Son las 8 de la mañana del 20 de octubre de 1976. Raúl Cubas, un joven militante de Montoneros, está tendido en el piso de la avenida San Martín, a unos pocos metros de la parada del colectivo 49, el que debió tomarse hacia su trabajo. Diez hombres armados que descendieron con furia desde cinco coches le pegan en el estómago e intentan meter su cabeza dentro de una capucha de tela gris. Lo quieren desaparecer. Cubas, sin embargo, tiene el alivio de que en medio del forcejeo, la pastilla de cianuro que llevaba en su bolsillo ya está dentro de su boca; siente que se deshace lentamente. Tiene el convencimiento de que es preferible matarse antes que caer en el infierno de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y soportar las atrocidades del mayor centro clandestino de detención, tortura y exterminio de la dictadura militar. Pero no muere. La pastilla de cianuro, una sustancia química tan letal, está vencida. Y cuando abre sus ojos, se ve en el mismísimo infierno, tirado sobre una pila de cadáveres en el sótano de la ESMA.

 –Raúl, ¿qué recuerda de aquel abismo?
–Que estuve un año esposado y con grilletes en los pies. Y seis meses encapuchado. Si te sacaban los grilletes y te ponían a limpiar el piso significaba que dejabas de estar tirado en la cama cucheta, y era como dar un paso adelante en medio de la pesadilla. Formaba parte del proceso de supervivencia. He leído mucho sobre la experiencia de los judíos en los campos de concentración nazis y es muy similar a la mía. Para sobrevivir, incluso hice trabajos forzados desde lo intelectual. Para que no te subieran a los vuelos de la muerte y te lanzaran al Río de La Plata, te aferrabas a hacer cualquier trabajo. Uno de ellos fue fingir ser periodista deportivo.

cubas2–En los meses previos al Mundial del ‘78, ¿los militares le ordenaron que entrevistara al seleccionador César Menotti?
–Sí. Yo trabajaba en un sector que los militares llamaban “La pecera”. Allí me tenían realizando tareas que ellos llamaban “periodísticas”. Una de ellas era el control de una teletipo de France Press que ellos se habían traído del Ministerio de Relaciones Exteriores, de la Secretaria de Prensa. Lo que yo tenía que hacer era revisar y clasificar todos los cables que tuvieran noticias sobre la imagen de la Argentina, campañas de denuncias de violación a los Derechos Humanos, declaraciones de gente desde el exilio, etc. Y todas las noches escribía artículos para Radio Argentina y para Difusión al Exterior, una radio del Ministerio que se escuchaba en el extranjero. Tuve que hacer artículos de turismo, de economía…

–¿Pero usted era periodista?
–No, no, pero escribía bien. Y cuando surgió esta tarea, les mentí y les dije que estudiaba periodismo. De esa manera, tenía una sobrevida por el trabajo. En realidad, ellos sabían que yo sólo había trabajado en la parte administrativa en la revista Siete Días. Ellos, los militares, siempre tenían un plan.

–¿Por ejemplo?
–Cuando empezó lo del Mundial ‘78, en la ESMA elaboraron dos estrategias. Una era represiva: secuestrar la mayor cantidad de militantes que estuvieran activos para ese momento y, además, controlar todas las entradas en los puntos fronterizos al país porque preveían que iban a entrar exiliados relacionados con Montoneros a accionar políticamente durante la Copa del Mundo.

–¿Y la otra estrategia?
–Era una estrategia comunicacional. Por un lado, a través del Centro Piloto París, contaban que Argentina estaba bien y que estaba todo tranquilo. Lanzaron la campaña “Los argentinos somos derechos y humanos”, ¿lo recuerda? Y dentro de la Escuela de Mecánica, al teniente Rolón se le ocurrió la idea de entrevistar a Menotti. Sí, como le cuento: entrevistar a Menotti. Me lo plantearon y les dije que me sentía capacitado para hacer la entrevista. Y ellos organizaron la salida.

–¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde?
–Primero, me compraron ropa para ir a la entrevista: fui de traje y corbata. Ese día, el del encuentro con el entrenador, fuimos con el teniente de navío y torturador Juan Carlos Rolón y el capitán de corbeta Alberto González hacia José C. Paz, en donde estaba la Selección. Lo que me impactó fue que al llegar al sitio de la conferencia de prensa de la Selección, vi en la puerta, en algunos controles, a militares que yo conocía de la ESMA (por ejemplo, al suboficial que hacía guardia en el sector “Capucha” y al suboficial Víctor Cardó, jefe de guardia en la ESMA). Vestidos de civil, pero armados seguramente.

