“Ahora mismo la foto está un poco movida, pero hay que enfocar bien”. Ya en su primera rueda de prensa como entrenador del Valencia, Ernesto Valverde recurrió a su gran pasión para fijar el retrato de su nuevo equipo. En su anterior banquillo, el de Olimpiacos, pudo combinar el balón con la cámara. De esa relación nacerían tres títulos de liga helenos, dos copas y un libro llamado Medio tiempo. “Son fotografías que muestran un mundo que no es hogar, ni es casa, ni país, con espacios que son hoteles, aviones, autobuses, campos de fútbol, zonas turísticas y, en general, lugares solitarios o lugares en los que cualquier persona se sentiría sola. Solitarias parecen, efectivamente, la mayoría de las personas que aparecen en ellas”, le prologa su amigo Bernardo Atxaga. El futbolista que se hizo entrenador sin dejar de ser fotógrafo nos cedió algunas de esas imágenes y un rato de conversación.
Futbolista, entrenador, fotógrafo… La observación como punto de partida de tus grandes pasiones.
Sí, pero en la parte final siempre te conviertes en actor. Cuando eres jugador estás actuando permanentemente en el campo: haciendo, jugando. De lo que se trata muchas veces es de no pensar, porque cuando juegas lo haces de una manera mecánica y no te da tiempo a pensar, sino que tienes que hacer. Y según va pasando tu etapa de futbolista comienzas a preguntarte por qué y cómo funcionan las cosas. El entrenador mira, observa y actúa, mientras que en la fotografía eres casi como un espectador que está mirando continuamente a ver qué es lo que más te interesa. La mirada es lo más importante. Pero ahí también actúas.
Yo soy un tipo curioso. Me gusta ver las cosas. Mirar siempre por el ángulo que nadie repara y buscar algo que igual nadie ha visto. A veces me maravillo viendo a fotógrafos que vienen aquí, estando nosotros sentados, y de repente hacen una foto que tú ni siquiera habías captado. Y dices: ‘¡Ay va, qué es esto!’. No sé si este tipo de interés, esa manera de ver las cosas, se puede extrapolar al fútbol. Pero sí es verdad que siempre me ha interesado.
¿Algún punto en común más entre el fútbol y la fotografía?
Supongo que habrá muchos. A mí la fotografía me sirve para otras cosas. Es como una barrera que establezco con respecto a todo lo demás. A veces me hago la pregunta de si esos dos mundos convergen en algún punto, pero tampoco busco demasiadas respuestas, porque prefiero mantener esa barrera. Intento diferenciar las dos actividades. No pretendo ni quiero encontrarle mucho sentido. Porque a mí, al final, me libera hacer fotos. Siempre ha sido así.
De alguna u otra manera, en todo lo que hacemos estamos expuestos al público. Haciendo un libro siempre te expones. Sí es cierto que en el fútbol estás un poco hacia fuera y en la fotografía hacia dentro. Las fotos tienen que suponer algo para ti mismo para poder exponerlas. Te tienen que llegar, decirte algo. Al final, y eso también vale para el fútbol, a través de las cosas que haces se ve tu personalidad. El futbolista, por ejemplo, está mostrando a la gente lo que es a través del juego. Lo harás mejor o peor, pero tus aptitudes están ahí.
Todos tenemos ese punto, ¿no? Cada uno lo lleva por el camino que cree conveniente. Y además yo creo que todos pensamos que lo tenemos. Pero hay que descubrirlo, claro.
Cuando era futbolista tenía unas características determinadas y había que explotarlas. Ahora, como entrenador, también intento que mi equipo juegue de una manera que a mí me guste. El fotógrafo quizá sea diferente. Desde el momento en que te pones a hacer una foto ya estás siendo creativo. Luego, lo otro… En el fútbol tienes que ganar. Ahí no quiero hablar de retórica, de la creatividad. Al final, sí, sí, creatividad la que tú quieras, pero hay que ganar. Los números están ahí, aunque luego cada uno elige su camino para intentar ganar.
¿En tu caso se podría decir aquello de… al principio fue el balón y luego la cámara?
El fútbol siempre ha estado presente. Como cualquier crío, empezamos en la calle. Efectivamente, primero fue el balón, pero no sólo para mí. ¡Quién no tiene una pelota en casa! Y la cámara, sí, cuando tenía 16 años empecé a hacer alguna cosa. Le pedí a un amigo que me trajera una de Canarias. Todos las comprábamos allí. ¡Me la trajo un año después! Hice el típico curso por correspondencia que te mandan todos los papeles, las cubetas, la ampliadora… Montábamos un lío. Había que cerrar todas las cortinas, todo oscuro, ponías los líquidos en la habitación, con los ácidos y reveladores… Mi madre me decía: ‘¡Oye!, ya está bien esta historia tuya, ¿no?’. Y luego, cuando fui a Barcelona a jugar en el Espanyol, cursé estudios en el Institut Fotogràfic de Catalunya. Las dos facetas no han ido en paralelo, porque el fútbol te absorbe mucho, con tus preocupaciones. Siempre pensé que cuando me retirara me iba a dedicar a la fotografía pero luego se te mete lo de ser entrenador y… no tenía claro el camino que tenía que seguir a través de la fotografía. Siempre piensas que tienes que ser profesional para hacerlo. Pero, en realidad, no es así. Porque ahora he hecho un libro y suele pasar que cuando haces las cosas desde un punto de vista amateur a veces salen mucho mejor, ¿no?
