Uno de los temas más visitados cuando se repasa el Mundial 78 es la actuación (o la actitud asumida, para ser más precisos) de César Luis Menotti durante esos años. Ya es archisabido que el entrenador argentino era un simpatizante de los movimientos de izquierda (un inorgánico del Partido Comunista) y que había llegado a la conducción del equipo en octubre de 1974, es decir, durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón y bajo la presidencia en la AFA de David Bracuto, un médico de la UOM y ex presidente de Huracán cuando Menotti saltó a la consideración con los equipos de 1972 y 1973.

Bracuto había llegado a la presidencia de la AFA gracias a la rosca que había armado con Paulino Niembro (sindicalista también de la UOM y padre de Fernando). Entre ellos terminaron con una serie de intervenciones de los militares en la AFA. Cuando llegó el golpe, en marzo del ‘76, Bracuto trató de resistir en su sillón los embates de los dictadores, pero poco pudo hacer cuando a fines de ese mes le embargaron todas las cuentas de la AFA y se quedó sin el respaldo de sus pares de Comisión Directiva (encabezados por Alberto J. Armando, por entonces presidente de Boca), que giraron sus cabezas hacia el doctor Alfredo Cantilo, hombre de Vélez y del almirante Alberto Lacoste.

Un joven Julio Grondona, presidente de Independiente, asumió como Secretario de Hacienda de la AFA, un puesto sensible que manejaba los movimientos financieros que se hacían para organizar el Mundial ‘78. O sea: administraba la plata que llegaba desde la dictadura. Pero no nos vayamos de tema. El asunto es Menotti y su camino durante aquellos años.

Cuando sucedió el golpe, Menotti se encontraba de gira con la Selección Nacional por Polonia. El presidente de la delegación, Pedro Orgambide, se comunicó con Buenos Aires para tener noticias de lo que estaba pasando. No obtuvo demasiadas respuestas. Entonces se acercó al relator José María Muñoz, quien lo tranquilizó con una frase que quedó para la historia, habida cuenta de la matanza en la que se hundió la Argentina a partir de ese momento: “No hay desgracias personales ni derramamiento de sangre”, le dijo Muñoz imperturbable.

El periodista Ezequiel Fernández Moores relató en varias notas de su autoría el estado de situación en la delegación nacional. Una de ellas narra: “Mario Kempes se largó a llorar apenas se enteró del golpe. Su llanto alertó a varios de sus compañeros. Orgambide recibió una comunicación telefónica desde Buenos Aires informándole que la Selección debía cumplir ese día con su partido y seguir con el resto de la gira. Algunos jugadores, como Héctor Scotta y el propio Kempes, dijeron que querían volver a la Argentina. Se hizo una reunión y la mayoría decidió que había que seguir adelante. En medio de esa conmoción, revelada por algunos jugadores de aquel equipo, Argentina salió al campo y venció 2-1 a Polonia, dando vuelta el marcador con goles de Héctor Scotta y René Houseman. Aquel partido se jugó en Chorzow, una ciudad industrial de 150 mil personas del sur de Polonia, y sirvió a la Junta Militar para decir que ese día, 24 de marzo de 1976, todo seguía funcionando normalmente en la Argentina.”

De hecho, el comunicado número 23 de la Junta Militar, que había suspendido todas las transmisiones televisivas y radiales y sólo informaba a la sociedad qué estaba pasando por medio de comunicados, decía que se iba a interrumpir la cadena nacional para permitir la difusión del partido Polonia-Argentina en directo.

Menotti, los jugadores y los dirigentes quedaron en medio de ese tembladeral sin entender demasiado qué era lo que estaba pasando en el país. La distancia y la precariedad de las comunicaciones hacían imposible tener una verdadera dimensión de los acontecimientos. Era 1976, algo bastante parecido a la prehistoria de las comunicaciones, si nos atenemos a los parámetros actuales.

Después de aquel partido contra Polonia, Argentina perdió 2-0 en Budapest contra Hungría, el 27 de marzo. El golpe había calado duro en el ánimo del equipo, que poco pudo hacer en ese partido. Tres días después, Menotti y la Selección regresaban al país con el plan de enterarse mejor de lo que estaba pasando.

El 31 de marzo, finalmente, renunció Bracuto, ya acosado financieramente por la Junta; y durante un mes la AFA quedó bajo la administración de su gerente, Ernesto Alfredo Wiedrich. El 4 de abril, Argentina le ganó 4-1 a Uruguay por la Copa Lipton, y el 28 del mismo mes igualó 2-2 con Paraguay, por la Copa Bogado. El 3 de mayo, después muchos cabildeos, se designó a Cantilo presidente de la AFA. Mientras tanto, la Selección seguía su preparación. Y en los pasillos de la AFA se decidía qué hacer con Menotti y con el equipo que, como ya se había resuelto, sería la carta de presentación de la Junta en el Mundial que se habría de jugar dos años después.

