El ‘Iguana’. Así le decían a Cristopher Alexander Jácome Sanguino, el hincha del Cúcuta, equipo colombiano, que una tarde insólita fue velado por su amigos en una tribuna del estadio General Santander. Esta es la historia de su muerte y de cómo sucedió uno de los momentos más bizarros del fútbol mundial.
Una bandera, con la inscripción “Iguana vive”, apareció un domingo 27 de marzo de 2011 en la tribuna sur del estadio General Santander de la ciudad de Cúcuta. Ese día, en el que el equipo local recibió a Envigado por la Fecha 8 del Torneo Apertura, fue el último domingo en el que Cristopher Alexander Jácome Sanguino, el ‘Iguana’, acompañó a su equipo.
Ese tarde, su última en el estadio, el ‘Iguana’ llegó alzado por sus amigos y familiares.
Estaba muerto.
Estaba dentro de un ataúd.
La noche anterior, la del sábado 26, había transcurrido calurosa y sin viento en el barrio Bella Vista, uno de los 36 que componen la Ciudadela La Libertad, una barriada pobre al sur de Cúcuta. Allí, en la cancha de microfútbol conocida como La Valenciana, el ‘Iguana’ jugaba un partido en el que la pelota dejó de rodar de forma tan repentina como su vida.
Dos motos. Dos ‘gatilleros’. Quién sabe cuántos tiros. Cuestión de segundos en los que dos sicarios acribillaron a Cristopher Alexander, de 17 años, y luego atacaron a Cristian Camilo Bedoya Vega, de 19, quien estaba sentado mirando el partido. El primero de ellos murió allí mismo. El segundo, aunque malherido, se salvó.
Las investigaciones de La Fiscalía y de la Policía Metropolitana de Cúcuta llevaron en abril de ese año a la captura de uno de los presuntos responsables, Jorge Emilio Celis Cardona, de 29 años, a quien se acusó de pertenecer a ‘Los Rastrojos’. Sin embargo, luego de cinco tortuosos meses recluido en la cárcel Modelo de Bogotá, en donde casi lo apuñalan por un par de tenis, un juez penal de Cúcuta, al no encontrar pruebas contundentes en su contra, lo absolvió y le concedió la libertad.
Además de eso, las primeras investigaciones descartaron que el hecho tuviera algo que ver con la pertenencia de Jácome Sanguino a la ‘Barra del Indio’, un grupo de seguidores del Cúcuta Deportivo que incluye a ‘Los Zapateros’, el ‘combo’ con el que el ‘Iguana’ se paseaba por los estadios de Colombia y entraba a la tribuna sur del General Santander. Quizá fue uno de esos viajes, persiguiendo al cuadro ‘Motilón’, que Cristopher Alexander manifestó su última voluntad para cuando la muerte lo atrapase: ir una vez más a la gradería y despedirse de su equipo.
Al día siguiente el cuerpo sin vida de Jácome Sanguino yacía dentro de un ataúd en la Funeraria San Gregorio, en el barrio La Libertad, en la ciudadela del mismo nombre. Hasta ese lugar, entre redoblantes, botellas de aguardiente y cerveza, llegaron sus amigos de la ‘Barra del Indio’, quienes en cumplimiento del supuesto último deseo del ‘Iguana’ querían llevar el ataúd hasta el General Santander, en donde Cúcuta debía medirse a Envigado.
La madre de Jácome Sanguino, Yamile, dio su consentimiento. “Él quería que así fuera su despedida”, le diría al diario El Tiempo unos días más tarde. Así las cosas, luego de sacarlo de la funeraria, los fanáticos y la familia llevaron el ataúd con el cuerpo inerte del ‘Iguana’ hasta la Plaza de Banderas, que limita con los accesos para el General Santander y el Coliseo Toto Hernández. Allí, los muchachos de la ‘Barra del Indio’, quienes tenían prohibida la entrada al estadio durante seis meses por haber apedreado al bus del Tolima, esperaron hasta los últimos 20 minutos del partido para llegar hasta una de las entradas y forzar la puerta.
