JOHN
El quinto disco de estudio en la carrera solista de John Lennon fue grabado durante nueve borrosos meses, mientras estaba separado de Yoko, extrañándola mucho y tal vez por eso portándose mal. Un aire melancólico recorre las canciones y en por lo menos tres de ellas hay menciones explícitas a la mujer a la que pronto volvería para siempre. Elton John participa invitado en teclados y coros y Julian Lennon, de once años, toca la batería en Ya Ya, el tema que cierra el disco.
Al ver a su hijo sentado a la batería John seguramente recordó que a sus once años y antes de descubrir la música, sólo lograba evadirse del gris de su triste infancia, pintando con acuarelas en la cocina de la casa de la tía Mimí en Woolton, al sur de Liverpool. En respuesta a algún insondable resorte de su nostalgia decidió que uno de aquellos viejos dibujos de su niñez, una naïve escena futbolera fechada con temblorosa caligrafía veintidós años atrás, ilustrara la tapa de su nuevo álbum, Walls and Bridges, publicado por Apple Records en 1974.
TED & GEORGE
En abril de 2009 Néstor Flores, escritor y periodista chileno, trabajaba en la investigación para un futuro libro. Andaba detrás de la pista de un trotamundos compatriota nacido en Iquique, que había vivido como en una novela de W. Somerset Maugham y muerto en circunstancias nunca aclaradas. En 1932, a la edad de cuatro años, Eduardo Ted Robledo, el hombre en cuestión, de madre inglesa y padre chileno, emigró de su Chile natal rumbo a Inglaterra junto a sus padres y hermanos A los 18 ya jugaba profesionalmente al fútbol en el Barnsley F.C. junto a su hermano mayor, Jorge George Robledo. Ted era defensor y George goleador. Tan goleador que el poderoso Newcastle United de la Primera División Inglesa lo tienta para incorporarlo a sus filas. George acepta con la única condición de que su hermano menor, Ted, también fuera contratado. Juntos participarán de la época más gloriosa de la historia del club, ganarán tres veces la Liga, dos veces la F.A.Cup y George, que no hablaba español, jugará representando al seleccionado de Chile el Mundial de Brasil en 1950.
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Sin embargo la parte más extravagante de la vida de Ted Robledo, o la que le interesaba a Néstor Flores para su nuevo libro, empieza al mismo tiempo en que el jugador se va alejando de las canchas, donde siempre estuvo eclipsado por su hermano George. Después de un paso por Colo-Colo en su Patria, regresa a Inglaterra y juega brevemente en el Notts County mientras también estudia electrónica. Al graduarse deja el fútbol y se va a trabajar como técnico a la NASA. Algo más tarde, según su mujer, la bailarina de danzas españolas Carmen Calé, Ted disconforme con su sueldo, decide volver al fútbol, pero esta vez como entrenador del Once Municipal de la Primera División de El Salvador. Tiempo después se vincula con la industria petrolera y trabaja en la instalación de torres para extracción en África y Brasil. Lo contrata una compañía norteamericana para viajar al Golfo Pérsico a negociar contratos con unos barcos petrolíferos. Allí es invitado por el capitán de un barco alemán a pasar unos días en un crucero de placer por el Golfo de Orán. Y se pierde su rastro. Nunca regresó, corría 1970.
Una hipótesis que se barajaba para aclarar su desaparición, era que Ted trabajaba en realidad para los servicios de inteligencia de la Reina. Siguiendo esa pista, documentándose, estaba Néstor Flores cuando cayeron en sus manos algunos periódicos ingleses de la época en que los hermanos Robledo jugaban en el Newcastle United. Una foto en un diario le resultó particularmente inquietante. No la conocía, nunca la había visto, pero algo en su composición le provocó esa zozobra a la que llaman déjà vu.
En la foto aparecía Jorge George Robledo, con expresión de asombro y expectativa, un instante después de conectar de cabeza un centro que llegó desde la izquierda, mientras el arquero George Swindin, en la postura corporal de alguien a quien se le escapa el perro, observa el irremediable destino de red que lleva la pelota. Era el gol del triunfo de Newcastle United frente a Arsenal en la final de la F.A.Cup de 1952 jugada en Wembley.
En la imagen, junto a George, aparece de frente, resignado, un defensor de Arsenal y en el margen derecho, sobre el corte, el elemento que sería decisivo para inducir a Néstor Flores a develar la razón por la cual aquella escena le resultaba tan nítidamente familiar: el número 9 en la espalda del jugador del Newcastle.
