El Puma José Luis Rodríguez nunca pudo conocer al Puma José Luis Rodríguez. Una vez, al Puma jugador le quisieron presentar al Puma cantante. Iban a sacarse una foto en la Bombonera, pero el Puma jugador llegó tarde. Y no pudo ser.

El apodo se lo puso Juan Carlos Morales, el relator, cuando apareció en la década del ‘80 con la camiseta de Deportivo Español. En esos años, el Puma hacía muchos goles. En la temporada 87/88, de hecho, convirtió dieciocho y fue el máximo goleador del campeonato, el único que le dio Español al fútbol argentino.

El Puma también jugó en Racing, Olimpo, Betis de España y Deportivo Cuenca de Ecuador. Pero su amor, su locura, quedó para Rosario Central, un flechazo que todavía dura: “Yo era de Independiente, sí, y mi ídolo era Bochini, sí, pero me hice de Central. ¿Me vendí? Sí. ¿Por qué? Por la gente”, se pregunta y se contesta el Puma.

Un día, después de atravesar más de una década como futbolista, Rodríguez se enteró que había perdido todos sus ahorros. Y después perdió la casa de Núñez, y después perdió el departamento, y después perdió el auto, y así hasta perder todo. Bah, todo no: se quedó con su familia, incondicional, y la fuerza suficiente para pelear.

Ahora, después de ganarle a un ataque de pánico, de manejar un remís, de vivir gracias a la ayuda de padres y suegros y cuñados, y de un plan social, el Puma trabaja con las inferiores de Yupanqui. Vive en Villa Celina, el lugar donde creció y en donde algunos vecinos todavía le dicen Cachito –Cacho es su papá-, a pesar de su cuerpazo y de que este año cumplirá cincuenta años. El Puma dice que todo está mejor.

Puma Rodriguez de civil 2013–¿Cómo fue que perdiste la plata?
–Tenía un abogado que llevaba todas mis cuentas. Yo había hecho una diferencia, y cuando me fui al Deportivo Cuenca tuvimos la desgracia de que él fallece, a los 38 años. Fue en un viaje Quito-Lima. A los diez o quince días vine para ver cómo habían quedado mis cosas y en el estudio me dicen “mirá, esto es lo tuyo”. Nada… La plata se había perdido en un banco, él había iniciado acciones, pero perdí todo, entre 500 y 700 mil dólares, y ya no tenía chances de nada. Volví a Bahía Blanca, estuve seis meses en Olimpo, pero como venía sin entrenar, jugué uno o dos partidos y me lesioné. Y ya en el ‘98 me retiré.

–¿Te golpeó mucho?
–Yo pensaba que no, pero en el 2006 me agarró un ataque de pánico. Y la psiquiatra me dijo que era por todas las cosas que había pasado. De tanto acumular y acumular. Pensaba que me iba a morir, que me iba a agarrar un ataque al corazón, que le iba a pasar algo a mis hijos. Un día me agarró muy fuerte y fui al Santojanni. Estaba que me moría, las piernas se me aflojaban. Me hicieron electros, estudio, y nada. Y apenas me vio la doctora me preguntó “¿Qué te pasa, morocho?”. “Siento que me muero”, le dije. “Andá buscando una psiquiatra”, me dijo. Uno se bajonea demasiado y se va al fondo. Para mí, si pasó algo, listo, ya pasó. ¿Perdí la plata? Listo, ya pasó, ¿para qué me voy a hacer problemas? Y me volvieron a pasar cosas, eh. Tenía que cobrar un pagaré de 50 mil dólares de Central y mi abogado no sé qué hizo que terminé teniendo que pagar yo. Y bueno, perdí la casa.

–¿Y qué hiciste?
–Cacé a mi señora y a mis dos chicos y me fui a lo de mis viejos. Estuvimos viviendo casi ocho años con ellos. Y me fui comiendo lo poco que tenía: el departamento y el coche. Lo vendí todo porque no conseguía laburo. Y no le echo la culpa a nadie, sólo a mi timidez. Yo tengo personalidad, pero soy incapaz de pedirle algo a alguien. Hice el curso de técnico porque el Gallego González me dijo. El Gallego es uno de mis mejores amigos del fútbol. Más allá de que tengo también una gran amistad con Teté Quiróz y con el Turco García.

–¿Sin laburo cómo vivías?
–Hice remisería mientras tuve el auto. Y cuando me fui a vivir con mi vieja, tenía un kiosco. Nosotros decíamos que era un maxikiosco, pero era un kiosquito común y silvestre, de barrio. Después me fui un año y medio a lo de mis suegros. Y hace tres años compré
una casa ahí en el barrio. Estoy viviendo ahí y las cosas salen mejor.

