La séptima función del lenguaje es la novela de moda en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA (en Sociales también, eh). Se trata de una humanización de varios autores de semiótica y filosofía que son best sellers en las fotocopiadoras de esas casas de alto estudios. Derrida, Foucault, Althusser, Kristeva, etcétera, aparecen novelados con todos sus matices. Involucrados como multitud en un policial improbable para descifrar por qué asesinaron a Roland Barthes.
En ese contexto, el autor mete al deporte por la ventana, específicamente el tenis. Describe, por ejemplo, un partido entre Borg y McEnroe que Deleuze mira por TV durante un interrogatorio. Y sienta a su personaje principal en la final de Roland Garros 1981 que Lendl le gana a Borg. Encima nombra a Vilas y a Clerc.
También usa al tenis como metáfora. Para allanar el camino a los legos a la hora de explicar conceptos complejos. Por ejemplo:
«Los filósofos analíticos son todos unos currantes. Como Guillermo Vilas, ¿no crees? Son unos coñazos, se pasan definiendo todos los términos durante horas; para cada razonamiento, nunca se olvidan de anteponer la premisa, y luego la premisa de la premisa, y así una y otra vez. Son unos jodidos lógicos. Al final, te meten veinte páginas para explicarte rollos que cabrían en dos líneas. Curiosamente, a menudo ellos mismos critican algo parecido a los continentales, reprochándoles sobre todo caer en la fantasía desbocada, no ser rigurosos, no definir los términos, hacer literatura en vez de filosofía, carecer de espíritu matemático, ser poetas o algo, pero unos tipos poco serios más bien proclives al delirio místico (aunque todos sean ateos, eh). Grosso modo, los continentales son más estilo McEnroe, por así decir. Con ellos, al menos, nadie se aburre». (Declaraciones de un estudiante anónimo obtenidas en el campus.)
Pero nuestra referencia tenística favorita se da en esta conversación entre el protagonista y un italiano cualquiera. Si les gusta el tenis (poco probable) o la literatura (directamente imposible), disfruten:
—Según mi opinión, hay dos grandes enfoques. El semiológico y el retórico, ¿lo capta?
—Si, si…, credo di si, ma… ¿Puede explicarse un poco, maestro?
—Claro, es muy sencillo. La semiología permite comprender, analizar, descifrar, es algo defensivo, es Borg. La retórica está hecha para persuadir, convencer, vencer, es algo ofensivo, es McEnroe.
—Ah, si. Ma Borg gana, ¿no?
—¡Por supuesto! Se puede ganar con cualquiera de los dos, son solo estilos de juego diferentes. Con la semiología, desciframos la retórica del adversario, nos apoderamos de él y husmeamos dentro. La semio es como Borg: basta con devolver la bola una vez más que el contrario. La retórica son los aces, las voleas, las bajadas a la red, pero la semio son los reveses, los passing-shots, los globos rematados.
—¿Y es migliore?
—Bueno…, no necesariamente. Pero es mi modelo, es lo que sé hacer, es así como juego yo. No soy un as del estrado, ni un predicador, ni un tribuno político, ni un mesías, ni un vendedor de aspiradoras. Yo soy un universitario, y mi oficio es analizar, descifrar, criticar e interpretar. Ese es mi juego. Yo soy Borg. Yo soy Vilas. Yo soy José Luis Clerc. En fin.
—Ma, y enfrente, ¿quién está?
—Pues… McEnroe, Roscoe Tanner, Gerulaitis…
—¿Y Connors?
—¡Ah, sí, Connors, coño!
—¿Perchè coño? ¿Qué tiene Connors?
—Es súper fuerte.
Es difícil, en ese instante, calcular cuánta ironía hay en la última réplica de Simon, ya que en febrero de 1981 Connors lleva ocho partidos sin ganar a Borg, su última victoria en un Gran Slam se remonta a casi tres años atrás (Open de Estados Unidos de 1978, contra Borg precisamente), y se empieza a pensar que ya está acabado. (Nadie sabe que ganará en Wimbledon y en el Open de Estados Unidos el año siguiente.)
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