Salí caminando lentamente, quería parecer seguro, aplomado. Llegué hasta Corrientes y doblé para el lado del bajo. Día claro, limpio, fresco. Gente con abrigos de piel, sacos de lana. Autos estilizados, modernos. Me acordé de un bache, ya no estaba. Me acordé de los frentes pintarrajeados con leyendas, no había ninguno que no pareciera recién pintado. Me deslumbraron los murales en las antiguas paredes grises de los edificios. Me acordé de las calles sucias y me asombré con las veredas enceradas, con las pequeñas barredoras automáticas que en ese momento pasaban cumpliendo su primera recorrida. Me pregunté por qué me acordaba esas cosas. Quizás, inconscientemente, eran las que deseaba no encontrar; por eso las busqué primero. Tardé como media hora para hacer cada cuadra. El Obelisco, los jardines a su alrededor, cinco nuevos edificios de acero y vidrio, dos de cien pisos. Las plazoletas de la 9 de Julio tienen pinos y canteros. Todavía no alcanzo a distinguir bien entre lo limpio y lo nuevo. Como todo está limpio, todo me parece nuevo. Las estaciones de subte se asoman por escaleras mecánicas, un cartel me sorprende. . . “Línea A: Retiro-Quilmes”. “Línea B:” Plaza de Mayo-Liniers. Línea “C”, “D”, “F”, “G”. .. Voy a tener que perderme un día para hacerme todos los recorridos. Pero no ahora. No podría dejar de ver a Buenos Aires. Sigo. Florida. Tiemblo. No puede ser, no tengo que temblar. No tengo que relacionar lo que recuerdo con lo que voy a ver. Tengo que sentirme un turista. Florida, galerías de tres pisos, escaleras de cristal, música funcional, enormes vidrieras, desfiles de modelos, brillo, flores, plantas, mujeres, sombreros, trajes, caras extrañas.
CARAS EXTRAÑAS
Caras extrañas, ahora me doy cuenta de que las vi desde que salí de casa. Rubios, altos, flacos, negros, motas. Caras con y sin anteojos, caras de alemanes, de suecos, de africanos, de brasileños. Y son muchas. Y hablan muchos idiomas. Ya es momento para meterse en un bar, descubrir a un porteño de gris, café, cigarrillo y tiempo. Allá, allá hay uno. Todavía quedan. ¿Maestro, me da fuego?
—¿Pero vos dónde vivís, en un sótano? ¿No sabés que entre ayer y hoy llegaron casi cien mil turistas para ver el mundial?
—Ah, claro; no me acordaba. ¿ Sabés que me olvidé que hoy empezaba? Así que cien mil. Por las caras que veo parece que vinieron de todos lados. ¿No?
—Sí, es una cosa de locos. Por suerte está todo preparado para recibirlos. Mirá, yo tengo un par de amigos que están trabajando en la Comisión de Turismo del Mundial y me contaron todo el operativo que se mandaron. En principio, además de la atención que les da la agencia de viajes que los turistas se contratan, tienen a su disposición cualquier cosa que se les ocurra. Se instalaron puestos en las zonas céntricas de las grandes capitales. Ya los habrás visto. Son esos de acrílico que tienen impresas en color las banderas de todos los países. En cada uno hay dos chicas que hablan como seis idiomas. Ahí ya se informan de cualquier cosa que les interese. Desde cómo forma Zaire hasta cuánto sale un plato de ravioles o la entrada al Colón. Para los partidos no tienen que preguntar nada a nadie. Cada entrada está escrita en su idioma, y en ella se indica el lugar, la fecha, la hora, la puerta de entrada, la platea, el sector, la fila, y el asiento. Detrás hay un planito con los nombres de las calles, de los hoteles, de los paseos turísticos y, por supuesto, del estadio, con la orientación del tránsito y los medios para llegar. Cincuenta kilómetros alrededor de la cancha ya están instalados unos carteles escritos en todos los idiomas con las indicaciones necesarias. Ya en sus asientos podrán tomar algo en el minibar que hay en cada sector. Al apretar un botón de su butaca se iluminará el número de fila y de asiento en un plano que tendrán instalado los encargados del bar. Así lo vendrán a atender. En la puerta, cuando le controlen la entrada, le van a entregar un folleto con una breve reseña histórica de nuestro país y sus posibilidades económicas, sociales y culturales. El espectáculo comienza tres horas antes con exhibiciones de gimnasia, danzas, música, con los mejores conjuntos y orquesta. Para los días libres se organizaron excursiones cortas a los principales centro turísticos. Total, con los trenes eléctricos nuevos, ahora se llega a cualquier lado en poco tiempo. En esos centros se prepararon festivales para todos los gustos. De cine, de moda, de doma, de cocina, de teatro. Los comercios y los espectáculos públicos tienen permiso para trabajar día y noche. Yo creo que no se olvidaron de nada. Y se recibió colaboración de todos lados. No debe haber un solo estudiante de idioma que no esté metido en algo. La mayoría se ofreció como voluntarios.
