Es fácil pensar en el fútbol desde la nostalgia: los muchachos reunidos alrededor del bar, la pelota en la calle, el relato en la radio y los hinchas gritándose en la cara el fanatismo. El amateurismo turbio que imperaba a fines de los años ‘20, los primeros autos, los trajes de sastre, el cigarrillo como compañero, los prostíbulos, las peleas multitudinarias y las mujeres que –en casa– preguntan al jugador si piensa dedicarse a algo serio.
Todas estas escenas se pasan de argentinas pero, en 140 minutos entregados al cine, suceden en otro lado. Suceden, además, lejos. En Belgrado. En un tierra que tiene tan poco de europea como de latina.
La época es lo suficientemente universal para hermanar geografías opuestas. Y esa, probablemente, sea la virtud fundamental de Montevideo: Bog te video (literalmente: Montevideo, dios te bendiga), una película serbia de una inocencia avasalladora, exitosa sin demasiada explicación, conmovedora de a momentos y llena de estereotipos.
Se estrenó a fines de 2010 y en menos de dos meses la había visto medio millón de personas. Su país de origen la presentó como selección oficial para los premios Oscar de aquel año.
El film, que marcó el debut como director Dragan Bielogrlic y se basó en una novela del periodista deportivo Vladimir Stankovic, reconstruye la historia del seleccionado del entonces reino de Yugoslavia que viajó a Uruguay para disputar el primer Mundial en 1930.
Estrictamente, se habla de la construcción de aquel equipo en todo sentido: el origen de algún jugador, las decisiones en torno al retiro de otro, el estrellato de un tercero y todas las circunstancias que los van determinando como compañeros en esa improbable aventura internacional.
Hay que admitir que el nombre engaña: se trató de la primera parte de una pequeña saga y, aunque el relato tiene pleno sentido en sí mismo, la acción se detiene justo antes del viaje a la Copa del Mundo. De hecho, una buena parte de la incertidumbre que conduce la historia tiene que ver con la posibilidad de conseguir dinero para hacer semejante viaje. Un diálogo genial grafica la locura que significaba recorrer esa distancia en aquellos años:
–¿Un Mundial? ¿Dónde?
–En Montevideo.
–Pero es el fin del mundo, ¿quién va a ir?
–Nosotros
–Claro. Los serbios somos los primeros en anotarnos cuando alguien tiene una idea estúpida.
Dado que la Federación croata decide no ceder a sus jugadores, el equipo termina compuesto de manera prácticamente íntegra por dos clubes de la capital serbia: el BSK y el Yugoslavia. En una de las pocas alusiones políticas que tiene la película, el rey rechaza financiar la expedición por falta de representación étnica, y un empresario millonario y liberal razona que esa actitud oculta el pensamiento contrario: “si viajaran como Serbia, les pagaría el barco, las putas y el champagne. Pero van como Yugoslavia”.
La trama se organiza básicamente alrededor de dos jugadores: Aleksandar Tirnanic y Blagoje Marjanovic. Tirke y Mosa. Se trata de personajes opuestos y complementarios. Juntos formaron una de las duplas de ataque más famosas en la historia del fútbol yugoslavo. Los dos jugaban para el BSK. Tirke fue el futbolista más joven en anotar un gol en el primer Mundial, y Mosa, el primero en recibir un salario como jugador en su país.
En la ficción, Tirke es el muchacho que recién comienza y que busca una vida en el fútbol para salvarse del mandato familiar: ser sastre. Mosa, en cambio, es el hombre hecho, la estrella, el que ya llegó. En el debut absoluto de Tirke en el club, Mosa entra al vestuario y ve a su compañero cosiendo una medalla –recuerdo de su padre fallecido en la Primera Guerra– dentro de su camiseta. Y le pregunta “¿vos sos futbolista o costurero?”. La cara de pánico de Tirke sólo es igualada por su respuesta: “en una hora y media te contesto”.
