La mañana del 11 de febrero de 2007 Luis Artime se afeitaba en el baño de la casa de Mar del Plata, cuando Cristina, su mujer, vio cómo un hilo de baba caía de su boca. Artime, el goleador incansable, no pudo moverse más. Un accidente cerebrovascular lo dejó hemipléjico. Artime salvó su vida, pero debió iniciar una rehabilitación para recuperar los movimientos y el lenguaje, las dos pérdidas que le dejó el episodio.
Javier quería antes que todo que su padre volviera a hablar. Para Luis, en cambio, lo principal era caminar. En eso puso sus fuerzas. Seis años después se pasea por el shopping donde tiene uno de sus locales de ropa deportiva (en sociedad con Daniel Onega) como un hombre intacto. No parece un sobreviviente: su físico está impecable. En mucho ayudó su vida como deportista. Javier dice que ahora se da cuenta de que su padre tenía razón.
Se notan secuelas cuando habla. El lenguaje es una información que se borró con el ACV. Artime debió armarse un vocabulario como si fuera un bebé. Hay palabras que todavía faltan. No es que no las sepa: entiende todo lo que hablamos y puede leerlas hacia adentro, pero tiene que aprender a pronunciarlas. Para eso va a una fonoaudióloga. Aunque –lo reta su hijo- va menos de lo que debiera.
Javier, profesor de educación física, lo ayuda con alguna palabra para esta charla con Un Caño. Pero Artime se las arregla muy bien. A los 74 años, dice, todavía juega al fútbol. Y hasta el ACV, cuenta el hijo, mantenía la capacidad de hacer ganar al equipo con sus goles.
Artime, padre de otro goleador, el Luifa, ídolo de Belgrano, ve por TV todos los partidos que puede. Sobre todo ve a Racing, el equipo del que es hincha. De vez en cuando va al Cilindro y no disfruta lo que sucede en la otra vereda de Avellaneda. Igual que su hijo, también hincha de La Academia, se apena por el Rojo y por Javier Cantero. “Es un dirigente que intenta hacer las cosas bien”, dice Artime, que tres décadas atrás denunció el doping, el crecimiento de las barras y el rol burocrático de la AFA, a la que, clamó, había que prenderla fuego.
No se jacta de haber tenido secretos para el puesto. Dice que no sabe cuántos goles hizo, ni tampoco cómo los hizo; no hace ostentación de récords ni lanza cifras incomprobables. Incluso relativiza las que tiran otros. Artime no se pone el traje de héroe. Ni siquiera dramatiza lo que ocurrió hace seis años en Mar del Plata, simplemente lo toma como una parte del juego que le propuso la vida.
–¿Ocurrió todo de golpe?
–Sí, me quedó la mitad del cuerpo paralizada. Yo tuve una vida muy sana. Nunca tomé, ni fumé, ni hice desarreglos. Eso también creo que ayudó. Tengo esto del habla, pero entiendo todo y leo los diarios sin problemas.
–Cuando mira bien atrás, ¿cómo empezó a hacer goles?
De pibe. Siempre tuve facilidad, pero no sé cómo es. Yo empecé a jugar a los ocho años en Mendoza, donde nací. De casualidad, en realidad, porque nosotros éramos de Junín. Mi viejo era ferroviario y lo destinaron ahí. Así que nací en Mendoza, crecí ahí los primeros años y después nos fuimos a Junín. Tengo toda mi familia ahí.
–¿Y cómo llega a Atlanta?
–Jugaba en Independiente de Junín. A Atlanta me trajo Osvaldo Zubeldía. Era un gran equipo. Estuve cuatro años ahí.
–Los goleadores suelen decir que la clave es el instinto y saber posicionarse.
–Nunca lo supe. Siempre digo lo mismo, la pelota venía de un lado y yo me pasaba al otro. Siempre en el lado opuesto en el que estaba la pelota.
–Osvaldo Ardizzone escribió en El Gráfico que la pelota lo buscaba a usted.
–(Se ríe) Yo era rápido y eso me facilitaba para llegar.
–¿A quién miraba cuando era chico?
–Al Marqués Sosa, el mejor de todos. Soy de Racing, y fue al equipo que más goles le hice. Yo me venía desde Junín y veía Reserva, Tercera y Cuarta de Racing.
