Messi mira para la derecha, entre preocupado y desinteresado. Está solo. Con la suma del poder futbolero: la pelota abajo del brazo y la 10 de la Selección. El fondo es amarillo y se sostiene, precariamente, de unas pocas cintas negras. Los sentidos de la imagen estallan. Miren fijo y digan, en voz alta, lo primer que les provoque.
La foto la sacó, antes del Mundial, Michael Regan, veterano reportero gráfico de Getty Images. Era parte de un divertido portfolio que la FIFA encargó para promocionar la Copa del Mundo. Incluyó imágenes descontracturadas de muchos cracks (Cristiano Ronaldo, Neymar, Diego Costa, Cavani, Mbappé, Salah, Falcao y Modric, entre otros) que pasaron por Rusia, o que siguen ahí, con la misma ilusión de ser campeón que la de nuestro héroe.
En un artículo reciente, en el que habla sobre fotografía y Copas del Mundo, Regan contó como fue su breve diálogo con Messi.
-¿Podés abrir las manos?
-No.
-¿Y qué pensás hacer?
-Nada.
La reacción del capitán de Argentina no sorprendió al fotógrafo inglés. “Era lo que esperaba -afirma-. Es la percepción que tiene todo el mundo de lo que le gusta a Messi. Lo único que le importa es jugar al fútbol”. Reagan aceptó la reticencia, decidió abrir el ángulo y disparar su cámara. El resultado es, probablemente, un resumen perfecto del Mundial del 10 y de Argentina. “Tiene la pelota bajo su brazo y todo ese espacio a su alrededor en el que podría estar jugueteando, como los demás, pero él no lo hace”.
Pasó el Mundial. Messi nunca pudo juguetear, nunca cambió esa cara seria y nunca dejó de parecer demasiado solo. Y ese fondo amarillo solo se volvió más precario. Quizás, apenas sea una foto, apenas una Copa del Mundo. Quizás, sea un manual de instrucciones para salir del pozo en el que nos metimos.