Toda la filmografía de Buster Keaton está atravesada por una constante lucha de El Hombre contra la adversidad, considerando a esa disputa el estado natural y distintivo de la condición del ser humano. En el imaginario de Keaton, El Hombre vive en un escenario hostil para el cual no está pertrechado. El espíritu y la inteligencia lo asisten pero su cuerpo lo limita en la batalla. Tal vez por eso nunca reía.
Su imperturbable rostro fue su rasgo distintivo. Al igual que los personajes que encarnaba en sus películas, Keaton padeció en su vida real, desde niño, las crueles inclemencias del destino. A pesar de ello, ya en 1927, brillaba como una estrella consagrada de la industria del cine. Tenía su propia productora y un control absoluto sobre el material que filmaba. Era tan popular como Chaplin, pero no estaba infectado por el banal sentimentalismo del inglés. Sus personajes no inspiraban compasión, nunca buscaban sacar ventajas, no eran pícaros, no sabían de atajos. Ese año encaró su proyecto más ambicioso, produjo, escribió, dirigió y protagonizó El maquinista de la General, una épica comedia basada en un episodio real de la Guerra de Secesión norteamericana, el robo de una locomotora de la Compañía General.
La costosa película, rodada en escenarios naturales, narra una larga persecución sobre rieles en la que el protagonista lucha por recuperar sus dos amores, su novia y su locomotora. Durante todo el film, Keaton conduce una locomotora, camina por su techo, la alimenta a leña, la frena con precisión milimétrica, interactúa con la máquina sin permitir que nadie lo doble en las escenas de riesgo. Estaba tan obsesionado con el realismo que en un gag, considerado el más caro de la historia del cine, deja caer una formación verdadera -máquina y vagones-desde un precipicio de Oregon.
La película, más tarde considerada una de las obras maestras del cine mudo, fue en su momento un fracaso comercial. Se argumentó que el recuerdo de la guerra era todavía muy cercano. Y ya se sabe, humor es tragedia más tiempo.
El desastre económico fue tal que para pagar sus deudas y sobrevivir, Keaton se vio obligado a bajar el copete y volver a ponerse a las órdenes de otros productores y directores de los grandes estudios. En ese contexto aceptó protagonizar College, una típica comedia de bajo presupuesto que transcurre en el ambiente universitario en la que encarnó a Ronald, un estudiante ejemplar que desdeña la práctica del deporte, ya que la considera una banalidad, un rasgo de barbarie que aleja a los hombres del universo de los libros y el conocimiento. Pero, claro, la chica que le gusta y a la que pretende conquistar valora mucho a los deportistas y tiene detrás de ella un séquito de atletas que compiten por seducirla. Ronald advierte que si no se destaca en algún deporte, perderá para siempre al amor de su vida. Entonces, en un típico reflejo keatoniano, se propone competir en todas las disciplinas del atletismo universitario.
Sólo un actor con el total control de su propio cuerpo, forjado en el circo, puede animarse a los gags que pergeña Keaton para cada deporte. Salto en alto, en largo, jabalina, martillo, bala, carrera con vallas… Intenta con todo y todo le sale mal. Pero lo hace mal de una manera tan intrincada y compleja que su performance resulta más meritoria que si lo hiciera bien. Se convierte en el blanco de las burlas de todos los atletas y el amor de su chica parece tambalear. Un profesor se apiada de él y lo designa timonel en la clásica regata contra la universidad rival. De una manera asombrosa, y alentado por la segura presencia de su amor al final de la carrera, Ronald lleva a su equipo a la victoria. Pero una vez en el muelle, todos los remeros son recibidos por sus novias menos él. Ocurre que su chica está en problemas, secuestrada por un fortachón que la pretende de prepo. Para salvarla, Ronald deberá correr, saltar vallas, arrojar objetos…Pero esta vez todo eso le saldrá asombrosamente bien y logrará de ese modo seducir a la mujer de sus sueños.
La película carece de la sólida estructura formal característica del riguroso Buster Keaton. Es apenas poco más que una sucesión de gags, geniales y delirantes pero a veces inconexos, que permiten el lucimiento del protagonista pero que no aportan mucho a la continuidad de la historia. Sirven como ejemplo las secuencias en las que Ronald busca trabajo de barman y de camarero (negro) para costearse los estudios. Momentos muy logrados, sí, pero que podrían pertenecer a otra trama o conformar un cortometraje en sí mismos.
College guarda también un valor documental. Permite apreciar de qué manera y con qué tecnología se practicaban los deportes en aquellos tiempos. A pesar de no figurar en los créditos ni como guionista ni como director, es evidente que Keaton pudo meter su cuchara en la película. Y que con ese rostro inmutable y la increíble gestualidad de su cuerpo, logró imponer su sello característico.
La escena final, no voy a contar el final, sé que no debo hacerlo, fue tan controvertida que durante muchos años se eliminó del montaje.
¿No les da ganas de verla?