El caso es bastante conocido, pero como el público se renueva repasemos sucintamente la historia. Hasta por lo menos 1975, Richard Ruskind, un ignoto oftalmólogo de Manhattan, cuarentón, casado y con un hijo, sólo lograba evadirse de sus tensiones existenciales jugando al tenis. Tan obsesivamente lo hacía que llegó a ocupar el puesto 35 en el ranking de veteranos.
Desde joven Richard había demostrado habilidad para los deportes; en la secundaria, donde resultó un buen estudiante, jugó al fútbol americano y fue un correcto pitcher para el béisbol. Más tarde, su metro ochenta y ocho y la técnica de su zurda para jugar al tenis despertaban la admiración de sus compañeras de la Universidad de Rochester, donde se graduó. Pero el tipo no era feliz.
En 1970, ya recibido y con un buen pasar económico, Richard conoció a una modelo, se casó y tuvo un hijo. Pero la vida en pareja no funcionó y se divorciaron. El tipo seguía sin ser feliz.
Lo que quería Richard Ruskind, lo único que deseaba desde que tuvo uso de razón, pero ya en 1975 cada vez con más urgencia, era ser una chica. Tuvo que cruzarse con un argentino -cuándo no- para hacer su sueño realidad. El urólogo Roberto Granado lo sometió a una operación de reasignación de sexo y tras un mes de reposo le aconsejó que se mudara y empezara una nueva vida con su nueva identidad, en una nueva ciudad.
Richard Ruskind era ahora Renée Richards, anatómica, funcional, social emocional y legalmente, una mujer. Se estableció en Newport y se asoció a un club de tenis que paradójicamente era propiedad de John Wayne, el arquetipo del macho norteamericano.
Más tarde, unos amigos la alentaron para que se inscribiera en torneos y comenzara a jugar el circuito femenino. Así llegó a La Jolla, un certamen muy chico disputado por tenistas jóvenes e inexpertas, a las cuales Renée superó sin complicaciones. Pero su estatura y la potencia de su brazo izquierdo, despertaron las sospechas del periodista John Paddingtong que cubría el torneo y a quién no le costó mucho averiguar la verdadera historia de Renée.
A partir de ahí las cosas se complicaron. Las jugadoras de la WTA, en general, no aceptaban su participación en los torneos pero los activistas de organizaciones defensoras de las minorías sexuales la tomaban como bandera y la alentaban a persistir en la lucha por sus derechos. En algunos torneos sólo necesitaba un certificado ginecológico para ser aceptada pero en otros le exigían un test de cromosomas y esto le impedía participar.
Hacia fines de octubre de 1977, en plena fiebre de la Vilasmanía, Renée Richard visitó Buenos Aires a para disputar el 85°Campeonato Internacional del Río de La Plata, que ofrecía 10.000 dólares en premios pero no otorgaba puntos para el Grand Prix femenino. Llegaron las chicas, tituló con algo de ironía un recuadro que anunciaba el comienzo del torneo, la revista El Gráfico.
Una foto en la que se veía a Renée junto a la tenista argentina Raquel Giscafré, además promotora del torneo, acompañaba la información de las tenistas que participaban: la rumana Virginia Ruzici, la checoslovaca Renata Tomanova, la norteamericana Wendy Oberton. Todas ellas de primera línea internacional. Además de la transexual Renée Richards, que configura un atractivo especial. También jugaron Jeanne Evert, hermana de Chris, y las argentinas Beatriz Araujo, Raquel Giscafré, Claudia Casabianca y Viviana Gonzáles Locicero.
Sin embargo, la revelación del torneo resultó ser una cordobesa de 16 años, Ivanna Madruga, que llegó a la final -donde enfrentó a nuestra amiga Renée- después de superar a Tomanova, a Casabianca y a la norteamericana Betsy Nagelsen en semifinales.
Richards, a pesar de sus 42 años, fue demasiado para la cordobesita Madruga (“siempre sentí que jugaba contra un hombre” le confesó años más tarde al periodista Hugo Suerte) y la venció 4-6, 6-2 y 6-2. El diario Clarín describió su estilo: “Alta, fibrosa, solemne. Parece una estatua de bronce. Nunca un gesto, ni una sonrisa, ni una queja.” “Guarda aún la potencia de su etapa masculina y la utiliza en los momentos precisos”, sentenció El Gráfico.
Richards se adjudicó el Campeonato del Río de La Plata, fue debut y despedida en Buenos Aires. Intentó jugar el Abierto de la República, pero no pudo inscribirse, ya que la FIT exigió el certificado de un exámen de determinación de sexo al que no estuvo dispuesta a someterse.