Hay una película argentina, todavía en cartel, que hace un poco más que hablar de fútbol. De hecho, hace algo más osado, más difícil y más inusual: filma el fútbol. Se atreve a poner en la cámara la acción de un partido. Y lo hace, además, dejando bien clara una ideología deportiva algo nostálgica y un poco romántica. Hablamos de El Hijo de Dios, catalogada por sus creadores como un western bíblico-futbolero.
Dos líneas para describirla: “Es una parodia futbolera en forma de western, ubicada en el contexto religioso de los textos bíblicos. El Bien y el Mal representados de manera panzeriana por el fútbol bien o mal jugado. El fútbol de potrero vs. el catenaccio. La espontaneidad vs. lo planificado. Lo lúdico vs. lo industrial”, reza la gacetilla.
Sumale que actúa el Ruso Verea y que aparece -en una performance realmente destacada- el periodista Diego Della Sala. ¿Cómo no verla, hermano? Se estrenó el 27 de octubre y permanece en una sala del Gaumont. Y encima queman un arco:
La trama es sencilla y nos lleva casi sin escalas a un picado de pueblo: tres amigos salen de casa con una pelota y un auto de dudosa reputación. Llegan a un pueblo bonaerense en el que está prohibido jugar al fútbol. Se encuentran con un antagonista (arquero y comisario, imaginen qué desgracia) que los mete en cana y sólo los larga con la condición de que le ganen un partido a su equipo. Se juega, entonces (fútbol 5, no daba el presupuesto para cancha de 11), y ahí aparecen mil guiños, referencias y toquecitos intrascendentes gloriosos para los que seguimos al fútbol como enfermedad: referencias al documental Héroes, alguna cita famosa, jugadas individuales de cierto lujo y hasta un mesías de nombre obligado (Jesús), pero zurdo y flaquito y con barba. Todo dejando entrever un apellido que en la película ni siquiera se nombra pero es omnipresente: Maradona.
“La mayor parte de los ensayos eran partidos de fútbol. Nos juntábamos en una cancha y listo, a jugar. Eran de césped sintético y salían unas jugadas espectaculares”, asegura Rodrigo Girod, co-director, co-guionista y director de fotografía, mientras apura la segunda cerveza (de un total de dos) que tiene la generosidad de compartir con Un Caño. Girod escribió y dirigió la historia junto a Mariano Fernández.
El partido se desarrolla con sorprendente naturalidad. Con muy buenas atajadas del arquero interpretado por Agustín Repetto (convincentes en cuanto al realismo), más un excelente nivel deportivo de uno de los actores: Juan Carlos Lo Sasso, que ya contaba experiencia futbolera en pantalla, porque según IMDB tuvo un papel en la serie Cebollitas. “De lo que se ve en pantalla en cuanto a juego, el 60 por ciento es espontáneo”, revela Girod. Y se nota. Para colmo el árbitro es un cura, que quiere bombear a Jesús.
Por su parte, Rodrigo Cala, productor que también se sentó a beber con nosotros, cuenta que entre los requisitos para el casting aparecía el de tener cierto nivel en cancha. “Cuando apareció Bruno Alcón para el papel de Jesús, lo llevamos a una plaza y le tiramos una pelota. Teníamos que confirmar, primero, que era zurdo. Y después, ver qué podía hacer”. Jesús aprobó, nomás. Y fue Jesús.
Filmada en San Andrés de Giles, y particularmente en el pueblito de Azcuénaga, la peli se apoya en el género del western y sus clichés: los malos son muy malos, los buenos increíblemente inocentes, y el escenario de fondo resulta un marco espacio-temporal intencionalmente difuso. “Queríamos jugar un poco con esa sensación de estar suspendido en el tiempo que uno tiene cuando llega a un pueblo chico de la Provincia de Buenos Aires”, relata Girod.
Con cierta filosofía Menottista, un jugador de apellido Houseman (De nuevo, Girod: “Por mi viejo, que era fanático del Huracán del ’73”) y jugadas de inspiración individual, los buenos muy buenos se enfrentan a un ultratáctico-ultradefensivo equipo de malos muy malos, que irónicamente encuentra su máxima virtud en el juego colectivo, el espíritu de equipo que la ideología de la película quiere rescatar (“Un equipo es una idea”, reza en una escena el Bautista Verea). Confrontado con esta noción, Girod nos sacó de encima con un amague: “Soy un fundamentalista de la gambeta. Mis jugadores favoritos en la historia son Maradona, Ortega y Messi. Para mí, las genialidades como el gol de Diego a los ingleses están muy por encima de cualquier táctica, son imposibles de planear. En el fútbol es lo que más disfruto”.
El largometraje de 92 minutos se completó con un presupuesto escaso para el medio (“La mitad de lo que se usa en un comercial de 30 segundos para una marca más o menos importante”, remarca Cala), y un esfuerzo épico de los involucrados. “Lo bueno es que además de la difusión de los medios especializados en espectáculos, usamos la veta futbolística del guión y algunos medios deportivos nos ayudaron para darnos a conocer”, agrega Cala. Premiados por el INCAA y financiados en parte a través de una plataforma digital para juntar fondos, los muchachos pusieron dinero de su bolsillo y su trabajo de dos años al servicio de su victoria profesional: llevar a la pantalla grande y a las salas comerciales una idea que nació hace más de 15 años, que originalmente era parte de una miniserie.
Brindamos por su persistencia, por su coherencia y por su espíritu amateur. En épocas de grandes corporaciones e ideas prefabricadas, es refrescante sentarse a tomar unas birras con unos tipos que piensan casi como uno, y se forjan el destino a fuerza de escribir sobre gente que forja su destino.
Ojalá les vaya bien. Nos cayeron diez puntos.