–Usted llegó custodiado a la conferencia de prensa, y entonces…
–En ese momento, el eje de la discusión deportiva era la convocatoria de Maradona o no a la Selección y quiénes iban a integrar la plantilla de citados para la Copa del Mundo. Cuando termina la conferencia de prensa, me llevan a hacer la entrevista. Yo me había fijado un límite para cuando se produjera el encuentro con el director técnico.

Yo salí en un periódico junto a Menotti. Vi que había fotógrafos en el lugar, entonces durante la conferencia me acerqué al técnico y aparecí en una imagen que fue publicada el día después en el diario La Nación. Es que pensé que quizás alguien veía esa foto y me podían reconocer un familiar o un amigo, era mi manera de mostrar que estaba vivo.

–¿En qué consistió su límite?
–En la ESMA pretendían que yo le preguntara a Menotti algo como para que él me hablara a favor de la imagen de la Junta Militar. Y yo me había propuesto no hacerlo, aunque me lo pidieron claramente. Pero, ¿cómo hacía para entrevistar a Menotti si el teniente Rolón, que se hizo pasar por periodista con un carnet falso, se sentaba a mi lado? Yo sabía que en cuanto se diera cuenta de que no le iba a preguntar lo que ellos querían, me iba a presionar. Entonces inventé una excusa.

–¿Qué excusa?
–Le dije al teniente que estaba nervioso, que prefería entrevistar a Menotti yo solo. Rolón aceptó y se puso a conversar con otros periodistas. Allí fue que me presentaron al seleccionador, a quien le dijeron que yo era periodista de una revista de la cancillería. Fue en abril, un par de meses antes de la Copa del Mundo. Y le hice la entrevista, que luego leí estando detenido en la ESMA. Menotti, por supuesto, no sabía que el periodista que estaba frente a él era un desaparecido. Cuando terminé la entrevista, me acerqué al teniente y le dije: “Mire, esa pregunta Menotti no me la quiso responder”. Nunca le confesé que no la había hecho para no favorecer a los militares.

–¿Tuvo miedo?
–Se me pasaron muchas cosas por la cabeza. Mientras lo entrevistaba a Menotti, no podía dejar de pensar: “¿Qué hago? ¿Le cuento que soy un desaparecido? ¿Le doy la lista con los nombres de los desaparecidos que estaban conmigo en la ESMA? ¿Me creerá? ¿Cómo reaccionará?”.

–¿Lo hizo? ¿Le dijo algo? ¿Le contó lo que sucedía en la Escuela de Mecánica?
–No. Yo tenía un papel con los datos de los detenidos, pero no me animé. No me sentí seguro. Cuando volvió la democracia al país, quise buscar ese ejemplar de la revista y nunca lo conseguí. No hay rastros de esas revistas en la cancillería. Lo único que quedó en aquella época fue la foto que salió ese día en el diario La Nación.

–¿Qué foto?
–Yo salí en un periódico junto a Menotti.

–¡¿Cómo dice?!
–Vi que había fotógrafos en el lugar, entonces durante la conferencia me acerqué a Menotti y aparecí en una imagen que fue publicada el día después en el diario La Nación. Es que pensé que quizás alguien veía esa foto y me podían reconocer un familiar o un amigo, era mi manera de mostrar que estaba vivo.

–¿Los militares se lo permitieron?
–Como al teniente le gustaba el fútbol, le prestaba más atención a lo que decía Menotti de los citados que a la posibilidad de que yo me fugara. Al otro día me vieron en la foto del diario y no se preocuparon: tenían tanta soberbia y creían que se iban a quedar en el poder para siempre, así que no me dijeron nada.

–¿A usted lo reconoció alguien en esa fotografía?
–Nadie de mi familia me vio en la foto, y eso que mis padres siempre compraban el diario La Nación. Pero no la vieron.

