Si alguna vez la trayectoria de Jorge Sampaoli se convierte en un guión cinematográfico, la película podría comenzar con el actor principal haciendo footing por las afueras de Casilda, en la provincia de Santa Fe. Comienzos de la década de 1990, un camino de tierra, el sol escondiéndose entre las cosechas de maíz, un Rastrojero escupiendo gasoil, chicos jugando con camisetas de Newell’s y de Rosario Central con Yamaha y Zanella como respectivos patrocinantes, y un perro chumbando el trote de un Sampaoli anónimo, en soledad, sin que la parafernalia periodística supiera que en medio de esa nube de polvo y sudor se está gestando un fenómeno del que muchos años después tendrá que ocuparse.
El detalle que no debería faltar es un walkman. Sampaoli nunca sale sin un casette y auriculares: sólo corre si a la vez puede escuchar. Y no es música. Tampoco radio. No se permite ese tipo de distracciones. Aquí está la pequeñez que hace grande al asunto: su equipo de sonido reproduce las desgrabaciones de las pocas conferencias en las que su gurú ha profetizado un nuevo dogma. Su maestro es un director técnico de 35 años que, más que seguidores futbolísticos, cultiva fanáticos religiosos. Sampaoli, que acaba de pasar los 30, corre y escucha a Marcelo Bielsa. Lo reverencia.
“Estaba todo el día pendiente del fútbol. Es literal lo que digo. Y llegué a un punto en que era bielsadependiente. Salía a correr y escuchaba cintas de Bielsa. Lo seguía y lo grababa cada vez que daba charlas. Era un obsesivo de su Newell’s, sabía lo que él hacía desde que estaba en las Inferiores. Una vez fui a Córdoba, donde dio una conferencia con Carlos Griguol. Siempre me identifiqué con su filosofía, con su proyecto de fútbol de ataque, de cómo sentir el juego. Ahora sigo igual, pero también miro más equipos, no solo el Athletic de Bilbao”, se define –ya a comienzos de 2012– Sampaoli, 51 años, triple campeón en 2011 con la Universidad de Chile, dos veces de la liga local y una de la Copa Sudamericana.
Sampaoli nunca sale sin un casette y auriculares: sólo corre si a la vez puede escuchar. Y no es música. Tampoco radio. No se permite ese tipo de distracciones. Aquí está la pequeñez que hace grande al asunto: su equipo de sonido reproduce las desgrabaciones de las pocas conferencias en las que su gurú ha profetizado un nuevo dogma. Corre y escucha a Marcelo Bielsa.
Algunos años después de que Sampaoli decodificara la palabra santa a través de un walkman, el detalle de su perdición por Bielsa dejó de ser un instrumento de audio y fue uno óptico: los prismáticos. Podría ser la siguiente imagen de la película del técnico que se forjó solo: Sampaoli recorría los 350 kilómetros que separan Casilda de Buenos Aires, estacionaba enfrente de las canchas de la AFA en Ezeiza y, alambrado de por medio, sacaba su largavistas para seguir las indicaciones de Bielsa a los jugadores de la Selección, a 300 metros.
“Los ejercicios tácticos eran fabulosos”, se asombraba aquel hombre con sed de aprendizaje. “El ingenio importa más que el conocimiento”, ya se había convertido en su frase de cabecera. “Y enseguida hice relación con los ayudantes de Bielsa. Vivas, por ejemplo, me recomendó a Sebastián Beccacece, hoy mi ayudante de campo. Sebastián (también rosarino, un exdefensor sin mucha fortuna en Juan XXIII, equipo de la liga local) era otro silencioso fanático de Bielsa”, recapitula.
El walkman, los prismáticos y los kilómetros recorridos hablan de alguien que hizo del fútbol una misión: “De chico me la pasaba escuchando a Víctor Hugo Morales y a José María Muñoz, y consiguiendo todo tipo de información”. También lo consumía su fanatismo por River, el Beto Alonso y, en menor medida, Newell’s. Adentro de la cancha era un volante por la derecha con enorme despliegue, poco gol y un buen manejo de la pierna izquierda que derivó en su apodo: “el Zurdo”.
