A la espaciosa y confortable redacción de Un Caño, ubicada en la Avenida Elcano y Enrique Martínez, llegó la información de que una chica trans estaba siendo proscripta en la Liga Australiana de Fútbol. La noticia nos encontró, justamente, conversando sobre la necesidad de aumentar la cobertura de la temática feminista en nuestras páginas y debatiendo sobre nuestras reservas en hacerlo. Somos una cooperativa editorial que, más allá de varias buenas plumas femeninas que colaboran de tanto en tanto, está formada, en su núcleo editorial, por hombres. Y si bien tocamos estos temas con cierta frecuencia, como cuando les hablamos de Jaiyah Saelua, no creemos estar siempre capacitados para abordarlos de la mejor manera.
Hannah Mouncey, 27 años, de ella va esta historia, denunció en octubre de 2017, aunque nosotros recién nos desayunamos esta semana, que la Liga Australiana de Fútbol (AFL, por sus siglas en inglés) le negó la posibilidad de participar de la selección de jugadoras para la segunda temporada del flamante torneo femenino de ese país. El motivo oficial, afirmó la Federación, es que Mouncey contaría con “una ventaja desigual sobre el resto de las competidoras”.
Nuestra primera reacción, ante tanta falta de espíritu humano, tanta falta de respeto por las minorías sexuales, tanto siglo XIX y XX, fue de indignación. La que aumentó cuando supimos que la aparición de esa liga femenina el año pasado, a la que Mouncey no dejaban ingresar, había provocado mucho revuelo en el ambiente deportivo australiano por el machismo dominante. Por ese gesto hacia la igualdad de género, de avance para desarmar estructuras patriarcales, nos enojó aún más enterarnos que ahora le prohibían a Hannah ser la primera transgénero en llegar al máximo nivel. Y justamente lo hacían los que considerábamos que estaban a la vanguardia.
La AFL se aferró a una ley australiana que afirmaba que los deportistas podían ser discriminados según su género si su “fuerza, resistencia o físico es relevante” para decidir su exclusión. Y evitaron, en cambio, como les reclamaba la chica trans y la comunidad LGTBQ australiana, seguir las reglas del Comité Olímpico Internacional que toma como único requisito para un caso así que sus niveles de testosterona estuvieran por debajo de los 10 nanomoles por litro.
Mouncey tuvo un estrecho vínculo con el deporte durante toda su vida y en esta situación no se trata, como la acusan, de intentar llamar la atención. Antes de iniciar su proceso de cambio de sexo en 2015, como hace unos años lo hizo el ex campeón olímpico Bruce Jenner, integró la selección masculina de handball de Australia que estuvo cerca de clasificar para los Juegos de Río 2016.
En una entrevista reciente, reveló que no se planteó iniciar esta transición hasta que tuvo 20 años. “Veía psicólogos por diferentes motivos y así fue cuando surgió… no fue una elección, no lo fue”, afirmó. A la vez, reveló que decidió hacerlo mediante un tratamiento químico y no mediante el bisturí. “Tomo cuatro pastillas todos los días. Estrógenos y anti andrógenos. Estoy en transición. Algunos se hacen cirugía plástica, gastan cientos de miles de dólares para darle forma al mentón, cambiar la caja de voz y todo tipo de cosas. Yo no voy a tomar ese camino”, explicó.
Sin necesidad de alterar su cuerpo, Hannah decidió asumirse como se siente. “Una mujer que mide 190 centímetros y pesa más de 100 kilos”, simplifican los que consideran que no debería competir contra mujeres. Ella les responde que en la Liga hay otras chicas casi del mismo tamaño y que también juegan con fuerza. En los últimos meses, disputó un torneo regional en Camberra, para el equipo Ainslie Tricolours. “En el último partido me rompieron unas costillas. Ellas pueden golpearme tan fuerte como yo las puedo golpear a ellas”, cuenta.
Mientras escribimos estas líneas, nos enteramos que la Liga Australiana de Fútbol, luego de una fuerte campaña, aceptó que Hannah pudiera participar del torneo femenino. El anuncio lo hizo la propia jugadora en sus redes sociales. Agradeció a todos los que la ayudaron a conseguir esta conquista pero no a la AFL. “Creo que sería muy inapropiado agradecerles por permitirme hacer algo abierto a todos los demás australianos, que la ciencia y la investigación han apoyado todo el tiempo”, sentenció.
Cuando leíamos un poco más sobre el caso Mouncey, sobre ese torneo regional y ese equipo de nombre raro, nos llamó la atención que dijeran que Hannah jugaba como “ruckman”, una posición que en el fútbol no existe. Se trata, nos explicaban “del jugador que disputa la pelota en el aire, la posición más física, reservada para la persona más alta y fuerte del equipo”. Ahí comprendimos que habíamos vivido, brevemente, equivocados.
Resultó ser que AFL quiere, efectivamente, decir Liga Australiana de Fútbol, pero se refiere al fútbol creado de esa isla continental en Oceanía. Ese que se parece algo más al rugby, juegan dos equipos de 18 jugadorxs en una cancha ovalada. El fútbol nuestro, averiguamos luego, lo maneja la Federación de Fútbol de Australia (FFA) y la liga femenina existe desde 1996.
Igual nuestra indignación contra toda discriminación se mantiene firme. En Australia o donde sea. Surgió, de fondo, cierta fastidio contra nuestra facilidad para hilvanar ideas antes de chequearlas debidamente, aunque por suerte, en algún momento lo hacemos. Y se multiplicó frente al fanatismo por semejante esperpento de deporte. Ciertas estructuras deseamos mantenerlas, por ahora. Hannah va a poder jugar a lo que quiere, aunque sea a ese feo juego, y eso nos reconforta. Lo único que nos molesta, al final de cuentas, es que no le guste jugar a la pelota.