–Cuando llega a River, lo agarra una etapa difícil.
–Fui parte de los diecisiete años sin salir campeón, pero fui goleador en el ‘62 y en el ‘63.
–¿Y ahí se encuentra con los pases de Ermindo Onega?
–Claro, ahí jugué con él. Pero el que mejor me dio pases murió hace poco, era el Negro Cubilla. Jugué diez años con él. Fue el mejor pasador. Era bravo, pero también un tipo bárbaro.
–¿Era cuestión de saber qué iba a hacer?
–Él sabía todo, era muy vivo además. Diez años jugué con él, entre River y Nacional. Cuando me fui a Uruguay también vino.
–¿Y Onega cómo era?
–Un jugador enorme, lo que pasa es que no pudo ganar nada. Estuvo siempre al revés. Después fue a Uruguay, pero jugó en Peñarol.
–En Uruguay a usted lo recuerdan como un gran ídolo. ¿Cómo fue ese paso por Nacional?
–No perdimos ningún clásico. Ganamos todo lo que jugamos, salimos campeones de América y del Mundo. Era un equipo bárbaro, todos de la Selección.
–¿Eran duros esos duelos de Copa?
–Eran bravos, terribles, había que cuidarse de todo. De adentro y afuera. Yo jugué todas las finales de Estudiantes contra Nacional. La del 1971 se definió en Perú. Cuando vinimos acá nos hicieron de todo. A la noche nos pincharon las cubiertas del ómnibus. Fuimos a La Plata y nos dejaron como a cinco cuadras para que la gente nos insultara y nos tirara hasta vino. Llegamos al partido todo mojados. Perdimos 1 a 0.
–¿Y cuándo fueron a Uruguay?
–(Risas) Les hicieron de todo también. El técnico que teníamos era muy inteligente, Washington Etchamendi. En la cancha después no podés hacer nada, ahí tenés que ganar. Ganamos 1 a 0 y fuimos a un tercer partido afuera. Jugamos en Perú y ahí ganamos 2 a 0. En esa época tenías que jugar al otro día, no había descanso.
–¿Cuál era su gran duelo en esos años?
–El Negro Aguirre Suárez, con el que después tuvimos una gran relación. Pero era terrible. Otro era Ramos Delgado. Y Perfumo. Jugaban bien los tres.
–¿Y con arqueros?
–Les hice goles a todos, pero hay uno que fue el más grande en la Argentina: Amadeo Carrizo. Y otro, el Loco Gatti. Con el Loco jugamos juntos en River y Atlanta. Vivimos cuatro años juntos con él y Carlos Timoteo Griguol en la pensión de Atlanta. El Loco ya era un personaje, un loco de verdad, tenía como seis años menos que nosotros.
–Para los que no lo vieron, ¿cómo era su estilo?
–Yo estaba siempre en el área. Hice goles de todas las maneras, pero siempre en el área. Y le pegaba con las dos piernas. Giraba bien para los dos lados.
–¿Qué jugador que vino después se le parecía?
–Al que vi parecido fue a Alfredo Graciani. En eso de darse vuelta y hacer el gol.
–¿Tuvo que superar alguna racha sin goles?
–Sí, en River. Diez partidos sin goles. Después fui goleador. Yo estaba en la Selección y
Renato Cesarini no me ponía. Fue uno de los pocos lugares donde fui suplente.
–¿Hizo la cuenta de cuántos goles hizo en su carrera?
–No, no tengo idea. En Uruguay dicen que hice 1.200, pero me contaban todos, hasta los que hice en el servicio militar. Además, antes jugábamos muchos partidos.
–¿Los hinchas que le cantaban?
–Lo que recuerdo es cómo se ponían cuando antes de cada partido yo corría hasta el arco, saltaba y le pegaba al travesaño. Era una de las cábalas que tenía. No sé cómo surgió pero lo hacía en todos los partidos. La gente se volvía loca.
–Jugó Boca-River, Racing-Independiente y Nacional- Peñarol. ¿Con qué clásico se queda?
–Con Atlanta-Chacarita. Para mí era el mejor partido.
