“¿Cómo me va a dejar en el banco a mí, que soy el mejor jugador del equipo? Me la va a pagar”. En el mundo actual, esta historia tendría un final muy fácil de reconocer: el futbolista en cuestión, experimentado y querido por la gente, le tiende una hermosa cama al entrenador, en venganza por dejarlo fuera de los titulares. Pero este cuento es de otra época y tiene protagonistas muy singulares. A comienzos de 1976, Gianfranco Zigoni armó una vendetta a su manera. Salió a la cancha enfundado en un imponente tapado de piel blanco y con un sombrero de Panamá. Así, se sentó en el banco sin chistar. Porque los talentosos de verdad no
necesitan ajustar cuentas con camarillas ni política barata.

con tapado“Le dije a Gianfranco que si iba al banco con su tapado, le daría 20.000 liras. Nuestro compañero Klaus Bachlechner, que era un avaro espectacular, prometió darle la misma cifra. Por supuesto, con tal de sacarle dinero al tacaño de Bachlechner, Gianfranco aceptó la apuesta”. Aquella tarde quedó en la memoria de todos los veroneses. La imagen del ídolo disfrazado generó un inédito repudio. Todo el estadio lo abucheó como nunca. Por un minuto, los tifosi de Hellas Verona se cansaron de las ocurrencias del crack y lo dejaron sólo. En el banco y sólo.

Por supuesto, sin él, el equipo perdió a su principal carta de triunfo y se fue al descanso 0-2. Entonces, el presidente irrumpió en el vestuario y le gritó al técnico, Ferruccio Valcareggi: “¡Cómo puede permitir que un jugador salga a la cancha vestido así! Somos los payasos de Italia”. La respuesta del entrenador fue elocuente: “Con Zigoni no puedo hacer nada”. A los 32 minutos del segundo tiempo, no le quedó otra que hacerlo ingresar, porque no había manera de remontar el resultado. Entonces, Zigoni jugó. Y cuando Zigoni jugaba, era el mejor de todos. Un gol y un tiro en el travesaño no alcanzaron para empatar pero sí para dar vuelta la opinión del estadio. Los hinchas recordaron que lo amaban así, loco y rebelde.

A la hora de hablar acerca de un personaje como Gianfranco Zigoni es muy fácil caer en lugares comunes. Llamarlo “mito viviente” es una tentación elemental y cierta a la vez. Sin embargo, emplear estos adjetivos trillados no es una buena manera de homenajear a un hombre que siempre intentó salirse de la normalidad. No por un capricho o una rebeldía trivial, sino por su desesperado intento de trascender.

color“Nunca quise ser parte del rebaño. Acumulé muchos partidos de suspensión por eso. Porque no me dejé nunca manejar por los dirigentes ni despreciar por los árbitros. Llegué a pagar una multa que ningún futbolista pagó jamás: treinta millones de liras. Ese dinero servía para comprar dos departamentos. Pero no para comprar mi libertad de opinión”. Zigoni es un emblema de Verona por su descomunal talento futbolístico pero también por sus actitudes. Salirse de la lógica era su manera de destacarse por sobre el resto. Y lo hacía todo el tiempo. Por algo el amor de su Pueblo por él es superior al que tiene por los campeones de Italia de la década del ochenta. Ese equipo habrá ganado el título, pero no tenía un Zigoni.

Nació en un barrio humilde de un pueblo del Véneto llamado Oderzo, en la provincia de Treviso. “En el final de la Segunda guerra mundial yo era un bebé. Los aviones bombardeaban las vías del ferrocarril y yo temblaba en la cuna. Creo que ahí me volvió loco”. Él mismo buscó y creyó encontrar el momento en el que su personalidad se corrió del eje de la normalidad. Luego, durante su carrera deportiva, aquellas bombas lo convirtieron en una leyenda.

Jugó en las décadas del sesenta y del setenta. Fue el primero en utilizar botines rojos, que acompañaba con una camiseta bien pegada al cuerpo y una melena que irritaba a los puritanos del norte de Italia. Como sucede con la mayoría de los locos que estas páginas intentan reivindicar, la gente iba a la cancha a verlo a él. “Era un rey”, “un Dios”, “el más grande de todos”… así lo describieron los tifosi de Verona que lo vieron jugar en un excelente documental del programa español Informe Robinson. Aún hoy, Zigoni es un símbolo de la ciudad.