–¿Cobraste planes sociales?
–Mi señora, el plan Jefas y Jefes. Vivíamos en Núñez todavía. Cobraba 150 pesos.

–¿Y con eso podías vivir?
–Con eso y con lo que me daban mi suegra, mis viejos, mi cuñado, mi hermana… Vivíamos en Núñez porque mis hijos iban al colegio ahí. Y el viernes nos veníamos para estar con mis viejos y mis suegros. Íbamos al Mercado Central y el domingo me volvía con tres kilos de milanesa, dos pollos, cinco kilos de papas, seis kilos de cebolla… Y con eso comíamos toda la semana. Teníamos los juguetes y listo. Pero te sirve, todo te sirve.

–¿Para qué te sirve?
–Para que los chicos lo acepten. Ellos vivieron un momento bueno y un momento malo. Yo no tenía laburo, pero nos unió como familia, pude vivir todo el crecimiento de mis hijos. Y me unió mucho a mi mujer, que todavía me aguanta. Estuve toda la primaria al lado de los chicos, con sus deberes. Y me pueden decir cualquier cosa pero sé que los eduqué como me educó mi viejo, con valores.

–¿Te interesa la política? ¿Estás informado?                                                                                 -Estoy interiorizado por lo que me informo. Y apoyo lo que hace este Gobierno. Miro 678, todos los noticieros después saco mis conclusiones. Hay cosas que tienen que mejorar. Pero yo nunca tuve tanto optimismo como ahora de que las cosas puedan cambiar. No es fácil, el Gobierno se está enfrentando con un grupo muy poderoso. Y soy respetuoso de lo que opinan los demás. Yo trato de no agredir. Vos pensás diferente, todo bien. El tema es que no veo una alternativa. Y se ven mensajes de que se muera uno y se muera otro… Eso me rebela.

–¿Qué la hayas pasado tan mal tiene que ver con lo que pensás hoy?
–Yo viví con el plan que cobraba mi mujer, pero siempre me hago cargo de las cosas. Yo voté a Menem en el ‘89, y me hago cargo y admito en su momento me gustaba. Pero después pasaron los años y uno pudo ver lo que fue eso. Hoy estoy arrepentido, pero me hago cargo. Y si mañana me demuestran que el Gobierno está equivocado, haré mi autocrítica.

ADG97C03.001–¿Cómo llegaste a Español?
–Yo venía de trabajar y un vecino me preguntó si me quería ir a probar. Con unos amigos
teníamos un equipo en nuestro barrio, Los Bomba. Y después de dos o tres meses de prueba quedé. Me costó un montón. No sé si fui el último o el penúltimo en fichar. Y creo que fue por el hecho de no faltar. Era más bien chico, no era rápido. Yo no me veía para jugar. No sé por qué pasaba eso. Veía compañeros que jugaban mucho mejor. A mí me encantaba jugar, pero no me veía bueno.

–Y te tocó un momento glorioso de Español.
–Vivimos la mejor época. Mi carrera es Español. Aunque yo después me identifiqué con Central. Cuando subimos, los cambios no fueron tan drásticos. Se mantuvo la columna
vertebral con López y Cavallero como entrenadores. Estaba Catalano, vino Batista, siguió Ojeda… Y ya en las temporadas ‘86/’87 el equipo estaba bastante mejor. Salimos segundos con Newell’s.

–¿Cómo era la relación con Francisco Ríos Seoane?
–Muy conflictiva, por el carácter de él y por el mío. mí me gustaba que si prometían algo, lo cumplieran. Pero él era de decir y no cumplir. A la larga te cumplía, pero te hacía enojar. Vivía en conflicto con todos los jugadores. cuando empecé a ser capitán del equipo me involucré en todo. Falta de pago, retrasos de primas…

–¿Cómo actuó con tu pase al Betis?
–Cuando volví, la DGI me empezó a citar porque había varios contratos y, supuestamente, todos firmados por mí. Yo no los había firmado. El oficial era de 850 mil dólares, pero había otro de 550 mil y uno de un millón no sé cuánto. Conmigo no hubo problemas, el problema lo tuvieron ellos: supuestamente, Ríos se había quedado con mi pase como parte de una deuda que tenía Español con él porque también ponía plata.

–Bueno, Español terminó vaciado
–Ríos Seoane siempre dijo una cosa: “el día que yo me vaya, van a desaparecer”. Y el club no desapareció, pero estuvo cerca. Tuvo que cambiar de nombre. Pero hizo mucho Ríos Seoane. No sé cómo lo hizo, si lo hizo bien, con buenas armas, pero cuando yo llegué en el ‘79 estaba el hormigón de la platea, una cancha y después todo descampado. Y en el ‘84 ya era una institución muy buena, con mucho movimiento social, con un gran equipo, con gente que iba a la cancha y compartía los quinchos.

