Arrancar es lo peor. Cuando los pies comienzan a enterrarse en la arena, el agua sobrepasa los tobillos y amenaza con trepar más y más en ese vaivén de espuma salada, cada paso obliga a flexionar levemente la rodilla, presionar y volver a levantar el pie. A medida que se avanza, el esfuerzo es menor, hasta que casi desaparece. Así se camina por la orilla del mar: siempre contra la corriente. Dicen que es un buen ejercicio y practicarlo más o menos de manera constante da excelentes resultados. Dicen.
El futbolista Ricardo Centurión bardea en boliches, cancherea con armas en las redes sociales y le pegaba a su ex mujer. El orden no es casualidad. Vamos de atrás para adelante: la denuncia que hizo su ex pareja por violencia de género escandalizó a una parte de la sociedad y a otra no tanto, porque tal vez ella se lo buscó, porque ¿justo ahora lo denuncia? y porque bien que le gustaba acostarse con él. Las fotitos en las redes sociales con una escopeta reavivaron el avispero porque “este pibe no aprende más”. Lo que más parece haberle dolido a la dirigencia del club en cuestión es, sin embargo, el bardo en el boliche. La exposición pública. Eso fue la gota que rebalsó el vaso: le perdonaron que le astille un diente a una mujer, entre las cuatro paredes de su casa, pero qué innecesario que un patrullero se lo tenga que llevar de un lugar público por bardear. Es por eso que “ahora” Boca duda en comprarle el pase. Parece que no es conveniente.
Los mismos medios que se cansaron de hablar de “los problemas” en los que “se vio envuelto” Centurión son los que ahora prácticamente no enumeran, entre ellos, la causa que pesa sobre él por violencia de género. O sí, pero en último orden, como si fuera lo menos sobresaliente.
De la aparición con vida de Nadia Rojas y la liberación de Higui, grandes victorias de los colectivos feministas y trans, retrocedemos a la banalización absoluta, a la desidia, al olvido, donde la lucha vuelve a ser cuesta arriba, donde seguimos machacando que, sí, la batalla se gana en las calles, pero también en las palabras, en los medios, en las redes sociales, en las instituciones.
¿Cómo se sigue cuando quienes toman decisiones están salpicados por el machismo? ¿Cómo se avanza cuando “puta violada” es el folclore del fútbol? ¿Cómo se destraban los prejuicios machistas cuando, víctima de violencia de género, Victoria Aguirre está presa por “mala madre” cuando fue su marido el que mató a su hija? ¿Cómo pedirle a una víctima que haga la denuncia si en la comisaría la mandan de vuelta a su casa, para que le cocine algo rico al marido, así se le pasa? ¿Cómo se machaca en los comentaristas compulsivos que dejen de poner el ojo en las polleras cortas y la vida sexual de las mujeres desaparecidas? ¿Cómo se le explica al dirigente de un club que un violento tiene que ser condenado por eso y, en todo caso, luego analizar el rol de contención que deberían desempeñar las instituciones?
La trampa es quedarse quieta. Los tobillos se entierran, la arena densa los cubre por completo y los paraliza. Hay que hacer el esfuerzo. Volver a desenterrarlos. Empezar de nuevo. Aunque golpee la espuma salada. Despacio. Siempre contra la corriente. Dicen que da buenos resultados. Dicen.
Artículo publicado originalmente en Diario Popular