La boca del tiempo de América Latina habla también con sus silencios, con los pobres campos asolados, con los ricos cerros escurridos, con las populares visitantes vacías y con los enormes espacios en blanco que dejan sus páginas, de textos inmensos, pero bien cortitos.

nota 1Por momentos basta con escucharlo callar, como ahora, que viene llegando, con un andar cansino que parece narrado por la calma furiosa de sus letras y con esas cejas gritonas que el tiempo ha fruncido como toldos sobre sus ojos mártires, que jamás aceptaron bajar la persiana.

Pero él, justo él, incluso él invernará este mes, sin dejar de observar al mundo, con sus amenazas y sus incongruencias, aunque disfrutándolo un poquito más de lo habitual. Quizá por eso, antes de sentarse, confiesa que otra vez ha estado pintando ese increíble cartel que cada cuatro años se ve obligado a pintar.

Abortivamente, en pleno relajo de su acomodamiento a la mesa de un café literario y porteño, un grabador se prenderá a la charla, a riesgo de irrumpir en su naturalidad. “Está bien”, nada cambiará, dará igual. Su mirada, sus manos y su voz seguirán proponiendo ese estilo generoso, creativo y ofensivo que en todos sus libros, y en todos sus días, ha sabido jugar. Aún entre los olvidos humanos y las memorias electrónicas de un mundo patas arriba.

–¿Qué debería aprender Joseph Blatter de Nelson Mandela?

–Eh… En todo caso, yo le sugeriría a Mandela que se buscara un mejor alumno.

–¿Lo alegra o lo preocupa que la FIFA aterrice, por fin, en África?

–Es un reconocimiento que está muy bien, de una realidad hasta ahora ignorada, que sigue siendo ignorada. En las cadenas que transmiten fútbol a escala internacional, en general, el fútbol africano no existe. Te enterás de lo que ocurre en Europa o en América, pero de África dan poco o nada. Sí sabemos que hay una insólita cantidad de negros que no sospechábamos que conformaban la mayoría de la población en países como Holanda, Inglaterra, Francia…

–¿El Mundial otorga licencia o exige una recarga de espíritu crítico?

–Yo soy un enamorado del fútbol, incapaz de tener un juicio objetivo de los partidos que veo, pero además no creo en la objetividad del ojo humano. Pienso que no vemos todos de la misma manera las mismas cosas. Y que incluso las vemos de distinta manera según la hora, la época del año o la etapa de la vida. La mirada humana es muy subjetiva, y yo no me arrepiento de mis propias pasiones, aunque éste es un tiempo bastante frígido, que parece condenarnos a arrepentirnos de toda pasión y a ver las cosas con la debida distancia para poder sacar provecho de ellas. Yo no quiero sacar provecho de mis experiencias. Quiero simplemente vivirlas. Y no me interesa vivir para ganar, pero sí vivir para sentir. Por suerte, al fútbol lo sigo sintiendo muy intensamente, a pesar de que me consta que a nivel profesional tiene mucho de cochino negocio.

–¿Sueña con el tercer Mundial para Uruguay o es un disparate?

–No es tan disparatado. Uruguay fue escenario del primer campeonato del mundo, en 1930 y ganó ese Mundial, como también el del 50, contra toda evidencia, en el Maracaná. Y antes había ganado las dos olimpíadas, cuando el Mundial no existía como tal. De modo que mi país no es un recién llegado. Es cierto que después decayó mucho el fútbol uruguayo, pero sería bueno… Sería un acto de justicia histórica.

–¿Qué lo enamoró más de Obdulio Varela, su magia en el Maracanazo o su humildad para escabullirse de la fama?

–Si lo ves fríamente, como jugador, no fue uno de los mejores, ni mucho menos, pero era como esos actores que cuando entran en escena, tienen presencia. Estaba, y cuando estaba, la cancha era distinta. Y eso en el Maracaná fue decisivo para que Uruguay remontara, contra esa bestia rugiente de doscientas mil cabezas. El llevó adelante la lucha, y después tuvo la dignidad y la nobleza de escaparse de la celebración de los uruguayos en el hotel, para irse a beber con los vencidos. Pasó toda la noche en los bares de Río, bebiendo, abrazado a esos por los cuales sentía lástima. Los había odiado un par de horas antes, y ahí les tenía una lástima inmensa. Decía: “cómo le pude hacer eso a gente tan buena…”. A veces dudan de si ésas no son “cosas que se dicen”. Cosas que se dicen, las pelotas… Él me lo contó, como esa otra vez que le pregunté si se drogaba, porque el tema estaba en el tapete. Y me dijo: “te confieso que sí… Con vino…”.

Ya pidió su taza de té, Eduardo Galeano. Y saludó a los mozos, al fotógrafo, al pelado de la mesa contigua. Mil veces, la solemnidad de ese rostro tallado por la historia se resquebraja en sonrisas, que lo iluminan, a sol y sombra, más aún en tiempos de Mundial. Ha visto al fútbol encender o apagar coyunturas tenebrosas. Pero el uruguayo- uruguayo, más aclamado por las populares más populares, respira fútbol y no lo niega ni lo reprime, “porque el fútbol no es el opio de los pueblos, como dicen esos intelectuales que aman a la humanidad pero detestan a la gente. Sin dudas, existe un gran negocio a su alrededor, pero objeto de manipulación comercial han sido todas las grandes fiestas de la vida, como el amor o el sexo, una práctica que yo no ejerzo porque no me gusta meterme en esas cosas, pero que, según me han contado unos amigos, es bastante gustosa”.