“¡Ohhhh ‘Iguana’ no ha muerto / sigue vivo / aquí adentro!, vociferaban unos 200 hinchas del ‘Motilón’, mientras irrumpían en el estadio con el ataúd a cuestas. Superados a la fuerza por la embestida del grupo o desconcertados por la sorpresa de la absurda escena, ni la policía ni la logística impidieron la entrada del féretro y menos aún pudieron explicar de manera contundente por qué no lograron detenerlo. Así no más, entre cánticos y empujones, el ‘Iguana’ ingresó para sus últimos 19 minutos en la tribuna sur del General Santander.
Mientras en la grada se realizaba un velorio a todo pulmón, con los hinchas de la ‘Banda del Indio’ batiendo los brazos al ritmo de sus cánticos y buscando con los ojos al ’Iguana’ en el cielo, en el terreno de juego se disputaba un partido para morir del aburrimiento. Las opciones de gol habían escaseado en el primer tiempo y los asistentes tuvieron que esperar hasta el minuto 68, poco antes de que el ataúd hiciera su aparición, para ver el primer gol del partido, en favor de Envigado. Fue el gol número 100 en la carrera de Jorge Horacio ‘Camello’ Serna.
Justo después de la apertura del marcador, en el mismo minuto 68, hizo su ingreso al partido el mediocampista cucuteño Diego Espinel, en lugar del argentino Federico Barrionuevo. Tres minutos más tarde, en el 71’, quien ingresó, por última vez, fue Jácome Sanguino, una aparición que para muchos resultó determinante para el equipo rojinegro.
Y no les faltaban razones. Después de todo, tras la irrupción del ‘cajón’, cinco minutos fueron suficientes para que en el 76’ Espinel conquistara el gol del empate local, desatando el delirio de los aficionados y las especulaciones de los supersticiosos. Al final de la tarde, en el último cotejo del ‘Iguana’ en la tribuna, Cúcuta igualó 1-1 y salvó un punto del más allá.
El día después del partido, el lunes 28 de marzo de 2011, una misa teñida de rojo y negro se realizó en la Iglesia Sagrada Familia de Cúcuta para darle el último adiós al ‘Iguana’. Allí, con la presencia de varios integrantes de la ‘Barra del Indio’ y con el ataúd cubierto por la bandera rojinegra, el párroco denunció una serie de muertes selectivas que azotaban a la ciudad y de las que habían sido victimas varios jóvenes cercanos a su parroquia. Hablaba de ‘limpieza social’, motivo al que se atribuyó el asesinato del ‘Iguana’.
Pero eso no indignó a casi nadie. No. En un país de prioridades confusas lo que resultó indignante y relevante no fue que en Cúcuta se estuvieran asesinando de manera sistemática a indigentes, drogadictos, prostitutas, homosexuales y delincuentes, sino que el esquema de seguridad en un estadio para un partido de fútbol no funcionó, y en definitiva, si se podía ingresar un ataúd habitado por un cadáver se podía ingresar cualquier cosa. Preocupación legítima, por supuesto, pero casi pintoresca en relación a una problemática de la que, obnubilados por el féretro del hincha, prácticamente no se dijo nada.
La insólita imagen de un ataúd en la tribuna no se ha vuelto ha repetir. Al menos no en un partido oficial. El jueves 25 de julio de 2013, con autorización de la Alcaldía de Bogotá y del IDRD, la puertas del estadio El Campín se abrieron para cerca de 300 integrantes de los ‘Comandos Azules’, hinchas de Millonarios, quienes ingresaron a la tribuna norte para despedir a Óscar Sandino, un hincha reconocido como promotor de paz que fue asesinado en las afueras del estadio Pascual Guerrero por un seguidor del Deportivo Cali. Alzando un ataúd azul y blanco, que llevaba tallado el escudo ‘Embajador’, familiares y amigos le dieron el último adiós a Sandino desde el lugar donde pasaba sus domingos. Y lo hicieron de la única forma en que puede hacerse una de esas despedidas desde la tribuna. Lo hicieron entre lágrimas. Lo hicieron en medio del júbilo.