Los dos se entrenan a las órdenes de un seleccionador bizarro, retratado como un loco lindo, más loco que lindo, lírico y algo volado: Bosko Simonovic. En la realidad, Simonovic completó cinco ciclos diferentes al mando del seleccionado. Tan gil no podía ser. De alguna forma, el homenaje lo rescata y lo parodia. También es entendible: sería interesante ver cómo se armaría en el país una película con las biografías de Guillermo Stábile y Carlos Peucelle.
La película resulta difícil de reconstruir: como toda buena fábula, no cuenta una historia, sino varias. Se trata de un repaso absolutamente ficcional, con muchísimas licencias, en las que hay momentos de un surrealismo típicamente balcánico al estilo de Kusturica (salvando las distancias, claro). ¿Por ejemplo? El entrenador siempre va a todos lados con una paloma mensajera de nombre Radoje, el comentarista radial habla nada más que del clima mientras toma de una petaca, los héroes hacen jueguito con un huevo crudo y el arquero se saca la boina para cabecear un córner a favor.
Ni hablar de la banda de sonido, que llega a su clímax en una visita multitudinaria de los jugadores a un club nocturno en el que suena Samo Malo, el extraordinario tema de la película, un jazz rítmico similar a los que solía tocar Django Reinhardt pero con algo más de swing cubano y, claro, con letra en serbio. El remix podría ser un hit en los boliches porteños.
En la ficción, Tirke es el muchacho que recién comienza y que busca una vida en el fútbol para salvarse del mandato familiar: ser sastre. Mosa, en cambio, es el hombre hecho, la estrella, el que ya llegó. En el debut absoluto de Tirke en el club, Mosa entra al vestuario y ve a su compañero cosiendo una medalla –recuerdo de su padre fallecido en la Primera Guerra– dentro de su camiseta. Y le pregunta “¿vos sos futbolista o costurero?”. La cara de pánico de Tirke sólo es igualada por su respuesta: “en una hora y media te contesto”.
También vale la pena destacar la ambientación: los Ford T, el vestuario de época, la candidez de los personajes, la sensación de pueblo grande que transmite Belgrado. Hasta la recreación de partidos parece respetar el ritmo cansino de la época y el material de las pelotas, los pantalones y las camisetas.
Las mujeres, por supuesto, tienen una presencia fuerte en todo el desarrollo de la historia. Su tratamiento es un poco lateral y bastante simplista: son intereses románticos que funcionan como foco de conflicto, son madres o son prostitutas.
El sentido de lealtad está en otro lado, en la camaradería de los jugadores que se van entendiendo dentro de la cancha y fuera de ella, aunque sea en el burdel.
Es más, una de las escenas centrales de la película es una pelea a trompada limpia entre los jugadores. En un bar, por culpa de una canchereada futbolera, se enfrentan las estrellas de los dos clubes principales de la ciudad. En ese mismo momento y en ese mismo lugar, otro futbolista es apretado a las piñas por una deuda que no pudo pagar. Cuando sus compañeros y rivales se dan cuenta de la escena, dejan de pelearse entre ellos para liquidar en conjunto al agresor de turno. Terminan todos detenidos, en otra escena absurda, junto con un borracho que decidía insultar al rey a propósito para no tener que dormir al aire libre. Laprisión conjunta los fortalece. El equipo se hace equipo.
Y aunque aparezca un problema con Bulgaria, una amenaza a punta de pistola y un final absurdamente reivindicatorio que preferiría no develar, el Mundial espera. Habrá que conseguir los subtítulos para la segunda parte: también se llama Montevideo, aunque esta vez el epíteto elegido para aompañar en el título el nombre de la capital uruguaya es “Vidimo se!” (Nos vemos). Se estrenó en 2014, no sin antes haber pasado la historia por la TV con una miniserie de 26 capítulos emitidos desde 2012, que también tenemos que conseguir.
Paciencia, entonces. Prometemos continuación.