De niño, jugaba descalzo en el campo, cerca de la iglesia de Oderzo. Allí, en uno de los barrios más humildes de la ciudad, lo vieron emisarios de Juventus, aunque él rechazó aquella oferta inicial para irse a jugar al gigante de Turín. Desde su primer contacto con una pelota, se destacó como el mejor de todos. “A mí no me gustaba trabajar, así que jugar al fútbol me parecía una buena forma de ganarme la vida”. Entonces, a los quince años finalmente le dijo que sí a Juventus y fichó por Pordenone, un club menor que era una especie de filial del Bianconero.

juveA los 18 años debutó en la Juve, donde sólo jugó cuatro partidos y marcó un gol. “A la gente de Turín no le gustaba mi pelo. En ese momento era demasiado joven y no tenía la fuerza para pelear”. A pesar de que la Vecchia Signora y Zigo no se agradaron al principio, hubo un partido que quedó en la historia. Fue contra Real Madrid. El adolescente de la melena le pegó un baile bárbaro a José Santamaría y éste lo comparó con Pelé. Tiempo después, Zigo se enfrentó a O Rei en un encuentro entre Santos y Roma. Recordaba aquellas palabras del defensor español y estaba seguro de que en verdad era mejor que el tal Pelé. Pero se encontró con un fenómeno de otro mundo: “Cuando vi jugar a Pelé en vivo tuve un golpe de depresión. Creo que durante el partido quise dejar el fútbol. Era imposible jugar como él. Nunca lo iba a poder hacer y eso me dio una melancolía gigantesca”. Pero Edson tuvo la amabilidad de fallar un penal y eso le devolvió la esperanza a nuestro héroe. “Era humano. Creo que ese penal salvó mi carrera”.

Con Omar Sívori en su posición, no le quedó otra alternativa que dejar la Juve de forma prematura. Es que su único objetivo era jugar, más allá de las camisetas. Tras dos buenos años en Genoa, regresó a Turín, donde se encontró con Heriberto Herrera, “un dictador”. El entrenador paraguayo lo sofocó de tal forma que terminaron a las piñas en la concentración. “Teníamos que dormir muy pronto y vivir como en un ejército. Yo no lo entendía, venía de ser ídolo en Génova. Reconozco que bebía y fumaba, pero esa disciplina era demasiado. Llegué a odiar el fútbol y tuve que ir al psiquiatra”. Su opinión sobre los DTs es la misma de cualquier rebelde ante las figuras de autoridad: “Los entrenadores… no vale la pena ninguno. Herrera me hizo jugar en una posición que no era la mía, era un dictador. Pero al menos era un hombre honesto”.

A los 23 años disputó su único partido en la Selección de Italia. Fue en Bucarest frente a Rumania. Ferruccio Valcareggi era el entrenador y lo puso de titular. Sin embargo, lejos de sentir una alegría absoluta por vestir la camiseta nacional, Zigo notó algo extraño en aquel partido. Gianni Rivera, el amo y señor del Calcio en esos años, buscaba evitar el calor rumano y siempre se paraba en la sombra. “Si él hacía eso, ¿por qué yo me iba a aguantar el sol?”, pensó. Por supuesto, no es la actitud de un futbolista con deseos de una larga carrera internacional. Fue citado a tres encuentros más, pero no se movió del banco. Entonces, se reunió con el DT y le pidió que no lo convocara más, porque no era bueno para nadie. “Nunca fui un jugador con sueños de Nazionale. Yo sólo quería jugar y allí no jugaba”.

Jugó en las décadas del sesenta y del setenta. Fue el primero en utilizar botines rojos, que acompañaba con una camiseta bien pegada al cuerpo y una melena que irritaba a los puritanos del norte de Italia.

Cuatro años y un Scudetto sirvieron para pagar la deuda después de aquellos primeros días tristes en Turín. Dejó un buen recuerdo, pero su estilo nunca terminó de encajar en uno de los clubes más conservadores de Italia. Entonces, apareció Roma. “Esa ciudad me encantó. Allí se vivía de noche, podía disfrutar. Los entrenadores nos llamaban por teléfono a las ocho y yo salía a las diez”. La capital sí era un sitio mucho más amigable para los hombres de espíritu libre. Además, podía expresar su talento de todas las formas posibles. Como cuando antes de un tiro libre se puso a “pelear” con su compañero Bob Vieri (sí, el padre de Christian) y le tiró de la barba con el único objetivo de sacar de foco al arquero. Por supuesto, lo logró y marcó el gol.

“¿Sabía yo lo qué es amor? Ojos jurad que no. Porque nunca había visto una belleza así”, pensó Romeo cuando vio a Julieta en la misma Verona que mucho tiempo después de los días shakespereanos sirvió como escenario de otra historia de amor. Quizás, la pasión entre Gianfranco Zigoni y Verona no haya sido tan explosiva, prohibida y autodesctructiva como la de los amantes eternos de William Shakespeare, pero sí tan intensa. Aunque no fue un flechazo a primera vista, porque Zigo fue expulsado y recibió seis fechas de suspensión en uno de sus primeros partidos. “Tiene 28 años y es talentoso, sí, pero demasiado conflictivo”. Eso pensó la mayoría de los tifosi tras su llegada. Sin embargo, esa idea desapareció muy rápido y aquellas dudas se convirtieron en amor incondicional.

pistolaUn hombre con tapado de pieles (peliccia), sombrero de cowboy y pistola. Eso vieron los veroneses. Y se enamoraron. Por supuesto, esa pasión no nació sólo por su apariencia y personalidad, si no también por su descomunal talento. Valcareggi, aquel técnico que lo habìa tenido en la Selección, luego lo dirigió en Hellas y le dijo: “Podrías ser el mejor jugador italiano”. La respuesta fue clara: “para eso tendría que haber dejado de fumar, de beber, de salir a la noche. Yo quiero ser feliz”.

