Hay una canción que cierra la banda de sonido del fútbol de los ochenta. Esa transición a la posmodernidad donde los pantalones se usaban bien cortitos y los ídolos parecían duraderos. La cantaba la hinchada de Racing antes de cada partido. Era una celebración previa, premonitoria: “Váyase preparando, vaya gritándolo, porque en cualquier momento, aparece el Totigol”.

toti 350José Raúl Iglesias, el homenajeado, levantaba los brazos celestes y blancos, saludaba a la tribuna y siempre –o casi siempre cumplía. Cuando convertía, además, le sumaba al rito una vuelta en el aire. La misma del mexicano Hugo Sánchez, pero algo más defectuosa: era, al fin de cuentas, una vuelta carnero racinguista. Una pirueta que tantos chicos imitaron y tantos porrazos se pegaron. Duró poco en Racing -menos de un año, con un regreso breve-, pero le alcanzó para hacerse ídolo. El Toti Iglesias –igual que su canción, su vuelta carnero- es parte de la iconografía del fútbol ochentoso.

Llegaste a Racing en 1987 y te fuiste en 1988. Jugaste muy poco y sos uno de los grandes ídolos de los últimos años. ¿Cómo explicás eso?

–Es un caso muy curioso. Estoy muy identificado. El período fue corto, pero muy fuerte. Metí un montón de goles, el equipo jugaba muy bien y la gente no vio una imagen negativa mía cuando me fui. Racing necesitaba guita y vino la gente de Junior de Barranquilla. Tenía dos días para decidirlo. Me daban un paquete. Pasé sábado y domingo en casa sin saber qué hacer. Yo no me quería ir de Racing ni en pedo, pero tenía 31 años, era apostar a la gloria o meter ese pase importante. Y ese fin de semana decidí sacrificar la gloria y salvar mi futuro.

¿Uno de los hitos fue el seis a cero a Boca?

–Yo nunca en mi vida jugué un partido tan fácil como ése, con todo respeto para Boca, eh. En cada avance nos mirábamos con Walter Fernández y Medina Bello y percibíamos que era un gol. El Loco Gatti estaba desesperado, les gritaba que vengan, que lo cubran, que lo protejan. Nos dábamos cuenta de que eran un tembladeral. Nosotros los atacábamos con cinco o con cuatro, los matábamos. Les metimos seis, pero les tendríamos que haber metido doce. Fue un baile terrible. No recuerdo un partido tan accesible. Nos decíamos “vamos a meterle catorce para que se acuerden toda la vida”. Y se van a acordar toda la vida.

¿Aquello de “váyanse preparando, vayan gritándolo” no te lo cantaron otras hinchadas?

–No, sólo la de Racing.

Es curioso porque Racing se generó en esos años una épica en la derrota, y en esa canción había grandeza, victoria, alguien iba a hacer un gol… ¿Qué sentías vos?

–Como que ellos me estaban preparando para hacer el gol. Yo salía a la cancha y empezaba a escuchar esa canción. Aplaudían a mis compañeros y después empezaban. Era como una inyección de ánimo para mí. No podía dejar de hacer un gol después de eso. Y después me mataba ahí adentro, pero ellos me daban la vitamina. Tenía un amigo, fanático de Racing, que me decía: “Boludo, no vayas a Racing, que te van a matar… Le tiraron un adoquín a Avallay, te van a asesinar cuando no hagas goles”. Llegué a Racing así, pensando en eso, y yo no lo podía creer porque fue todo lo contrario, un enamoramiento mutuo.

toti rey 350Y llegaste de grande al club.

–Tenía casi 30 años. Venía avalado con un estigma de goleador por mi paso por Huracán. En El Gráfico me pusieron con capa, “El rey del gol”; si no hacía goles era uno más de esa lista de nombres que se devora Racing.

¿Dónde empezaste a jugar a la pelota?

