La revista tenía un nombre que era una combinación de dos nombres. Goles, por aquel semanario deportivo de color sepia que dirigían Enzo Ardigó y el Gordo Horacio García Blanco. Y Match, quién sabe por qué. Goles Match, así se llamaba, la que con afecto bautizamos “La basura” por su hechura en papel de diario, de un gramado apenas más pesado que cualquier periódico. Un tabloide grande, que se imprimía en un taller de Barracas, frente al Parque Pereyra, donde los sábados se jugaba el campeonato de fútbol para periodistas deportivos. “La basura”, en otra etapa, también había sido una revista a color, un poco más ancha que El Gráfico, su competidora oficialista de casi todos los oficialismos.
Entre agosto y septiembre de 1979 comenzaría la transición de Goles a Goles Match, y de un director a otro, de César Volco a Jorge Azcárate, que había abandonado Clarín para pilotear el proyecto. Osvaldo Pepe, testigo privilegiado de esa transformación —mucho más que un mero retoque de nombres—, habla ingresado a la revista en 1975, convocado por Aldo Proietto. Él será la voz omnipresente que nos guiará de párrafo en párrafo por esta nota, cuya moderada pretensión es evocar un pedazo olvidado de periodismo químicamente puro, jugado para la época e interpretado por una camada de jóvenes que hoy superan con holgura los 50 años. “Ingresé a Goles cuando todavía se hacía en la avenida Belgrano. Entramos con Eduardo Van der Kooy. En el 77 me nombraron redactor y pasé por las etapas de Volco, Proietto y hasta por un intermedio con Rolando Hanglin como director. El vicealmirante Lacoste ya tenía una pata metida en la revista, pero recuerdo que Hanglin era muy amplio para dejarnos laburar. Él nos potenció a Horacio Del Prado y a mí. La primera cobertura que hice fue en febrero del 78, cuando me mandó a cubrir un partido amistoso en Nápoles entre Italia y Francia, dos rivales de la Argentina en el Mundial que se jugaría unos meses después”. Pepe recuerda así la etapa que precedió a Goles Match, y que coincidió con el traspaso de una editorial (Julio Korn) a otra (Crea), administrada por unos italianos que se hablan fijado el objetivo comercial de competir con El Gráfico. Azcárate ya tenía la nueva redacción armada y se entendía con un tal Benedetto Mosca, “a quien conocíamos por razones obvias como El Tano. Estábamos en sus manos.”
“Goles Match fue una etapa muy fuerte de mi trayectoria profesional. Porque íbamos más allá del periodismo deportivo, le dábamos un sentido social a lo que estaba pasando. Veníamos de la vieja Goles, que se había quedado bastante, que atravesaba una etapa de chatura por la falta de inversión en recursos humanos”, recuerda Ascárate. En efecto, de una etapa a la otra, hubo un cambio brusco en la calidad del producto y en la línea ideológica, que en buena medida se reflejaba en las notas de periodistas como Carlos Ares, Juan Carlos Camaño, Roberto Fernández, Guillermo Gasparini, Manuel Abad, Horacio Del Prado y el mismo Pepe. Los cinco primeros se habían sumado entre fines del 79 y principios de 1980. Camaño y Abad, los más comprometidos por su militancia política, firmaban con seudónimo sus textos. Allí darían sus pasos iniciales en el periodismo una camada de principiantes integrada por Alejandro Fabbri, Daniel Lagares, Jorge Búsico y quien escribe estas líneas.
