–¿Y ahora? ¿Se ríe solo?
-No. O mejor dicho, sí, pero no estoy loco. Lo que pasa es que estoy recordando un chiste.
-Cuéntelo.
-Es un chiste gráfico, sería mejor que lo viera, pero no sé dónde lo tengo.
-¿Es una hoja de papel? ¿Por qué no se fija..?
-No, no, no es una hoja. O mejor dicho sí es una hoja, pero que forma parte de un libro: un libro de chistes gráficos, precisamente.
-Busquémoslo.
-No, no vale la pena.
-¿Por qué?
-Porque es muy chico, un típico libro raquítico, como los libros de poesía. Sólo que este contenía chistes. Pero no vale la pena, no vamos a encontrarlo.
-Entonces cuénteme el chiste, al menos.
-De acuerdo, pero no creo que sea muy efectivo.
-No importa.
-Lo que se veía en el dibujo era un desván, pero visto desde arriba, como si el observador de la escena se hubiera emplazado encima de un ropero o algo así. Lo que se ve es el interior del desván, la puerta de ingreso, las ventanas con las cortinas raídas. Y en el medio de la escena, juguetes infantiles asistiendo a una especie de asamblea.
-¡Toy Story!
-Sí, una especie de proto Toy Story, porque le aseguro que ese libro es muy anterior a la película.
-¿Y entonces?
-Y entonces se ve eso, un montón de juguetes, de todo tipo y especie, prestando atención a lo que uno de ellos está diciendo. El que habla es un león, un león de peluche, grande y gordo. Y lo que dice está al pie del dibujo. Y palabras más, palabras menos, es esto: “Un día va a sentir nostalgia y va a volver aquí a buscarnos. Y entonces lo agarramos.”
-Siniestro.
-Justamente, dijo la palabra justa: siniestro. Freud definía lo siniestro como el pasado que vuelve. De eso trata ese dibujo.
-Pero usted se estaba riendo.
-Sí, pero no exactamente del dibujo, sino porque recordé el dibujo ahora, que acabo de bajar del desván, donde subí porque sentí nostalgia…
-Yo no hubiera subido si hubiera recordado el dibujo.
-Es lo que le estoy diciendo: yo lo recordé después; de otra manera tampoco hubiera subido.
-¿Y encontró algo?
-No sólo encontré algo, sino que encontré precisamente lo que estaba buscando. Una foto.
-¿Puedo verla?
-Más bien.
-¡Carlitos!
-Sí, Carlos Monzón, allá por el 72, en el Luna Park.
-¿Y quién es el chico de anteojos que está sentado al lado de él?
-Yo.
-¡No!
-Sí.
-¿Este es usted?
-Ese soy yo.
-No parece, aunque mirándolo bien…
-Soy yo.
-Sí, es verdad.
-Fue durante una exhibición en el Luna, mi padre me había llevado. Solíamos ver boxeo juntos, pero en la Federación, en la calle Castro Barros. Eso le garantizaba a mi madre tenerme afuera todo el día, porque las peleas comenzaban al mediodía y terminaban a la noche. Mi madre sólo descansaba verdaderamente cuando yo no estaba.
-Le creo.
-Aquella vez en el Luna tuvieron lugar una larga serie de combates de beneficencia. La idea era juntar dinero para la intervención quirúrgica de algún ex boxeador… no me acuerdo de quién.
-Estaba Monzón. ¿Quién más estaba?
-Todos. O casi todos. Pero de esa noche recuerdo con claridad a Loche, a Castellini y a Monzón.
-¿Por qué?
-Mi padre siempre fue un fetichista de las fotografías. Era de esa especie de gente que cree que todo está condenado a disiparse en la mente, y que hace falta plasmar un recuerdo para eternizarlo. Era el típico turista que se la pasa sacando fotos y obliga a todos los que lo acompañan a que posen ante cada monumento, debajo de cada placa, con cada montaña y cada obelisco de fondo.
-Suena pesado, pero al mismo tiempo me resulta simpático.
-Y lo era. Ese día, esa noche, se había obsesionado con que yo quedara retratado con Loche, con Castellini y con Monzón.
-¿Y lo consiguió?
-Claro, fue fácil. El fotógrafo era un tal Zan (no tengo tanta memoria: está acá, en el reverso de la foto). Mi padre, antes de que comenzaran los combates, le preguntó cómo había que hacer para que yo me sacara fotos con sus ídolos, y el fotógrafo le dijo que bastaba con que, cuando entraran en escena, antes de subir al ring, yo me acerca a ellos, y que él se ocuparía de la foto.
-¿Y entonces?
