St. Pauli solo jugó ocho años en la Bundesliga y jamás peleó un torneo de primera división. Nunca participó de una copa europea ni estuvo cerca de ganar la Copa de Alemania. Sus alegrías deportivas se reducen a un par de ascensos y algunas victorias aisladas. Sin embargo, su nombre es reconocido en todo el mundo. El club de la ciudad de Hamburgo viene demostrando desde hace décadas que para trascender no siempre es necesario ganar títulos, sino cumplir un papel en la sociedad. Siempre del lado de los sectores populares, lo ocurrido el pasado fin de semana ha sido otra muestra de su importancia para las luchas sociales de su comunidad.
Durante la semana previa a la cumbre del G-20 realizada en Hamburgo, se organizaron protestas en contra de las políticas de Donald Trump y del resto de los lideres mundiales que asistieron. La consigna era clara: manifestarse en favor de la igualdad y en contra del capitalismo. En ese sentido, el popular barrio de St. Pauli se convirtió en el centro estratégico de la lucha. Sin embargo, las fuerzas de seguridad establecieron que no podría haber reuniones en un radio de 35 kilómetros desde el Centro de Convenciones. Entonces, entró a jugar el FC St. Pauli.
El jueves, el club publicó en sus redes sociales un aviso en el que ofrecía 200 lugares para manifestantes dentro del estadio Millerntor, ubicado en el corazón del área involucrada (a menos de dos kilómetros del Centro de Convenciones). Bajo el lema Yes, we camp (sí, acampamos), abrió sus puertas y fue consecuente con su histórica actitud de mantener una “postura clara en apoyo a los derechos humanos, la libertad de expresión y el derecho a manifestarse”.
Según el comunicado, la decisión fue tomada en respuesta a la absurda prohibición de acampar, que en muchos casos estuvo acompañada de dispersiones ilegales de varios campamentos y de la clausura de sitios donde la gente pudiera reunirse. Además de abrir las puertas, el club permitió el uso de sus instalaciones sanitarias y puso en funcionamiento una cocina móvil.
En agregado a esta significativa resolución, St. Pauli animó a sus hinchas para que se manifiesten “de forma pacífica, creativa y ruidosa, más allá de lo que los participantes de la cumbre quieran o no escuchar”. Por otro lado, condenó las prohibiciones y la masiva presencia policial, cuyos actos “pusieron en duda el estado de derecho”. También, en el mismo comunicado expresó el pensamiento de los miles de manifestantes: “Si no hacemos esto ahora, ¿entonces cuándo?”
Cerca de 20.000 efectivos de la policía reprimieron con gases lacrimógenos y camiones hidrantes a las decenas de miles de manifestantes que participaron de la marcha Welcome to hell (Bienvenidos al infierno). En ella se utilizó la táctica Black block (bloque negro), que consiste en que todos vayan vestidos totalmente de negro para que sea más difícil su identificación. El grito más escuchado fue: “a-anti-anticapitalista”.
Mientras la mayoría de los clubes del mundo le dan la espalda a sus tradiciones, St. Pauli vuelve a demostrar por qué es la verdadera institución modelo.