Empezó a jugar al baby en Central Argentino, un club que desapareció hace 25 años al fusionarse con Juventud Unida y Candelaria y, entre los tres, formar el actual Unión Casildense. Un día transitó los 50 kilómetros que separan a Casilda de Rosario y se probó en Newell’s. Lo aceptaron. Estuvo tres años en las Inferiores hasta que un día, nadie sabe cuándo ni cómo, se lesionó: fractura expuesta de tibia y peroné. Supuestamente fue en un entrenamiento y no en un partido, pero sus amigos aseguran que Sampaoli, de 17 años, borró ese momento: fue demasiado doloroso como para recordarlo.
Siguió jugando, pero ya no en torneos de AFA, sino de regreso en la liga Casildense, un torneo que reúne equipos de Casilda, Arequito, Pujato, Fuentes, Sanford, Chabás, Villada y Los Molinos. El fútbol en versión chacarera. En su pago chico fue futbolista de Unión Casildense, Aprendices Casildense y, tras la cesión de un jugador más el pago de una pequeña suma de dinero, llegó a Alumni, club en el que en 1991, en su último año como futbolista, salió campeón: 1-0 a Huracán de Chabás. Pero lo suyo con la pelota no era solo patearla sino, sobre todo, dirigirla: ese año fue ayudante técnico de Mario Bonavera, el entrenador. En realidad, desde el año anterior ya era el preparador físico de las Inferiores de Alumni, en coincidencia con la carrera que, varios años después de que terminara la secundaria, había empezado a estudiar. Hasta que en 1992, al fin, arrancó su aventura como técnico en la Sexta y en la Reserva de Alumni, “mi club”, como lo define. Tenía 31 años y empezaba a trabajar en su obsesión, el fútbol, y en su vocación, la dirección técnica.
“No creo que quisiera trabajar con Bielsa. Para mí es el mejor técnico del mundo, pero prefiero tenerlo como un mito y seguirlo de cerca, pero sin incomodarlo.” – Jorge Sampaoli
Hasta entonces, y desde los 18 años, había sido empleado en el Banco Provincia de Santa Fe, en Casilda; y en el Registro Civil, en Los Molinos. Hubo días en que el juez de Paz faltaba y Sampoli actuaba de casamentero. También firmaba partida de defunciones. Es la etapa desconocida de un tipo que empieza a ser conocido. Los bielsistas son tipos a los que uno pensaría dos veces antes de hacerles un chiste, pero aquel Sampaoli entra en la categoría de bromista pesado: un día, apenas cumplida la mayoría de edad, escondió en una estufa la radio portátil que un cajero había llevado para escuchar el Mundial Juvenil 1979 y el banco se llenó de humo. Otra vez, al regreso de un partido en Rosario, tiró por la ventana las llaves del auto, cansado de pedirle al chofer que condujera más rápido.
En 1993, dos dirigentes de Alumni, Sergio Abdala y Luis Scapinello, fueron visionarios y le pidieron que asumiera la Primera. Sampaoli ya vivía a la sombra del Newell’s de Bielsa, por entonces convertido en un técnico de culto. Y en 1994 y 1995, mientras seguía decodificando la filosofía de su gurú, Sampaoli llevó dos años consecutivos a Alumni a las finales de la liga. Perdió ambas, pero en la segunda llegó la foto que empezaría a cambiarle la vida: a los 10 minutos de la definición contra 9 de Julio de Arequito, como visitante, el árbitro expulsó a ese técnico gritón, renegado e hiperactivo. Sampaoli dejó la cancha y se subió a un árbol, por encima de la tribuna donde estaban los hinchas de Alumni. Desde allí vio el resto del partido. Un fotógrafo de La Capital capturó la imagen que, tiempo después, llamaría la atención de la dirigencia de Newell’s.
En el libro La vida por el fútbol, de Román Iucht, el futbolista Darío Franco recuerda la práctica en que Bielsa, algunos años antes que Sampaoli, se subió a un árbol: “Entrenábamos tiros libres. Empezamos a buscarlo y no lo encontrábamos. Hasta que lo descubrimos. ¡Estaba arriba de un árbol viendo cómo pateábamos!”. Sampaoli, sin embargo, dice que no conocía esa locura de su maestro. “En la cancha no había tribunas y desde el árbol veía mejor que al ras del piso, así que aproveché para dar indicaciones desde arriba”, explica.
