Nuevo Estadio de Elche, España, 15 de junio de 1982. Veintitrés mil personas en las tribunas, poco público para un partido mundialista si se lo compara con la cantidad de espectadores en Sudáfrica. Todos a punto de asistir a un hecho histórico.
Saca el arquero Luis Mora, que tiene 19 años y una carrera por delante. Francisco Hernández recibe poco después de la mitad de la cancha, sale hacia la izquierda y toca a José Huezo, quien antes de soportar la marca cede hacia el extremo para Jorge González. Es el Mágico, y cualquiera que llega ahora mismo a la jugada entiende el adjetivo al instante. González encara el área, elude a un rival, amaga ante el siguiente, pasa rápido hasta el fondo y manda un centro bajo, hacia atrás, de zurda. Huezo, que lo había acompañado silencioso, para el balón con derecha, se acomoda, pero duda y duda, y cuando los ojos se le nublan apenas intenta un tiro al arco nomás para evitar el reproche general. El esférico (nombre con el que un relator calificó a la pelota en la Argentina, especialmente entre los duros setenta y principios de los ochenta) atraviesa a dos defensores alineados y le queda, inesperadamente, a Luis Ramírez Zapata. Da media vuelta frente al arquero y… la imagen desaparece, la pantalla queda oscura y muda. Segundos después, cuando la pantalla vuelve a iluminarse, sólo se ve el festejo de Ramírez, feliz, colmado de infancia, sus rulos despeinados en la carrera hacia sus compañeros, que lo reciben para abrazarlo como a quien vuelve de una batalla.
Allí está el hecho histórico, ocurrido durante el Mundial de España 82. Y así lo refleja el documental Uno, la historia de un gol, dirigido por Gerardo Muyshondt y Carlos Moreno. Entre reportajes y recuerdos, el film aborda el contexto en el que Zapata convirtió aquel tanto de El Salvador en el 10 a 1 sufrido frente a Hungría, la máxima derrota futbolera en todos los mundiales. Siete de los diez goles húngaros fueron marcados en el segundo tiempo, cinco de ellos en un lapso de 14 minutos, y dos, en poco más de 70 segundos. Con estos datos acaso resulte incomprensible ver la sonrisa de Zapata en pleno salto después de anotar el transitorio 1-5. Pero no.
“TODO ESO NOS PASÓ A NOSOTROS”, REZA UN CANTO MAYA
El seleccionado argentino no fue el único que participó en aquel Mundial mientras su país afrontaba un conflicto bélico. Cuando los jugadores salvadoreños llegaron a Madrid, días antes del torneo, la nación centroamericana llevaba algunos años involucrada en una guerra civil que, una década más tarde, dejó como saldo 75.000 muertos y 9.000 desaparecidos.
“En el país se vivían tiempos duros. Era normal que todas las noticias trataran acerca de cuántos muertos habían resultado después de un enfrentamiento. Todos los días te enterabas de que había muerto alguien que conocías. Ése era nuestro día a día. En medio de todo eso había algo que nos llenaba de ilusión y de esperanza, que nos hacía sentir orgullosos de ser salvadoreños: nuestra Selección de fútbol”, recuerda Muyshondt desde San Salvador, a pocos días del estreno de Uno…, el pasado 8 de julio.
Fue el asesinato de monseñor Oscar Romero, cometido por un grupo paramilitar mientras oficiaba una misa el 24 de marzo de 1980, el que instaló en las ciudades el agravamiento de la lucha contra la dictadura por parte del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Todo ello ocurría tras varias masacres perpetradas meses antes contra campesinos.
Acaso resulte incomprensible ver la sonrisa de Zapata en pleno salto después de anotar el transitorio 1-5.
“La violencia fue una llamarada que avanzó por los campos, invadió las aldeas, copó los caminos, penetró en las familias, señaló como enemigos a cualquiera que no apareciera en la lista de amigos”, detalló en su informe de 1993 la Comisión de la Verdad, una suerte de Nunca Más salvadoreño.
Y en medio de todo aquello, el fútbol. Muyshondt, quien llega al cine desde la publicidad, asegura que aquel seleccionado “hacía olvidar el amargo día a día” y daba a los habitantes “la ilusión de querer esperar un siguiente partido”. Esos jugadores, afirma, “hicieron que las balas y las bombas sonaran menos que los gritos de la gente en un estadio, y creo que por eso el fútbol nunca se paralizó, nunca se detuvo”.
Después del 10-1 frente a Hungría, El Salvador cayó 1-0 ante Bélgica y 2-0 frente a la Argentina. “La gente y los jugadores estaban felices de haber caído en el grupo de Argentina. ¡El Salvador iba a jugar contra un equipo campeón del mundo! Todo el planeta se iba a enterar de que existíamos. Los mismos jugadores cuentan que aquel era el partido que más los ilusionaba, y en especial, jugar contra ¡Maradona!”, exclama Muyshondt.
TIEMPO DE VALIENTES
Nueve años y medio después de aquel partido, el 16 de enero de 1992, militares y guerrilleros firmaron la paz en el Castillo de Chapultepec, en México.
Recién en mayo de este año, un juez estadounidense condenó al militar salvadoreño Álvaro Saravia a pagar 10 mil dólares por participar de la conspiración que asesinó al monseñor Romero.
¿Qué pasó para que un equipo pierda 10-1 con otro que, semanas después, iba a quedar eliminado? “Tuvimos la valentía de salir a buscar el partido. No fuimos tan cobardes como para agazaparnos para que no nos sucediera nada. Esa misma valentía que tuvimos para salir de nuestras casas bajo la Ley Marcial o atravesar balaceras para ir a un entrenamiento…”, relata en el documental Luis Mora, el arquero en aquella goleada.
“He visto aquel gol al menos mil veces por cada uno que nos metió Hungría. Cada vez que lo hago tengo que luchar contra las lágrimas. Marcamos ese tanto en la peor goleada de la historia de los mundiales, pero no importa. Vale mucho para mi país. Cualquiera que ama de verdad el fútbol entiende lo que te estoy diciendo”, expresa Muyshondt.
Volvemos atrás la imagen. Zapata recibe de Huezo, da media vuelta en el área chica y define. Ahí viene corriendo, remera blanca, las letras ES azules pegadas a la altura del corazón. Tiene una sonrisa enorme y las manos abiertas. Dan ganas de abrazarlo. ¿Qué festeja ese hombre en medio de semejante derrota? Quizás la vida.
NdE: Publicado en la Revista Un Caño en su N°28 – Agosto de 2010.