Cantilo estuvo a favor de mantener a Menotti en el cargo. El dictador Massera, hombre fuerte en la organización de gobierno en el fútbol, lo aprobó. Y Menotti siguió adelante pese a que el momento que vivía el país era complicadísimo. En una entrevista para el Corriere della Sera, el 18 de junio de 2008, Menotti dijo al respecto: “Fui usado, claro. Lo de que el poder que se aprovecha del deporte es tan viejo como la humanidad. ¿Qué siento hoy? No lo volvería a hacer. Aunque es fácil hablar ahora”.

En otra entrevista, Menotti dijo: “Yo tenía una buena formación política. No era un boludo al que se lo podía engañar fácilmente. Conocía muy bien que históricamente las Fuerzas Armadas argentinas eran el grupo armado de la oligarquía desde cuando mataban a los indios. Siempre fueron el grupo armado del poder económico”. Pero luego justifica: “Sin embargo nadie podía imaginarse que en esas horas se tiraban a los cadáveres al océano. Si se hubiera sabido, trabajadores, campesinos, intelectuales y futbolistas habríamos salido a la calle a pedir que terminase todo esto”.

¿Qué fue lo que llevó a Menotti a quedarse al frente de la Selección? Nadie está en la cabeza o el corazón del entrenador para saber qué le pasó en ese momento. Tal vez fue vanidad. O inconsistencia ideológica. A lo mejor desconocimiento, más allá de sus contactos políticos y de sus simpatías con la izquierda vernácula. Probablemente una mezcla de todo. Lo cierto es que, más allá de la justificación que llega desde el entrenador sobre la complicidad con la dictadura de los millones y millones de argentinos que gritaron los goles o salieron a festejar por las calles, su responsabilidad fue diferente a la de muchas otras personas.

Sin llegar a decir que fue parte del genocidio (lejos está en mí afirmarlo) es rigurosamente cierto que su participación en el armado comunicacional y de propaganda de la dictadura, tanto interna como exterior, fue altísima. Hoy, a la distancia, y ya sabiendo que la dictadura fue una convergencia cívico- militar, hay que hacer diferencias entre los que habitábamos el país por aquellos años. No fue lo mismo un diariero que un periodista. No fueron lo mismo los vendedores de televisores que aquellos que se sentaban ante las cámaras a presentar las noticias que emanaban de los dictadores. No fue lo mismo Menotti que Martínez de Hoz o Videla, por citar dos ejemplos de responsables directos y artífices de la dictadura y del terrorismo de Estado. Como tampoco fue lo mismo Menotti que el Piojo Yudica, o Kempes que el Indio Gómez. Unos fueron campeones mundiales con la Selección argentina en 1978 y recibieron la Copa de manos de Videla, mientras los otros se clasificaron campeones con Quilmes el mismo año. Existen grados de responsabilidad en las acciones de unos y otros. Allí radica la diferencia. Sutil, pero no menor. Con esta última afirmación, insistimos, nadie está poniendo a Menotti, a Kempes o al resto del equipo en un lugar que nos les corresponde. Sus acciones aquellos años, pero fundamentalmente en los posteriores, también definen a las personas.

Menotti contadas veces hizo una autocrítica seria, profunda, sentida, sobre lo ocurrido. Habló del Mundial 78 pero siempre encontró alguna razón para sostener sus actos. Y nunca habló de otro momento oscuro: haber ido con la Selección al Mundial de España en 1982, algo que es todavía más grave que haber estado en el 78. Porque en el Mundial de la Argentina siempre cabe la duda. ¿Sabía o no? ¿Fue engañado? ¿No vio lo que estaba pasando? Pero ya en 1982, tanto Menotti como toda la sociedad sabían perfectamente lo que los militares habían hecho en Malvinas. Y él igual siguió adelante, como si su accionar no fuera pasible de revisión. Dicho de otra manera, todos los individuos debemos hacernos cargo de nuestros actos. Sean cuales fueren. Y asumir las consecuencias. No se puede andar por la vida haciendo o diciendo cualquier cosa para después hacerse el distraído.

