Esta, por ejemplo, es una foto simple pero ejemplar, maravillosamente expresiva. Los retratados estuvieron juntos y quietos lo indispensable, probablemente sólo el segundo que los convocó. No deben haber cruzado dos palabras -si lo hicieron- en idiomas recíprocamente incomprensibles para acompañar la palmadita en la espalda de la despedida. Ni siquiera parecen haberse apareado a propósito como rituales capitanes, novios en el atrio, boxeadores desafiantes o presidentes hipócritas de reunión cumbre. No, simplemente iba a empezar el partido y estaban ahí, casi seguro en el círculo central -los dos arrancaban de 9 aunque después la táctica, el talento y el fútbol los llevaba por distintos intinerarios- y el fotógrafo de agencia internacional que podemos imaginar apurado por el árbitro, los hizo juntarse con un simple gesto para tenerlos a los dos. Click y ya está.
Pero se puede conjeturar algo más. Por ejemplo, permitirse imaginar que el que saca la foto es argentino, porque si alguno de los dos protagonistas pidió que los retrataran -lo que supone una relativa familiaridad con el fotógrafo- es el de camiseta a rayas el que muestra mayor complacencia frente a la cámara. Hay cierta alegría de estar ahí, una tensión que se manifiesta en la posición de los brazos, en el pecho hinchado, mientras el otro simplemente está, ofrece su disposición. Uno se pone y sale en la foto; el otro, se presta solamente.
Claro que existe la posibilidad -entre otras más remotas- de que el fotógrafo fuese español y la iniciativa de juntarlos enteramente suya: el hombre viera la oportunidad de retratar dos jugadores de selecciones extranjeras que en ese momento de la foto jugaban en equipo españoles y los registrase como quien documenta el paradero de fugitivos ocasionales: en España solían y suelen confundir la nacionalidad con el lugar de trabajo.
La última suposición -ya sin fundamento alguno más allá de la continuidad de estas gratuitas hipótesis- nos hace afirmar que mientras el de la melena debe haber conservado esta foto de incierto origen hasta hoy, probablemente ampliada y en lugar preferencial; el otro, El rubio de jopo caído, quién sabe si la tiene.(…)
Las circunstancias en que fue recogida la imagen del Flaco y el Ratón son famosas y únicas, felizmente irrepetibles: en la tarde del 26 de Junio, en Gelsenkirchen, Holanda y Argentina están a instantes de jugar el primer partido de su zona en los cuartos de final. Es la famosa “revancha” que esperaba el triunviro Víctor Rodríguez desde hacía exactamente un mes atrás, en la gira previa, Holanda nos había arrasado en Amsterdam. Así fue como, aunque prohibida por la censura autóctona la versión de Stanley Kubrick de la novela de Anthony Burgess, los argentinos de a pie habíamos podido ver sorpresivamente toda la crudeza de La naranja mecánica por televisión y en dos entregas de 45 minutos: 4 a 1 y nos hicieron precio.(…)
El final se sabe: la tarde de la foto del Ratón y el Flaco no hubo revancha sino suplemento. Nos hicieron cuatro más -dos por tiempo- dejándonos esta vez en cero y listos para engrosar las listas del Guinness en el capítulo Humillaciones p/mes: ocho en dos partidos. En Buenos Aires y otras capitales del dolor -como diría el viejoEluard- asistimos anestesiados -frente a pesados televisores que nos ahorraban las estridencias del naranja movedizo- al despegue y aterrizaje de aviones de KLM por ambos laterales: era como estar asomados a las pistas de Aeroparque viendo a los nuestros trabajar de señaleros, llevando el carrito de las valijas.(…)
*Del libro La Argentina en los Mundiales – Editorial El Ateneo (2002)