La presencia determinante de Lacoste en el ambiente futbolístico condicionaría de maneras muy distintas a la revista Goles que se moría y a la Goles Match que lo repudiaba y emergía como una voz contestataria. En la primera, Pepe acompañó a Volco durante un reportaje al marino con la imposición de “no incomodarlo mucho” con preguntas impertinentes y recuerda de aquella etapa, con claridad meridiana, haber leído la circular que recorrió todas las redacciones deportivas con la directiva de no criticar a la Selección Nacional que dirigía César Luis Menotti. “Fue un desliz no haberla guardado”, todavía se arrepiente hoy. En cambio, en 1980 y después de que Adolfo Pérez Esquivel ganara el Premio Nobel de La Paz, integró el grupo de periodistas que lo entrevistó en la sede del Serpaj (Servicio de Paz y Justicia). “Me acuerdo que Pérez Esquivel era palabra prohibida durante la dictadura y fuimos a verlo en la sede que tenía en San Telmo. Cuando salimos, teníamos bastante temor y los y los cuatro, Ares, Del Prado, Fernández y yo, salimos en distintas direcciones y nos encontramos después en otro punto.” El título del reportaje —una ocurrencia característica de Ares— fue: “Gol argentino”. En el libro Paren las rotativas (que trata sobre la historia de los diarios, revistas y periodistas gráficos argentinos), Carlos Ulanovsky, su autor, le dedica un párrafo a aquel reportaje de Goles Match: “En un clima todavía impregnado en la euforia Mundial 78, irritó al poder militar que consideró que ése no era un tema a tratar y menos por una publicación deportiva”. Pero no sería ése, el único artículo que fastidiaría a Lacoste. Hubo más notas que lo sacaron de quicio, al punto de que un día, el tano Mosca, le informó a Azcárate: “Ese hombre es un mafioso. Me amenazó con que si aparecía una bomba en la editorial, no dijera que no me había avisado”. Lo que siguió fue el exilio de Ares en España, la partida de su director poco después y los cambios a otras revistas para los integrantes más antiguos del staff: Del Prado pasó a Siete Días y Pepe a Radiolandia 2000. Un golpe certero habla impactado contra el proyecto original de Goles Match. Para el apuntador de muchos detalles en esta nota, el final sobrevino el 16 de diciembre de 1981: “Pepe, te tenés que ir, me dijo Pancho Loiácono, el director de la revista a la que me habían pasado. Me pagaron la indemnización con varios meses de preaviso y me fui”. En mayo de 1984, dos años y medio después, Ares escribió una semblanza sobre Lacoste para la revista Humor, que tituló “Memorias del Capitán Piluso”. Su nota finalizaba así: “PD: Quien esto escribe era uno de los periodistas que integraba aquel entrañable grupo de la revista Goles entre 1980 y 1981. Se fue del país porque quería vivir para contarlo. Ya está”.
En Goles Match, que súbitamente había vuelto a ser Goles otra vez, continuaron distintas formas de resistencia. Hubo casi un año de transición hasta su desaparición, a fines del 82, que condujo el Conejo Gasparini primero y Daniel Galoto después, un periodista cercano a Lacoste y que había trabajado en el EAM 78, donde manejó el sistema de acreditaciones para los periodistas durante el Mundial. De aquel audaz proyecto solo quedarían retazos: algunos textos de Camañoo-Jiménez violando la censura que le habían impuesto con la colaboración de compañeros que se prestaban a cambiarle el rol de comentarista por el de vestuarista, la pluma de Osvaldo Ardizzone y su columna “Un hombre común” que sobrevivió de una Goles a Ia otra y casi nada más. De un periodismo deportivo de denuncia e investigación sobre temas molestos para el poder, se había pasado a la chabacanería absoluta. Un par de ejemplos lo confirmaban: el partido de ficción entre Ia Argentina e Inglaterra a propósito de la Guerra de Malvinas que escribió Galoto o la tapas de Ricardo Bochini disfrazado como Papa Noel con los hijos de quienes conducían Ia revista. Goles, que cerró a fines de 1982, reaparecería a mediados de los 90 aggiornada, como un tipico producto menemista. Su dueño entonces sería Alejandro Romay y uno de sus responsables, Fernando Niembro.
Goles Match ya era un grato recuerdo y nada perduraba de aquella revista que Osvaldo Soriano había definido como “la única que se podía leer en el exilio”. O si, perduraría hasta hoy, en la memoria de quienes pasamos por su redacción en la avenida Leandro Alem y Paraguay, la idea de que un mejor periodismo es siempre posible, aun en las condiciones más adversas y sin importar la temática que se aborde. El ocio creativo de aquellas charlas para superar la primera versión de una nota o las veladas regadas de buen vino después del cierre en el restaurante El Globo, de Hipólito Irigoyen y Salta, exudaban lo que el querido Ardizzone hubiera llamado las “miasmas sutiles”. Las emanaciones perniciosas de las sustancias pútridas que Goles Match intentaba reflejar, sin importarle lo que pensaran Lacoste, Videla u otros siniestros personajes de nuestra época más trágica.