Valentín Ivanov no era un centrodelantero talentoso. Pero gracias a su fortaleza consiguió jugar 59 partidos en la Selección de la Unión Soviética, con la nada despreciable cifra de 29 goles convertidos, un record sólo superado por Oleg Blokhin y Oleg Protasov. Incluso disputó dos mundiales. Suecia 1958 y Chile 1962. En teste último fue goleador, con 4, junto con Jerkovic, Garrincha, Vavá, Leonel Sánchez y Albert. Sin embargo, el pico de su carrera lo vivió en Melbourne de 1956, cuando se consagró campeón olímpico con su selección.

En aquel torneo, Ivanov tuvo poca fortuna. En la semifinal, ante Bulgaria, se lesionó y no pudo disputar el partido decisivo contra Yugoslavia. La URSS finalmente ganó 1-0 pero Ivanov no recibió la medalla dorada, ya que en aquellos años estaba reservada para los once jugadores que ingresaban al campo. Ni los entrenadores, ni los suplentes, podían colgarse el premio.

Muy cerca de Ivanov, observando la ceremonia de premiación, estaba parado un pibito rubio de 19 años. Se lo conocía como el Pelé Blanco. El goleador de la final, Nikita Simonyan, se quitó la medalla y se la ofreció al juvenil que también había visto la final desde el banco y le dijo: “Te la merecés más que yo”. Eduard Streltsov, la verdadera estrella del equipo, lo miró sin inmutarse: “Quedatela, Nikita. Yo voy a ganar muchas más como esa”, respondió.

¿Por qué no jugó aquel partido decisivo el mejor futbolista del torneo? Porque el entrenador del equipo, Gavriil Kachalin, había recibido la orden de poner la mayoría de jugadores del CSKA Moscú –vinculado al Ejército–, y del Dinamo Moscú –la pata deportiva de la KGB– relegando a los que provenían de otros equipos.

streY como Streltsov era del FC Torpedo Moscú, debió conformarse con ver el partido desde afuera. El argumento de Kachalin fue que a él le gustaba poner delanteros de un mismo equipo, y que la lesión de Ivanov (jugaba con Streltsov en el Torpedo) le quitaba también el puesto a la estrella indiscutida. ¿Absurdo? Sí, claro. Pero como los triunfos tapan todo, nadie le pudo discutir la decisión, especialmente porque Simonyan, quien había entrado por Streltsov, había sido el autor del gol de la victoria.

Todo este entuerto no tendría importancia si la historia de Streltsov no hubiera sufrido un giro dramático e imprevisto. Nadie se acordaría de este sainete de no ser porque Streltsov no volvió a ganar un título con su Selección ni se colgó jamás otra medalla.

¿Qué fue lo que pasó con un jugador que estaba llamado a ser la estrella del fútbol mundial? Nada agradable. Lisa y llanamente fue preso por violación y debió purgar 7 años de trabajos forzados en el Gulag siberiano.

Cuando salió libre volvió a jugar y a ser figura, pero ya nada sería igual. Fue campeón con el FC Torpedo en la temporada 65/66, ganó la Copa de la URSS en 1968 y fue elegido el mejor futbolista de las temporadas 67 y 68 pero fue convocado poco y nada para la Selección soviética porque la mancha en su prontuario los habían convertido, salvo para los hinchas de su club, en un paria. Jugó 17 partidos entre 1966 y 1968 y convirtió apenas 2 goles.

UN POCO DE HISTORIA
¿Cómo fue que Eduard Streltsov pasó de héroe a villano? Se pueden hacer conjeturas y tejer un sinnúmero de teorías conspirativas. La prensa occidental se ocupó de exonerar una y otra vez a Streltsov y de culpar de todos sus males a la KGB, al gobierno o las intrigas de Nikita Jruschov y sus funcionarios. Pero lo cierto es que la maldición que cayó como un rayo sobre Streltsov tuvo un poco de todo: la inconsciencia del jugador, su vida al límite y también, por qué no decirlo, un pase de facturas políticas.

Streltsov, a los 19 años, se llevaba el mundo por delante y se creía intocable. No era cuidadoso y rompía los moldes de la rigidez soviética. Era engreído, mujeriego, borrachín, fumador compulsivo y cada vez que podía redoblaba la apuesta. Hasta le cuestionaban su peinado.

