No sabemos si guarango y tilingo son términos nuestros. No hemos consultado a la Academia. Pero indiscutiblemente son tipos nuestros y recíprocos.
El tilingo es al guarango lo que el polvo de la talla al diamante. O la viruta a la madera. Producto de un exceso de pulido, o de la garlopa que se pasa. Es la diferencia que hay entre tomar el vaso ‘a la que te criaste’ y tomarlo con las puntas del índice y el pulgar y con el meñique apuntando a la distancia.
Pero digamos que en el guarango está contenido el brillante y también la madera para el mueble. En el tilingo nada. En el guarango hay potencialmente lo que puede ser. El tilingo es una frustración. Una decadencia sin haber pasado por la plenitud.
Si el guarango es un consentido, satisfecho de sí mismo y exultante de esa satisfacción, el tilingo es un acomplejado. El guarango es la cantidad sin calidad. El tilingo es la calidad sin el ser. La pura forma que no pudo ser forma. El guarango pisa fuerte porque tiene dónde pisar. El tilingo ni siquiera pisa: pasa, se desliza. Por eso tilingo es un producto típico de lo colonial. Los imperios dan guarangos, sobre todo, cuando se hacen demasiado pronto. El caso de los EE. UU., por ejemplo.
Cuando el guarango tiene plata no habla más que de Nueva York. Antes hablaba de Londres, como el tilingo de París. Habla también de técnica y aspira a ser socio del Club Americano. Compra palos de golf, pero sufre terriblemente porque no puede ir al fútbol. Al tilingo ya se le pasó la época del golf desde que los guarangos andan con los palos. El tilingo sigue en París, y más bien se dirige hacia Oriente. Pasa por Rabindranath Tagore y Lanza del Vasto con unos granos de pimienta de Mao-Tse-Tung. Se acicala con descuido para que no esté del todo ausente Sartre. Como la cocina francesa, es un puntito fessande. Carga con el guarango como una desgracia nacional, de esa nación que es su ‘oficina’. A veces tiene preocupaciones sociales, y se agobia, como si llevara ‘la pesada carga del hombre blanco’. Pero el ‘cabecita negra’ no es bastante oscuro. Prefiere ocuparse de otros colores más remotos. Y que no tienen demandas concretas.
El guarango lo irrita. También irrita el guarango a los guarangos que ya son importantes. Entonces se juntan los guarangos importantes con los tilingos. No hay que olvidar que el tilingo sale del guarango por exceso de garlopa. Tilingos y guarangos unidos contra los otros guarangos terminan por mezclarse y se vuelven contra el país que no es ni guarango ni tilingo. Y esa es la explicación psicológica de algunas revoluciones cuyas raíces son económicas y sociales, pero utilizan esos instrumentos, porque los que manejan al país desde afuera saben cuales son nuestros puntos débiles.
*Pasaje extraído del libro Filo, Contrafilo y Punta (Ed. Pampa y Cielo, 1965)