resize_1461438100“Dale Scotta / Dale Scotta / Dale Scotta / Y al que no le guste Scotta / que me chupe las pelotas”, cantaba la hinchada de San Lorenzo allá por los años ’70 en defensa de su gran ídolo. Queda claro que en esa época los aficionados azulgranas no se destacaban por su originalidad a la hora de los cánticos (algo que tiempo después lograron, como se sabe en el ambiente futbolero). Pero sí marcaban posición, ya que por entonces se discutían las condiciones técnicas del delantero. Es que con la eficacia del goleador era imposible meterse. Si a usted, que está leyendo, le suena algo similar a lo que generaba Martín Palermo, está en lo cierto.

A 36 años de una época gloriosa, Héctor Scotta, el Gringo, pregunta por Un Caño. No conoce la revista. Su hija completa la conversación con una consulta: “Es la de Matías Martin, ¿no?”. Caramba, alguien de la familia nos ubica.

—Es inevitable no empezar por 1975, cuando marcó el récord de sesenta goles. ¿Cree que es imposible superar esa cifra?

—Creo que sí. Es difícil porque antes los campeonatos eran más largos, con Metropolitano y Nacional. Prefería esos torneos a los de ahora. Y el descenso debería ser también para los que salen últimos. Antes era más fácil, ahora cambian demasiado.

—Lo particular de su record es que hizo treinta y dos goles en el Metropolitano y veintiocho en el Nacional, que era un torneo bastante más corto.

—Sí, era de pocos partidos. A mí me vino muy bien, porque venía de un año ’72 difícil, con una fractura. Pensaron que no jugaba más. La gente no creía en mí. Tardé un año en volver. Esas lesiones antes demandaban más tiempo. Tuve la suerte de volver bien. En Tercera, contra Boca, en la Bombonera: hice tres goles. Y en el ’74 salimos campeones del Nacional con Osvaldo Zubeldía. Y después vinieron los sesenta goles, con un Negro Ortiz que me ayudó muchísimo por la punta izquierda, y también el Toti Veglio, que metía buenos pases.

hector_scotta—Siempre los goleadores necesitan de abastecedores.

—Seguro. Los tuvo Palermo en Boca con Riquelme y con Barros Schelotto. Y yo tuve la suerte de tener a Ortiz, que era un habilidoso, no un goleador. El debió ser goleador por su talento y desborde. Como ya sabía que cuando el Negro eludía, después tiraba el centro, yo iba a buscarla para hacer el gol.

—Pero no salieron campeones…

—Quedamos en mitad de tabla, con Toscano Rendo de técnico.

—¿Sabía que Pelé hizo cincuenta y nueve goles en su mejor registro en un año en el Santos? ¿Qué le genera ese dato?

—No sabía. Me entero por vos. Es una alegría grande superar a Pelé en eso.

—Imagino que el record es un orgullo para usted. Pero, ¿cree que el periodismo deportivo le da demasiada importancia a la estadística?

—Yo lo veo como un reconocimiento. Lo mío fue algo del momento, y tampoco fue un boom como lo de Palermo. Lo tomo al periodismo como lo que es… Hace poco estuve en España y me hablaban del record de los sesenta goles. Se acuerdan más de aquello que de lo que hice en el Sevilla, donde en mi campaña de cinco años creo que superé esa cifra. Fui goleador del equipo en cada campeonato que jugué.

en casa—El día del golpe del 24 de marzo de 1976 usted estaba de gira con la Selección, que jugaba con Polonia. ¿Es cierto que algunos pidieron no jugar y regresar inmediatamente al país?

—No, pero estábamos preocupados. Nosotros nos enteramos del golpe en Polonia, cenando. De volver, nunca dije nada. Decían de mí que estaba asustado, que lloraba.

—El rumor es que Kempes y usted eran los más afectados.

—Para nada. Nos preocupaba porque todos sabemos cómo es un golpe militar. Al otro día estábamos comiendo y Menotti dijo que había llegado un telegrama de Videla que decía que la Selección siguiera su curso, jugando.

—¿Sabe que ese día lo único que se permitió en la televisión, además de los comunicados militares, fue la trasmisión del partido?

— Y sí, para entretener a la gente, para distraerla de lo que estaba pasanado… Lógico, los militares iban a dejar ver el partido… Nosotros seguimos la gira normalmente. Veníamos de jugar en Kiev con la nieve, con una pelota naranja. Y en Polonia, también. Después jugamos en Alemania y en Sevilla, antes de volver.

