Mónica Santino juega al fútbol desde que tiene memoria y milita desde que descubrió que la única forma de tener derechos es pelear por ellos. Muchos años trabajando por la igualdad de género desde el deporte la transformaron en una referente. Hoy, integra La Nuestra, una organización popular que utiliza la pelota para empoderar a las mujeres de la Villa 31. En el marco del Paro Internacional de Mujeres, la buscamos para conversar sobre fútbol y feminismo.

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¿De qué manera el fútbol aporta a la lucha por la igualdad de género?
Si lo ponés en tema con lo que se viene desarrollando, que es la despenalización del aborto, nosotras hablamos de un cuerpo libre, libre para jugar. Son reclamos que van encadenados. El 8 de marzo potencia todo eso. Es salir a la calle, decir acá estamos, acá somos. El fútbol es una herramienta muy importante para erradicar la violencia de género. Una piba que se para en esos derechos, que practica ese derecho a jugar, que sabe que las transformaciones son colectivas, que es algo que el fútbol te enseña, es una piba que tiene menos posibilidades de convertirse en víctima de violencia porque está empoderada desde ese lugar.

santino¿Cómo ubicas a tu organización, La Nuestra, en esa batalla cultural?
Un proyecto como el que tenemos en la 31, que usa el fútbol para dar acceso al derecho al juego, para deconstruir estereotipos de género, es una gran herramienta porque el fútbol es muy importante en nuestra cultura. En un barrio, eso tiene un potencial enorme. Que el feminismo incluya en su agenda el derecho a jugar es nuestra batalla como organización y creo que, a la larga o a la corta, va a tener repercusión en la AFA.

¿Con que expectativas viven este nuevo 8M?
Vamos a ir a la marcha con banderas, como futbolistas, con la representación de un barrio, de lo que pasa en la Villa 31. Pero venimos participando en el Encuentros Nacionales de Mujeres (ENM), del cual tenemos que estar orgullosas porque se organiza hace 32 años de manera autónoma, con muy poco aparato partidario político, con participación masiva y nacional. Y, desde 2014, organizamos ahí el Encuentro Nacional de Jugadoras de Fútbol. Armamos una cancha en la plaza de la ciudad donde se realiza el ENM y caen pibas. Jugamos y hacemos una reflexión. No podemos pensar el 8M desprendido de lo que pasa en el Encuentro. Vamos a tener mucha participación y visibilidad pero porque venimos haciendo este trabajo en los Encuentros Nacionales.

En los 70s, cuando Mónica era chica y jugaba sus primeros picados en San Isidro, en un barrio de italianos escapados de la Segunda Guerra donde era común el luto y acopiar comida, eran muy pocas las mujeres que jugaban a la pelota. “Hace un montón de años era muchísimo más raro que ahora. Los juegos que teníamos habilitados las mujeres eran de puertas adentro. Yo escuchaba picar la pelota afuera y quería ir a jugar”, recuerda.

En su casa, el fútbol era una pasión casi religiosa transmitida por padre y abuelo velezanos. “La salida de los domingos era ir a Vélez. Íbamos a la cancha todos, con mi vieja, mi hermana. Llegábamos cuando abría, comíamos en la cancha, nos íbamos cuando cerraba”, explica. Pero su lugar en los potreros, entre los varones del barrio, lo obtuvo haciéndose útil. “Me ocupaba de juntar la guita para comprar la pelota de goma -cuenta-. Me fui ganando un espacio, a fuerza de querer jugar y de hacerme cargo de que ocurriera, desde muy chiquita”.

¿Desde que lugar le plantean a las pibas del barrio la relación entre fútbol y feminismo?
No se puede hacer en abstracto, decirles: ‘Las mujeres tenemos derechos’. Nosotras no hacemos asistencia. No vamos a tirar la pelota para sacarlas de la villa, que es una mirada facha del deporte. Lo que plantea el feminismo es otra cosa. Nosotras nos paramos a la par de las pibas.