–¿Cómo fue la experiencia en el Betis?
–Era mi primera experiencia fuera del país y fue irregular. Cuando llegué el equipo descendió, tuve problemas como en toda mi carrera con el técnico, que era Cayetano Re. Al otro año ascendimos y también tuve problemas con el técnico. Tuve una lesión muy fuerte y en enero del 91, como Betis no había pagado todo, me volví. Ellos me querían sacar de encima y en Español veían con buenos ojos que volviera.

–Tuviste muchos problemas con los técnicos. ¿Hacés autocrítica?
–Obvio, es mi carácter. En el momento pensaba que tenía toda la razón, pero con el tiempo me di cuenta de que no fue bueno lo que hice. En algunas cosas he tenido razón y en otras, no. En el Betis insulté al técnico durante una discusión. Y pude haber dicho después que no lo había hecho, pero dije que sí. Por ser honesto. Y estuve dos meses y pico sin poder jugar ni poder entrenarme. Me abrieron un expediente y yo tenía que estar todo el día en mi casa. Ellos me podían llamar en cualquier momento y si no estaba, lo podían tomar como que no estaba cumpliendo con la sanción. Salía y tenía que llamar al club para avisar.

–Era casi una prisión domiciliaria.
–Algo así. No podía entrenarme, y para mí fue contraproducente, porque cuando volví las lesiones me empezaron a perjudicar.

–Con Pedro Marchetta también te peleaste.
–No, siempre digo lo mismo. No me peleé porque no tuve la posibilidad. Me fui de Central porque supuestamente lo decidió él. Pero nunca me vino a hablar. Cuando yo llegué a Racing, a los ocho o nueve meses, Marchetta arregla en Racing y me tengo que ir. Pero lo que me dolió fue lo de Central, porque yo amo a ese club: me hice hincha, así que haberme ido de ahí fue lo que más me dolió.

–¿Con qué otros te peleaste?
–Con Yudica me peleé en Español. Por culpa mía. El primer diálogo con José fue malísimo porque me habían dicho que estuviera a las 9,30 y el entrenamiento era a las 9. Yo volvía del Betis. La relación arrancó así, y terminamos mal en un partido contra Central. Nos miramos mal, me dice que me va a sacar, le dije “sacame” y me sacó. Cuando salí lo mandé a la mierda. Y me tiró un balde con bolsitas de agua. No lo pudo agarrar bien, pero lo tiró. La gente nos insultaba porque no ganábamos nunca, y ahí íbamos ganando dos cero y nos empataron. En la semana quedamos en hablar, pero renunció. Otro fue Luis Cubilla, en Racing, que cuando me vio por primera vez me dijo “Yo a usted no lo quería, yo quería un 9 de área, a usted lo trajo Destéfano”.

Pumacentral 350–¿Por qué tanto amor por Central?
–Por la gente. Estuve dos años y me hicieron sentir el mejor. Me marcó, y de hecho
tuve discusiones con mi señora porque quería tener a mi hijo en Rosario y ella quería venir a Buenos Aires. Al final nació en Rosario. A mí me gustaría trabajar en Central. Pero no en la Primera, sino en las inferiores. Creo que les puedo enseñar a los pibes. Ahora estoy dirigiendo Yupanqui, con pibes de 18 años, y si vos los laburás bien, los pibes salen bien.

–¿Es cierto que tuviste que ver con que Maradona fuera técnico de Racing?
–Fue después de un partido con Mandiyú. El que más relación tenía con Diego era el Turco García. Pero no viajó para ese partido. Yo lo conocía a Diego de la Selección. Nosotros estábamos sin técnico porque se había ido Cubilla. Y cuando termina el partido, Diego me grita “Puma, vení, vení, el técnico tengo que ser yo; hablá con Juan, decile que
hable con Marcos (Franchi). Te espero acá”. Entré y estaba Destéfano. Y le dije. Así que hablaron: esa misma noche se reunieron en el hotel donde estaba hospedado Diego y arreglaron. A la noche me llamó Diego y me dijo: “Puma, confirmado, soy el técnico de Racing. Venite, que vamos tomar un champan”. Fui con el Piojo López, que se llevó una
camiseta. A mí me dio un pantaloncito.

–¿Y cómo fue tener a Diego como técnico?
–El todavía no era técnico, tenía la cabeza de jugador. De hecho, después volvió a jugar. Pero el trato era bueno. Se repartía el trabajo con Carlos Fren. Y en un momento dejó de ir. Le tocó lidiar con nosotros, que éramos complicados. Hasta nos vinimos de una pretemporada.