—¿Quién lo hubiera dicho cuatro años atrás, eh?
—Viste. Yo a veces pienso y no lo puedo creer. Bueno, te dejo, chau.
—Chau.
Y ESO, ¿QUE ES?
Seguí hasta Leandro Alem; puede parecer cursi, pero me emocioné con lo que me contaron, el esfuerzo, las ganas, los pibes que se ofrecen, estoy alegremente emocionado. Sigo. Me digo a mí mismo que tengo que leer algún diario para no aparecer tan desubicado. Después de todo estoy en mi país, en mi ciudad. Pero nadie me va a entender si le quiero explicar que yo no sé nada porque me acosté en octubre del 74 y me levanté en junio del 78. ¡No lo entiendo yo! Doblo para el lado de Retiro. . . ¿Y eso? ¿Qué es? Por detrás del Sheraton se asoman dos edificios en torre. Parecen colgados de un bosque de antenas, radares, cables. ¿Pero ahí no había una villa antes? Me apuro. Una serie de carteles me dan el primer indicio. Las flechas señalan el lugar y dicen: “CENTRO DE PRENSA”. Llego. Esto es una ciudad. Uno de esos señores con tarjeta en la solapa seguro que me va a informar.
—Señor. ¿No podría ir con usted y ver esto por dentro ?
—Sí, cómo no. Venga, pase. —Bueno, como usted sabrá, ésta fue una de las grandes ideas que tuvo la Comisión de Prensa. Se decidió pedir ayuda al gobierno para construir los edificios, ocupando como obreros a los habitantes del barrio que había aquí, usarlas para el mundial y después dejarlas para la gente de la villa. Este lugar era el ideal, queda cerca de la cancha de River, cerca del centro, del aeroparque y del tren. Se instalaron aparatos para comunicaciones directas con todo el mundo. Cada delegación de periodistas que llega es recibida en Ezeiza. Ahí se les entrega, por gentileza de una compañía argentina, un grabador a cada cronista. Cuando termine el mundial podrá comprarlo a mitad de precio o devolverlo. Después se los traslada hasta aquí en el micro que les corresponde. Cada país tiene asignado uno o más pisos completos. En cada uno hay teléfonos, máquinas de escribir y de telex. Cada habitación tiene su aparato de televisión en colores. Todo el personal del piso habla el mismo idioma de ellos. Hace un año que les entregamos todas las credenciales que solicitaron para todos los partidos. En los estadios los palcos de prensa están totalmente equipados con televisión, telex, máquinas de escribir y teléfonos. Además, el bar y un grupo de intérpretes para; hacer las notas. Toda la planta baja de estos edificios está reservada para nosotros. Aquí, en estos puestos, cada mañana recibimos los diarios de todo el mundo y con las noticias más importantes y las actividades del día imprimimos un boletín que está listo desde las siete, escrito en cuatro idiomas. En otros mostradores se enteran de los horarios para las conferencias de prensa, las visitas que pueden hacer, las excursiones, los lesionados, los amonestados, las formaciones de los equipos. Todo lo que necesiten. Esto funciona las veinticuatro horas. En cada subsede hay un edificio que es un réplica exacta, en la organización y en la atención. Además, tenemos con ellos comunicación directa por circuito de televisión. Ese salón que se ve al fondo sirve para espectáculos nocturnos, y durante el día como microcine. Se ven los tapes de los partidos jugados por la tarde. Pensar que hace tres años, cuando recibimos el primer pedido de credenciales, no había nada de esto. Y cómo habremos andado de rápido que esta tarde es la inauguración, y, como usted ve, nadie corre, ni se apura, está todo listo. Si no tiene su entrada, todavía la puede sacar. No deben quedar muchas, pero hay. Lo que pasa es que algunos no se convencieron de que esta vez era cierto que no se iban a dar entradas de favor. Por eso especularon y esperaron para sacarlas, pensando que al final las conseguirían gratis. Era uno de nuestros grandes males y nos comprometimos a erradicarlo. Nos costó mucho, pero lo logramos. Desde ministro para abajo, todos pagan, nosotros, también.