En aquella declaración a Corriere della Sera también dice: “¿Qué siento hoy? No lo volvería a hacer. Aunque es fácil hablar ahora”. Si efectivamente considera que es tan fácil hablar ahora, bien podemos decir que llegó la hora de hacerlo, ¿no? Pero en serio. Y no para la tribuna o para seguir quitándose una responsabilidad, que por más chiquita que fuere, la tuvo en el armado de un sistema de propaganda que ayudó a sostener a la dictadura. Porque hasta le podíamos llegar a creer que en aquellos años no sabía, pero ahora sí sabe, y su silencio sigue siendo, para ser generosos, molesto e incómodo. Y como somos buenos, no vamos a incluir en este capítulo un análisis detallado de los hechos que se sucedieron tras Mundial Juvenil de 1979, que sirvió para tapar las denuncias de los familiares de los detenidos/desaparecidos a la Comisión de Derechos Humanos mientras el relator de América, al compás de los goles de Maradona y Ramón Díaz, vociferaba “¡los argentinos somos derechos y humanos!”. O lo que pasó contra Holanda, en Suiza, también en el 79, que sirvió para que se fletara un chárter de notables que le contaría al mundo que en el exterior había una campaña de difamación contra el país.

Algunos de los jugadores de aquel equipo ensayaron autocríticas. Otros fueron más tibios. Nadie les pidió que en aquel momento denunciaran lo que estaba pasando en la Escuela de Mecánica de la Armada porque muchos no lo sabían, pero después del camino recorrido ya es hora de hacer un mea culpa por aquella situación incomprensible de gente festejando por las calles o gritando los goles en el Monumental mientras, a pocas cuadras de allí, se torturaba en un campo de concentración comparable al de Auschwitz.

Osvaldo Ardiles dijo, allá por 1998, cuando dirigía en Japón: “Todavía duele saber que fuimos un elemento de distracción para el pueblo mientras se cometían atrocidades. Pero también hay que aclarar que los jugadores y el cuerpo técnico fuimos víctimas de la manipulación de nuestro trabajo, o de los frutos del mismo. Hoy duele, pero también puede decirse que quizá servimos como bálsamo para mucha gente oprimida que pudo volver a salir a la calle envuelta en banderas argentinas. Sabíamos que lo nuestro no tenía nada que ver con lo que estaban haciendo los militares, algo que por otra parte desconocíamos. Pero de alguna manera, a los que medianamente teníamos cierta conciencia de quiénes se trataba, nos hacía sentir mal”.

A Daniel Alberto Passarella no le gusta hablar demasiado del tema, pero alguna vez se lo escuchó decir que “el Mundial del 78 sostuvo el régimen, tapó todo…”. También está el caso del Pato Fillol: “Yo ignoraba todo, como la mayoría. Nos empezamos a enterar de las cosas que pasaban después del Mundial. No había difusión, porque manejaban todo los militares. Después se fueron destapando algunas cosas hasta que cayó el gobierno, pero en el ‘78 no sabíamos nada”.

Un defensor de Menotti fue Leopoldo Jacinto Luque: “Me da bronca que se le quite mérito a Menotti, porque ni él ni nosotros tuvimos la culpa de que el Mundial se desarrollara en pleno proceso militar. ¿A quién no le hubiera gustado jugar y salir campeón mundial con un gobierno democrático? El Mundial lo ganamos Menotti y los jugadores, no los militares. Yo tiraba paredes con Kempes y Bertoni, no con la Junta”.

Julio Ricardo Villa no le escapa al bulto: “Asumo mi responsabilidad individual, era un boludo que no veía nada más allá de la pelota. Lamentablemente, uno se acostumbra a todo. En la concentración teníamos que dejar el auto a cien metros y después nos encontrábamos con dos controles del Ejército que nos palpaban y revisaban los bolsos. A la noche, veíamos a los centinelas y escuchábamos tiros. Nos usaron para tapar las desapariciones de personas que pensaban distinto. Me siento engañado. A nosotros nos daban la pelota, jugábamos y no pensábamos en nada más. Me hubiera gustado luchar para que la Argentina se diera cuenta de lo que pasaba”.

Y René Houseman no gambeteaba sus sentimientos: “No sabía qué pasaba en el país. Hoy que lo sé y me da asco. Le di la mano a Videla; ahora querría cortármela”, dijo antes de morir.

