El comité ejecutivo de Un Caño me encomendó la ingrata tarea de comunicarles a las 331 personas que pusieron su dinero para la realización del libro del Mundial (y a aquellos que nos siguen aunque no aportaron) que vimos frustrado el intento de juntar los billetes necesarios para poder imprimir el libro de Historias mundialistas para volar a Rusia; y hasta para poder realizarlo en PDF para aquellas personas que optaron por esa alternativa. Como repetía el director David Lynch en la película Mulholland Drive a través de uno de sus personajes: “No hay banda, no hay música, no hay orquesta”.
Nadie lamenta más que nosotros el hecho de no haber recibido el respaldo económico mínimo indispensable para realizar el libro y, aunque ustedes no lo crean, incluso para salir empatados sin poder ganar un solo peso por el trabajo realizado.
Vamos primero a lo importante: todas las personas que hayan colaborado mediante tarjeta de crédito o tarjeta de débito, recibirán la devolución del dinero en forma automática. Y para aquellos que hicieron su aporte en efectivo, les compartimos un instructivo para que puedan recuperar su plata: http://blog.idea.me/post/79878809860/instructivo-de-reintegro-mercado-pago
Está de más decir que ante el mínimo problema se comuniquen con nosotros vía redes sociales para que tramitemos ante la gente de Ideame que la devolución de la plata se haga efectiva. Si bien eso es responsabilidad de la empresa que contratamos (nos dieron certeza de que todo funcionará bien), nos consideramos garantes para no defraudar a nadie.
Ahora queríamos compartir la evaluación que hicimos del proyecto. Como ustedes verán en la página, nuestra capacidad para recaudar plata para solventar los gastos operativos de la publicación y ganar uno que otro pesito, es ineficaz. Hemos probado mil variantes para conseguir dinero y en cada una de ellas, si bien no podemos decir que fracasamos, sí podemos reconocer que somos ineficientes. No sabemos vender publicidad y en cuatro años apenas hemos juntado uno que otro sponsor para no vernos en la necesidad de poner dinero de nuestro bolsillo por hacer algo que nos encanta pero que también implica dedicarle bastante tiempo que le restamos a otros trabajos.
Un poco cansados de indagar en las variantes de siempre fue que, después de mucho analizar posibilidades, decidimos ensayar el financiamiento colectivo, que tan de moda está en la web y en las redes sociales. Tenemos más de 65 mil seguidos en Facebook, 37 mil en Twitter y 3 mil y pico (y creciendo) en Instagram, por lo que suponíamos que de esa masa de gente podríamos rescatar mil personas que pusieran 295 pesos a cambio de un libro. No quisimos pedir donaciones porque detestamos la beneficencia (mas allá de que sabemos que damos un servicio diario gratuito); quisimos ganarnos la plata entregando un producto con la calidad habitual de Un Caño.
El ala joven del comité ejecutivo estaba entusiasmada. El ala veterana no lo veía tan claro. Probamos con un twitt anunciando que existía la posibilidad de hacer algo en papel para ver la respuesta y recibimos más de 600 devoluciones favorables. Ante esa repercusión los viejos aceptamos ser parte del asunto. Y allí fuimos. Armamos la ingeniería necesaria y nos lanzamos a la búsqueda de esas mil personas que pusieran 295 pesos para realizar el libro. A los pocos días ya nos dimos cuenta de que no íbamos a llegar. Por lo que bajamos nuestras pretensiones a la mitad de la gente: ya no apuntábamos a mil colaboradores sino que necesitábamos que 500 pusieran esos benditos 295 pesos. Y a las tres semanas comprendimos que tampoco iba a ser posible.
Nos devanamos el cerebro para encontrar la salida que nos permitiera no defraudar a las 331 personas que confiaron en nosotros. De hecho era una forma de agradecerles el respaldo. Pero los números no cerraban. No sólo nos veíamos obligados a trabajar nuevamente gratis sino que además teníamos que poner plata encima. Y, para ser francos, nos pareció demasiado. Todos los que estamos en Un Caño somos laburantes e, igual que ustedes, estamos atravesando situaciones complejas en lo económico por las razones que ya conocen. Por eso, también queremos decir, que más allá de estar tristes, no estamos molestos porque entendemos que la realidad del país hace que muchos de ustedes, que tal vez quisieron colaborar, no lo hicieron porque hoy cada mango cuesta mucho ganarlo y se va como arena entre los dedos.
No vamos a decir que estamos felices porque mentiríamos. Queríamos hacer el libro y nos quedamos con las ganas. Una lástima. El ánimo generalizado hace un par de semanas era bastante parecido al de la novela de Soriano, Triste, solitario y final, pero con el paso de los días nos fuimos quedando con la mitad del vaso lleno más que con la mitad del vaso vacío. Valoramos que 331 personas nos hayan respaldado y lamentamos no poder cumplirles más allá de que las reglas estaban claras. Por eso, hoy la sensación que nos queda es que nuevamente no pudimos disfrutar la inigualable experiencia de tener éxito. Que no es lo mismo que fracasar. Un Caño sigue vivo. Aunque con otra cicatriz en la espalda. ¿Pero qué le hace otra mancha más al tigre?
Nos seguimos viendo en la revista on line. Abrazos y gracias.