–En el Mundial de Inglaterra jugó cuatro partidos y convirtió tres goles, un buen promedio.
–Jugué veinticuatro partidos con la Selección. Antes no se jugaban tantos amistosos. Pero en mi mejor momento, en Uruguay, no me convocaban porque no llamaban a jugadores de afuera. Por eso no jugué las Eliminatorias para el Mundial de México. El del Mundial ‘66 era un buen equipo. Teníamos al mejor defensor, Rafael Albrecht.
–¿Sintió un sabor de injusticia?
–En esa época jugábamos, pero no sabíamos lo que significaba la Selección. Llegamos muy desorganizados. Fuimos a Inglaterra sin entrenador. El Toto Lorenzo llegó cuando estábamos allá. Era jodido Lorenzo, aunque yo siempre jugué con él.
–Su primera experiencia afuera del país fue en Palmeiras. ¿Disfrutó del fútbol brasileño?
–Sí, ése era un equipo bárbaro. Cuando llegué al primer entrenamiento y vi a los que habían traído, volví a casa y le dije a mi mujer: “Cristina, preparame un buen almohadón porque acá no juego nunca”. Después jugué todos los partidos y fui goleador. Porque los brasileños no se cuidaban. No salí goleador por un gol, porque Pelé pateaba penales y yo no. Pelé fue el mejor de todos. Hacía todo bien. Me quiso llevar al Cosmos, pero yo ya noquería saber nada.
–¿Cómo es eso de que no pateaba penales?
–Sólo una vez pateé un penal en Independiente. Tarabini lo tiró afuera en un partido, después otro lo tiró afuera en otro partido y cuando vamos a Ferro, perdíamos 2 a 0, viene un penal y me lo piden. Yo no pateaba nunca. Así que puse la pelota, pero pateé la tierra. El arquero se tiró para el otro lado y fue gol. La pelota entró picando. Me desgarré pegándole.
–¿Esa delantera de Independiente con Bernao, Mura, Yazalde y Tarabini, fue la mejor que integró?
–Fue un equipo bárbaro. Yo jugué poco. Fui de River a Independiente porque tenía una lesión en el tendón de Aquiles y decían que no iba a jugar más. Independiente me compró lesionado a cambio de otros jugadores. Jugué el Nacional y fui goleador. Después me vendieron a Brasil.
–¿Y con qué equipo se siente más identificado en la Argentina?
–Con Atlanta, porque tengo muchos amigos y empecé ahí. En River también tengo amigos de los cuatro años que estuve.
–¿Qué le decían los técnicos?
–Nada, no me decían nada. El que hablaba siempre en River era el viejo Renato Cesarini. Mirá, mi viejo de pibe me dio una pelota y me hacía patear con la izquierda y con la derecha, con los dos pies. Así aprendí.
–En 1980, cuando era técnico de Atlanta, habló de barras bravas, doping, y crítico al propio Grondona. ¿Sufrió las consecuencias?
–Me hicieron de todo. Hasta juicio. Y no dirigí nunca más. Yo estuve en Independiente con Grondona de dirigente. Y tenía una buena relación. Después yo dije de todo. Llegué a decir que había que prender fuego la AFA, que era un ente burocrático. Ahora tengo una buena relación con Grondona.
–¿Y ve lo mismo?
–Ahora está jodido.
–También habló de una AFA rica y clubes pobres, una frase que luego se repitió mucho.
–Y sigue igual. Aunque los clubes también son un desastre.
–¿Se arrepintió de hablar?
–No, pero me pasó de todo. Yo después tuve posibilidades de dirigir, pero llegó un momento en que no quise saber más nada. No me gustó lo que pasó.
–Dijo que había técnicos que tuvieron actitudes inhumanas respecto al dóping, ¿vio muchas cosas adentro del vestuario?
–Vi de todo, pero muchas cosas no se pueden contar.
–¿Se vio reflejado en su hijo, el Luifa?
–Nunca le dije nada. De la vida sí, porque yo le exigía que terminara la escuela, pero del fútbol, nada. Sólo dos cosas: que no fuera a Independiente ni a Uruguay. Por el
apellido. Pero fue a Independiente porque estaba Jorge Solari, un amigo.