 –¿Alguna vez pudo contarle a Menotti lo que sucedió aquel día?
–Menotti se enteró de la historia. Cuando lo intenté, nunca me quiso recibir. Siempre se negó.

cubas–¿Por qué será?
–Menotti, en ese sentido, fue coherente. Siempre fue una persona cercana al Partido Comunista, de los intelectuales vinculados al PC. Y en ese momento, el PC tenía un apoyo crítico de la dictadura militar, a raíz de las buenas relaciones de la dictadura con la Unión Soviética. Incluso, tenían contradicciones públicas con Montoneros. Menotti participó como director técnico de la Selección sabiendo a qué se atenía. No tuvo mayores problemas de conciencia, hizo su trabajo como profesional… El único equipo que visitó a las Madres de Plaza de Mayo fue Holanda. Hubo algún jugador que no recibió su medalla. Y nos enteramos de la decisión de Cruyff de no asistir al Mundial por estar en contra de la dictadura.

Mi raciocinio me llevaba a querer que Argentina no ganara la Copa, porque eso fortalecería a la dictadura. Pero estando encapuchado, escuchaba los gritos que llegaban desde el estadio Monumental, y yo quería que mi Selección ganara el Mundial. Me ganó el sentimiento de hincha. Para la final, me permitieron estar dos días con mi familia. ¿Y sabe qué hice yo? Salí a celebrar, caminé por la avenida Rivadavia hasta Plaza Flores con mi sobrina en mis hombros. Grité, lloré, festejé…

 –Desde el cautiverio, ¿cómo vivió la conquista del Mundial?
–Mi raciocinio me llevaba a querer que Argentina no ganara la Copa, porque eso fortalecería a la dictadura. Pero estando encapuchado, escuchaba los gritos que llegaban desde el estadio Monumental, y yo quería que mi Selección ganara el Mundial. Me ganó el sentimiento de hincha. Para la final, me permitieron estar dos días con mi familia. ¿Y sabe qué hice yo? Salí a celebrar, caminé por la avenida Rivadavia hasta Plaza Flores con mi sobrina en mis hombros. Grité, lloré, festejé… Todo esto lo había borrado de mi memoria por años, hay cosas que no me acuerdo, como si las tuviera en blanco. Puede ser que sea parte de la culpa por haber celebrado ese Mundial. Hay cosas que uno no quiere recordar.

–¿Y sus compañeros que estaban secuestrados en la ESMA?
–A los del sector de “La pecera” les pusieron un televisor para ver la final. Festejaron y se abrazaron todos juntos. Los presos, que racionalmente no querían que ganaran, se alegraron por la conquista del Mundial. Afectivamente, los que estábamos presos ilegalmente no pudimos estar al margen de lo que significó el primer título mundial.

El 19 de enero de 1979, Cubas recuperó su libertad tras dos años y cuatro meses como desaparecido. Nació de nuevo.

–¿Qué recuerda de ese día?
–Fue uno de los momentos más trascendentes de mi vida. Junto a Rosario Quiroga, ex detenida y mi actual compañera, una patota de la ESMA al mando del teniente Rolón nos llevó al aeropuerto de Ezeiza y nos metieron en un avión rumbo a Venezuela. A otros dos compañeros los mandaron para España. Nosotros nos fuimos a Caracas. Pero el viaje fue extraño: en el avión aún me sentía preso. No lo sé, tal vez porque creía que viajaba alguien de la marina escondido y que nos iba a hacer daño no bien aterrizáramos en Venezuela. Me sentí libre recién cuando llegamos a Caracas y pudimos festejar el título del equipo Magallanes. No me gustaba el béisbol, ni conocía a ese deporte, pero me sentí libre. Recién volví a la Argentina en el ‘84, cuando fui a declarar a la CONADEP. A veces me lamento porque estando lejos me perdí todo el River de Francescoli.

–¿Por qué cree que lo liberaron en lugar de matarlo?
–Porque cuando liberaron prisioneros, fue con el propósito de sembrar el miedo en la sociedad, específicamente en las organizaciones sociales y políticas. Mis hermanos Juan Carlos y María Georgina todavía están desaparecidos. Nunca más los volví a ver.

Raúl Cubas fue uno de los primeros sobrevivientes en dar testimonio público sobre las torturas de la Junta Militar. Aún guarda los grilletes que lastimaron sus tobillos. Y todavía recuerda los goles del Matador Kempes. Entre resignado y nostálgico, todavía mantiene el deseo de que alguna vez Menotti acepte sentarse a la mesa para cumplir con esa charla de café que nunca pudieron compartir. Y que tanto se deben los dos.


Esta nota fue publicada por primera vez en el número 60 de Un Caño, en junio de 2013.