Que el fútbol da para todo tipo de historias, ya es harto sabido. Que en las etapas definitorias de las competencias generalmente empiezan a entrar en juego otros factores, también lo es. Así, siempre estará el manto de sospecha sobre equipos que evidentemente juegan a no ganar (como el famoso Alemania-Austria del Mundial de España, en 1982) o, el más difícil de comprobar, sobre equipos que “van para atrás”. Ejemplos sobran…
Sin embargo, lo ocurrido en la Copa del Caribe en 1994 superó todos los límites imaginados. Una reglamentación insólita y el poco desarrollado fútbol de aquella zona conformaron un cóctel que terminó resultando letal. Un equipo que deliberadamente se mete un gol en contra no es cosa de todos los días. Si el lector de Un Caño, creyó que ya no hay nada que pueda sorprenderlo, espere llegar al final de esta nota.
Las protagonistas de esta historia son Barbados y Granada. Dos pequeños países incrustados en el Mar Caribe, apenas más grandes que la Ciudad de Buenos Aires y con menos de cincuenta años de vida “independiente” (ambos pertenecen a la Commonwealth británica). En otras palabras: paisajes de ensueño, lindas playas,palmeras y mar transparente, pero de lo que se dice fútbol, poco y nada.
Sólo por poner un ejemplo, actualmente el ranking de la FIFA ubica a sus equipos nacionales en las posiciones 137 y 94, respectivamente. Hace diecisiete años, la situación no era muy distinta. Por la VI edición de la Shell Caribbean Cup –tal el nombre oficial, con patrocinio incluido–, ambas selecciones compartieron el grupo 1 de la fase preliminar junto con Puerto Rico. Y para entender cómo pudo ser posible que pasara lo que terminó pasando,hay que detenerse en un detalle determinante, ya que la Caribbean Football Union (CFU) decidió implementar un par de reglas atípicas –todo en el marco de una desorganización galopante, con grupos de cuatro, tres y hasta dos integrantes–.
La primera, en pos de eliminar de raíz la especulación, estipulaba que ningún encuentro podía terminar empatado; en caso de que esto sucediese, habría que ir a un alargue que se definiría con el gol de oro. La segunda, y la más sorprendente, sostenía que ese gol conseguido en tiempo extra tendría valor doble. Recuerden tener estas reglas bien presentes.
En el primer partido del grupo, Puerto Rico venció a Barbados por 1 a 0. En segundo turno, Granada igualó 0 a 0 con los puertorriqueños, y terminó venciendo en tiempo extra, también por 1 a 0, que significaba, en la tabla, un 2 a 0. Para pasar en claro, antes del encuentro trascendental, el grupo había quedado de esta manera: Granada con 3 puntos y +2 de diferencia de gol, Puerto Rico también con 3 unidades pero con -1 y Barbados en 0 y con -1.
El 27 de enero, entonces, se definía todo. Barbados contaba con la ventaja de ser local, pero debía ganar por dos tantos de diferencia. Por su parte, Granada pasaba de ronda hasta perdiendo por un gol. Obligados por la necesidad, los dueños de casa salieron a quemar las naves y consiguieron ponerse en ventaja 2 a 0. Justo lo que necesitaban. La clasificación estaba a la vuelta de la esquina. Por eso el descuento de Granada a siete minutos del final fue un verdadero baldazo de agua fría. Ese resultado beneficiaba a los visitantes. Hasta que sucedió lo inesperado…
Lo intrincado y confuso que resultaba el reglamento permitía que, con el gol en contra, Barbados tuviera la chance de ir a un tiempo extra. Es decir, de contar con treinta minutos más para buscar un gol que valdría doble, que finalizaría el partido y que daría, de yapa, los anhelados dos goles de diferencia al equipo para pasar a la siguiente fase.
A pesar de no estar presentes en Bridgetown, la capital barbadense, es posible imaginarlo: más de un hincha de Barbados habrá sufrido un patatús cuando, a 180 segundos del cierre, Eyre Sealy decidió, luego de juguetear con el arquero Horace Stoute, impulsar la pelota dentro de su propio arco. Lo intrincado y confuso que resultaba el reglamento no permitía visualizar con claridad la “genialidad” pergeñada por Sealy: con el empate en dos, Barbados tenía la chance de ir a un tiempo extra. Es decir, de contar con treinta minutos más para buscar un gol que finalizaría el partido y daría, de yapa, los anhelados dos goles de diferencia para pasar a la siguiente fase.
Si creen que esto ya es demasiado,parafraseando parcialmente a José Luis Chilavert, diríamos que “tú no has visto nada”. Lo que siguió supera incluso lo que podría haber creado un imaginario dueto Girondo-Soriano. Fútbol con un toque surrealista. O viceversa. Conscientes de la jugarreta propuesta por sus competidores, los jugadores granadinos no se quisieron quedar atrás, e intentaron vulnerar su propia meta. La sorpresa mayúscula aconteció cuando los locales, revolucionariamente, ¡fueron a defender el arco rival!
Los espectadores miraron estupefactos esos tres lisérgicos minutos, con Granada tratando de convertir y Barbados custodiando ambas áreas. El objetivo de los últimos era claro: evitar que se produjera algún gol, ya que cualquier 3 a 2 –a favor o en contra– clasificaba a Granada (hay que recordar que a esta Selección le servía perder hasta por un gol de diferencia).
“Me sentí estafado. La persona que vino con estas reglas debe ser un candidato para el manicomio”, afirmó tras el encuentro James Clarkson, técnico de Granada. “El partido nunca debió haberse jugado, muchos jugadores entraron a la cancha confundidos. Nuestros jugadores no sabían en qué dirección atacar, si hacia nuestro arco o hacia el de ellos. Nunca había visto que pase algo así. En fútbol, se supone que si marcás un gol es para que uno gane, no para que triunfe el otro”, se indignó el DT en un artículo de The Times que llevó como título “Una absurda regla oscurece el gol del final”.
La bronca era entendible. Obviamente, y como no podía ser de otra manera, la historia tenía que terminar con Barbados consiguiendo la agónica clasificación en el alargue, con el gol de oro. Todo gracias a que un tal Thorne tuvo sus 15 minutos de fama apenas comenzado el tiempo extra, cuando metió un zurdazo cruzado para el 3-2 que, en este delirio, significaba un 4-2.
Así, el grupo finalizó con todos los equipos igualados en puntos, por lo que la diferencia de gol fue clave: Barbados +1, Granada 0 y Puerto Rico -1. Hubo polémica, claro que sí. Y los cráneos de la CFU dieron marcha atrás con la reglamentación para la fase final del torneo, a disputarse en Trinidad y Tobago.
Allí, el camino de Barbados volvió a correr por los rieles de la mediocridad. Y la eliminación de la Copa no tardó en llegar, tras dos empates (2-2 frente a Guadalupe y 1-1 contra Dominica) y una derrota frente a los locales por 2 a 0.
Poco importaba. A su manera, Barbados ya se había metido de prepo en la historia del fútbol.