“Creo que Londres necesitaba su propio George Best y me tocó a mí”. A fines de la década del sesenta, toda Inglaterra estaba rendida a los pies de un muchacho que jugaba en Manchester. Por una vez (no la única), la capital del reino debía enfocar su atención hacia otras latitudes, si quería disfrutar del maravilloso juego de uno de los mejores futbolistas británicos de la historia. George Best hacía delirar a todos con su talento y su carisma en el norte y los grandes equipos londinenses precisaban dar un golpe en la mesa para volver a los primeros planos. Entonces, todos comenzaron a buscar a su Best particular.
Arsenal encontró a un escocés casi tan pintón como el ídolo del United. Peter Marinello era su nombre. Cuatro años más joven que Best, era el hombre perfecto para intentar eclipsar la luz del crack norirlandés. Entonces, en 1970, el club de Highbury pagó 100.000 libras por su pase. Fue, en aquel momento, la transferencia más cara protagonizada jamás por los Gunners. La apuesta era muy seria. Pero Marinello no estaba preparado para dar semejante salto.
Cuando hablamos de “locos” en el fútbol, siempre destacamos a aquellos hombres que disfrutan de su locura, que hacen culto de sus excentricidades, que eligen un estilo de vida diferente al de sus colegas dentro y fuera de la cancha. Pero en este caso, Marinello fue más una víctima de un sistema que un loco feliz de serlo. Vale la pena aclarar que, en esta ocasión, la idea no es celebrar la locura de un futbolista, sino contar qué puede suceder cuando no se tienen los pies sobre la tierra ni tampoco la lucidez para aprender a volar.
Entonces, fue el primer jugador por el que Arsenal pagó seis cifras y eso sólo lo convertía en una estrella. El hambre de los hinchas y de los dirigentes por contar con un futbolista como Best hizo el resto. “Apenas llegué había una expectativa demasiado grande. Me invitaron a los programas más exitosos de televisión, era la figura de la apertura de bares y me presentaban modelos todo el tiempo. Hasta me ofrecieron grabar un disco sin siquiera conocer mi voz”. Las luces de la fama y el glamour londinense no lo iluminaron. Lo encandilaron.
Peter Marinello era un crack. Podía jugar como extremo o como delantero. Era hábil, rápido, encarador y guapo. Tenía el talento para triunfar. Pero no tuvo la fortaleza mental para ser parte del sistema. Debutó con un gol y una actuación extraordinaria en Old Trafford, ante Manchester United. Eso no hizo más que agigantar todavía más su tour mediático y nocturno. De hecho, tiempo después se arrepintió de aquel hecho: “ese gol fue mi peor error”. Pasaba más tiempo en los bares que en los campos de entrenamiento, lo que le hizo perder su lugar en el equipo poco a poco. Además, era débil físicamente y sufría lesiones casi de forma constante.
“En Escocia aprendí algo: después de los partidos, ganes o pierdas, tenés que tomar un trago”, afirmó alguna vez. Aquella costumbre que nació en su tierra natal se hizo más dañina en Londres. Aunque formó parte del plantel que ganó el histórico doblete en la temporada 1970/71, él no le da importancia a su aporte: “fui más un espectador”. En tres años, sólo jugó 38 partidos y marcó tres goles en el club londinense.
Su mejor encuentro fue por los cuartos de final de la Copa de Europa 1972. Su talento sólo se veía en cuenta gotas, pero cuando aparecía era superior a cualquiera. El rival fue el Ajax de Johan Cruyff, quien quedó impresionado con el joven escocés. Incluso, llegó a decir que sólo él y George Armstrong los complicaron. El equipo inglés perdió los dos partidos, pero el fútbol de Marinello volvió a brillar como en sus mejores momentos.
“Otro de mis grandes errores fue haber dejado Arsenal en 1973 para ir a Portsmouth. El entrenador Bertie Mee todavía me quería, pero yo era testarudo y siempre estaba detrás del dinero”. Tenía sólo 23 años cuando abandonó Highbury Park. Y ya no pudo regresar jamás a los primeros planos.
