Coria espera ese final sin sentarse, caminando cerca de su silla y tomando agua mineral hasta el mismo momento de dirigirse a sacar por el partido. Rápido, se nota que Gaudio se la va a hacer difícil con devoluciones largas y pesadas que obligan a Coria a jugar en puntas de pie, y a cometer errores. El saque se le escurre en cero cuando Gaudio lo deja parado con un passing shot cruzado de drive. Gastón cierra el game con una carcajada traviesa, de chiquilín que escupe los nervios tratando de dejar pasar el aire por el diafragma y relajarse de una buena vez, como si eso fuera posible. En nuestra platea crece la tensión entre los periodistas que han decidido sus simpatías, Nappo, de la BBC, quiere que gane Coria y se molesta con otro colega más joven que disfruta con el histrionismo de Gaudio. Nappo, hombre de años en Europa, está atento a las formalidades y lo perturba la indolencia de Gastón. Se escapa algún grito y hay advertencias. No estamos en terreno de los débiles. Me froto las manos indiferente a quien sea el ganador, me olvido de la puesta incluso, porque el espectáculo, aunque bizarro, ha superado las expectativas. Gane quien gane, Argentina le habrá dado un culebrón inolvidable al mundo.
El undécimo game es el mejor del set, una lucha agónica y espectacular. Gaudio se pone 40-15 y luego tiene otra ventaja antes de ver cómo Coria, en su cuarto break point, le roba otra vez el saque y se va a sentar para sacar por el partido. Todo se juega en una cornisa de treinta centímetros de ancho. Da la impresión de que los puntos tienen nervios, las pelotas están cargadas de histeria, los piques pueden ser caprichosos y que el azar entra en un conjuro. Coria está adelante y es el que busca más el punto, pero cualquier cosa puede pasar.
El gran favorito estrena una raqueta para el game que le puede dar el campeonato. Se pone 15-0 con un revés cruzado que da en la línea y 30-0 cuando Gaudio decide jugar un drop shot con los nervios en lugar de con el encordado: la pelota le queda en mitad de cancha y sobre el revés a Coria. Un suicidio táctico difícil de entender. Guille sigue apurado, tratando de definir los puntos cuanto antes. No quiere pensar, sino ejecutar, sacárselo de encima. En el tercer punto del game Gastón logra abrirlo bien ancho sobre el drive y falla. En el cuarto punto se juega una derecha paralela que se va apenas ancha, un punto idéntico a uno que vendrá en unos momentos y quedará para la historia. En un game donde el dominio pasa de manos y todo se define en durísimos peloteos en la mejor tradición de Vilas y el tenis argentino clásico, Gaudio es el primero que queda con una ventaja para quebrar. Ventaja que no le durará mucho porque en pleno peloteo engancha un drive cruzado y lo tira a más de medio metro afuera. Respira Coria. En el punto siguiente es Gaudio el que se juega una derecha paralela mal afirmado y se le va ancha. Match point número uno para el Mago, quien estalla en un “¡Vamooossss!” bien rabioso.
En la transmisión por América, que está midiendo 24 puntos de rating, Guillermo Salatino relata para todo el país con su voz inconfundible: “Match point para Coria… para ganar… su primer título de Grand Slam. Seguramente no será el único”. El primero de los puntos de los que arrepentirá el resto de su vida tenística lo afronta con decisión, pero no una decisión fina, sino una cosa más bruta, desesperada, tratando de cerrar el partido por intención, por fuerza de voluntad, más que por construcción táctica o precisión para definir. Como si le fuera posible ganar el partido por puntos y no por knock out. El saque es débil, con top spin y corto, sobre el revés de Gaudio. La pelota pasa quince veces sobre la red, con un Gaudio muy fluido cargando el juego siempre hacia el drive de Coria, los dos prolijamente evitando el revés del oponente. En la pelota número catorce Gaudio la toca por fin de revés y le pega fuerte, no muy esquinado, Coria ve la chance del ángulo abierto y pierde la paciencia: parado sobre la línea de base, en una posición no muy ofensiva, dispara un revés paralelo del centro hacia la línea lateral derecha de Gaudio, un ángulo invertido imposible para cualquier tenista normal, pero automático para él. La pelota pica unos cinco centímetros, tal vez ocho, ancha, justo cuando el abnegado Gato llega patinando y la custodia con la punta de la raqueta por si las moscas. En la tribuna, Carla no sabe qué hacer. Masca chicle y se le escapa un soplido de impaciencia. La Pantera se lleva el dedo a la sien derecha y le pide a Gastón que piense. Davin cierra los puños y alienta. Primer match point a los libros de los no concretados.