Hacía un año apenas, y con muy pocos partidos en primera, había quedado séptimo en la votación de L’Equipe para elegir al mejor jugador de Europa. Era carismático y nada lo detenía. No tenía ningún empacho en decirle a quién lo quisiera escuchar, cada vez que regresaba de alguna gira, que le costaba volver a Moscú. Que el mundo era mucho más que la Unión Soviética y que tenía ganas de conocer otros horizontes. Esto hizo que la KGB abriera un expediente y lo colocara en la lista de posibles desertores.

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Todo pudo quedar en la anécdota de no ser por lo que ocurrió la noche del 25 de mayo de 1958, cuando la selección en pleno fue invitada a una fiesta privada en una dacha perteneciente a Eduard Karakhanov, un oficial del ejército que recientemente había regresado de una misión en Lejano Oriente.

Esa noche Streltsov, como le ocurría casi siempre, tomó vodka hasta perder el sentido y al día siguiente despertó rodeado de policías que lo acusaban de haber violado a Marina Lebedeva, una joven de 19 años que se había ido con él a la cama.

Streltsov fue interrogado y confesó su culpa. Dicen sus biógrafos que lo hizo porque le habían asegurado que, si admitía la violación, le permitirían jugar el Mundial de Suecia. Pero no fue así: a los pocos días fue condenado a 12 años de trabajos forzados en un gulag y su carrera como jugador quedó suspendida en el tiempo.

Nunca más volvió a hablar del aquella fatídica noche. Nunca más se animó a poner en duda aquella sentencia. ¿Fue porque efectivamente había violado a la chica o porque lo habían disciplinado?

En Occidente se sostiene sin la más mínima duda que Streltsov fue inocente y que había pagado un altísimo precio por ser, para llamarlo de alguna manera, un hombre de bragueta veloz. Una de sus últimas peripecias antes de ser condenado había sido el romance con Svetlana Furtseva, de 16 años, la hija de Yekaterina Furtseva, la única mujer que llegó a ser miembro del Buró Político de la Unión Soviética.

Eduard Streltsov dsssw4Una noche, Yekaterina Furtseva, reunió en el Kremlin a la Selección que había sido campeona olímpica en Melbourne. En un momento de la velada, Yekaterina se acercó a Streltsov y le mencionó por lo bajo que evaluara la posibilidad de casarse con su hija, que estaba profundamente enamorada de él. La respuesta de Streltsov no se hizo esperar: “Ya tengo una novia y no me casaré con ella”. Y, por si no lo había entendido, agregó: “Nunca me casaría con ese mono. Prefiero que me cuelguen a casarse con ella”. Está de más decir que Yekaterina Furtseva enfureció.

¿Alcanzaba el odio de Yekaterina para que se cocinara la conspiración? Hay otro dato a tener en cuenta: Streltsov se había negado a dejar el Torpedo FC para jugar en el Dinamo, el equipo de la KGB. Y esas actitudes no eran bien recibidas por las autoridades del país.

Todo lo dicho es verdad, por lo que hay fermento para pensar que Streltsov, tranquilamente, pudo ser atrapado en una opereta. Pero también es cierto que esa noche algo ocurrió: “Es una historia oscura –dijo Ivanov años después–. Algo pasó. Yo no puedo decir que Streltsov violó a la niña, pero tampoco puedo afirmar lo contrario. Lo que es seguro, es que alguien la violó y que ella dijo que fue Streltsov”.

El periodista de The Guardian, Jonathan Wilson, entrevistó a Nikita Simonyan por el caso y éste, sin decir palabra, abrió un cajón de su escritorio y le entregó cuatro fotografías. En dos se veía a una mujer de pelo oscuro –Marina Lebedeva– en un hospital, con los ojos llenos de moretones. En las otras se lo observaba a Streltsov de perfil, con tres rajuñones en la cara.

Valentín Ivanov murió como consecuencia del Alzhaimer el 8 de noviembre de 2011. Poco antes de morir, el Comité Olímpico Internacional le entregó la medalla dorada que se le adeudaba desde Melbourne 1956. Eduard Streltsov nunca la recibió. Murió de cáncer de garganta en 1990 a los 53 años y, con él, se fue toda posibilidad de conocer la verdad.

La vida de Marina Lebedeva se convirtió en un misterio. La leyenda dice que de vez en cuando aparece con un ramo de flores por la tumba de Streltsov.