-Cuando apareció Loche me sorprendió su estatura. Nunca me lo había imaginado tan petiso. Pero bastó para que me acercara a él y la sonrisa se expandió en su cara como si tuviera resortes en las comisuras, ¿entiende? Buscó la cámara con la mirada, vio al fotógrafo enfrente, y con un movimiento rapidísimo me tomó de los hombros y me hizo girar, de modo que quedé delante de él, pero dándole la espalda. Y entonces me abrazó,o mejor dicho cruzó los brazos en una X gigantesca. Yo estaba fascinado. No sólo por la foto en sí, sino porque tenía algo que contar: Loche, a su modo, que siempre fue un poco improbable, me había “noqueado”, es decir, me había tomado por sorpresa. Y todo con una celeridad y una precisión asombrosa. La foto era hermosa.
-Quiero verla.
-Es que esa no la encontré.
-Ufa. ¿Y Castellini?
-Castellini fue igualmente profesional y simpático. Pero era más alto, y tenía menos práctica en fotografiarse con admiradores infantes. Así que cuando se dirigió al ring y yo me adelanté, él comprendió enseguida mis intenciones, buscó la cámara con la mirada, igual que como había hecho Loche, puso una mano sobre mi hombro y el flash entonces nos cegó. En esa también se me veía feliz, pero menos sorprendido. Y Castellini, vistiendo una bata blanca, parecía un actor de cine haciendo el papel de un boxeador.
-¿Esa la encontró?
-No, lo siento. esa tampoco la encontré. La única que encontré es esta, donde estoy con Monzón.
-A usted se lo ve contento, hay que reconocerlo, pero a Carlitos…
-Con Monzón fue otra cosa.
-¿Cómo otra cosa?
-Claro. Antes de que le tocara subir al ring, él se había sentado en una de las butacas que estaban cerca del ring-side. De modo que mi padre daba por sobreentendido que entonces no era necesario esperar a que el campeón se dirigiera al ring, dado que estaba ahí, tan cerca de nosotros.
-¿Y entonces?
-Y entonces mi padre volvió a dirigirse al fotógrafo y le preguntó: “¿Podrá ser una foto con Carlitos?”. A lo que, a diferencia de la vez anterior, el fotógrafo respondió: “No sé, si Carlitos quiere…”
-Cambio de reglas.
-Algo así.
-¿Y qué pasó? Seguro que su padre no se atrevió…
-¿Mi padre? Usted no sabe lo que dice. Mi padre se atrevió a beber del vaso de Troilo, que apuraba un whisky a su lado, en la barra del bar que estaba enfrente de Radio El Mundo… Mi padre se atrevía a cualquier cosa si lo que tenía enfrente era lo que él consideraba “un artista”, concepto que hoy difiere mucho de lo que usted o yo consideramos “artistas”.
-¿Qué era un artista para él?
-Alguien famoso.
-¿Monzón era un artista, entonces?
-En cierta manera, sí.
-Prosiga.
-Mi padre entonces se acercó a Carlitos, que estaba ahí sentado. No sólo ahí sentado, sino ahí sentado exactamente como puede verlo en la foto, en la misma posición, con las manos cruzadas sobre el regazo. Se acercó y le dijo: “Carlitos, ¿te sacás una foto con mi pibe?”. Y Carlos me miró y dijo que sí con la cabeza. Entonces yo me acerqué y corrí los guantes que estaban en la butaca de al lado, a su derecha, sobre todo porque Monzón tenía las piernas cruzadas y no hubiera podido pasar a la que estaba a su izquierda.
-Tal como está en la foto.
-Sí, porque no se movió. No hizo un gesto, no profirió una palabra, no me tocó, no me habló, no me miró, no me saludó, no me guiñó un ojo. Fue como si yo no existiera. Esa mirada que tiene en la foto es la misma que tenía cuando mi padre se acercó a hablarle, y es la misma con la que subió al ring y es la misma con la que se bajó y se ocultó en la sombras del vestuario.
-De todos modos era admirable, parco pero admirable.
-Creo que solamente Maradona supo prodigarnos tantos momentos de felicidad plena como él. Nadie más.
-Y aquí está la foto.
-Sí, pero mi padre se equivocaba.
-¿En qué?
-En desconfiar de los recuerdos, en pensar que la memoria, a la larga, se disipa. Yo recuerdo aquel día como si fuera hoy.
-Pero si no hubiera sido por su padre la foto no existiría, y esta conversación en torno a ella tampoco.
-En eso tiene razón. Mi padre no siempre se equivocaba. Las fotos promueven la charla, y la charla…
-¿La charla qué..?
-La charla es el mejor anticonceptivo que existe.
*Guillermo Piro es periodista y escritor y recientemente ha publicado en editorial Aquilina la muy recomendable novela “La Comedia de una Madre”.