El punto siguiente, el del iguales, dura poco: cuatro golpes hasta que Coria suelta un revés paralelo que pica tan cerca de la línea de fondo que Gaudio engancha la pelota y la tira afuera. El grito desgarrador de angustia de Carla, el aliento de Blengino, quien besa una y otra vez la medallita o crucecita que lleva en el cuello, con Federico, el Coria Junior, a sus espaldas. Match point número dos: Coria vuelve a sacar, esta vez más largo, con top al revés, Gaudio juega dos reveses bien revoleados, sin cuidarla. Pelotean. El quinto tiro del punto es un drive profundísimo y bombeado, con mucho top spin, de Coria, que pica a centímetros de la línea, en el mismo lugar que aterrizó el revés que le hizo ganar el punto anterior. Por esas cosas del destino, Gaudio, que había enganchado la anterior que le jugaron profunda, esta vez elige sobrevivir y saca una derecha de sobrepique perfecta para seguir el peloteo como si nada. Unas veces más de drive a drive hasta que Coria pierde la paciencia y quiere sacarse la tensión de encima: cierra los ojos y vuelve a arriesgar, como se dice en el rugby, por el lado ciego, el paralelo. Un drive desde la derecha de la cancha, sobre la línea paralela pero en realidad con trayectoria de tiro invertido, la pelota se va por ¿5? ¿8? ¿10? centímetros y seguimos teniendo suspenso. Segundo match point desaprovechado. El partido no quiere terminar. El Gato tiene otra vida y se ríe mirando a Davin, quien a su vez se ríe porque no lo puede creer, como si todo fuese parte de una gran broma planificada por alguien en otro sistema solar. A Coria parece habérsele escapado la última apuesta con ese pleno del segundo match point. Se queda sin nafta y pierde rápido los dos puntos que le quedan con el saque. “Esos match points los perdí por tomar riesgos para terminar el punto lo más rápido posible”, reconoce Coria, a más de una década de la decisión.
Hoy en día, como buen hábil declarante, cuando sigue el discurso épico en los medios para fogonear el show, Gaudio dice cosas como: “Se le fueron esas dos porque tenía que ganar yo”. Charlando con quien esto escribe, da un enfoque más realista: “En los dos match points ninguno era winner como se dijo”, asegura Gaudio, “yo llegaba al de revés, el primero, de hecho ves que acompaño claramente la pelota, y después si te fijás le sigo la derecha cruzada obligándolo a que me juegue la paralela si quiere el winner porque sé que no la tiene. Si de repente me la metía en la línea voy, le doy la mano y lo felicito: ‘Bien jugado, Flaco’.”
Pensemos, para tortura de Coria, que entre los dos match points Gaudio le pegó a la pelota trece veces, que pudo tranquilamente haberle dado a una sola de esas ejecuciones con el marco, estornudar, cortar una cuerda y perder el control, tropezarse, resbalarse, tener un mal pique en el polvo de ladrillo que siempre tiene algún rincón irregular o simplemente parpadear un segundo antes de pegarle por una gota de sudor para cometer el error que hubiese sido el último.
