Cuando llegó a México, José Manuel Moreno era uno de los mejores futbolistas del mundo. Quizás el mejor. Europa recién estaba empezando a dejar atrás la Segunda Guerra y el fútbol, como todo lo demás, había quedado anclado en el pasado y frenado su evolución. Entonces, el centro neurálgico de la competencia estaba en nuestro continente. A los 28 años, Moreno dejó River y fue contratado por Real Club España. Allí jugó dos años y ganó un título. Deslumbró a todos con su juego, pero también él mismo quedó deslumbrado por el talento de un crack vernáculo: Luis de la Fuente y Hoyos.
Es difícil saber en qué contexto se conocieron, pero es muy fácil imaginarlo. Noche de baile y fiesta, algún amigo en común los presenta y la relación crece con la naturalidad propia de dos hombres que entienden la vida de manera similar. El gusto de Moreno por la buena vida, los tragos y las mujeres es conocido y jamás fue ocultado por el ídolo riverplatense. En 1944 lo único que modificó fue el contexto geográfico: el Charro cambió los cafetines, los boliches y las milongas de Buenos Aires por los cabarets del Distrito Federal y de Veracruz. Allí fue donde comenzó su vínculo con De la Fuente.
“Es el mejor jugador de Latinoamérica”, decía Moreno cuando le preguntaban por qué iba a ver los partidos de Veracruz. Es que el argentino asistía especialmente al estadio de la ciudad portuaria para ver jugar a su amigo. Y no sólo por el cariño que le tenía, sino porque lo admiraba como futbolista. Es como si hoy Lionel Messi viajara sólo para ver jugar a Sergio Agüero. José Manuel y Luis sentían el fútbol y la amistad del mismo modo. Así lo demostraban en alguna mesa del cabaret “el Patio” y en las canchas de todo México.
Le decían Pirata, pero no por su apego a las artes ocultas de la noche -aunque podría haber sido tranquilamente esa la razón-. Se ganó ese apodo porque aprendió a jugar a la pelota en un barco. Su padre y su tío tenían barcos de cabotaje y hasta los cinco años se crió en esas naves porque allí podía patear todo el día sin que nadie le dijera nada. Antes de ingresar a la escuela primaria, su padre murió y su madre lo envió a Santander, España, para que comenzara los estudios. Por suerte para el fútbol mexicano, regresó a los 13 años y enseguida encontró equipo: España y Sporting Club del Puerto de Veracruz. Allí hizo las divisiones inferiores hasta su debut en primera división con el club Aurrerá, a los 16 años de edad.
El Pirata es el mejor jugador mexicano de todos los tiempos. Así de simple. Pasaron más de sesenta años de su retiro pero nadie pudo superarlo aún. Fue el hombre que les hizo entender a sus compatriotas que en esa tierra también podían nacer talentos de primer nivel. Tenía una inteligencia superior, era zurdo pero también le pegaba con la derecha, cabeceaba bien, tenía una técnica extraordinaria y una gran visión de juego. Jugaba como interior y era el alma del equipo, el líder futbolístico y anímico, porque también se destacaba por personalidad y carisma. Esas fueron las virtudes que vio Moreno y que vieron todos los que disfrutaron a De la Fuente.
“El Pirata era jarocho, y como todo jarocho era un gran fiestero”, dicen una y otra vez aquellos que recuerdan al ídolo. Veracruz es una ciudad que presume de tener 45 carnavales al año y diez fiestas patronales al día. Es un pueblo reconocido por la alegría de su gente y por sus tradiciones emparentadas con el baile y la diversión. En ese contexto creció el Pirata, que no le pudo escapar a su destino de hombre nocturno. O no quiso. Se ganó una fama que llevó con hidalguía hasta el último de sus días y de la que nunca renegó. Aquel apodo que nació como una inocentada de la niñez se convirtió en una descripción de su vida adulta.
En 1934 fue convocado a la Selección nacional que quedó eliminada de la Copa del Mundo ante Estados Unidos, tras perder días antes del comienzo del torneo en Italia. Por su juventud, se quedó con las ganas de jugar y eso provocó críticas hasta de sus propios compañeros: “Garza cometió el error de prescindir de Luis; de haber jugado, habría destruido a cañonazos la fortaleza yanqui”, afirmó Fernando Marcos. Como no había dinero para regresar, el equipo siguió jugando amistosos en Suiza, Holanda y España. En esos partidos, el Pirata ya se destacó como titular indiscutido. Tan bien jugó que Racing de Santander no lo dejó volver y lo contrató por 700 pesetas al mes, una fortuna. Pese a que sólo permaneció un año, dejó un gran recuerdo en España, donde hasta el mismísimo Divino Zamora se rindió ante su fútbol. “¡Detened al chaval!”, les gritó desesperado el arquero a sus defensores en un choque entre Real Madrid y Racing.
Al estallar la Guerra civil, regresó a México. Tras un par de temporadas en su país, pasó al Atlético Corrales y luego a Vélez Sarsfield. Su debut en Argentina fue impresionante: el Fortín le ganó 5-4 a Independiente, donde jugaba un tal Arsenio Erico, y el Pirata anotó dos goles. A pesar de que tenía el talento para brillar en el torneo más competitivo del continente, Vélez no pudo pagarle y De la Fuente tuvo que volver sin pena ni gloria. En el barco de regreso encontró a un compatriota que también dejaba Buenos Aires con tristeza: Francisco Gabilondo Soler, el afamado “Cri-Cri, el Grillito Cantor”.
A su regreso, jugó dos años en Club Deportivo Marte y luego, por fin, se puso la camiseta del club de su pueblo: Veracruz. “Ya hiciste lo que quisiste, jugaste donde se te dio la gana, ¿por qué no juegas con el equipo de la tierra que te vio nacer?”, le preguntó el presidente. Y el Pirata no pudo decir que no. Se hizo ídolo de forma automática, ganó cuatro títulos y allí se retiró a los 36 años de edad. Hoy, el estadio lleva su nombre. Muchas veces, De la Fuente utilizó el vestuario para dejar atrás largas noches de fiesta. Mientras sus compañeros se preparaban para el juego, él dormía en una camilla. No necesitaba mucho más.
Uno de sus grandes compañeros de farras fue el reconocido compositor Agustín Lara, quien le dedicó uno de sus más grandes éxitos. “Yo nací con la luna de plata, nací con alma de pirata, he nacido rumbero y jarocho, trovador de veras, y me fui lejos de Veracruz”. El Pirata murió joven, a los 58 años. Dejó un recuerdo imborrable en el fútbol mexicano y en los corazones bohemios y románticos de su pueblo.