La circunstancia de que Flores fuera un ferviente beatlemaníaco aclarará la situación. Es sabido que John Lennon siempre se sintió atraído por la numerología. Los críticos especialistas en su obra hicieron notar que particularmente el número 9 supone algún significado especial para el artista ya que aparece insistentemente en sus composiciones. Number nine, number nine… repite una voz distorsionada durante esa pesadilla sicodélica del Álbum Blanco llamada Revolución N° 9, la canción más larga de Los Beatles; The one after 909, temprana creación de John a los diecisiete que recién vio la luz interpretada en la terraza de Apple y registrada en el póstumo Let it be y la ensoñada #9 Dream del propio Walls and Bridges, son algunos ejemplos de esa obsesión.
JACKIE
John Edward Jackie Milburn era la súper estrella de Newcastle United durante la época más gloriosa de la historia del club de St. James Park que durante la década del cincuenta ganó tres Ligas y dos F.A. Cup consecutivas. Se asegura también que fue el primer futbolista de fama global. Llevaba la camiseta con el número 9 desde 1947 cuando su antecesor, Charlie Wayman, se marchó al Southampton. Jugó en total 492 partidos y marcó 238 goles. Vistió también 13 veces la casaca inglesa marcando 10 goles. Dos estatuas recuerdan sus hazañas con la camiseta negra y blanca a bastones, una en Ashington su pueblo y otra a pocos metros del estadio, en el Boulevard St. James.
No es difícil visualizar a John Lennon a sus once años, deslumbrado por las proezas del Newcastle y sus dos grandes goleadores, George Robledo y Jackie Milburn. No cuesta mucho imaginar la inspiración que aquellas épicas jornadas deportivas ofrecían a la inquieta sensibilidad de un niño.
El dibujo de la tapa de Walls and Bridges está fechado en Junio de 1952, justo un mes después de la final Newcastle – Arsenal que se había jugado en Wembley el 3 de Mayo. Está claro que John copió el motivo de su acuarela de la foto de algún diario. Allí reproduce con detalle minucioso, por ejemplo, el escudo blanco usado sólo en ese partido por Arsenal. Pero también interviene su costado más creativo, y aplicando la lógica de un collage, dibuja desde el margen izquierdo de la imagen, los brazos del arquero Swindin volando hacia la pelota. Es posible que esa decisión la haya tomado al contemplar la plasticidad de otra fotografía del mismo partido en la que también aparece Jackie Milburn disputando la pelota con el arquero de los Gunners.
Sería arriesgado afirmar que la pretendida obsesión por el número 9 que los especialistas le atribuyen haya tenido su génesis en aquella temprana manifestación artística de John. Algunos afirmaban que en realidad la tapa era un autorretrato en clave, en el que John se había dibujado vistiendo una camiseta con su número fetiche: el 9. Pero el descubrimiento de Néstor Flores puso fin al misterio y la charlatanería. De todos modos no deja de inquietar la simetría que supone la fecha de nacimiento de John, 9 de Octubre de 1940 y la de la temprana muerte de Jackie Milburn, el 9 de Octubre de 1988.
YOKO
¿Por qué Lennon habrá recurrido a ese dibujo de la infancia para ilustrar la carátula de su disco? No podemos dar una respuesta certera, pero sí arriesgar teorías arbitrarias: conversando en el bar The Oldest con los siempre sensibles compañeros de Un Caño, llegamos a una conclusión: como ya se dijo, John compuso y grabó esas canciones durante una larga temporada que pasó separado de Yoko Ono. Estimamos que esa situación de melancolía, esa distancia, lo convirtió en un hombre ensimismado e indefenso. Un estado de ánimo perfectamente extrapolable al de su árida niñez. De alguna manera, la ausencia de Yoko lo hizo sentir tan sólo y triste en éste mundo abandonado, como lo estaba en 1952 en la lúgubre cocina de la Tía Mimí, donde concibió su acuarela.
Para desmontar esta romántica tesis bastará consignar que en 2005, Yoko Ono se encargó de supervisar, remasterizar y reeditar toda la obra solista de su compañero. Del resultado de ese trabajo se infiere que para ella el dibujo de la portada de Walls and Bridges no tuvo ningún significado especial, lo reemplazó por un retrato de John tomado por el fotógrafo Bob Gruen, autor también de aquella mítica foto con la remera de New York City.