El segundo match point le baja los brazos a Guillermo, quien, ya bastante parado, se desinfla y falla dos reveses largos para ceder su saque. Sin intensidad, se lo lleva puesto el top spin fuerte y plantado del Gato. Con el marcador 6-6, Gaudio pierde los escrúpulos y pasa de a poquito, y por primera vez en la tarde, a inclinar el tema para su lado. Lo que no mata te fortalece y en este caso va en serio. Una vez que zafó de los match points deja de jugar al pasivo y asume una posición dominante. Entonces empieza a ganar el partido. Primero mantiene su saque en 15 jugando los dos últimos puntos de manera brillante, desparramando a Guillermo con ángulos abiertos muy cerca de la línea para provocar en un caso el error y en el otro una respuesta débil, un slice flotante, que definió cruzado con una volea de drive alta: 7-6 arriba él en una hora y tres minutos de juego en el quinto set; y tres horas y 27 de partido.
En ese cambio de lado hay catarsis. Gaudio apela al remedio de la risa. Cruza la volea perfecta y mientras camina hacia su silla riendo a carcajadas, como sin poder creer lo cerca que está de ganar Roland Garros, pero siempre mirando a Davin y a la Pantera Aguirre. Está en absoluta sintonía con su equipo, pese a los veinte metros de distancia. Está jugando el partido con ellos, para ellos. Coria también levanta la vista hacia el banco, donde Blengino, su hermano Román, Federico Palermo y su mujer lo alientan. Se muerde el labio inferior. Hay una leve resignación en su mirada.
Me acuerdo que me sacudí en el asiento, todavía incrédulo con lo que estaba pasando. Tuve la cruda revelación de que no había creído realmente que la travesura de Gaudio pudiera llegar tan lejos como para levantar la copa. Creía que Coria se lo había complicado con los calambres y le había dado un poco de emoción, pero que al final iba a ganar él porque era el muchachito de la película y Gaudio, aunque con todos los méritos del mundo, apenas un partenaire. Durante más de tres horas supe que ganaba Coria, más allá de lo que pude haber dicho o deseado. Pero ahora me entraba fuertemente la duda de si el destino iba a alargar el partido indefinidamente, con los dos atados el uno al otro con tanta adrenalina, tanta pasión y tanto pánico, produciendo una suerte de síndrome de Estocolmo. No terminar el partido para no terminar con esa sensación tan extrema, esos picos de miedo adictivos.
En el descanso, los dos recargan el tanque de hidratación tomando casi media botella de agua mineral Vittel. Miran hacia delante, manteniendo la hipnosis de la concentración. El game final no empieza como el game final, empieza como uno más, con Coria al saque manteniendo su actitud de prepotear el punto, de jugar largo y encima de la pelota, al ataque, para que el asunto se consuma rápido ya que está al límite físico. Entre punto y punto se lo ve arrastrar levemente la pierna izquierda. No llega a ser una renguera, pero su paso no es normal. Gaudio, como en los games anteriores, está en un gran nivel. Clava la doble tracción, y se pone a arar el fondo de la cancha para sacarle canas verdes a Coria con tiros altos y cruzados sobre su derecha que le hacen perder un poco la paciencia.
En el primer punto, Coria busca el ataque sobre el revés de su rival quien se despacha con un slice rasante, bajo y cruzado: el intento de Coria por hincar las rodillas para sacar el revés paralelo ganador fracasa y la pelota, tomada con el marco, se va ancha: 0-15. En el segundo punto Gaudio sigue muy plantado, pelotean, logra meter un revés cruzado con mucho top y sobre la respuesta de Coria de sobrepique de revés, mete una derecha cruzada sobre el drive de Coria y dispara a cerrarlo en la red. Corriendo a lo ancho, Coria no llega a hacer pie y a meter la raqueta a tiempo para vencer la inercia de la pelota: su passing shot paralelo se va ancho. La falta de piernas y la fuerza de su rival lo están quebrando.
