Aunque es menos célebre de lo que cabría suponer, el fútbol inglés guarda en su fuero íntimo una postal nefasta: unos años antes de la Segunda Guerra Mundial, el seleccionado de Inglaterra ejecutó el saludo nazi en un amistoso ante Alemania, disputado en Berlín.
Qué ironía, justo los ingleses, posiblemente el territorio europeo que se opuso con más fuerza al régimen de Hitler, y el que pudo resistir desde Londres los embates que amenazaban con dominar un continente, se plantó en el estadio más famoso del partido más odiado por su gente a lo largo de la historia, para homenajear a su líder con un gesto plástico.
Sin embargo, allí está la imagen indeleble de los once hombres de la reina con el brazo derecho en alto. Los propios británicos lo recuerdan como el día más infame en la historia del fútbol del país que inventó el fútbol. Y todavía no perdonan del todo a sus jugadores.
“Estuve en un naufragio, en un accidente de trenes y a centímetros de un accidente de avión. Pero el peor momento de mi vida, y uno que no repetiría por propia voluntad, fue cuando dimos el saludo nazi en Berlín”, escribió el capitán de aquel conjunto, Eddie Hapgood, en su libro de memorias de 1945.
De hecho, ni siquiera sus jugadores se perdonan del todo.
“Pateé una pelota a los pies de Mussolini en Roma y experimenté el peor referato de mi vida en Milan; estuve en Suiza, Rumania, Hungría, Checoslovaquia, Holanda, Austria, Bélgica, Finlandia, Francia, Noruega, Dinamarca, Suecia y Yugoslavia. Comí ajo hasta no querer probar otra cosa en mi vida… estuve en un naufragio, en un choque de trenes y a centímetros de un accidente de avión. Pero el peor momento de mi vida, y uno que no repetiría por propia voluntad, fue cuando dimos el saludo nazi en Berlín”, escribió el capitán de aquel conjunto, Eddie Hapgood, en su libro de memorias de 1945.
El libro se llama Football Ambassador, y lo rescata el periodista Simon Kuper en una publicación propia: Ajax, The Dutch, The War.
Ese día hubo 110 mil fanáticos alemanes en la cancha, y la historia oficial siempre marcó que los jugadores habían cedido al protocolo de propaganda germano para apaciguar un poco los ánimos de un público hostil.
Desde el inicio -cuenta Kuper- se trataba de un amistoso inusual. Inglaterra no jugaba demasiados partidos fuera de casa, enfrentaba a la Alemania nazi en un contexto político bastante agitado y ni siquiera se aseguraba dinero a cambio de su excursión: los locales se quedaban con lo recaudado por las entradas y los visitantes debían hacerse cargo de sus propios gastos de viaje. Puede parecer cerca, pero en aquel momento el traslado en tren, ferry y nuevo tren tomó aproximadamente 24 horas.
Unas semanas antes, Hitler había anexionado Austria, e incluso un jugador del Rapid Viena, Hans Pesser, tuvo minutos en aquel encuentro. La guerra no parecía demasiado lejos, todo lo contrario. E Inglaterra no quería aparecer como provocador.
La decisión de hacer el típico gesto del Tercer Reich fue tomada por Stanley Rous, un secretario de la Football Association (la FA, asociación de fútbol de Inglaterra fundada en 1863 que sobrevive hasta hoy). Se creía que era un gesto de apaciguamiento para no generar rispideces políticas entre los países y para no enervar a los asistentes al estadio.
“La fotografía de Inglaterra entregando el saludo nazi apareció en los diarios de todo el mundo al día siguiente, para la vergüenza eterna de cada jugador y de toda Gran Bretaña”, aseguró Stanley Matthews, que también estuvo presente en aquella jornada.
Los dos, Hapgood y Matthews, concuerdan en que habrían sido muy mal tratados por la hinchada alemana en caso de no haber accedido al famoso Heil Hitler. Sin embargo, Hapgood asegura que la FA les avisó a los jugadores lo que tenían que hacer bastante antes del partido, “Somos parte del Imperio Británico y no veo ninguna razón por la que debamos dar el saludo nazi”, dice haber respondido. Aunque después accedió y contó la decisión de los directivos al resto de los jugadores.
Matthews lo recuerda diferente. Sostiene que los jugadores fueron anoticiados de la cuestión en el vestuario, para el descontento general. “Todos los futbolistas ingleses estábamos lívidos y nos oponíamos completamente a hacerlo, yo incluído. Todos gritaban al mismo tiempo. Eddie Hapgood, normalmente respetuoso capitán, le mostró el dedo al dirigente en cuestión y le dijo lo que podía hacer con su saludo nazi, que incluía ponerlo donde el sol no pega”.
Sí coinciden en que cuando entraron al estadio, era un hervidero. Y ambos sostienen que ni siquiera el saludo típico los calmó. El silencio parcial sólo arribó con el primer tanto de Inglaterra. “Que saluden eso”, dijo al convertir Len Goulden, el autor del 1-0. Inglaterra terminó ganando el partido por 6-3.
Las crónicas de época, sin embargo, no reflejan tanta saña de la tribuna o los jugadores alemanes. Más bien todo lo contrario: se veía a Inglaterra como el modelo a seguir. Como un equipo de superdotados. Recordemos que ningún combinado de Alemania pudo vencer a un seleccionado inglés hasta 1968.
La noción de que los fanáticos germanos eran monstruos maquinales que podían enloquecer por los colores y cuya única voluntad era ver a su nación imponerse tiene que ver con lo que quedó de la guerra. También es una manera de atemperar la vergüenza que aún genera aquel gesto grabado en la memoria colectiva.
En aquel momento, la caballerosidad deportiva era norma en Europa, al punto que el fair play fue más celebrado al día siguiente por los medios de ambos países que el propio resultado.
Un año más tarde, en un amistoso en Milán, Inglaterra dio el saludo fascista a las cuatro tribunas del estadio. Volvió a hacerlo después del partido. Podría haber sido un escándalo histórico de proporciones similares lo que pasó en Berlín.
Extrañamente, en Inglaterra, nadie parece recordarlo.