–A la pelota, no al fútbol… Yo nací en Boedo. Jugaba ahí en el barrio. Ya había muerto mi padre cuando yo era chiquito. Mi mamá trabajaba y yo estaba solo. Era una época en donde podías estar solo en la calle todo el día jugando a la pelota. Y por una cuestión de cercanía me fui a probar a San Lorenzo.

¿Y en la calle ya hacías goles?

–Sí, en ese momento estaba el que después fue mi ídolo, Luis Artime. Entonces los más grandes me ponían y me decían Artimito. Traelo a Artimito que juega, decían. Yo me ponía cerquita del arco y la metía. Siempre tuve la facilidad. Son los genes. Yo hice 203 goles en quince años. El promedio te da entre quince y dieciocho por temporada. Hoy es mucho, pero si yo en ese momento hacía menos de quince goles no había andado bien. Tenía mucha facilidad.

¿Cuál fue el primer gol que sentiste importante?

–El primero. El Toscano Rendo me hizo debutar con 18 años en el Viejo Gasómetro. San Lorenzo estaba en llamas. Era un San Lorenzo muy pobre, en el año ‘76, de mitad de tabla para abajo, con la gente caliente, sin pelear nada. En ese momento había un especialista en atajar penales, que era Perico Pérez. Rendo me pone y yo tenía unas ganas que me llevaba todo por delante. Ganaba Unión uno a cero. Faltaban siete minutos y la gente puteaba. Al rato, penal para San Lorenzo. De caradura les dije a los grandes si me lo dejaban patear. Y me dejaron. Metí un fierrazo y gol. Para mí fue el más importante. Mi comienzo como goleador.

Sin embargo, no tenés muchos goles de penal en tu carrera.

–Casi ninguno. Mirá, yo tengo con Huracán el récord de goles en el Nacional B. Hice 36 goles en 37 partidos. Y jugué 37 partidos porque el año anterior, cuando nos fuimos al descenso con Italiano, perdimos por penales y yo lo puteo al árbitro. Una vergüenza, me dan cinco fechas de suspensión. Cuando empieza el Nacional B, juego recién en la sexta. Y juego las 37 al hilo. Marqué 36 goles, y sólo dos de penal. Eso te marca la proporción.

Daniel Bazán Vera hizo la misma marca en la Primera B Metropolitana, jugando para Tristán Suárez. Vos lo dirigiste en la Tercera de Almirante Brown y alguna vez le dijiste “si un compañero te pide un pase, decile que vaya a buscar el rebote, que vos le pegás al arco”. ¿Es tuya o se la escuchaste a alguien?

–Siempre la decía Pinino Mas, un goleador bárbaro, un egoísta. Yo siempre le decía a Bazán Vera, que el delantero tiene que ser un egoísta sano, no el que patea desde el banderín del córner, ése es un tarado. Pero vos tenés que patear al arco. Siempre te la van a pedir. Que vayan a buscar el rebote. Si rebota la meten ustedes, pero déjenme patear a mí.

toti festejo 350Recién mencionaste la intuición. ¿En qué consiste esa intuición? ¿En saber ubicarse? ¿En saber hacia dónde va la pelota? ¿En decidir bien el momento en el que le pegás?

–En imaginar. Vos tenés que estar un segundo o medio segundo adelantado a lo que piensa el defensor. Tenés que tener mucha imaginación. Ésa era mi virtud. Venía la pelota y yo imaginaba lo que podía ocurrir. Nunca hay que jugar apoyado en los talones, en el área tenés que jugar con la punta de los pies. Eso te permite llegar medio segundo antes. Cuando viene un centro, tenés que imaginar qué va a suceder. Muchas veces acertás, viene un centro y sabés que el otro va a errar y ya estás en puntitas de pie, llegás ahí y anticipás.

Más allá de cómo se diera la jugada, que es la que te determina, ¿tenías preferencia para utilizar la cabeza o los pies para definir?

–Yo era letal cuando enfrentaba mano a mano. Porque tenía mecanizado que cuando vos llegás mano a mano con el arquero, de dos una iba a adentro. Lo sacaba de cuadro al arquero y se la cruzaba al segundo palo abajo. Si me dejaba, primer palo arriba. Era algo que me salía solito. Alguna erraba, pero era mi fuerte.