En el libro César Luis Menotti, dejar correr la pelota y al contrario, del periodista austríaco Harald Irnberger, Jorge Valdano trata de desentrañar ese intríngulis llamado Menotti: “En España me di cuenta de que era un hombre de izquierda. En todos los problemas del fútbol ponía en claro su pensar progresista, sin pelos en la lengua. Él comenzó a hacerse conocer como de izquierda cuando la dictadura entró en problemas. Allí Menotti comenzó a hablar y a exigir el regreso de los intelectuales exiliados, así como declaró que la dictadura había perseguido a la cultura. Pero, claro, en tiempos de los militares, en el 78, Menotti se encontraba en una situación esquizofrénica, la cual no se puede describir en forma abstracta. Por ejemplo: con el tiempo, leímos el sufrimiento de los torturados que en la cárcel oían los gritos de júbilo de los hinchas cuando fuimos campeones del mundo. Esto es algo terrible. En defensa de Menotti debo decir que yo oí las palabras que él dirigió a los jugadores antes de la final. Él dijo: ‘Nosotros somos el pueblo, pertenecemos a las clases perjudicadas, somos las víctimas y representamos lo único legítimo en este país: el fútbol. Nosotros no jugamos para las tribunas oficiales llenas de militares, sino que jugamos para la gente. Nosotros no defendemos la dictadura, sino la libertad’”.

También opinó sobre aquellos días horrendos Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz dos años después, en 1980: “Los presos políticos, los perseguidos, los torturados y los familiares de los desaparecidos esperábamos que Menotti dijera algo, que tuviera un gesto solidario, pero no lo hizo. Fue doloroso y muy jodido de su parte. Él también estaba haciendo política con su silencio”.

Pérez Esquivel logró salir vivo de la Unidad 9 de La Plata gracias a la presión internacional, el 23 de junio de 1978, dos días antes de la final. De su cautiverio recuerda que “los guardias escuchaban los partidos y el relato radial nos llegaba por altoparlantes. Era extraño, pero en un grito de gol nos uníamos los guardias y los prisioneros”. Y admite algo que todos todavía nos preguntamos y para cual no encontramos respuesta, como si el Mundial 78 fuera un laberinto imposible de desentrañar: “Me da la sensación de que en ese momento, por encima de la situación que vivíamos, estaba el sentimiento por Argentina”.

Un aporte más para entender las cosas que se hablaban en ese momento: “Yo le decía: ‘César, los militares te están usando’. Pero él me respondía que no había problemas, que los tenía controlados”, contó poco antes de morir João Saldanha, miembro histórico del Partido Comunista Brasileño y que se alejó de la conducción técnica de la selección de su país poco antes de México 70 por el golpe de Estado del general Emilio Garrastazu Médici.

No fue el caso de Menotti, quien con el tiempo, y con su particular forma de ver las cosas, pasa de la reflexión al enojo cuando habla de aquel tiempo: “Sabía de la represión, de la persecución a compañeros. La desaparición de militantes siempre existió. Lo que desconocía de la dictadura ejercida por la Junta Militar era la magnitud y la locura de la represión. Esto lo supe después, cuando se terminó de descubrir todo el desastre. Lo que sí me molesta es que los medios de comunicación cómplices de la dictadura hoy la saquen de contexto para relacionarla con él fútbol. Es una actitud cobarde. Si queremos hablar de política, primero tenemos que ver por qué aparecen los golpes de estado, a quién representan: no los hacen cuatro militares locos que toman un fusil. Un golpe necesita muchas complicidades, las que primero usan al neoliberalismo de derecha y que cuando se agota esta posibilidad recurren a los militares. Es muy bueno tener memoria, pero si queremos debatir analicemos por qué Argentina tuvo a Aramburu, a Onganía, a Lanusse, a Videla y luego vinieron años de políticas neoliberales. Relacionar el Mundial ‘78 con la dictadura es una postura cómoda, porque si en el último minuto la pelota de Rensenbrink entraba, ¿qué iban a decir? Es minimizar las luchas de los pueblos, como cuando se discute de Cuba: vamos a tener puntos de coincidencia y otros no, pero sacar del contexto una discusión de ideas porque fusilaron a tres, es como decir que el general San Martín era un tirano porque tuvo que matar a muchos españoles. Los análisis cayeron en la facilidad de recordar a la dictadura a través de la Copa del Mundo. A mí no me hace falta el Mundial para recordar la dictadura. La recuerdo porque a mis amigos los torturaban por pensar distinto, los encarcelaban y los militares combatían a la izquierda de una manera criminal”, dijo en el libro César Luis Menotti, dejar correr la pelota y al contrario.

A muchos argentinos los torturaban por pensar distinto, los encarcelaban y los militares combatían a la izquierda de una manera criminal. Menotti dirigía a la Selección argentina. No fue el peor pecado que se haya podido cometer en esa época de entregas y asesinatos. Insistimos: Menotti no fue Videla. Pero tampoco fue Yudica.