más jugaba. Pero era un adicto tan grande que incluso sentía que ganaba poco cuando ganaba mucho. Una vez, aposté la casa de mis padres y gané 20.000 libras. No estoy seguro en qué habrá sido. Probablemente, en el curling en los Juegos Olímpicos de Invierno o algo tan estúpido como eso”.
Su relación con el Seleccionado inglés fue de amor-odio. Más o menos como es la relación del Seleccionado inglés con la vida en general. Jugó la Euro 1992 y sufrió el fracaso en primera persona. Sólo jugó un Mundial, en 1998, cuando metió un penal en la definición de octavos que terminaría en derrota ante Argentina. También fue parte del plantel que quedó eliminado de la Copa del Mundo de Estados Unidos 1994. En esas Eliminatorias, concedió un penal en el encuentro contra Holanda, que fue clave en la decepción de Inglaterra. En 1993, la Rubia Albión disputó la US Cup frente a Brasil y Alemania, en Estados Unidos. Allí, Merson protagonizó un grave incidente cuando, después de escaparse de la concentración y dirigirse a un barrio bajo de Chicago terminó en una pelea a la salida de un bar. Regresó al hotel solo y borracho, claro está. A la mañana siguiente, el FBI le hizo una visita a la delegación inglesa para “advertirles” de los peligros de algunas zonas.
En 1991, Paul Merson ya era un jugador destacado. Arsenal estaba a punto de ganar la Liga y él cerca de hacer su debut internacional con la Selección. Sin embargo, no tenía dinero ni para comprar un sandwich. Es que todo lo que ganaba, se iba por la canaleta de las apuestas. Vivía en una casa sin muebles ni calefacción y debía comer con su madre porque ni siquiera podía comprar comida. Según sus propias palabras: “no había evento social en el mundo en el que no me dieran ganas de apostar”.
Se casó por primera vez en plena Copa del Mundo de Italia 1990. Lo que significa que ese día se jugaron partidos. Lo que significa apuestas. El día anterior a la boda se tomó unos cuantos de los vodkas destinados a la fiesta porque quiso evitar la resaca que generaría la cerveza. Hombre precavido vale por dos. Apenas el sacerdote terminó de hacer su trabajo, Merson puso su cabeza en William Hill. El día del casamiento, Inglaterra jugaba contra Holanda y muchos de sus invitados querían ver el juego, pero a él le interesaba más el encuentro entre Escocia y Costa Rica, en el que le apostó una buena cantidad a los escoceses. El Seleccionado británico fue sorprendido por lo Ticos y nuestro ¿héroe? pasó una buena parte de su noche de bodas sentado en la cama, lamentando su mala suerte.
Lejos de aprender de aquella pésima experiencia, poco tiempo después hizo viajar sóla a su esposa cuando estaba a punto de dar a luz porque había apostado en el fútbol americano y prefirió quedarse a verlo antes que llevarla al hospital. A pesar de que estas historias pueden sonar risueñas, en sus relatos queda claro el sufrimiento por el que atravesó Paul Merson. Nunca habla de placer a la hora de apostar, de tomar o de drogarse, sino de impotencia, de decepción. Tampoco afirma que estos problemas afectaron su rendimiento en las canchas, pero sí que no le permitieron entrenarse con normalidad ni tener estabilidad emocional.
En 1999 dejó Middlesbrough, donde había logrado un ascenso, y fue transferido a Aston Villa. En su última conferencia como futbolista del Boro, Merson habló sobre los problemas del plantel: “Me fui para salvar mi salud. Tenía que salir de ese lugar, porque yo no puedo entrar en un vestuario y gritarle a 20 personas que dejen de apostar y de tomar alcohol. Llegué a jugar 35.000 dólares por un caballo, y no podía volver a caer en la tentación. En un ambiente así es muy difícil decir que no”. Esas declaraciones generaron la ira de sus ex compañeros. Incluso la de Paul Gascoigne, que hasta fue apuntado como el principal responsable de la salida de Merson, algo que el propio ex Arsenal desmintió: “El es mi mejor amigo en el fútbol. No es el culpable de mi partida”.
Sí, es imposible evitar pensar en qué hacían estos dos amigos cuando se juntaban a “tomar algo”.