“Quiero algo que haga que la gente se detenga en seco. Quiero que resuene como un trueno”, dijo en septiembre de 1983 un joven empresario de 29 años que estaba por lanzar al mercado un producto revolucionario y buscaba ideas para impactar a una sociedad que empezaba a despertar al mundo de las computadoras.

Para llevar adelante su sueño, Steve Jobs se juntó con los creativos de la agencia publicitaria Chiat/Day. Su director creativo era Lee Clow, quien ya tenía una amistad con el joven emprendedor y, dicen, era quien mejor interpretaba las ideas que surgían de su cabeza. Clow y Steve Hayden, su socio, intentaron leer esa mente brillante. Y a los pocos días tuvieron la revelación: todo tenía que girar en torno a 1984, el mismo año que George Orwell había desarrollado en su novela homónima. Y sólo con ese concepto se presentaron ante su contratante con un título: “Por qué 1984 no será como 1984“. Y a Jobs le encantó. Y los tres se pusieron a trabajar en un aviso de 60 segundos que explicara en ese corto tiempo qué significaría para la humanidad la aparición rutilante de Macintosh.

A los pocos días ya estaba el concepto:una joven huía de la policía orwelliana y arrojaba un martillo contra una pantalla, en donde se mostraba al Gran Hermano omnipotente, para interrumpir un discurso. Jobs, Clow y Hayden rompían de una vez y para siempre con la idea de que las grandes corporaciones utilizarían a las computadoras para limitar las libertades individuales e introducían el concepto opuesto: la aparición de la computadora significaría el final de la dominación y el comienzo de un mundo sin cadenas ni filtros. Se presentaba a Macintosh como el guerrero que llegaba para liberar a los pueblos de los Estados opresores que gobernaban y disciplinaban a los individuos.

El guión ya estaba pensado. Pero quedaba lo más complejo: la realización. Y para semejante trabajo contrataron a Ridley Scott, quien acababa de estrenar Blade Runner, una película que encajaba perfectamente con lo que ya se denominaba como ciberpunk. Y Scott hizo su trabajo a la perfección: desde esa publicidad hasta hoy, Apple capturó a generaciones en todo el mundo que se auto convencían de que eran parte de una comunidad que pensaba a la realidad de otra manera. 

La publicidad costó la insólita suma para la época de 750 mil dólares. Pero no todas fueron rosas para el mejor anuncio de todos los tiempos. John Sculley, el director ejecutivo de Apple, enmudeció cuando leyó el guión. Y cuando estuvo terminada y Jobs enseñó su obra al consejo de administración de Apple en diciembre de 1983, los ejecutivos quedaron estupefactos. Sólo el presidente de la compañía,Mike Markkula, se animó a expresar el sentimiento que reinaba en la sala: “¿Quién quiere que busquemos una nueva agencia?”, dijo. Y le ordenaron a la agencia que vendiera los espacios que había comprado para emitir en anuncio en el Super Bowl del 22 de enero de 1984: uno de 60 segundos y otro de 30. Jobs se enfureció y se peleó con todos. Ya desesperado, se puso en contacto con su ex socio Stephen Wozniak y le rogó que viera el anuncio. Wozniak era el cofundador de Apple con Jobs pero ya se había retirado luego de cobrar una gran cantidad de dinero por la venta de la mitad de la empresa.

Jobs y Woz se juntaron para ver la publicidad y, al terminar, Jobs le contó a Woz que el consejo directivo de la empresa había decidido no emitirla.

Woz le preguntó a Jobs:
–¿En dónde pensabas lanzarlo?
–En el Super Bowl –respondió Steve.
–¿Y cuánto cuesta?
–800.000 dólares –dijo Jobs.
–Si vos ponés la mitad, yo pongo el otro 50 por ciento– se entusiasmó Woz.

Pero finalmente no fue necesario. La agencia vendió el aviso de 30 segundos a buen precio y, como desafío a los directivos de Apple, decidió financiar el resto de los costos. Y así la publicidad fue emitida en el entretiempo en la edición 18 del Super Bowl sólo una vez. Y fueron 60 segundos gloriosos que pasaron a la historia.

El anuncio fue visto por 96 millones de personas y se convirtió en un fenómeno global en tiempos en donde nada era demasiado global. No había lugar en el mundo en el que no se hablara de la propaganda.   

Dos días después, el 24 de enero de 1984, Macintosh fue presentada ante los accionistas de Apple y el público en lo que se conoce como la primera gran presentación realizada por Steve Jobs, que llegó al auditorio vestido con un saco azul, camisa blanca y moño verde.  Al terminar su exposición, el auditorio estalló por los cuatro costados preanunciando una verdadera revolución. Cuando salió a la venta, Macintosh agotó 72 mil unidades en pocos días cuando la previsión era vender 50 mil computadoras en seis meses.

Un periodista le preguntó a Jobs qué investigación de mercado había hecho para presentar aquella publicidad e idear un producto tan novedoso como Macintosh. Y Jobs, muy suelto de cuerpo, le dijo: “El mismo que hizo Alexander Graham Bell antes de inventar el teléfono”.