Mariano Melamed es porteño, tiene 42 años y trabajó como periodista en casi todos los medios gráficos importantes de Buenos Aires y en algunos del exterior. Una tarde, en 2011, mientras miraba caer la noche sobre la torre Eiffel desde la ventana de su oficina de Radio Francia, tuvo su primer encuentro -casual como suele suceder en estos casos- con una historia con la que se enredaría y se apasionaría hasta la obsesión con el correr de los meses.
Su jefe le había encargado que confirmara una noticia sobre la quema de urnas electorales en Santiago del Estero. Revisando las ediciones digitales del diario El Liberal, Melamed se cruzó con una nota de color que despertó su curiosidad y volvió a interpelar su en ese momento aletargada vocación de realizador cinematográfico.
Era la historia de Rubén Garnica, un humilde hachero y peón golondrina que en los años setenta, fascinado por las hazañas deportivas de Guillermo Vilas que llegaban a su tapera del monte santiagueño a través de los relatos radiales, comienza a elucubrar la posibilidad de que el tenis podría también, tal vez, cambiar su vida.
Esa peregrina idea macerada en su aislamiento no tardará en chocar contra la realidad. Garnica nunca había visto un partido de tenis, ni siquiera sabía muy bien que forma tenía una raqueta y cuando intentó acercarse a un club de tenis para ver de cerca cómo era la cosa, le pidieron el carnet y no pudo pasar.
Pero el hombre no se desalienta, tiene un plan. Decide construir sin ayuda y con sus propias manos, una cancha de polvo de ladrillo en el terreno ocupado de la puerta de su rancho. Piensa que es la única oportunidad que puede darle a sus hijos para que accedan a una vida mejor.
De las vicisitudes de la construcción de esa cancha y de la influencia que cobraría en los destinos de Garnica y de sus hijos, Ema y Maxi, trata el documental de Melamed. Una historia que, entendemos, le hubiera encantado contar a Werner Herzog. Una epopeya consumada con terquedad y rebeldía por un hombre que no tenía nada que perder pero no se dio por vencido.
La realización de “La cancha” también significó para Mariano Melamed una pequeña odisea. Sin recursos, y con un equipo mínimo, viajo cuatro veces en auto a Santiago de Estero y una a Jujuy para entrevistar a los protagonistas y reconstruir para el documental la manera artesanal en que Garnica levantó su court en el medio de la nada.
La película contó con un crédito del INCAA , fue exhibida en sus salas y tuvo su recorrido por el circuito de festivales nacionales e internacionales. Pero seguramente su proyección más emotiva fue la del día en que, en Santiago del Estero, Melamed se la mostró a Garnica por primera vez. Casualmente en ese mismo momento, en Zagreb, la Argentina ganaba la Copa Davis.
Gracias a la gentileza de su director, UN CAÑO ofrece el estreno mundial en la web de “La cancha”. Se las recomendamos. Que la disfruten.