—¿No haber jugado el Mundial ’78 fue una frustración? ¿Cómo fue su relación con Menotti?

—No sé qué problema tenía Menotti conmigo. Cada vez que jugaba de entrada me terminaba sacando. Creo que me llevó porque fui el máximo goleador. En ese puesto estábamos con Houseman. Incluso René me decía en la habitación: “hoy voy a jugar yo, y el próximo, vos”. Sabía lo que el técnico le decía. Entraba a jugar con la idea de que iba a salir.

Scotta-sevilla—¿Nunca sintió la confianza plena de Menotti?

—No, pero el problema es que siempre hacía el gol. En ese famoso partido con Polonia, hice el primero. Me sacó, entró Houseman y él hizo el segundo. En un cuadrangular que se hizo con Paraguay, Brasil y Uruguay, en el primer partido, en Paraguay, hice tres goles. René me dijo: “yo voy a jugar contra Brasil, en Buenos Aires”. Yo le decía que no quería tener problemas con él. Pero en ese partido en River me tuvo que poner porque venía de hacer tres goles. Como jugador, me hubiera gustado estar en un Mundial, como a todos. Me dolió… Sin embargo, tuve la suerte, en aquella gira, de jugar el último partido en Sevilla. Ahí m vieron los dirigentes del Sevilla y me hablaron para contratarme. Viendo la situación de que no iba a tener éxito en la Selección, acepté. Menotti nunca me fue a ver, y creo que se sacó un peso de encima por la presión.

—Fue protagonista en grandes glorias de San Lorenzo: bicampeón en el ’72 y ganador del Nacional ’74. Pero también sufrió lo peor: el descenso, en 1981. ¿Cómo vivió esos extremos?

—Cuando regresé de España, vine primero a Ferro, donde jugué muy poco. Después volví a San Lorenzo, y allí nos tocó descender. Me dolió muchísimo, como a todos en el grupo. Para mí San Lorenzo fue todo en esos seis años. Quise jugar en la B, pero hubo un desacuerdo con los dirigentes y con Juan Carlos Lorenzo. Cuando quise arreglar, ya había cerrado el libro de pases.

—¿Y cómo fue jugar en San Lorenzo un Nacional con el equipo ya descendido?

—No… ¿Cómo ya descendido? No me acuerdo, puede ser…

—Lo tiene negado, se lo aseguro.

—Debe ser porque no se juega a gusto estando descendido… Por más que saliéramos campeones del Nacional, no nos salvábamos. Sí, lo debo tener negado, porque no lo recuerdo. Si lo jugué así, es de mal gusto recordarlo (se ríe).

—Aún hoy sigue siendo ídolo en Sevilla. ¿Dónde vivió sus mejores años como futbolista? ¿Acá en San Lorenzo o en España? ¿Y dónde se lo reconoce más? Un sector de la Platea Sur del Nuevo Gasómetro lleva su nombre…

—En San Lorenzo fue algo espectacular. Soy hincha, lo quiero mucho al club. Lo de la platea fue por intermedio de la peña de San Martín. Y no sólo me homenajearon a mí; también al Lobo Fischer, a la Oveja Telch, al Sapito Villar… Eso es inolvidable. Si voy a la cancha, la gente me recuerda. Lo que pasa es que los dirigentes no te invitan. Fui dos veces y tuve que pagar entrada. Eso también me dolió. En cambio, voy a Sevilla después de cuarenta años y el presidente del club me invita a comer, a ir al palco a ver los partidos… Las peñas también te invitan a comer y te hacen agasajos con plaquetas. Se suma hasta gente que no me vio jugar. Saben por su abuelo o su padre, que les contaron, y eso es un orgullo enorme. Es como si estuviera en mi casa. Es muy diferente el trato de los dirigentes en un país y otro.

—¿Y qué le dejó su paso por Boca en las temporadas ’82 y’83, justo después del boom Maradona? Jugó sólo doce partidos e hizo apenas dos goles.

—Fue algo fugaz. Estaba libre y practicando con Carmelo Faraone. Y se cerraba el libro de pases. Entonces Carmelo me dice “vamos a hacer una cosa: venite a Boca —porque él era el técnico—, jugás por los premios y después te buscás club”. Hablé con el presidente Benito Noel y no hubo problemas. Después surgió lo de Deportivo Armenio y me fui.

