Hace más de un siglo, entre conventillos, inmigrantes y el Riachuelo, nacía otro Boca. Un Boca de cuya existencia dudan los pibes que aún levantan tierra en los pocos baldíos de La Ribera, adjudicándoselo a un cuento de viejos vecinos de la zona. No pueden creer que aquel equipo jugaba con los colores de River, ni que tuviera un extraño nombre compuesto, combinado con el de otro club ya desaparecido. Pero la historia no forma parte de ningún mito urbano: a poco tiempo de su fundación, los xeneizes tuvieron compañía, un tocayo llamado Boca Alumni.
El 1 de septiembre de 1907, en un bar de la calle Garibaldi, a metros de la Vuelta de Rocha, un grupo de muchachos entusiastas fundaba un club cuyo nombre denotaba su barrio de origen, sumado al del entonces exitoso Alumni. De ahí que su camiseta luciera como la que portaban los hermanos Brown. Sólo habían pasado dos años desde la fundación de Boca Juniors y los jugadores del flamante equipo tenían pretensiones de generar un clásico con su homónimo. Pasaron varios años para que se enfrentaran con cierta frecuencia (con un saldo bastante negativo para los más nuevos, por cierto). En 1922, Boca Alumni logró el ascenso a la liga de la Asociación Argentina, una de las dos escisiones, la otra era la Asociación Amateur de Football. Llegó entonces el tan es-perado momento de enfrentarse con los vecinos del barrio.
El primer clásico del año fue un amistoso. El 26 de marzo, en la cancha que los xeneizes tenían en la calle Ministro Brin. El triunfo quedó en manos de los dueños de casa por 2 a O. Sin embargo, pasaron unos pocos meses para que los de casaca albirroja lograran su primera, única y soñada victoria; con el valor agregado de haberla alcanzado por los puntos y de visitante. Cotta y Jenda convirtieron los goles del antológico triunfo que terminó 2 a 1. El resto fueron todas derrotas de Boca Alumni. Y una de ellas tuvo un resultado récord para la historia de Boca Juniors en el amateurismo: 9 a O.
Al principio, Boca Alumni jugaba en Wilde. En 1917 se trasladó a Villa Domínico para recalar, finalmente, en la isla Maciel. El estadio, ubicado sobre la calle General Rivas, tenía sólo una tribuna lateral. Y para llegar a sus instalaciones, había que cruzar el Riachuelo a través de un puente o en un bote. No se sabe qué medio de transporte utilizaba, pero sí que hasta allí viajaba para jugar Francisco Larrosa, el padre de Omar, quien fuera campeón con la selección argentina en 1978. El progenitor del ex Boca, Huracán e Independiente, era un ocho con gol. De hecho, su hijo recuerda que “tenía muy buena pegada”.
La estadía del “otro” Boca en Primera se extendió por cinco temporadas, desde 1922 hasta 1926. Mientras que su desempeño estuvo bastante alejado de ser brillante. Un noveno puesto, obtenido en el torneo de 1924, fue su mejor posición. Las estadísticas dicen que jugó 106 partidos, de los cuales ganó 30, empató 26 y perdió 50. Obtuvo 86 puntos, el 40 por ciento de los que estuvieron en juego. No obstante, el regreso a la segunda división, no fue por causas naturales, si no que al unificarse las ligas de ambas asociaciones amateurs, se lo destinó al descenso. En 1926, al volver a la B, el club sólo contaba con 252 socios (River tenía 3661 y Boca con 3022). Un dato que quizás, entre otros tantos, podría explicar el lento comienzo hacia su extinción, que se produjo en 1935. Una vida corta, pero intensa. Y con las anécdotas necesarias como para que los viejos lugareños de La Boca tengan una historia más para contar.
Nota publicada originalmente en UN CAÑO#41- Octubre 2011