En 1996, Sampaoli –que también viajaba a Buenos Aires para ver a su River, el de Enzo y Salas, sus nuevos ídolos- dirigió a Belgrano de Arequito. Por tercer año seguido se clasificó a la final de la Liga Casildense. Y esta vez fue campeón. Una corriente de energía positiva sacudió su carrera y enseguida llegó al fútbol de la AFA: entró a las Inferiores de Newell’s, club que lo delegó de inmediato –sin haber alcanzado a dirigir allí- a Argentino de Rosario, que por entonces era su filial y jugaba en la B Metro. “Una época hermosa”, recuerda. Su debut fue el 13 de mayo de 1996: goleada 3-0 a Laferrere, por los octavos de final de un Reclasificatorio. A la instancia siguiente fue eliminado por Temperley, pero Sampaoli se quedaría casi toda la temporada siguiente: ganó 11 partidos, empató 13 y perdió 6. Se fue en abril de 1997, en medio de conflictos económicos entre Newell’s y Argentino.
En realidad, ya desde 1994, Sampaoli estaba instalado en Rosario, trabajando en paralelo en Renato Cesarini en la formación de jugadores. Allí conoció a su segundo referente, Jorge Solari; y a su futuro preparador físico, Jorge Desio, hermano de Hermes, exjugador de Independiente. “Tengo una oferta del exterior y si se confirma me voy”, avisó antes de asumir en Argentino de Rosario por segunda vez; y enseguida fue contratado por Juan Aurich, de Perú. Sería una experiencia efímera. “A los tres meses renunció el presidente que me había llevado. Me fui yo también”, maldice.
Pero volvió a Perú en 2002 y se quedaría seis años más. Le fue bien en Sport Boys y muy bien en Coronel Bolognesi, con el que debutó en torneos internacionales: la Sudamericana 2006. Enseguida, en 2007, dio el salto a un grande, Sporting Cristal, que fue, paradójicamente, su primer fracaso.
-¿Qué concepto tiene del fracaso?
-La adversidad me hizo crecer. Me dio fuerza, convicción. Y entendí que me fue mal porque, entre otros motivos, me faltó decisión para sostener lo que pensaba. Al jugador le hice descreer de mi idea.
-¿Quién aprende más? ¿El técnico del jugador, o el jugador del técnico?
-El técnico de los jugadores, sin duda. Nosotros tenemos que potenciar a los jugadores. El peor entrenador es el que despotencia a sus futbolistas, el que no los hace rendir al 100%.
En su perfil bajo de siempre siguió en O’Higgins de Chile y en Emelec de Ecuador en 2010, hasta que explotó en Universidad de Chile, en 2011. Bicampeón nacional, 36 fechas invicto y rey de la Sudamericana después de exhibiciones futbolísticas que ya quedaron en la mitología. “El 4-0 a Flamengo en Río de Janeiro, por octavos, fue perfecto. En el vestuario me encontré con Ronaldinho y me dijo que nunca había jugado contra un rival tan superior”.
En enero de 2012, la Federación Internacional de Estadística del Fútbol eligió a Sampaoli el séptimo mejor entrenador del mundo, el primer argentino de la lista. Como todos los veranos, el Zurdo –padre de dos hijos, Sabrina y Alejandro– volvió a Casilda, pero esta vez fue recibido por una multitud y declarado ciudadano destacado por la Municipalidad. También sucedió algo muy poco habitual: Bielsa le mandó un mail felicitándolo. La relación Sampaoli-Bielsa es de admiración, no de contacto personal. “Nunca tuvo un diálogo personal”, revelan los amigos del casildense.
-¿No le gustaría trabajar con Bielsa?
-No creo. Para mí es el mejor técnico del mundo, pero prefiero tenerlo como un mito y seguirlo de cerca, pero sin incomodarlo.
-Y al fútbol argentino ¿cómo lo ve?
-No hay laterales derechos, no hay wines. En verdad, ya no hay tantos futbolistas. Antes se podían formar dos o tres selecciones, ahora hay una sola. Miro fútbol argentino y no le encuentro atractivo, no llego a los 30 minutos. Me pasa como en el italiano. Es el momento de mayor crisis de nuestro fútbol, en la relación de los argentinos con el juego.
A veinte años de aquel Sampaoli anónimo, corriendo solo con su walkman, tal vez haya jóvenes que hacen footing en algún punto de la Argentina, o de Chile, y escuchan en su mp4 la palabra santa del nuevo gurú. Es San Paoli y su vida cinematográfica.
Fuente: Revista El Gráfico.