De vez en cuando, y en diferentes horas, se puede ver por DXTV un muy buen documental que cuenta la historia de Bubamara FC, la escuelita de fútbol que puso en marcha el ex jugador Predgad Pasic durante la guerra que padecieron los Balcanes entre el 5 de abril de 1992 y el 29 de febrero de 1996. Es en el marco de la serie Los Rebeldes del Fútbol que conduce Eric Cantona, quien fue un grandísimo jugador de fútbol pero un insoportable presentador, ya que sus caras y sobreactuación le quitan naturalidad y frescura al trabajo.
Más allá de los problemas del documental, nos quedamos con lo mejor. Digamos que Pasic era un amante de su ciudad: Sarajevo. Y que se sentía orgulloso de vivir en un lugar donde convivían mezquitas con iglesias católicas y ortodoxas y de pertenecer al grupo de personas que aceptaban las diferencias religiosas, culturales y étnicas sin rasgarse las vestiduras. De hecho, su vida era un ejemplo de ello. Él era ortodoxo, su esposa católica y su hija estaba casada con un musulmán.
El FK Sarajevo había sido el primer club de Pasic en su recorrido profesional hasta que se fue a jugar al Stuttgart en 1985. Después de dos años, pasó al 1860 Múnich y en 1988 regresó al Sarajevo. Tres años después volvió a su país y vivió muy de cerca las tensiones que desembocaron en la guerra.
Sarajevo se convirtió en una pesadilla que dejaría más de 10 mil civiles muertos. Pasic tenía posibilidades de volver al exterior. Alemania lo había recibido muy bien y había dejado amigos. Pero prefirió quedarse en una ciudad plagada de bombardeos, francotiradores y cadáveres.
También podría haberse encerrado en su casa, protegiendo su vida y la de su familia, lo que hubiera sido más que legítimo. Pero prefirió hacer algo más: se unió a un grupo de amigos -todos agobiados por el dolor- y optó por ponerse en movimiento y fundar la escuelita Bubamara FC. ¿Qué quiere decir Bubamara? Es una palabra identificada con la fiesta y la música popular balcánica pero que literalmente se refiere a lo que en la Argentina conocemos como la vaquita de San Antonio.
Anunciaron la creación de la escuela por radio y el primer día, cuando esperaban que se presentaran seis o siete chicos, los niños comenzaron a aparecer de todas partes de la ciudad. Más de 200 pibes serbios, croatas, bosnios, católicos y musulmanes fueron hasta el barrio Skenderija, el lugar donde estaba el gimnasio en donde se daban las clases.
Para poder acceder, había que cruzar un puente que dividía la ciudad y que era asolado por los disparos de los francotiradores. “Cada día centenares de chicos cruzaban corriendo de un lado al otro del puente para llegar a Bubamara. Lo hacía esquivando el silbido de las balas. Algo milagroso ocurrió: ni un solo niño resultó herido o muerto yendo o viniendo al gimnasio”, recuerda Pasic en el documental.
El documental es impecable, más allá de una que otra exageración de Pasic, especialmente cuando se pone sentimental y filosofa sobre aquello de que los jugadores de antes jugaban por la camiseta cuando los de ahora lo hacen por la plata. Cuando Pasic cuenta la historia de Bubamara FC, todo fluye. Pero cuando quiere reflexionar sobre el fútbol, se empantana.
Dos momentos son especialmente impactantes. Uno es cuando los niños cuentan cómo era el plan de emergencia en caso de bombardeos (debían correr por una escalera hasta un pasillo subterráneo y quedarse allí agazapados); el otro es cuando Pasic recuerda que por la forma de correr de los niños se daba cuenta de si habían perdido a algún ser querido en la guerra.
El fútbol puede ser tranquilamente productor de pasiones inconducente. Pero también es un vehículo que sirve para reparar dolores del alma. El mejor ejemplo, sin duda, es Bubamara FC.