“El dueño simplemente decidió no invertir más en el equipo. Desde ahora todo será mucho más complicado”. En el peor momento de la historia moderna de Sunderland FC, Ellis Short resolvió dejar a la deriva a su “compañía”, algo que los empresarios suelen hacer cuando los negocios no salen como ellos quieren. El problema fue que su decisión rompió la ilusión de una comunidad, de miles de hinchas que vieron cómo el equipo de su vida caía en un pozo inesperado, doloroso.

Los innumerables defectos que las Sociedades Anónimas Deportivas pueden traerle (y casi siempre les traen) a los clubes de fútbol se ven a la perfección en la muy recomendable serie documental de Netflix “Sunderland till I die” (“Sunderland hasta la muerte”). Allí está relatada la temporada 2017/2018 de una de las principales instituciones del norte de Inglaterra, que venía de descender de la Premier League y no sólo no pudo volver rápido sino que perdió la categoría una vez más.

A mediados de la temporada el equipo estaba en plena lucha contra sus limitaciones, contra la mala suerte y contra las decisiones empresariales. Entonces, el CEO Martin Bain anunció que el dueño ya no se ocuparía del club, que no invertiría en el mercado de invierno y que el problema ya no era de él sino del cuerpo técnico y de los hinchas.

Ellis Short, un empresario estadounidense fundador de una compañía de gestión de inversiones inmobiliarias, adquirió las acciones de Sunderland AFC en 2009, después de una aceptable gestión del ex futbolista Niall Quinn. El equipo ya jugaba en la Premier League, donde se mantuvo hasta 2017, cuando finalizó en el último lugar. Es decir que el negocio la sirvió a Short mientras el cuadro rojiblanco se paseara por los estadios más glamorosos del país. En el primer año en el ascenso, llegó la retirada.

En la práctica, el presidente de una sociedad anónima deportiva no es el dueño sino el CEO. En este caso, Martin Bain, una de las “estrellas” de la serie. El bueno de Martin se pasea por los pasillos del Estadio de la luz entre la indiferencia de su jefe, el enojo de los hinchas y las exigencias de jugadores y cuerpo técnico. No logra ningún fichaje de peso, no consigue rescindir el contrato de un díscolo Jack Rodwell y casi nunca cumple las expectativas. Más cómodo en las tareas de marketing y relaciones públicas que en la conducción de un club de fútbol, Bain es víctima de su propio desconocimiento y con él sufre toda la hinchada.

Cuando algún defensor de las SADs esgrima la “profesionalización” de los dirigentes como un aspecto positivo del modelo privado, el ejemplo de Bain es el más claro. Da la imagen de hombre formado, capaz de lidiar con todas las tareas, pero es incapaz de gestionar los aspectos más importantes de una institución de tanta trascendencia social como un club de fútbol.

La ciudad de Sunderland tiene 177 mil habitantes y casi todos son simpatizantes de los Gatos negros. Su estadio tiene capacidad para casi 50 mil personas y en épocas de bonanza deportiva se ve repleto. En la serie se puede apreciar cómo la comunidad entera gira en torno a lo que sucede con el equipo. Desde los comerciantes de la zona hasta el sacerdote. Tal y como sucede en nuestro país, la camiseta es mucho más que una bandera futbolística, es el rasgo de identidad más importante del pueblo. Y es demasiado potente como para que un extraño sea quien marque su destino.

Con el descenso a la League One (tercera división, el escalón más bajo en el que estuvo alguna vez el equipo) ya consumado, las decenas de trabajadores del club le sumaron preocupación por su futuro laboral a su pena deportiva. Es que meses antes habían perdido su empleo decenas de habitantes de Sunderland por la caída de la Premier y revivir aquello sería muy doloroso. Y aunque la llegada de un nuevo dueño, Stewart Donald, parece renovar las esperanzas, ellos sospechan que mientras su club esté en las manos de un tercero el sufrimiento volverá.