A mediados de 1985, la Selección de Brasil estaba en un inédito mal momento. El equipazo de España 1982 ya no era aquel que había deslumbrado e inesperadas derrotas ante Chile y Colombia provocaron la salida del entrenador Evaristo de Macedo. Entonces, la dirigencia decidió volver a contratar al único técnico capaz de recomponer la situación: Telé Santana, quien le renovó la confianza a los cracks de España y sumó jóvenes valores, como Renato Gaúcho, gran figura del Gremio campeón de América 1983. Gracias al gran Telé, la Verde amarela clasificó sin problemas para la Copa del Mundo de México 1986 y todo volvió a la normalidad en la Selección mais grande do mundo.
Aquella no fue la primera ni la única vez que Renato Gaúcho llegó tarde a una concentración y desató un escándalo. El actual DT campeón de América se destacó a lo largo de su vida futbolística como un muchacho díscolo, con ciertos problemas para cumplir órdenes y siempre se mantuvo bien lejos de las reglas disciplinarias. Un jugador de medias bajas dentro y fuera de la cancha. Fue uno de los mejores punteros de las década del ochenta y hace días se convirtió en el primer brasileño en ser campeón de la Libertadores como jugador y técnico. Nunca pasa desapercibido.
Renato Portaluppi nació en 1962 en Guaporé, una ciudad ubicada al norte de Porto Alegre, y se crió en Bento Gonçalves. Allí, un día comenzó a perseguir al entrenador Antônio Costa y le insistió durante días hasta que le permitió jugar en Esportivo, el club de la ciudad donde hizo las divisiones inferiores. En 1982 llegó a Gremio y solo un año después marcó los dos goles más importantes de la historia tricolor: en Tokio frente al Hamburgo de Kevin Keegan por la Copa Intercontinental. Tenía 21 años y ya era ídolo absoluto.
Tiempo antes del escándalo que lo dejó afuera de México 1986, Renato fue capaz de expresar su amor delante de las cámaras de televisión. Era el día de los enamorados de 1985. Un periodista le pregunta cómo se están preparando para los compromisos que se vienen y él responde que está muy triste, que extraña a sus novias. Sí, en plural. Entonces, mirando a cámara, empieza a tirar flores mientras saluda con reverencia a cada una de sus enamoradas.
Tras ganar la Libertadores, la Intercontinental y dos títulos gaúchos, Renato fue transferido a Flamengo, el club que él consideró alguna vez como el más importante de su vida. En Río de Janeiro no tardó nada en ser reconocido como un carioca más. Sin embargo, más allá de aquella (otra) declaración de amor, su relación el Fla no fue siempre buena. Allí estuvo en cuatro ciclos distintos entre 1987 y 1998 y ganó un campeonato brasileño y una Copa de Brasil. El hecho que quebró su idilio con la torcida rubro-negra fue el legendario gol da barriga.
Último partido del torneo carioca. Clásico Fla-Flu. Flamengo, que quería ganar el título en el año de su centenario, tenía jugadores de primer nivel mundial, como Romario y Sávio. Fluminense, en cambio, solo podía presumir de un futbolista cuyo mejor momento ya había pasado: Renato Gaúcho, un hombre que venía de hacer un peregrinaje por clubes como Roma. Botafogo, Cruzeiro y Mineiro. Un Maracaná repleto vio cómo Flu se puso en ventaja de dos goles y cómo Fla empató a poco del final. Ese resultado le alcanzaba al equipo rubro-negro, pero a tres minutos del final Ailton remató al arco sin demasiada convicción y en el camino la pelota pegó en el estómago de Renato y se metió en el arco y en la historia. El ex ídolo de Flamengo celebró el gol con alma y vida y se ganó el amor eterno de la torcida del club de Las Laranjeiras. Allí, es indiscutido.
Después de aquel partido inolvidable, Renato se ganó el mote de “rey de Rio”. Sí, un muchacho del sur le ganaba el trono a cariocas de nacimiento como Romario o Tulio Maravilha. Su relación con el Baixinho fue similar a la que tuvo con Flamengo: muchas idas y vueltas. Comenzó en la final del torneo carioca 1988, cuando Romario provocó a Renato tras el gol de Vasco a Flamengo y ambos se fueron expulsados. Al año siguiente, Romario criticó al técnico de la Selección Sebastião Lazaroni, que en un partido en Údine lo dejó en el banco para darle lugar a Portaluppi. “La Selección no es para ayudar a los amigos”, dijo el Baixinho. En la Copa América 1989 y el Mundial 1990 unieron fuerzas por la Canarinha, pero los problemas volvieron el día del gol da barriga. Desde aquel encuentro, Romario, acostumbrado a llevarse todos los elogios, vio herido su ego ante un jugador sin demasiados laureles pero con la arrogancia suficiente como para pelearle el protagonismo siempre.
Se retiró en 1999 y al año siguiente comenzó su carrera como técnico, en Madureira. Dirigió en cuatro ciclos diferentes a Fluminense (ganó una Copa do Brasil), pero su verdadero gran éxito llegó este año con la Copa Libertadores en Gremio. “Me merezco una estatua en el estadio”, había dicho en 2016, cuando ganó la Copa do Brasil y cortó una larga sequía de títulos internacionales para el conjunto gaúcho. Lo que merece ahora, tras ganar la tercera estrella continental para el club y convertirse en el primer brasileño en coronarse como jugador y como DT, solo él lo sabe.