—¿Cómo se llevaba con los dirigentes y con el ambiente que rodeaba al fútbol en aquella época?

—Bien, nunca tuve problemas. En esa época sólo se discutían los contratos, porque no había empresarios. Y con los hinchas, el trato era espectacular. Llegué en una época difícil a San Lorenzo, en el ’71. Había dos grupos bien diferenciados.

—¿Una especie de “halcones y palomas”, como hubo en Boca en los ’90?

—Claro. Era bravo por la clase de jugadores. Estaban Fischer, Cocco, Veglio, Villar, Rezza, el Ratón Ayala, Heredia, Glaría, el Mono Irusta… Salimos campeones en el ’72 y después la mayoría partió al exterior. Yo nunca serví para discutir con nadie. Prefiero callarme e irme. Nunca tuve problemas con compañeros.

destacado 2 recortado—¿Cómo lo veía a Palermo? Sus estilos fueron parecidos: no eran muy dotados técnicamente, pero sí tremendos goleadores.

—Palermo tenía las mismas caracterís-ticas que yo. No éramos habilidosos, y teníamos el arco entre ceja y ceja. Los goleadores son así. Yo pateaba desde el córner para hacer un gol. No tiraba el centro, le pegaba de chanfle a ver si entraba. Una vez mandé un tiro libre al segundo piso de Racing, pero a mí no me daba vergüenza. José María Muñoz decía “sigue rompiendo los carteles de publicidad del Gasómetro”. Pateaba de cualquier lado… Me siento identificado con Palermo. Les dábamos a nuestros equipos el gol y el triunfo, que son lo mejor.

—¿Se burlaban de usted las hinchadas rivales, como a veces le sucedió a Palermo?

Las hinchadas contrarias me insultaban siempre, porque sabían que les hacía goles. En España, me gritaban “indio”. Y yo les dedicaba los goles (risas)… Hasta nuestros festejos eran distintos. Los de ahora son una pelotudez, pero bueno, cada uno hace lo que quiere… Y no creo que haya la cantidad de goleadores de antes, jugadores como Bianchi, Kempes, Morete…

—¿Por qué nunca quiso ser director técnico?

—No me gusta. A lo mejor no me siento capacitado. No tengo carácter para manejar un grupo de profesionales. Me gusta más estar con los chicos de las Inferiores.

—Dos de sus nietos juegan en España, los otros dos viven en Argentina. ¿Le gustaría que sean futbolistas?

—Sí. Uno juega en Los benjamines del Sevilla, porque tiene diez años. Es en cancha de siete… Sería un orgullo que llegue a Primera, ya que mi hijo no quiso jugar, aunque lo hacía muy bien. Se ve que me vio a mí jubilado a los treinta y pico y prefirió estudiar para ser publicista.

—¿Y el retiro lo vivió tan bravo como la mayoría de los jugadores de su época?

—Mal, con depresión. La última etapa en San Miguel ya era fea. Fumaba mucho y estaba flaquito, con miedo de salir a la calle. Desde chico casi no fui al colegio. Me escapaba y me la pasaba jugando a la pelota. Decí que en el fútbol me fue bien, pero a los 38 años dejás y ¿qué hacés sin estudio? La pasé canuta (sic). No hay contención para ex futbolistas. Cuando dejaste de jugar, se olvidan de vos. Después, con las escuelitas de fútbol empecé a mejorar.

HERMANOS_SCOTTA—¿Sigue ligado al fútbol?

—Tengo una escuelita en el partido bonaerense de Malvinas Argentinas. Me gustaría enganchar a los chicos en una liga municipal, para que se diviertan.

—Y en San Lorenzo, en las Inferiores, ¿no le gustaría trabajar?

—Claro, pero no me llaman. Termina la nota. Scotta invita a pasar a una habitación con trofeos, camisetas y fotos (hay una muy especial, con su hermano Néstor Leonel, también futbolista y fallecido en un accidente. El lugar es un santuario, y el periodista piensa en este tremendo goleador. Si a Palermo le regalaron un arco en su despedida, a él le tendrían que haber dado los dos del Viejo Gasómetro…

 

Entrevista publicada originalmente en UN CAÑO#39 – Agosto 2011