De arranque nomás dejo clara mi posición: estoy absolutamente a favor de que la televisión colabore para que los árbitros no definan resultados o campeonatos con fallos equivocados. Me niego a convivir con el error de un juez, no quiero que una mala decisión defina un campeonato y más aún deseo erradicar cualquier sospecha de que un partido pueda estar arreglado. La historia de Alemania en el Mundial 66, de River en el Nacional del 68, del Huracán de Cappa de 2009, de Argentina en Brasil 14 (si cobraban el penal de Neuer sobre Higuain) o de Central en la Copa Argentina de 2015 sería diferente si hubiera existido la revisión instantánea, por citar sólo cinco ejemplos.
Los que se oponen al ingreso del video balbucean argumentos amparados en el sentido común más ramplón: “en el fútbol se convive permanente con el error y el del árbitro es uno más”, dicen. O sea que ponen en el mismo lugar a Bochini, Alonso, Kempes, Houseman, Laverni y Castrilli. Creen que el árbitro es parte del juego. Suponen que es lo mismo que un jugador remate por arriba del travesaño en una situación ventajosa y que Ceballos pite un penal inexistente en una final. Escuchar este argumento da pena por su falta de concepto.
Otra cuestión que esgrimen es que el fútbol se debe jugar y sentir de la misma manera en un potrero de Barracas que en el Bernabéu. ¿Nos están cargando? ¿Realmente creen que lo que le pasa a Cacho (un conocido del presidente Macri), con 52 años y sobrepeso cuando gambetea a un adversario es lo mismo que le ocurre a Messi cuando convierte su centésimo gol en la Champions? Por suerte no. Cacho siente al fútbol de una manera diferente a la que lo respira Messi. ¿Quieren razones? Creo que no hace falta, pero tiro un par: Cacho juega porque tiene ganas de encontrarse con sus amigos a patear una pelota para después irse a tomar una cerveza o a comer un asado en la parrillita del club para revivir cada uno de sus aciertos, pifias o patadas. Messi juega con otros profesionales que no son sus amigos y cuando termina el partido va a una rueda de prensa, luego se sube a un auto último modelo y culmina le velada comienzo sushi con su esposa cerca de la piscina con agua climatizada y con una solitaria partida de Play. ¿Alguien en su sano juicio puede decir que la motivación de Cacho y la de Messi para ponerse los cortos es la misma? No son ni mejores ni peores, sólo diferentes. ¿O queremos fingir demencia solamente para propinar un golpe bajo?
Otro argumento esgrimido es que se acabaría la polémica. La pregunta es: ¿de qué polémica nos hablan? Si los partidos son televisados por 50 cámaras y enseguida se repite una jugada para evacuar cualquier duda. Lo que ocurre con esta situación es que todos saben qué fue lo que pasó dentro de campo menos el árbitro, justamente el único habilitado para la decisión final. Lo saben los jugadores, los periodistas, los espectadores y los televidentes menos el responsable de hacer sonar el silbato. O sea que en realidad no quieren polémicas sino a un papafrita que se mueva ciego en un mar de tiburones para que se lo lastren fácilmente.
Ni que hablar de los pros, en el buen sentido de la palabra. La utilización del chequeo televisivo blinda las decisiones del árbitro, evita que las hordas tribuneras descrean de una determinación, le permite al juez evacuar sus dudas, achica el margen para las protestas dentro del campo de juego, invalida declaraciones descalificatorias posteriores, aplaca la chance de reacciones violentas de los espectadores y, lo que es más virtuoso, pone más arriba la vara del juego para dejar de lado las vivezas, las especulaciones, la búsqueda del engaño, las agresiones sin pelota, los agarrones en las áreas, a los que fingen infracciones y tantísima basura que ensucia el juego y conspira contra su belleza.
¿Cómo fue la prueba hasta el momento en el Mundial de clubes, el Mundial sub 20 y la Copa Confederaciones No fue óptima, pero no estuvo mal. Se advirtió, por ejemplo, una situación que deberá ser tenida en cuenta por la FIFA y que deberá materializarse en una recomendación explícita: los jueces de línea, ante la duda, deberán dejar las banderas bajas sin cobrar un supuesto off side para permitir que se terminen las acciones, porque de otra manera se revisarán jugadas sólo para anular goles en lugar de convalidarlos. Y todos sabemos que los goles son lo más importante del juego. En el rugby, por ejemplo, se revisan casi todos los tries, porque los árbitros, básicamente, dejan que las jugadas se terminen antes de hacer sonar su silbato.
El romanticismo pavote que impulsa a los opositores a que se revisen las jugadas (hasta le llaman bobamente “uso de la tecnología” cuando en realidad es una ordinaria repetición de un video, algo que por otra parte se hace desde el Mundial del 70) tiene aristas más complejas. Te quieren vender que el fútbol es perfecto y que no hay que cambiar nada. Es decir, le hacen caso a ese extraordinario pensador contemporáneo llamado Alejandro Rozitchner, quien dice sin ruboruizarse: “hay que estar en contra del pensamiento crítico”. O sea que hay que comprar el combo entero sin poner en duda el pasado, el presente o el futuro, no hay que hacerse preguntas, no hay que cuestionar el status quo, no hay que combatir al sentido común arraigado en la sociedad.
Quien firma esta columna se queda con la frase de Bertrand Russell sobre el tema: “la revisión de las jugadas por la tele les quita el pan de la boca a los periodistas que buscan el quilombo y la polémica. Tienen miedo de que haya menos audiencia en las tertulias deportivas, menos publicidad y, pior ende, menos ingresos. Los que se oponen al video ref no sólo son pícaros o zonzos, también juegan a favor del capitalismo salvaje”. Y si lo dice el bueno de Bertrand, por algo será.