¿Qué significa eso en un lugar como la Villa 31?
Nosotras nos adueñamos de la cancha. Antes solo entraban los varones. Por empujar, por poner el cuerpo, por pelearnos, por comernos palos y piedras, algunas veces, conquistamos territorio. La cancha es el espacio público más importante de la villa. Nunca se construye una casa. La cancha, es la cancha. Ahí nos hicimos fuertes, hicimos grupo. Hay un horario para mujeres. Vinieron más. Vinieron nenas más chiquitas. Vinieron familias. Ahora vamos todas vestidas de fútbol. Ahora estamos jugando cada vez mejor. Esa construcción es la que hace posible todo lo demás. Te diste cuenta que tenías un derecho porque lo ejerciste.

entrevista¿Cómo ve la sociedad a las mujeres futbolistas?
Es muy loco cuando lo comparás con otros deportes. El entrenamiento de Las Leonas es muy parecido al del fútbol. Las posiciones en la cancha son casi iguales. Y un palazo en la cara es mucho más peligroso que una patada. El hockey es, supuestamente, el deporte de mujeres por excelencia y mucho más después del triunfo de Las Leonas. La jugadora de hockey es el estereotipo deportivo de belleza y su cuerpo es idéntico al de una futbolista. Sin embargo, nosotras somos las feas, sucias, malas… lesbianas.

¿Por qué el fútbol puede ser una herramienta para cambiar eso?
Es como que te convertís en protagonista. En el barrio, las mujeres tienen tareas domésticas desde edad muy temprana. Cuidan pibes más chicos, hermanos, cuando no sus propios hijos. No hay ningún momento pensado para que no hagan nada. Ocio, digamos. Los varones lo hacen naturalmente. Los chicos llegan del colegio, tiran la mochila y a la cancha. Los grandes llegan de laburar, toman cerveza y a la cancha. Las pibas no. Algunas compañeras lograron que los varones cuiden a sus hijos y eso es importantísimo. No es que le está haciendo un favor, se está poniendo a la par. El juego habilita todo eso. Si pienso en mi historia y la de mis compañeras entrenadoras, todas sabemos que jugando nos hicimos mejores personas.

En la adolescencia, cuando ya no era tan gracioso que una mujer jugara al fútbol, Mónica sufrió los primeros choques con su familia. Jugó un par de años de 5 en un equipo en River, estudió Educación Física y periodismo deportivo en TEA. Luego, se dedicó de lleno a la militancia por los derechos de la minorías sexuales, en la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). A mediados de los 90, cuando empezó el torneo de AFA, estuvo en All Boys. “Jugué tres años, casi cuatro. Fue lo más parecido que tuve a ser futbolista”, relata. Fueron tiempos dorados para el fútbol femenino. Lo televisaba el canal Siempre Mujer y lo relataba Sergio Goycochea. “Llegó a haber 35 clubes en el año 98, porque había una moneda por la tele. Después, todo desapareció cuando se terminó la plata de la TV”, recuerda.

¿Cómo describirías la situación actual del fútbol femenino de AFA?
Hoy tenés un campeonato que tuvo algún atisbo de organización haciendo una Primera y una Segunda, en Futsal con un poco más de fuerza que en once, pero con las mismas falencias de hace 20 años. Poca difusión y una Selección que se vuelve a armar ahora después de 18 meses sin competir. Todo está muy emparchado, muy en la crisis general de la AFA. Ningún dirigente que la ve, poca voluntad política, mucho prejuicio y mucho machismo. La contrapartida es que cada vez hay más mujeres jugando al fútbol y la dirigencia completamente lejos de eso.

¿Eso es diferente según las clases sociales?
Hay diferencias que son estructurales. En la clase media cada vez es más común ver a un grupo de pibas que sale de trabajar, alquila una cancha y juega. Ellas tienen más posibilidades de acceder a torneos donde hay que garpar y nosotras no. Eso, estructurado, sería una gran fuente de jugadoras. Algo que los clubes casi no tienen. Es una base fundamental para que el fútbol de mujeres se desarrolle.

¿Qué tendría que modificarse para que el fútbol femenino pueda crecer?
Tiene que haber un momento en el que hablemos de fútbol, no de femenino y masculino. En los lugares donde se toman las grandes decisiones debería haber mujeres con conciencia de género o, si querés, varones con conciencia de género, porque ser mujer no garantiza equidad ni feminismo. Y, después, pensar como capacitamos en género a los clubes y a los jugadores.

¿Qué cambios pueden impulsar en el fútbol las mujeres?
El fútbol femenino debería pensarse como aire fresco para las viejas estructuras de los clubes. No para que nos absorban en los términos de la industria sino para volver a los orígenes del juego. No digo que vayamos a transformar el planeta pero sí a considerar que nuestras vidas son dignas de ser vividas como queremos, que tenemos orgullo del lugar de donde venimos y orgullo de ser futbolistas. Y también queremos volver a resignificar el fútbol. Que no es el que mirás por la tele, no es el programa de 32 periodistas deportivos gritando, que no tenemos nada que ver con esos intereses. Que amamos jugar.