En la convulsionada Sudamérica de los años setenta, los golpes de estado y los gobiernos de facto eran moneda corriente. Las naciones de la región vivían en una constante inestabilidad institucional fruto de los coletazos de una contienda extraña y ajena que estaba en su apogeo: la guerra fría.
En Paraguay, desde 1954, gobernaba el dictador Alfredo Stroessner; en Brasil, mandaba el general Emílio Garrastazu Médici, tercer presidente del régimen militar instaurado durante el golpe de 1964. En Uruguay gobernaba un civil del Partido Colorado, Jorge Pacheco Areco, que imponía políticas de ajuste y represión social mientras se preparaba el terreno para iniciar el período más oscuro de la historia oriental con la llegada de Bordaberry. En Argentina, el dictador Alejandro Lanusse, último eslabón del golpe de 1966, todavía mantenía cierto poder de fuego y se lo hacía sentir a los jóvenes revolucionarios que luchaban empecinados por repatriar a Perón que tras ser derrocado en 1955 llevaba ya más de 15 años de exilio.
En ese sombrío panorama, la victoria en las urnas chilenas del candidato de la Unidad Popular, el socialista Salvado Allende, fue saludada con esperanza por las fuerzas progresistas de todo el continente.
Mientras tanto, en ese planeta paralelo llamado fútbol, también pasaban cosas. En 1971 la selección argentina, daba por finalizado el duelo por la no clasificación al Mundial de México y comenzaba bajo las órdenes de un nuevo entrenador -Juan José Pizzuti- el largo camino de preparación para el Mundial de Alemania 74. La AFA -en ese entonces intervenida por el gobierno de facto- programó una serie de partidos internacionales en los que enfrentaría a las selecciones de los países vecinos. Durante un mes, entre el 4 de julio y el 4 de agosto, Argentina jugó a partido y revancha contra Paraguay (Copa Chevalier Boutell); contra Uruguay (Copa Lipton); contra Brasil (Copa Roca) y contra Chile (Copa Dittborn). Es curioso y hoy impensado, que el entrenador pudiera contar durante tanto tiempo con los jugadores, pero todos ellos actuaban en el medio local ya que todavía las ligas europeas no habían abierto sus fronteras.
A las 23:04 del jueves 8 de julio de 1971 un movimiento sísmico con epicentro en la comunidad de Illapel conmovió a Chile. El terremoto fue percibido desde Antofagasta hasta Valdivia. Al día siguiente el presidente Allende llegó al lugar del desastre, lo declaró en emergencia y nombró como jefe de zona para las tareas de rescate y reconstrucción a un general del ejército llamado Augusto Pinochet.
Dos semanas más tarde, todavía en medio de la conmoción, llegaba a Santiago el seleccionado argentino para enfrentar a la roja chilena en el partido de ida por la Copa Dittborn. En buen gesto, el interventor de AFA, Raúl D´Onofrio, decidió donar el cachet del equipo argentino para destinarlo a la ayuda de los damnificados por el terremoto. En agradecimiento, la mañana misma del partido, el 21 de julio, el presidente Allende invitó a la delegación argentina al Palacio de la Moneda y saludó uno por uno a los jugadores. En la foto, publicada en la revista Goles, se lo ve estrechando la mano del arquero de Boca, Rubén Sánchez. A su lado, un tímido y pelicorto ratón Ayala espera su turno. Carlos Bianchi detiene su mirada en el presidente y parece emocionado. No pudimos identificar al jugador que se encuentra al lado de Bianchi parcialmente tapado por Salvador Allende, pero sí más atrás reconocemos a Ricardo Rezza, hoy entrenador de Temperley y a Ramón Heredia, defensor de San Lorenzo.
Esa noche Argentina y Chile empataron 2 a 2 en el estadio Nacional, que todavía no era tristemente célebre. Ganaba Argentina pero en tiempo de descuento al arquero Sánchez se le escapó una pelota insólita y selló el empate. En la revancha jugada en Buenos Aires ganó Argentina 1 a 0 y se quedó con la Copa Dittborn.