¿No intentabas gambetear?

–No, no, le miraba el cuerpo. Porque el arquero te mira el cuerpo a vos. Entonces lo sacaba a un costado, lo sacaba para el otro y la cruzaba. Y cuando el tipo no se me movía, como Navarro Montoya o Comizzo, primer palo arriba.

Algunos jugadores dicen que hay algo adictivo en el gol. ¿Pasaste algún momento angustiante sin goles?

–Me pasó en el gol cien. Me fui a España con 99 goles y volví con 99. Estuve más de seis meses para hacer un gol. ¡Seis meses! Me quería matar. Hace poco fui a España y hablé con Paquito, que era el técnico que tenía en el Valencia. Y siempre me carga: “¡Acá viene el hombre que me hizo echar!”. Me lo dice bien, obvio. “A este tío lo trajimos como El rey del gol y no hizo ni uno acá”.

En total, en la Argentina, jugaste en diez equipos distintos y tenés la marca de haber convertido con todas esas camisetas. Entre ellos, pasaste por Sarmiento de Junín, con el que conseguís el ascenso. Ahí también sos ídolo.

–Es increíble, hay una cancha de la ciudad deportiva que tiene mi nombre. Sarmiento me dio unas satisfacciones enormes. Muy fuerte, pasaron treinta años y no se olvidan.

Por tus características, ¿vos estabas en el intermedio de un delantero habilidoso y un grandote de área?

–El punto más débil mío era la técnica. Una vez Batistuta dijo una cosa con la que me sentí muy identificado: “yo no puedo gambetear a una silla, pero trato de disimular mis defectos y potenciar mis virtudes”. Yo sentía lo mismo. Mis virtudes eran la velocidad y la definición. Al no tener técnica no me exponía para gambetear. Me la daban y yo la devolvía y la iba a buscar al vacío. Porque mano a mano con vos no te podía pasar.

toti huracan¿Cómo empezaste con las vueltas carnero?

–Tenía un compañero en Huracán, Ariel Paolorossi, que era un saltimbanqui, un tipo ágil. Estaba de moda Hugo Sánchez, que la hacía. “¿Por qué no hacés eso vos?”, me decía Ariel. “Vos estás loco, me voy a matar”. “Yo te la enseño, pero viste que yo no hago muchos goles”. Nos pusimos en los entrenamientos a practicarla en un arenero. A él le salía perfecto y yo era un desastre. A los dos meses me venden a Racing. Si no me equivoco, la hice en el triangular que se jugó en Vélez. Y pegó fuerte. Se hizo una costumbre, y mis compañeros ya sabían: me esperaban que la hiciera y después venían a abrazarme.

¿Y nunca un papelón?

–Sí, me caía sentado de culo. Se reían todos, me decían que era ridículo. Yo me cagaba de risa, era disfrutar con el gol. Pero me salía horrible.

¿Sos un poco la estética de lo que fue el fútbol de los ochenta?

–Yo no lo sabía pero hace poco me trajeron un libro y me mostraron que soy el goleador de los ‘80 (105 goles en 244 partidos). Terminé de jugar al fútbol y no sabía eso. Sanfilippo fue en los ‘50. Artime, en los ‘60 y Brindisi en los ‘70. El único volante en todas las décadas. En los ’90 y en el 2000, Palermo.

¿Cuando te retiraste fue porque te diste cuenta de que ya no podías hacer un gol?

–Sí, el último año. En Lanús y en Español. Vi que ya me costaba, que no le sacaba diferencia, que tenía que jugar con la astucia, no era lo mismo.

Antes te pregunté cuál fue el gol más importante, ¿cuál fue el más lindo?

–Una vez le hice uno al Mono Burgos. Estaba en Talleres. Me la dan, giro y le clavé un golazo. Pero yo lo miro hoy por tele y no es mío. ¡Mis goles fueron todos muy feos!

 

Publicada originalmente en UN CAÑO #48 – Junio 2012