La derrota es muy fotogénica.
Uy, da mucho juego. Sí es verdad que el blanco y negro te da un punto quizá más melancólico. Admiro a la gente que hace color. A mí no me sale. El color me cuesta mucho. El blanco y negro te lo tienes que imaginar. Sí que tiene un punto como de fotografía antigua, de melancolía… Pero no tiene que ver con la derrota. Hay imágenes de victoria que pueden tener un punto de melancolía. Depende de cómo las veas y percibas. No creo que el libro sea muy melancólico. Igual lo parece.
Yo vengo del analógico y en casa siempre he revelado en blanco y negro. Me gusta. Nosotros vemos las cosas en color y el blanco y negro tiene algo que parece que te llega más. Igual es impresión mía, no lo sé. Tiene un componente poético, misterioso. Parece que te esconde algo. Te dice, pero no te dice. Al final nos gustan las cosas que son un poco misteriosas.
¿Cómo se ve el fútbol desde el ámbito de la cultura?
Es bueno tener opiniones de gente que está fuera de nuestro mundo. Cuando hablas con colegas siempre comentas el último dato, este o aquel jugador, dónde está, cómo juega… Hay veces que perdemos la perspectiva. Creemos que el fútbol es el centro de nuestras vidas y que si desaparece se va a terminar el mundo. Antes quizá existía el estereotipo de que un intelectual no podía ser de un equipo porque estaba mal visto; o que la gente del fútbol, por definición, no sabía hacer la O con un canuto. Pero tengo la impresión de que estamos en otro estadio. Esas cosas están superadas. Los intelectuales, en mayor o menor medida, tienen su propio equipo. Y la gente que está dentro del fútbol está suficientemente preparada. Más que nada, porque para ser futbolista necesitas ser un tipo inteligente. Igual no hasta el punto de saberte la Enciclopedia Británica, pero sí para saber moverte en un grupo, soportar una crítica potente cuando tienes 20 años y superarlo. Necesitas estar preparado desde el punto de vista psicológico, convivir en un vestuario y afrontar la enorme responsabilidad que tienes.
Fuiste uno de los primeros fichajes de Johan Cruyff en el Barcelona.
Llegamos muchos nuevos aquel año. Vino con una idea del entrenamiento totalmente diferente. Y nos costó mucho. No jugué demasiado porque tuve bastantes lesiones. Muchos de los entrenamientos que se hacen ahora, empezaron ahí. Cruyff era muy exigente, difícil. No te permitía un mal pase. Era un entrenador duro, pero hay que reconocer la aportación que ha hecho al fútbol en general. Por cómo empezó a jugar el Barça, por el nivel de perfección que alcanzó, por lo que se está viendo en los últimos tiempos, y por lo que ha aportado al entrenamiento global. Él implantó los juegos de posición que ahora están tan en boga. Cuando gente como Eusebio, ‘Txiki’ o Laudrup te pillaban en un rondo, ni la olías. Era prácticamente imposible quitarles la pelota.
Guardiola ya andaba curioseando por aquel entonces.
Sí, pero no coincidimos en el primer equipo. Él estaba en el filial. Con el tiempo ha aportado una vertiente táctica que ha enriquecido el juego. Lo de apretar era algo que el Barcelona ya hacía con Rijkaard, pero Pep lo perfeccionó. La posesión, el ir todos a una tras una pérdida… Todos siguieron, más o menos, aquella idea de Cruyff, y Pep la ha mejorado. Pero también hay que reconocer que el Barcelona tiene unos jugadores extraordinarios.
Todo esto ha traído un cambio de mentalidad en el fútbol español.
El resultado siempre ha sido la consecuencia de algo. Ese es el quid de la cuestión: el cómo hacerlo. De lo que tienes que preocuparte es de generar una serie de situaciones que te garanticen el resultado, tanto desde el punto de vista ofensivo como defensivo. Producir una serie de circunstancias que sean recurrentes en el equipo para propiciar más ocasiones de gol, y que te hagan menos.
Los equipos que ganan siempre crean escuela y ahora mismo los futbolistas y entrenadores de aquí estamos valorados fuera. Los jugadores españoles salen por todas partes; hay mucha demanda y también mayor predisposición a salir que hace unos años.
Hubo un tiempo en el que había ciertos prejuicios hacia el tipo de futbolista liviano.
El éxito cambia la visión de las cosas. El hecho de jugar con futbolistas livianos, con un juego de pases, está creando escuela. Eso hace que todo el mundo quiera imitarlo. Hablas con entrenadores de otros países y te preguntan: ‘¿Pero qué pasa ahí, tenéis alguna fórmula mágica para sacar jugadores?’. Y tampoco es así. Tampoco hay que pasarse de fundamentalistas, ni por un lado, ni por otro. Antes, este tipo de futbolistas no estaban tan valorados, pero no podemos obviar la otra parte. En el fondo, es como el juego de la selección: todos tocan muy bien, pero necesitas alguien que corra, que vaya en profundidad, que remate. Hay que buscar el equilibrio.
*Artículo publicado en la revista española PANENKA.