–¿En Santa Teresita?
–Claro, por una discusión que tuvimos con Destéfano por un problema de plata. Nos pusimos de acuerdo con el Turco, se lo comentamos a Diego primero y nos fuimos. Tuvimos quilombo con Destéfano, nos dijo de todo.

–En la Selección llegaste a jugar de titular.
–Estuve entre el ‘86 y en el ‘88. Contra Alemania, en Vélez, jugamos Valdano, Burruchaga, Diego y yo. Ganamos con un gol de Burruchaga. Imaginate lo que era para mí.

puma calle 350–¿Y qué era para vos?
–Era tocar el cielo con las manos. Es como que a cualquier jugador de hoy le toque jugar con Lionel Messi. Fue después de México ‘86. Íbamos a entrenar, Diego estaba en una punta, el resto en la otra y había cinco mil personas mirándolo a él nada más.

–¿Y con Bilardo cómo te llevabas?
–Bien. No quería que tuviera la capucha puesta. Decía que no podías ver lo que pasaba a tu alrededor. Un día estábamos en Australia, ya habíamos ido a recorrer el campo, me voy al vestuario y me pongo a tomar un café. Yo tenía la capucha un poco arriba. Entra Bilardo y empieza: “¿Que hacés, pibe?”. “Nada, Carlos”. “Dame la tijera”. Le dieron una tijera y empezó a cortar la capucha. Después se las cortó a todos. Ni capuchas ni bolsillos… Pero sabía de fútbol…

–¿Te habías hecho ilusión de jugar el Mundial de Italia?
–Sí, claro, como todos. Aparte porque me tenía fe. Después uno se va dando cuenta hasta dónde se puede llegar. Me faltó un plus. Me faltó un plus, incluso, para haberme quedado unos años más en Europa. Más allá de alguna indisciplina mía en cuanto al cuidado.

–¿Cuando hablás de indisciplina, hablás del peso?
–En donde más me descuidaba era en eso. El tema de comer, el sobrepeso. Siempre estaba cuatro, cinco, seis kilos arriba. No me ayudaba nada.

–Te gustaba salir y comer.
–Salir me gustó siempre, comer me gustó siempre. Y siempre pensé que la vida para mí era una sola y había que vivirla. No era un loco que salía un día o dos días antes del partido. Pero hice lo que tenía que hacer a los 18, a los 20, a los 30 y ahora, a los 50.

–¿Cuánto llegaste a pesar?
–Máximo, 92 kilos, cuando me fui de Español a Central. Y en el Betis llegué a pesar 91, y me había ido de acá con 86.

–¿Y alguna vez mentiste?
–Sí, puse que pesaba 83 cuando en realidad pesaba 85. Ellos no controlaron cuando entré, pero sí al salir. Estaba en 83,800. O sea que para las planillas había aumentado. Fui el único jugador que después de entrenar aumentó de peso.

–¿Cuál fue el gol más lindo?
–El gol que le hice a Newell’s en el primer clásico, de cabeza. Fui un desastre, pero hice el gol y ganamos dos a uno. Si me tuviera que guiar por lo que me dice la gente, tengo uno de mitad de cancha contra Talleres, en cancha de Español, y otro de chilena contra Huracán. Pero a mí me gusta el que le hice a Newell’s.

–¿La potencia era una de tus características?
–Era raro, porque normalmente yo jugaba pegado a las bandas, sobre todo a la izquierda. Todas las inferiores las hice de 9, pero no hacía muchos goles. Y cuando López y Cavallero me suben a Primera se lesiona Carlos Centurión y, como de 9 jugaba Lorea, me tiraron a la izquierda. Y me gustó quedarme ahí. Después hice goles porque me gustaba hacer la diagonal.

–¿Qué era lo que preferías?
–Cuando empecé me gustaba el mano a mano con el arquero, pero después me gustaba encarar y meter el centro.

–Curioso que te guste tirar centros.
–Es que yo no era goleador. Está el goleador, está el definidor y está el delantero que hace goles. Yo era un delantero que hacía goles. Yo no era Palermo, no me ibas a ver parado en el área chica.

–Pero tu imagen quedó como la de un goleador.
–Porque fui goleador de un torneo completo y cuando estuve en Central fui goleador del equipo. Y eso que me lesioné, no estuve en siete u ocho partidos… Pero nunca me consideré goleador. Vos conmigo podías esperar cualquier cosa. Que deje desparramado al arquero o meter una bomba que me podía salir a cualquier lado o se terminaba clavando junto al palo. Una vez, contra Racing, paré la pelota y le metí a donde saliera. Roa se tiró a un palo y la pelota se metió en el otro. “¡Cómo definiste con zurda!”, me decían. Mentira, yo pateé y salió eso.

Publicada en UN CAÑO #56 – Febrero 2013