Es fácil manifestarse en contra del uso de la tecnología en medio de esta Copa Confederaciones en la que jamás quedó demasiado claro cómo y cuándo se aplica el VAR. Sin embargo, quienes creemos que el fútbol es el juego perfecto hemos expresado una y otra vez nuestro absoluto rechazo a la irrupción de los artefactos electrónicos para definir nuestro destino. La razón es muy simple: el juego es maravilloso así como está. El fútbol es perfecto gracias a sus imperfecciones, valga el oxímoron. No nos molesten.
Desde hace mucho tiempo, el fútbol dejó de ser un simple deporte y se transformó en un fenómeno cultural incomparable. ¿Por qué alguien va a querer cambiar algo tan bien logrado? La inclusión de la tecnología es la muerte del fútbol como lo conocimos.
El problema tiene múltiples aristas. La primera es el tiempo que se pierde ante resolución. Esos minutos le quitan intensidad al juego, rompen la dinámica de la acción y provocan protestas de los 22 protagonistas. Primero. el juez que mira la jugada por TV le indica al árbitro que debe revisarse la acción. Vuelve a ver lo sucedido y le comunica al árbitro principal su veredicto. Si éste último no está convencido, se acerca a un monitor al costado del campo de juego para volver a verla. Exactamente eso pasó en el partido entre Rusia y Nueva Zelanda. Son muchos minutos perdidos.
Por otro lado, está el tema de la ineficiencia del sistema que hoy implementa la FIFA. Hay huecos por todos lados. En el Mundial de clubes de Japón (el primer torneo en el que se implementó) hubo una situación que sirve como ejemplo de los errores del VAR. El árbitro cobró penal para Kashima Antlers contra Atlético Nacional gracias a la ayuda del video. Fue infracción (digamos), pero también podría haber sido posición adelantada. En este caso, ¿qué se cobra y por qué?
Y finalmente, está el dilema filosófico. El fútbol es lo que es porque nos iguala. El juego es exactamente el mismo en la final del mundo que en el potrero más alejado de la civilización. Sólo se necesita una pelota para jugar a lo mismo que las estrellas de los cuentos de hadas. Si entra la tecnología, en la Champions League se jugará a algo muy diferente a lo que se juega en el Argentino C. Eso no sería un error, sería un crimen.
Los defensores de este sistema que amenaza que destruir nuestra identidad hablarán de “justicia”. “A vos te gusta la injusticia”, dirán. No, me gusta el fútbol, responderemos. Y si algo no es el fútbol, es justo. O por lo menos no en el sentido que ciertos paladines le dan al término. El fútbol tiene su propia noción de justicia. Para ganar no hace falta jugar bien, ni ser bueno y ni siquiera actuar en los parámetros de la ley. Se podrá discutir si eso es algo que nos gusta o no, pero es una parte constitutiva del juego. Si rompiste el reglamento pero el árbitro no lo ve, vale. Es así desde siempre y no hay razones para que cambie.
Para dar una perspectiva de la opinión de los futbolistas, esto dijo Luka Modric: “Es un nuevo invento que para ser honesto no me gusta, crea mucha confusión. Espero que esta regla no continúe porque para mí no es fútbol. Tenemos que centrarnos en nuestro juego, pero la primera impresión no es buena”. Nadie puede acusar a Modric de no entender el juego. Algo similar dijo Marcelo Díaz: “le quita la esencia al fútbol”.
En definitiva, el fútbol no necesita ningún tipo de cambios. Con sus carencias y defectos rompió todos los parámetros de popularidad y se convirtió en un fenómeno social único. Por eso, tampoco permitiremos las comparaciones con otros deportes que entienden muchísimo menos de sensibilidad popular.