El propietario de un concesionario le otorgó el último elemento para convertirlo en un playboy: un espectacular Porsche azul. A él no le interesaban demasiado los bienes materiales, pero sí las mujeres. Y un auto así puede servir para dicho propósito. La ciudad entera estaba pendiente de dónde estaba el Porsche. En una ocasión, sufrió un serio accidente tras esquivar un tractor y salirse de la ruta. Detrás de él venían, en otro coche, un compañero y el médico del club. Ambos corrieron para auxiliar al accidentado, al que vieron con la cabeza apoyada en el volante, muerto. No habían terminado de entender la situación trágica cuando Zigo dio vuelta la cara y les guiñó el ojo. Sólo los elegidos tienen la capacidad de bromear en semejantes circunstancias.

Gianfranco era un pacifista pero al mismo tiempo tenía predilección por las armas. La contradicción de los genios. En una ocasión, vio que desde la ventana del club se podía apuntar a los faroles de la calle. Entonces, comenzó a disparar contra ellos, en una acción tan temeraria como peligrosa. “Hoy iría preso por eso”, recordó en el documental de Informe Robinson. Otra anécdota con una pistola involucra al presidente de Verona, Garonzi. Zigo sabía que el hombre tenía una Colt en un cajón del escritorio. Entonces, en plena discusión por el contrato, la sacó y la puso sobre la mesa. Fue una broma a medias, porque el dirigente firmó el número deseado por el jugador…

“Todo lo que hice lo hice sólo para el pueblo. Estaba jugando para ellos. Y me divertí como loco”

Siempre le gustó salir a cazar, hasta que un día le disparó a un mirlo y éste cayó medio muerto a sus pies. “Le vi la mirada. Sus ojos me decían que era un desgraciado. Lo ahogué para no hacerlo sufrir y me fui, destrozado. Al otro día vendí todas mis armas de fuego”.

En mayo de 1973, el Milan del legendario Nereo Rocco llegó a Verona con la posibilidad de coronarse campeón. Sólo debía ganarle a un rival accesible para dar la vuelta olímpica. El problema fue que no tuvieron en cuenta a Gianfranco Zigoni. Él fue el gran responsable de uno de los resultados más recordados de la historia del Calcio. Con una actuación descomunal del ídolo veronés, Hellas ganó 5-3 y Juventus se coronó campeón. Para el Rossonero, ese día quedó en el recuerdo como el de la “Fatal Verona”. Y para la Vecchia Signora, fue la oportunidad de festejar a lo grande una demostración de Zigo.

Al final de su etapa en Verona, Zigoni se entrenaba poco y nada. Valcareggi lo permitía y casi todos sus compañeros estaban de acuerdo. Todos menos Logozzo, quien, cansado de los privilegios, un día le preguntó al entrenador: “¿por qué él sí puede quedarse en la cama todo lo que quiera?”. El DT lo apartó del grupo y le respondió: “cuanto vos tengas dos pies como los de él, también podrás quedarte durmiendo hasta el mediodía”. A sus amigos les gusta decir que ellos eran futbolistas, pero Zigo era jugador. Hermosa y simple manera de explicar las diferencias entre los buenos y los que hacen del fútbol el mejor juego de todos.

brincaUna de sus principales características era su insólita forma de desaparecer de los partidos. Había largos minutos en los que estaba ausente, como si no tuviera ganas de estar en la cancha. Pero cuando se despertaba, pagaba la entrada. Eso sucedió en un duelo contra el Vicenza de su amigo Ezio Vendrame (un loco hermoso del que ya hablamos). No la había tocado hasta que reaccionó, gambeteó a cuatro rivales y convirtió un golazo. Luego, dejó el campo de juego, casi enojado. Los veinte minutos restantes se jugaron en un silencio absoluto. Todos sabían que no iba a pasar nada mejor.

Zigoni, además de rebelde, siempre fue un católico devoto. Por eso en su casa conviven imágenes de Jesús y del Che Guevara. “Este caballero, hace dos mil años, vino a la tierra para decirnos que todos los hombres somos iguales. Predicaba que en todo el mundo se debe luchar contra la injusticia. El Che y Jesús se habrían llevado bien, ellos son inmortales. Cristo y el Che están vivos, todos los demás estamos muertos”. La Iglesia lo acompañó durante toda su vida. Desde la niñez, cuando fue el sitio donde desarrolló su amor por el fútbol hasta la adultez, cuando lo cobijó en los malos momentos. Porque mientras jugaba en Verona, vivió un año en una parroquia después de una separación. Sí, un futbolista amado por todos que debe irse a vivir a la iglesia porque no aguanta su propia vida sin una palabra de fe.

“Siempre me imaginaba que iba a morir en la cancha, con la camiseta de Verona. Veía los titulares de los diarios y la junta de firmas para cambiar de nombre el estadio: no más Bentegodi, ahora Gianfranco Zigoni”. Es la muerte de un romántico, de un hombre que jugó al fútbol porque entendió que esa era su manera de expresarse, de trascender. “Todo lo que hice lo hice sólo para el pueblo. Estaba jugando para ellos. Y me divertí como loco”.