–¿El fútbol uruguayo padeció un vaciamiento similar al del Cerro Rico?

–Y sí. Uruguay es un país desangrado, que vende gente al exterior. Vende mano de obra, y vende pie de obra.

nota 2–¿También existe la cultura de la impotencia, frente a ese saqueo del fútbol latinoamericano?

–La cultura de la impotencia es un obstáculo impuesto a la verdadera independencia de nuestros países, esta triste herencia colonial que nos enseña a repetir la historia y nos prohíbe hacerla. Nos dice que no, que no se puede, que no se puede. Que no somos capaces de cambiar nuestra historia. Que tenemos que padecerla. Pero en el caso de la emigración, del éxodo de jugadores que sufre Latinoamérica, yo creo que no pasa por ahí. Pasa porque hay un negocio mundial muy lucrativo que les permite a los países ricos pagar sueldos inimaginables para nosotros. Entonces los muchachos se van, y se van con toda razón. No los ataco por eso. Hay gente que se pone furiosa, como si fueran traidores a la patria porque se van. Yo creo que tienen todo el derecho de irse, porque el fútbol es una gloria fugaz. Y si me pongo en el lugar de cualquiera de esos muchachos, que tiene la posibilidad de juntar plata para comprar libertad por el resto de su vida, me parece bien. Quién tiene derecho a decirle que no, o que debe quedarse por amor al terruño. Por amor al terruño no puede siquiera alimentar decentemente a sus hijos y a su gente, porque el fútbol paga muy bien, pero a un sector muy reducido. La mayoría de los jugadores malvive.

–Y en ese exterminio cultural, ¿no se incluye la europeización del fútbol, que se comió hasta al Brasil de Dunga?

–Sí, pero la energía de locura que Brasil contiene, y que se expresa en su juego, consigue aflorar. Aunque a veces buena parte del partido resulte un plomo, cosa que antes no ocurría, después viene la diversión, porque los jugadores brasileños no pueden soportar la tentación de divertirse. Y entonces ahí nos ofrecen esa fiesta.

–¿De dónde brotaba tanta pasión cuando el fútbol no era un negocio?

–Yo creo que es la única religión sin ateos en el mundo. Con muy pocas excepciones, el mundo entero comparte esa religión, que es linda, porque al fin y al cabo proviene de un placer estético. El fútbol brinda placer a los ojos que lo ven, que lo miran. Y también placer a las piernas que lo juegan. Bien jugado, es como una danza con pelota. Es muy bello de verdad, muy hermoso. Y no es justo que le adjudiquen al fútbol las violencias que a veces se desatan en la cancha, porque esas violencias son violencias que la gente contiene y que estallan allí, pero la culpa de la fiebre no la tiene el termómetro.

–Algo así dijo en defensa de la naturaleza, en el juicio a las catástrofes “naturales”…

–Sí, que de naturales tienen muy poco, muy poco. Como dicen en Guatemala, los terremotos, los ciclones, las inundaciones, las sequías… Son como las películas del oeste, porque sólo mueren los indios.

–¿Qué hizo el capitalismo con el placer de disfrutar del fútbol en carne viva, desde una tribuna?

–Le hizo daño, sin duda. Gracias a las transmisiones, podemos ver algunas jugadas que a la distancia se nos escapan. Y eso es indudablemente bueno. Pero lo malo es que la televisión aleja al público de buena parte de ese placer del fútbol, que está en el espectáculo mismo. No sólo en los jugadores que lo juegan y que, si lo hacen bien, nos ofrecen belleza, sino también en el espectáculo colectivo que es el fútbol, con sus tribunas, los gritos de la gente… A veces esas explosiones son de groserías o de violencia, pero eso es muy poquito en relación a la maravilla de la alegría colectiva o de la colectiva tristeza porque, claro, la victoria de unos implica la derrota de otros. Pero ver un partido transmite una electricidad que la televisión no da y que es parte del placer del fútbol… Un día, mi gran amigo el Negro Fontanarrosa me contó que había llevado a su sobrino al estadio de Rosario, un guri que nunca antes había ido a la cancha. Y entre todo ese espectáculo, le gritó asombrado: “uyyy, ¡hay dos arcos!”.

Será tiempo de sorprenderse otra vez, entre recortes virtuales y fantasías reales, con los sentidos abiertos y la pasión por mil canales. Hace unos días, confiesa, ha terminado de pintar aquel cartel que rigurosamente deja listo cada cuatro años para recibir al mes de junio. Hasta el final de la final, ese cuadrito fastuoso, prolijamente pintado por el inconfundible trazo de Galeano, colgará de la puerta de su casa, invitando a no molestar. Ya está listo.

Y dice “Cerrado por Mundial”.

 

Publicado en UN CAÑO #26 – Junio 2010