Es el momento de gloria de Gaudio, que llega a las tres horas y media de partido y será muy efímero dentro de la cancha: apenas un par de puntos con él arriba. Ha ido perdiendo toda la santa tarde, o a lo sumo igualando, y ahora que se pone en dominador el partido se acaba. Como si le importase mucho la sanata que acabo de escribir. Se lo ve reír entre punto y punto en todo momento, una carcajada de delirio, para decirle a Franco Davin: “¿Ves? Mirá lo que está pasando ahora…”
Estamos 0-30 y Gaudio colabora con el suspenso tirando una devolución de drive con mucha rosca apenas larga para darle un aire a Coria: 15-30.[1] El punto que dejará a Gaudio match point es uno de los más intensos y mejor defendidos del partido: la pelota pasa dieciséis veces por encima de la red, siempre con Coria teniendo del cuello a Gaudio y éste respondiendo con mucho top y bolas largas, hasta la última, en la que un largo slice cruzado de Gaudio provoca que Coria no se apoye del todo bien mientras retrocede, igual que en el primer punto del game, y al impactar un poco tarde desvíe a lo ancho un revés a dos manos paralelo. Un fuerte y estremecedor grito de “¡¡¡Vamooooooo!!!” brota de las entrañas de Gaudio, quien cierra el puño derecho. Es un grito de una euforia desgarrada por el cansancio. Tiene dos match points.
Mientras en el tribuna tratamos de metabolizar el momento, tal vez sorprendidos porque el partido siempre tendió, aun con los argumentos más extraños, a equilibrarse, a empatarse solo, a no dejar que ninguno de los dos fuera el único propietario, como si Vilas fuese el único dueño legítimo de todo, imagino, y la lucha no pudiera decantarse porque a ninguno de los dos les da el cuero. Nos sorprendió entonces ese 15-40 porque la lógica dictaba un 30 iguales. La espera fue larga, Coria se fue a un rincón a buscar aire, Gaudio trataba de buscar lucidez, o tal vez de perderla del todo, para jugar ese punto que podía ser el último sin estar maniatado por los nervios. Algo en su mirada refleja claridad y no pánico; Davin y Aguirre se abrazan y sonríen como sin creer lo que está por pasar, pero al mismo tiempo seguros de eso. Puños cerrados y sonrisas de ganadores en su equipo. “En ese momento pensé que si me quedaba alguna pelota bien para el revés me la iba a jugar, porque no quería pasar a la historia como un cagón que tuvo match point en Roland Garros y no se la jugó”, recuerda el Gato.
Coria tiró el primer saque medio metro ancho. El segundo fue leve, suave y con efecto al medio del cuadrado: Gaudio empezó a tejer el desgaste táctico con una derecha larga y cruzada, que Coria enseguida hizo acelerar con una muy buena derecha paralela, Gaudio metió un largo slice flotador al fondo, y ante un nuevo ataque de Coria corrió de lado a lado y devolvió tres pelotas más exigido hasta que la primera que le quedó, digamos, a metro y medio del centro de la cancha hacia su izquierda, un poco adelante como para tirarle, la sacudió de revés cruzado, un revés rápido, cargado con el cuerpo en perfecto resorte, el hombro bien metido y la pose de la foto con la raqueta apuntando al cielo.
Su golpe insignia, su lujo de potrero, pronto para dar el golpe de gracia: salió un tiro rápido, no conservador, que fue a destruir sin más ese pacto con el miedo que amenazaba con volver el partido eterno. Un tiro fuerte, una descarga de stress, que un Coria óptimo, habitual, seguramente pudo haber corrido y devuelto. Pero era demasiado para alguien ya estragado por los nervios, para ese cuerpo con las fibras agotadas. En una fracción de segundo algo le dijo que estaba todo dicho. No atinó ni a mover los pies y el balazo de Gaudio cruzó la cancha en diagonal, picó metro y medio adentro de la línea lateral, y llegó hasta las manos de un ball boy, quien muy diligente la atajó y sin más recuperó obediente su posición de granadero, listo para entregar una nueva pelota al sacador. Un chico mucho más atento al ceremonial que a un detalle no menor: el partido ya era historia.
[1] “Increíble lo que hice en ese punto: toda la vida jugando al tenis y no puedo meter una devolución fácil adentro a dos puntos de ganar Roland Garros… ¡Me quería matar!”, confiesa Gaudio recordando el partido.