SE ME VA AGOTANDO EL ASOMBRO
Pagué mi platea. Almorcé en la confitería del último piso del Centro de Prensa, con cocina internacional, vista al río, a la ciudad y precios especiales. Me confundieron con un periodista.. . Salí con tiempo para llegar caminando hasta la cancha de River. Me llevé algunos folletos en colores donde descubro a mi Argentina’78. Camino por Figueroa Alcorta. El tránsito es infernal, pero .no se detiene nunca. Los carteles solucionan hasta los pequeños problemas. Prohibido girar a la izquierda está escrito en las lenguas más insólitas. Siga, gire, si tiene playa de estacionamiento par debe doblar en la próxima salida, los micros de prensa deben continuar por esta franja, los peatones tienen puentes especiales para llegar a la cancha casi por el aire. Me subo a uno de esos puentes y me apoyo en la baranda. A quinientos metros se ve el estadio. Blanco y celeste. Estoy en medio de la euforia, de los cantos, de la alegría. Veo salir palomas, globos. Escucho Ar-gen-ti-na, Ar-gen-ti-na!, como fondo. Tiemblo otra vez, pienso, estoy emocionado. Cada auto entra en su lugar previamente establecido. La gente ubica su sector, muestra su entrada, pasa. La policía, con un uniforme especial, sin armas, ni bastones, ni caballos, informa, indica. En el folleto leo que todo iba a ser así, lo hojeo. Me detengo en un subtítulo: “¿Cómo se atiende a las delegaciones futbolísticas?” Uno de los párrafos dice: “…Cada selección nacional de fútbol será recibida en el aeropuerto por todo el personal que los atenderá en su estada. Desde los cocineros hasta los encargados de la vigilancia. En micros, identificados con el nombre del país, se los trasladará hasta su lugar de concentración. Unas residencias que tendrán las características y las condiciones que hayan solicitado. Para los días de descanso se le han preparado excursiones opcionales. Cada campo de entrenamiento tendrá las mismas comodidades que los estadios. Es decir: armarios individuales equipados con todos los elementos necesarios para la higiene personal, baños de inmersión, camillas, consultorios médicos. Se les facilitará también todo el material fílmico de fútbol que requieran. Desde ya se anticipa a los directores técnicos que se ha instalado en cada banco de suplentes, para los partidos de campeonato, un moderno sistema electrónico para cuando realice los cambios. En una botonera de su butaca apretará el número del jugador que entra y el del que sale. Entonces, instantáneamente, se iluminarán los nombres en el tablero del estadio con distintos colores, para que el público se informe rápidamente…” Cierro el libro, acabo de leer otro detalle que me confirma que nada ha quedado olvidado. Ahora estoy más cerca de los cantos, entro, me asomo, faltan dos horas y ya es un espectáculo impresionante. La fila que me corresponde está toda ocupada, menos mi asiento…
UNA FIESTA PARA EL MUNDO