Cuando Peter Marinello era un niño de quince años llamó la atención de Sir Stanley Matthews, quien en ese momento era el entrenador de Port Vale. La máxima leyenda del fútbol británico viajó varias veces a Edimburgo para convencer al muchacho. Todo el pueblo estaba enloquecido por la llegada del ídolo, pero el muchacho de la película se quedaba encerrado en su habitación, sin ni siquiera escuchar la propuesta de Matthews. A los 18 años debutó en Hibernian y no tardó nada en demostrar que lo que se decía de él era cierto. Un diamante en bruto, con un talento sin techo, empezaba a deleitar a todo el fútbol escocés.
En su autobiografía, Marinello cuenta cuando el plantel de Hibernian viajó a Nigeria y Ghana gracias (o por culpa de) una empresa tabacalera que patrocinaba al club. La guerra civil estaba recién comenzando y no era un territorio demasiado amigable para un equipo de fútbol inglés. Allí, Peter hizo su debut sexual con una prostituta del lugar ante la atenta mirada de sus compañeros. Luego, fue secuestrado por unos pescadores, para culminar el viaje de placer. En su libro también describe las bromas que se hacían en las concentraciones, que incluían dejar ratas muertas en las camas de sus colegas.
“Apenas llegué había una expectativa demasiado grande. Me invitaron a los programas más exitosos de televisión, era la figura de la apertura de bares y me presentaban modelos todo el tiempo. Hasta me ofrecieron grabar un disco sin siquiera conocer mi voz”
Fue su época más feliz. Podía jugar al fútbol y tomar whisky sin dar demasiadas explicaciones. Era rebelde, pero también era amante del dinero, por eso cuando vinieron desde Londres no tardó nada en aceptar la propuesta. No volvió a jugar como lo había hecho en Edimburgo y tampoco volvió a sentirse tan cómodo. Además de los problemas con el alcohol y las drogas, se sumaron una lesión en la rodilla y la enfermedad de su esposa, que según sus propias palabras “perjudicó mucho” su carrera. La madre de su hijo sufrió una severa depresión post parto y no pudo recuperarse. Fue diagnosticada con “bipolaridad severa” y eso afectó la vida profesional de Peter.
“Yo no la ayudé demasiado a Joyce (su esposa). Ella se preocupaba mucho por cómo yo tomaba y apostaba, sin contar las mujeres con las que siempre andaba por ahí”. En 1975, ya con todos estas dificultades en sus espaldas, regresó a Escocia para jugar en Motherwell. Pero ya no tenía las ganas de otros tiempos. Tres años más tardes volvió a Inglaterra y fue fichado por Fulham, donde se estaba entrenando un hombre que, sin querer, había sido clave en su vida: George Best. Después de un paso por Estados Unidos cerró su carrera en Partick Thistle de Escocia, donde supo que jamás llegaría a su techo.
Lo que pasó después fue mucho peor. Puso un pub llamado Marinello’s con un amigo y perdió 300.000 libras. Ese hecho marcó el comienzo de una serie de fracasos comerciales que terminaron en su bancarrota. Peter Marinello creía que se podían hacer negocios de palabra, sólo con un apretón de manos. Se equivocaba, una vez más. Compro caballos, se involucró con un gángster escocés, fue al casino una noche, dos noches, tres noches, diez noches. Bebió y bebió. Terminó viviendo en un camping con sus hijos mientras su mujer estaba en el hospital. Todo porque no supo cómo ser el nuevo George Best. Sí, le pasó lo mismo que al verdero Best.
Hoy, Peter Marinello se amigó con la vida y con el fútbol. No tiene un compilado de sus mejores jugadas en Youtube y ninguna página en español habla sobre su vida (esta será la primera). Pero encontró su lugar en la dirección técnica del equipo juvenil de Gotham United y “tiene seis o siete jugadores de nivel” en su plantel. Seguro que va a aconsejarles que no busquen ser “el nuevo” nada, sino que intenten forjar su propio destino.