Alguien a mi lado me recuerda que esta imagen está llegando a todo el mundo. Ambiciosamente pretendo abarcar la extensión de esa frase: “A todo el mundo…” China, Groenlandia, Zaire, Italia, Rusia, Egipto, Zambia, Australia, Alaska, India, Estados Unidos, Perú, Pakistán. Siento ganas de adherirme al coro de Ar-gen-tina, y me adhiero. Banderas, color, el piso verde, impecable, a rayas. Rojo en la pista de atletismo. Me sirven el whisky que acabo de pedir. Termina una banda y ya aparece otra. Me levanto cada vez que señalan a las figuras que van llegando al palco oficial. Pelé, Kissinger, Joao Havelange, Sofía Loren, Cruyff, el príncipe Rainiero, Liz Taylor, Carlitos Chaplin. Entran los dos mil pibes que van a dar la exhibición de gimnasia. Remera celeste y pantalón blanco. Es una ovación tremenda que crece y se va rebotando, quizás hasta el Chaco, o hasta Santa Cruz, quizás hasta Groenlandia. Hasta que llega el momento de tener que decidirse por llorar, aplaudir, reír, gritar o hacer todo al mismo tiempo. Es que los chicos, con sus cuerpos, están escribiendo allá abajo “Bienvenidos” en todos los idiomas. También “Argentina es vuestra casa”. Desde los modernos diseños que representan a cada país van surgiendo pequeños coros, orquestas o ballets que van acercando el éxtasis. Otra vez los chicos se mueven para formar el emblema y “Argentina ’78”. Llegó la hora El himno, el discurso inaugural, desde allá abajo saludan agitando las manos, desde arriba les responden igual. El momento se instala para siempre en el Corazón de las ciento cincuenta mil personas que están ahí. Es una magia que envuelve el ambiente, lo transforma, lo exalta, lo moja de lágrimas, le pone música de ganas, tiembla de fe, se estremece en la comunicación. Todas las manos, las de arriba y las de abajo, hacen un descomunal abrazo que se eleva con los globos, las palomas y el nombre de Argentina. Después el fútbol, el motivo. Primer partido: Inglaterra y Alemania Oriental. Los dos equipos marcan el ritmo de lo que sería después todo el campeonato. Pelota a un toque, con cambios de posición, con siete y ocho hombres al ataque, todo a velocidad, y los noventa minutos. Ganan los alemanes del Este. 5-3. Gran juego. Hay aplausos para los dos. Argentina debuta pasado mañana.. .
LA FINAL
Y se fueron mis días detrás de la selección. Le ganamos a Perú, a Polonia, a Holanda, a Alemania Oriental, a Italia, y llegamos a la final con Brasil. No dormí anoche. Pasé la mañana muy nervioso, excitado. No comí. Estoy ahora en el estadio. En mi asiento. Me repito para mí. Es el día de la final del mundo, juega Argentina y estoy aquí. No alcanzo a comprender por qué agito desesperadamente mi bandera, por qué río, por qué lloro, por qué me estremezco con la explosión del comienzo. Vibro, me emociono, pienso en cosas desconectadas de lo que estoy viendo. En el esfuerzo de estos últimos años, en la nueva manera de vivir que hemos adoptado, en la gente feliz a mi alrededor, libre, en paz. Y ese gol, ese derechazo impresionando que se clavó en el ángulo faltando cinco minutos. Ese que puso el 2 a 1 final. La vuelta olímpica, los abrazos, el delirio, la ovación para la copa en alto. Y el addío, el adieu, el au revoir, el auf wierdenshen, el good bye, la despedida, hasta siempre, los pañuelos en alto. Argentina es campeón del mundo, pero vale mucho más esto. Esto que permanece en el adiós.
Texto publicado en la revista El Gráfico #2871 – 16 de octubre de 1974.